sábado, 28 de junio de 2008

Tema del traidor y del héroe





Un cuento de Borges publicado bajo el título que encabeza esta columna logra que las medallas del honor y las manchas de la insidia se acumulen sobre una misma solapa. “La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, La república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico...”, dice Borges al comienzo de su intriga entre policiaca y filosófica. Al final el héroe acuerda esconder su mancha: “la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión”. Y firma su propia sentencia de muerte y participa en su ejecución como en una escena compuesta para mitigar los males de su deslealtad.
Por estos días transcurre en Polonia un nuevo cuento en el que parecen confluir el traidor y el héroe. Dos historiadores polacos acaban de publicar un libro en el que se asegura que el fundador del Sindicato Solidaridad, el hombre que enfrentó al comunismo con huelgas y plegarias católicas, el electricista que ganó hace 25 años el premio Nobel de paz, fue también un informante de la policía comunista que reportaba y cobraba sus delaciones bajo en nombre de Bolek. La posibilidad de que Lech Walesa resulte ser un acusador agazapado detrás de un bigote venerable sólo confirma una verdad definitiva: en política no existen los héroes, las intrigas de los parlamentos y los despachos logran sacar el aire perverso de quien se atreve a visitarlos, bien sea que se trate de genios o santos. Y cuando resulta difícil encontrar un pozo turbio en la biografía del investigado, la política se encarga de pintar dos colmillos creíbles sobre su boca. A manera de rito de iniciación.
Si no fuera por la amistad íntima de Walesa con el Vaticano, por la exhibición de sus comuniones diarias y por sus simpatías con las claves del telegrafista cuando estuvo en el ejército, casi apostaría por su inocencia. Sus bendiciones repetidas y sus tres elecciones como candidato a la presidencia me hacen surgir algunas dudas. Sin embargo, como juez de especulaciones, sigo creyendo que su olor a santidad y su apego al poder están compensados con algunos apartes de su biografía.
Su padre, un campesino que completaba su cosecha haciendo de carpintero, estuvo en un campo de trabajo Nazi por no delatar a un hermano partisano. Walesa tiene así una especie de blindaje genético frente a la presión y las tentaciones del delator. La cronología de su lucha anticomunista también hace difícil creer en la versión de sus enemigos. Dicen que Walesa comenzó su trabajo con la policía comunista el 29 de diciembre de 1970. Pero en esa época, en el mismo diciembre de 1970, el furor anticomunista de Walesa estaba en su punto más alto. Era el presidente del comité de huelga de los astilleros Lenin y el líder de los disturbios obreros que fueron sofocados a fusil por el ejército comunista. Walesa perdió su trabajo años después por mencionar los crímenes contra sus compañeros en ese diciembre sangriento en Polonia. Parece imposible que el opositor radical y el delator se hubieran graduado en el mismo mes. La traición, según creo, tiene ritmos más lentos. La última de las pruebas a favor de Walesa es que la historia de su infamia ya había sido insinuada durante su presidencia. En 1992 su primer ministro emprendió una campaña para desenmascarar a supuestos colaboradores del antiguo régimen. Walesa estaba en su lista y en su mira. El parlamento desestimó las revelaciones como una simple conjura política y el primer ministro debió irse a su casa con sus documentos secretos.
Una década más tarde los electores polacos demostrarían como se trata a los héroes en política. Lech Walesa, luego de ganar sus primeras elecciones presidenciales con el 74%, apenas lograba un triste 1% en su última aparición electoral.

miércoles, 25 de junio de 2008

Hablar pestes





Mis nostalgias de abogado agradecerán siempre las visiones y la inquietud que genera una denuncia penal. Hacía tiempo no tenía en mi contestador un mensaje que mereciera oírse tres veces entre una deliciosa taquicardia: “…Este mensaje es para informarle que el próximo lunes, a las 10:30 A.M., debe presentarse a la fiscalía 156 local con su defensor, para diligencia de interrogatorio…” Se me acusa del delito de injuria por haber dicho en una columna de prensa que Luis Pérez Gutiérrez, ex–alcalde de Medellín, era un fiasco probado y sufrido. Y por enumerar algunas de sus hazañas, no todas; para eso habría necesitado una novela entre negra y rosa.
En vista de que el asunto de los columnistas en el banquillo ha estado sonando desde que Molano habló duro contra los Araujo, he decidido aprovechar mis lecturas de sindicado para intentar una definición certera de injuria y calumnia, una que vaya reduciendo el cerco amplio e incierto que deja la letra del Código Penal. Sobre todo para saber que tanto fastidio es necesario guardar cuando se habla de algunas calamidades públicas; mejor dicho, para saber hasta dónde se puede hablar pestes de algunas pestes.
Las sentencias de la Corte Constitucional que más luces dan sobre el tema no han tenido como escenario el sainete enconado de la política sino la militancia futbolística y el mundillo fogoso del cine nacional. Iván Mejía versus Jaime Rodríguez y Lisandro Duque en técnicas de duelo con Claudia Triana Soto, en su calidad de directora del Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica.
Lo primero que ha hecho la Corte es ampliar la potestad de púgiles de los columnistas, eximiendo su pluma de las obligaciones de veracidad e imparcialidad que rigen para quienes se dedican a la divulgación de información. Nuestro trabajo, esencialmente subjetivo, amigo de la especulación y la mofa, encuentra sólo tres límites fundamentales: Primero se habla de la obligación de diferenciar las opiniones de los hechos que las sustentan, impidiendo que los juicios de valor sean presentados con la máscara impávida de los hechos cumplidos. En últimas, el columnista es libre de construir sus apologías o sus diatribas, pero debe cerciorarse de que la materia prima sea cierta.O que por lo menos coincida parcialmente con las divinas fantasías del rencor.
El segundo de los límites es un poco más vago. Ha dicho la Corte que el ejercicio de la opinión se hace ilegítimo cuando se utiliza para emprender una persecución personal, basada más en los intereses y los prejuicios del columnista que en la intención de generar un debate. Nunca será fácil trazar la línea entre el libelo difamatorio y la legítima caricatura de autor. Las razones del juez nos dan sólo una pista: Estamos en el terreno del abuso del derecho a la opinión cuando la ofensa se convierte en el objetivo primordial y las expresiones sobre una persona resultan desproporcionadas frente a sus actuaciones. En todo caso la Corte halló legítimo que “El Gordo” Mejía gritara todos los miércoles y domingos que “El Flaco” Rodríguez era un inepto, un incapaz y un incompetente. La tabla confirmaba su sentencia repetida.
El tercer lindero sigue la misma línea del anterior. Ha dicho la Corte que cuando el comunicador busca el simple desahogo del insulto se puede llegar al control extremo que impone el juez penal. La Corte aclara que la opinión posibilita el uso de un lenguaje “fuertemente emotivo”, y que las restricciones no dependen de la epidermis sensible del personaje pinchado con la pluma. El descontento de la persona involucrada no implica un abuso de la libertad de opinar. Debe demostrarse el ánimo frívolo de ofender sin razón, por simple capricho de lenguaraz.
Por último será bueno decir que así como el derecho a opinar del columnista tiene límites ampliados según la Corte, el derecho al buen nombre de los personajes públicos sufre restricciones y sus comportamientos pueden ser mirados con mayor minuciosidad; con recelo y apetito burlón según mi traducción libre. En cuanto a la causa Molano-Araujo no me atrevo a hacer ninguna apuesta. El pleito de un periodista curtido contra una familia percudida hace preveer una decisión dividida.

sábado, 21 de junio de 2008

Detectives salvajes




La relación del gobierno Uribe con la bancada que sesiona desde los patios de las cárceles se ha convertido en una obsesión nacional. Los críticos radicales hablan de la ilegitimidad de un régimen que necesita llamar al Inpec para juntar sus mayorías. Alegan que nadie que haya memorizado una definición elemental de democracia podría entender el orgullo soberano del presidente ni el embeleso del 84% de los encuestados. Recurren entonces a las patologías sociológicas como única explicación posible. Otros, más amigos del panfleto y el efectismo macabro que de las definiciones de la ciencia política, dicen que Uribe ha instaurado un Estado criminal y que su tribuna proselitista se basó en la intimidación paramilitar. Desde ese ángulo ya no sólo se cuestiona al inquilino de la Casa de Nariño sino a la democracia en su conjunto.
No hay duda de que el gobierno ha sido pragmático hasta el cinismo al seguir usando unas mayorías viciadas. “Que voten mientras no estén en la cárcel” es una sentencia digna de los especuladores políticos de más dudosa calaña. Por esa vía es lógico que los proyectos de ley aprobados por el congreso actual con impulso del ministro del interior sean tildados de espurios. Ni siquiera los intentos de asepsia de una comisión de notables pueden devolverle credibilidad a las decisiones de Senado y Cámara. El ausentismo parlamentario se ha convertido en la más sensata de las actuaciones.
Sin embargo creo que el presidente y su séquito pueden defenderse con cierta solvencia de las acusaciones más enconadas. Muchos de los congresistas enredados con la logística paramilitar hicieron sus contactos y sus pactos antes de la llegada de Uribe al poder. Digamos que el gobierno es culpable de haber escogido mal a sus socios en la política regional, haber desconocido antecedentes oscuros y tener unos filtros tan laxos que permitieron a La Gata servir de mascota de campaña. Sin embargo nadie podrá decir que Uribe les debe sus votos a los congresistas encartados. Ellos simplemente ponían la tarima.
Pero hay un tema en el que la defensa del gobierno resulta más complicada. Cada mes aparece una noticia nueva sobre la lógica siniestra que rigió al DAS durante los primeros años de la administración Uribe. El ex-director Jorge Noguera está libre por simple desidia del fiscal y las pruebas que lo vinculan a una especie de franquicia paramilitar en algunas regionales del DAS siguen intactas. Ahora el ex-subdirector, José Miguel Narváez, quien tuvo diferencias con Noguera y parecía haber servido de obstáculo en el intercambio de información entre paras e investigadores oficiales, terminó como sospechoso de pertenecer a la extinta comisión de notables de Carlos Castaño, algo así como una junta consultiva de ejecuciones. La denuncia la hizo Jorge Iván Laverde, alias El Iguano, un memorioso que reconoce haber matado a 2000 personas y que justifica sus revelaciones con una frase digna de confesionario: “Estoy convencido de que diciendo la verdad todo queda en el pasado”.
Que el gobierno haya nombrado a dos hombres en mora de desvirtuar su fama de peligrosos es, según creo, mucho más grave que su alianza electoral con algunos congresistas acostumbrados a todas las formas de hacer política. Prefiero la vista gorda de un Representante a la Cámara al ojo de cazador de los detectives del Estado. Las posibles condenas sobre Noguera y Narváez pueden convertir en temible al gobierno Uribe. Una palabra peor y más sencilla que ilegítimo.

martes, 17 de junio de 2008

Ciudades negras




Hace más de un siglo el escritor noruego Knut Hamsun se sorprendía descubriendo las ciudades negras del petróleo a orillas del mar Caspio. Había emprendido un viaje desde Finlandia atravesando Rusia hasta llegar a la sorprendente Bakú, una ciudad de ciento veinticinco mil habitantes, blanca de polvo y negra de aceites, un pequeño infierno privilegiado por los caprichosos miasmas de la tierra. “Un olor a aceite apesta toda la ciudad. Está por todas partes, por las calles y por las casas… Nos parece aquél el sitio más desagradable de los que hemos visitado, aunque desde nuestras ventanas podamos contemplar el mar Caspio”. Bakú era un engendro mitad persa y mitad europeo, lleno de camellos, grúas y locomotoras. Sucio y próspero. La casa de Alfred Nóbel, el petrolero más rico de la región, muerto unos años atrás, era el sitio más importante de peregrinaje.
Hamsun cuenta como apenas unas décadas antes de su visita algunos pueblos iranios veneraban la llama eterna producida por los hervores del petróleo sobre el agua. Al arrojar un poco de paja encendida sobre los círculos viscosos aparecía una llama flotando, una llama que los iranios comenzaron a vigilar con devoción. Atribuyeron aquel fuego sagrado a Mitra, el sol, y levantaron un santuario blanco llamado Surakani, cerca de Bakú. “Los antiguos eran unos pobres sabios: ignoraban que la nafta se debe a las materias animales acumuladas en el seno de la tierra, o concretando más, al pescado”.Todavía en el siglo XIX quedaban algunos súbditos de las llamas del Caspio, viajaban cada año desde India y Persia para arrodillarse ante el sol de la tierra.
Hasta que su peregrinaje se convirtió en pesadilla. Llegaron en busca de sus resplandores y encontraron un nudo de máquinas rabiosas y torres engrasadas. Una fábrica gigantesca que apestaba y aturdía, que hacía temblar la tierra y escondía su dios bajo estanques oscuros. “Un rugido: América desembarca”, escribió Hamsun.
Ahora un nuevo fuego perpetuo alumbra las recién fundadas ciudades del petróleo en Siberia: las llamas de los grandes pozos brillan en las largas noches de Surgut y de Khanty Mansi. Un oleoducto va desde los nuevos santuarios petroleros hasta el puerto de Bakú. Los peregrinos son ahora trabajadores indocumentados llegados desde Tayikistán: iranios como los antiguos súbditos de Mitra que hoy entonan las oraciones de los perforadores: “Sólo conocemos una felicidad / y es todo lo que necesitamos / lavarnos las caras en el petróleo nuevo / de las plataformas de perforación”. Son las canciones de las fiestas en las ciudades de Siberia cercanas a los campos de donde se extrae es 70% del petróleo ruso. Vladimir Putin ha reemplazado a Alfred Nóbel en la nueva catedral de torres negras.
Hace poco Surgut era apenas un pueblo de garitas que intentaban soportar un invierno de casi todo el año y temperaturas de -50 grados °C, un recuerdo de los desterrados en las orillas del río Ob. Ahora es una ciudad de 300.000 habitantes con las extravagancias administrativas y la violencia que heredan las grandes rentas petroleras. Las ciudades de Siberia se han convertido en un destino soñado para muchos, las únicas áreas rurales de Rusia donde está aumentando la población. Los pastores de renos son ahora los desplazados por el desembarco de Rusia. Los oleoductos y las plataformas han cercado la ruta de sus travesías y la prosperidad no les ha entregado mucho más que buenas provisiones de vodka.
Es muy posible que estas ciudades negras sobre la nieve sean los últimos grandes asentamientos alrededor del antiguo dios Mitra y del nuevo dios de las plataformas. Los expertos dicen que los yacimientos de miles de millones de barriles se están agotando, el descubrimiento de grandes santuarios es cosa del pasado. Siberia ha encendido sus grandes fuegos a manera de plegaria y ha cambiado sus estigmas por un milagro.

viernes, 13 de junio de 2008

Defectos contables




El Polo Democrático ha sufrido ataques injustos desde la política de comunicados y populismo armado de presupuesto que practica el gobierno los sábados en la mañana. Uribe intenta responder a los cuestionamientos actuales de sus contendores leyendo un manual de historia patria. El presidente sigue pensando que muchos de sus adversarios legítimos no son dignos de referirse a su obra de gobierno. El corazón grande tiene también un caparazón duro que prefiere la descalificación a la discusión. Vestir los agravios con el traje de los argumentos es una de las habilidades preferidas de Álvaro Uribe. Y están por supuesto las aversiones ideológicas instigadas por un converso, José Obdulio Gaviria, uno de esos hombres absolutamente seguro de sus nuevos prejuicios políticos.

Pero es más útil mirar los arqueos de caja del Polo de hoy que las hazañas armadas del ayer de algunos de sus miembros. La reciente y muy tardía discordia al interior del Polo por las cuentas de las campañas regionales de octubre de 2007 deja algunas malicias preocupantes.
Primero por el hermetismo digno de soviet supremo que rodeó todo el incidente. Lo que podía ser un malentendido corriente en cuentas electorales fue convertido en episodio de intrigas y silencios conspirativos. Nada que extrañar en un partido donde las decisiones las toma un cuerpo colegiado de 38 miembros, una especie de politburó que convierte todas las reuniones en congresos extraordinarios. El partido que preside Carlos Gaviria demostró estar acostumbrado a pedir cuentas pero no a que se las pidan.

La segunda inquietud tiene que ver con las habilidades administrativas del Polo. Intentando explicar la pequeña gresca Carlos Gaviria dijo una frase perfecta: "Cuando un partido se proyecta con vocación de poder, con posibilidad de asumir el poder y administrar el Estado, es necesario que sea creíble y por tanto que tenga la casa en orden". Pero sucede que luego de esa operación de limpieza se notan algunas cuzcas debajo de los tapetes además de un ambiente de celos y desconfianza entre sus habitantes. La casa del Polo Democrático tiene problemas pagando la cuenta de servicios y buscando un acuerdo sobre dónde invertir las cesantías. Entonces uno se pregunta, si eso pasa con el manejo de sus sedes de campaña, qué pasaría si dispusieran de la cartera de Hacienda. Hay que recordar que a Lucho Garzón le tocó dejar de ser un hombre de partido para poder gobernar en Bogotá. Al comienzo el Polo Burocrático amenazaba con hacerlo naufragar.

La tercera inquietud tiene que ver con la observancia de las normas electorales. El Polo aboga porque la financiación de las campañas sea asumida en su totalidad por el Estado. Y acto seguido se brinca los topes dispuestos por el Consejo Nacional Electoral. Jugando así a quien pide garantías extremas y no cumple con las reglas más simples.

El último de los sobresaltos surgido con la renuncia del secretario general del partido, un nombre con resonancias entre macabras y caricaturescas, tiene que ver con las categorías sociales y los prejuicios ideológicos que marcan algunas de las decisiones de nuestra izquierda. Buena parte del debate se dio por los gastos de publicidad en los canales privados de televisión. La versión de Daniel García-Peña es reveladora: "se suscitó un debate desde un comienzo entre quienes me criticaban por contratar a RCN y Caracol que son empresas de la burguesía, y yo fui muy claro en decir que si una campaña quiere llegar a los electores pues tiene que utilizar los medios de comunicación a su alcance". Queda la impresión que algunos dirigentes del Polo ven a los canales privados con los mismos ojos con los que Chávez ve a RCTV en Venezuela. Esos recatos infantiles a pautar en las "empresas de la burguesía" hacen pensar que el Polo estará siempre en manos de viejos pregoneros. Ojalá me equivoque.

martes, 10 de junio de 2008

De psiquiatras y domadores



¿Qué tan cerca del ojo puede llegar la aguja ardiente? ¿Cuánto debe durar la humillación para no dejar la marca de las pesadillas? ¿Qué línea separa la dureza de la coerción, con sus trampas y sus premios, del terror de las punzadas?
A los psicólogos y los psiquiatras les ha correspondido contestar esas arduas preguntas según su certeza de especialistas del dolor. Viendo que sus recorridos pueden señalar los límites dudosos de la anormalidad, es lógico que se arriesguen a redactar una pequeña cartografía de la barbarie y sus fronteras, un intento por regular el ímpetu de los verdugos. Trabajo similar al del domador profesional que sabe bien hasta donde resiste la fiera que le han encargado: ¿cuándo la vara la hace más arisca y cuándo le enseña la docilidad?
Durante la convención anual de la American Psychological Association (APA), a la que los militares norteamericanos asistieron con celo marcial en el 2007, se discutió la posibilidad de prohibir a sus afiliados la participación en interrogatorios que siguieran el estilo impuesto en Guantánamo. Luego de tres días de deliberaciones se logró trazar una línea no sólo indefinida sino turbia: diecinueve técnicas de averiguación serían prohibidas, pero únicamente “si se usan de forma que suponga un dolor o sufrimiento significativo o de manera que una persona razonable considere que pueda provocar un daño duradero”. Una declaración muy similar al manual de torturas que los norteamericanos redactaron para Abu Ghaib y que permitía treinta y dos métodos de interrogatorio destinados a debilitar el “orgullo y el ego” de los detenidos. Al modo de nuestros contratos de salud prepagada las guías de los sádicos buscaban identificar qué tipo de lesiones se pueden causar en busca de la “verdad”, sin que la insistencia se convierta en maltrato.
La reunión gremial terminó con un cisma que amenaza al ejército norteamericano con una escasez de doctores con agallas y espinas. El doctor Steven Reisner, hijo de un sobreviviente del holocausto, decidió liderar una coalición disidente. Cuando los alarmados coroneles del ejercito gritaban: “Si retiramos a los psicólogos de estas instalaciones, ¡va a morir gente!”; la respuesta del bando contrario a la gradación milimetrada del alicate se hacía oír: “Si hacen falta psicólogos allí para que los detenidos no acaben muertos, entonces las condiciones son tan horrendas que lo único ético y moral que se puede hacer es protestar contra ello saliendo de allí”. Se dejaron de pagar cuotas de sostenimiento, miembros ilustres devolvieron sus medallas y luego de algunos meses los diecinueve métodos de interrogatorio fueron proscritos por la asociación. Ahora Reisner es el más firme candidato para las elecciones de octubre que definirán el presidente de la APA y pretende evitar que sus colegas puedan ver a dos clases de hombres: los pacientes y los detenidos. Hace poco un funcionario del Pentágono aseguraba que su personal de psiquiatras y psicólogos “no violaban las normas éticas porque no trataban pacientes, sino que solo actuaban como científicos conductistas, asumiendo el carácter de interrogadores de los detenidos.”
Un magistrado en tierras bárbaras, un hombre obligado a juzgar lo que para todos parecen prácticas comunes, rutinas viciadas y necesarias, se pregunta en una novela de J.M. Coetzee asuntos parecidos a los que el inquietante psicoanalista Steven Reisner se pregunta en Nueva York: “…qué sentiría la primera vez que lo invitaron como aprendiz a retorcer los alicates o apretar las tuercas o hacer lo que tengan por costumbre: ¿se estremeció siquiera ligeramente al saber que estaba traspasando el límite de lo prohibido? Me pregunto también si tendrá un ritual de purificación personal, llevado a cabo en secreto, que le permite regresar a compartir la mesa con otros hombres. ¿O acaso el Departamento ha creado una clase nueva de hombres que pueden pasar sin inmutarse de un mundo sucio a otro limpio”.

sábado, 7 de junio de 2008

Inventores de persecuciones





Los demagogos son siempre maestros del miedo y el juicio elemental, intuyen una reacción primaria y se dedican a alentarla con advertencias sombrías y juegos de remordimiento. Argumentan detrás de la ventanita del confesionario y prometen milagros o plagas. Las reuniones de padres de familia son su más grande inspiración y les encanta el tono de reproche definitivo de los curas y los médicos. Su imaginación está dirigida sobre todo al sometimiento de lo que consideran desordenes insoportables. Las prohibiciones son su única moneda de uso y la policía su primer recurso.

El congreso y los concejos municipales están plagados de estos inventores de persecuciones, vendedores de salvaguardas y técnicos en el manejo de prejuicios. En la última semana aparecieron dos ejemplares que a pesar de lo abundantes vale la pena reseñar.

La primera trabaja en el Congreso de la República, se llama Gina Parodi y, cómo no, tiene en su cartera un proyecto de ley para proteger a los niños. Quiere prohibir en toda Colombia la venta de pólvora y dejar su uso en manos de profesionales. O sea en poder de algún centro comercial y de uno que otro alcalde con necesidad de estruendos. La senadora descalifica el proyecto de su colega Venus Albeiro Silva, quien busca que la pólvora se venda de manera regulada como se hace en algunos municipios del país, porque supuestamente lleva detrás los votos y la plata del gremio polvorero. En cambio lo suyo es una lucha por los niños, que no tienen plata ni ponen votos. Efectismo burdo y populista, chispitas mariposa para seguir el camino de los sondeos de opinión. Un buen ejemplo de cómo la supuesta causa más noble resulta más torpe y más interesada. Por mi parte prefiero al político que usa a los dueños de la pólvora negra que al que se beneficia del miedo de los padres y las llagas de los quemados.

Siempre he comprado pólvora en medio de azares y susurros, con las precauciones del traficante, y por qué no decirlo, con su cinismo frente a la prohibición. Pero no se alarmen, ha sido simplemente para acompañar globos y buñuelos. En los primeros diciembres la compraba en una ventana que decía vender cremas y que era atendida por alias el poeta. Luego en una legumbrera de renombre, los tacos entre las arracachas y las luces acompañadas de los espárragos. Más tarde en una fonda en la que encimaban la gruesa de papeletas por la compra de una botella de aguardiente.

Según mi experiencia la prohibición de la pólvora ha servido para que sus vendedores la arrumen en la trastienda y guarden sus existencias a unas cuadras de la ventana de expendio, en la casa de la suegra por decir algo; y para que los policías consigan el aguinaldito. Al final, en la noche, un traqueteo universal se encarga de acompañar la farsa. Y en la mañana un jefe de estación ahoga el remanente de voladores en unas canecas con agua, frente a las cámaras y las leyendas de la navidad segura.

El segundo ejemplar se llama Carlos Orlando Ferreira, representa a Cambio Radical, se sienta en el concejo de Bogotá y acaba de presentar un proyecto de ley para "garantizar la asistencia a clase de los estudiantes del Distrito". Propone el intuitivo concejal que los estudiantes sorprendidos por fuera de la clase de comportamiento y salud, por decir algo, sean conducidos a una comisaría de menores. No llega a proponer los trabajos forzados por reprobar educación física porque no ha madurado su iniciativa. Entregar las potestades de profesores y rectores a los policías es sin duda un despropósito, sobre todo sabiendo lo que se puede aprender en una comisaría de menores. Pero la disciplina y la rigurosidad enfrentadas a los vicios de la calle y las maquinitas en las esquinas, pueden formar un estribillo vendedor, un remedio atractivo contra la insolencia.

Es muy posible que los legisladores no se arriesguen a negar las propuestas purificadoras, saben muy bien que es más fácil acogerse a las mayorías temerosas y llamar a la policía que intentar una explicación en forma de discurso. Temen contradecir el sin sentido común. Y conocen la frase de Christopher Hitchens: "La gente como masa o conjunto tiene muy a menudo una inteligencia inferior a la de sus partes integrantes. De no ser así la palabra demagogia no tendría ningún sentido".

martes, 3 de junio de 2008

Combate olímpico




El medallero olímpico ha sido siempre un tablero privilegiado y sencillo para los alardes políticos, un argumento de propaganda que termina con un balcón presidencial como el punto más alto del podio. Aunque parezca increíble, la oportuna sacudida de un yudoca puede ser más efectiva que los informes del Banco Mundial. No en vano la Unión Soviética y los Estados Unidos llegaron a extremos ridículos en su competencia por las medallas de cinco anillos: las gimnastas eran tratadas como un gabinete estratégico y los boxeadores tenían los delirios megalomaníacos de los héroes de guerra. Un economista chileno al que le dio por cotejar los indicadores de desarrollo con el número de medallas confirma en tono académico el innegable poder político de los que llevan la marca de citius, altius, fortius: “El deporte en el ámbito internacional es utilizado subjetivamente por los ciudadanos como una medida del desarrollo de su país y como una fuente de autoestima”.
Aprovechando el antagonismo oficial entre Venezuela y Colombia y el calificativo de púgiles que la prensa ha entregado con largueza a los presidentes Chávez y Uribe, se me antojo dar un vistazo a nuestras posiciones en el cuadro general de medallería y a las posibilidades de las banderas tricolores en Beijing. La verdad es que los logros olímpicos de Miraflores y la Casa de Nariño son bien parejos: dos bronces venidos desde Atenas nos obligaron a compartir el puesto 69 y las pesas como uno de los deportes que lograron metal. Venezuela salió de un ayuno de 20 años sin himno en los olímpicos y nosotros confirmamos que sin damas no hay paraíso: desde la medalla de Eliécer Julio en Seúl 88 los hombres se han venido en blanco.
En el escalafón de todos los tiempos la República Bolivariana tiene el mismo oro solitario de Colombia, la misma pareja de plata y 7 bronces que le sirven para estar un escalón y una medalla por encima nuestro. El boxeo ha sido el deporte con más éxitos olímpicos para los dos países, lo que demuestra que los lustrabotas y los vendedores de pescado son la mayor gloria de nuestros pueblos. Y los puños su única salida.
El empate técnico termina cuando miramos hacia China. Hugo Chávez acaba de condecorar a los 102 deportistas que han clasificado hasta ahora para representar a Venezuela en Beijing. En cuatro años logró algo más que duplicar el número de embajadores olímpicos: “Venezuela va a ser una potencia deportiva mundial con el apoyo del pueblo y el Gobierno revolucionario. Estamos comenzando a brillar en el mundo”, dijo el Teniente Coronel vestido con el uniforme oficial de su legión deportiva. Luego “encadenó” los canales de televisión para que transmitieran el acto sí o sí y soltó su andanada de costumbre: “Lamentablemente los grandes medios de comunicación no le dan la importancia que tienen las jornadas que ustedes están conduciendo y los éxitos y triunfos que están logrando (…), por mezquindad. Son mezquinos con Venezuela, porque no tienen orgullo patrio”. Tal vez el único rasgo positivo de la cubanización que sufre el país vecino sea el swing que dejan los más de 6000 instructores y técnicos isleños en los movimientos de sus deportistas. Chávez juega a la grandilocuencia deportiva y la sustenta con dólares de sobra. Mientras Colombia gastó 4,7 millones en preparar todo su ciclo olímpico, el gobierno rojo, rojito invirtió más de 8 millones solo en becas para sus deportistas de alto rendimiento. Más incentivos, pago de entrenadores, millones para las ligas, centros de alto rendimiento, fogueos internacionales y un largo etcétera que elevó a 400 millones de dólares el presupuesto del Instituto Nacional del Deporte en 2005. Y no hay duda de que el vil metal sirve para atraer los metales nobles. Venezuela es el décimo quinto país del mundo en la relación entre deportistas olímpicos por número de habitantes.
Por el lado colombiano también aparecieron las declaraciones presidenciales sobre la confianza y la autoestima que entregan los deportistas. Pero nuestros números están lejos de los de Venezuela. Hasta hoy Colombia ha clasificado 65 atletas para los olímpicos, apenas 10 más que los que viajaron a Atenas. Sin embargo nuestras 14 medallas de oro en los Panamericanos de Río 2007 contra las 10 Venezolanas, pueden significar que tenemos más madera de finalistas y que el centenar largo de Chávez es apenas una fanfarronada de décimos lugares. Solo algo es seguro: el boxeo, la lucha y el taekwondo definirán el ganador del duelo deportivo entre los dos combatientes suramericanos.