viernes, 29 de agosto de 2008

Lectores hiperactivos





Durante buena parte de los siglos XVII y XVIII los pintores europeos se encargaron de encerrar en sus lienzos a lectores silenciosos y solemnes, vestidos con sombrero y amplias mangas, rodeados de una sagrada quietud. Lectores que según las palabras de George Steiner se preparaban para un encuentro “cortés, casi cortesano, entre una persona privada y uno de esos invitados importantes cuya entrada en la casa de los mortales” constituye una ocasión especial. Como el cabalista el lector descrito por Steiner buscaba “la llama del espíritu” entre los papeles sobre su mesa.
Desde hace unos años algunos intelectuales han comenzado a hablar de esa lectura digna del retrato de interiores como una costumbre en vía de extinción. Un aumento en el precio del silencio y la soledad la hacen cada vez más difícil. Para Steiner, las sencillas rutinas del teléfono o las manías adolescentes que obligan a leer mientras un audífono hace de segunda voz, son suficientes para que la lectura de las grandes obras sea cada día un desafío más difícil para los humanos, un reto para el que solo están preparados unos pocos. Así que leer Guerra y paz o La montaña mágica se convierte en una hazaña tan difícil como escalar las cumbres más altas del planeta.
Hace unos meses Nicholas Carr, un intelectual experto en temas de tecnología y cultura, se atrevió a ir un paso más allá en la pregunta por las habilidades y las carencias del lector actual: un hombre al que no ilumina la ventana que iluminaba al lector en los cuadros de hace 200 años sino simplemente la pantalla de su PC. Carr no habla de pequeñas distracciones ni de las conexiones que hemos perdido con sensibilidades de otros tiempos sino de una especie de atrofia mental. Sus palabras son interesantes porque no podrán ser interpretadas como la salmodia del nostálgico que quiere defender su manera de entender la inteligencia y la cultura. Él mismo se declara atrofiado y dice extrañar sus antiguas habilidades: “La mera narrativa o los giros de los acontecimientos cautivaban mi mente y pasaba horas paseando por largos pasajes de prosa. Sin embargo, eso ya no me ocurre. Resulta que ahora, por el contrario, mi concentración se pierde tras leer apenas dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer… En dos palabras, la lectura profunda, que solía ser fácil, se ha vuelto una lucha.” Según su texto, que pregunta si Google nos está volviendo estúpidos, el cerebro de quienes nos dedicamos a hacer click comienza a hacer crac. La sobre carga de información y el llamado permanente de esa biblioteca de fragmentos en la red, nos privan cada día de las “vibraciones y las resonancias intelectuales” que solo proporciona la lectura silenciosa de las profundidades, el ejercicio solitario del buzo con oxigeno suficiente para las largas exploraciones. Al igual que el erudito al que se refiere Marcel Proust en Sobre la lectura, el pescador de Internet cambia la “actividad original” de su mente por el orgullo de traer la información en su memoria, sea artificial o cultivada.
Desde hace un tiempo comparto la preocupación de Nicholas Carr y extraño las largas tardes de un solo libro, la amistad con el escritor de una novela que nos regala dos meses de su tiempo. “Con estos amigos, si pasamos la velada en su compañía, es porque realmente nos apetece”.
Al igual que los monjes de El nombre de la rosa que se envenenan con la tinta al pasar las páginas de un libro con atractivos y secretos ineludibles, parece que nos envenenamos día a día poniendo los dedos sobre estas teclas. Como evitarlo, si visité más a Google que a mi biblioteca para escribir esta página.

jueves, 28 de agosto de 2008

Guardianes de la bahía




Lo primero es un clima de recelos tan pegajoso como la humedad ambiente. Los negros se guardan las palabras, le esconden el camino corto al colono, hacen negocios cifrados bajo el patrón oro que impone el galón de gasolina y responden con un monosílabo a las preguntas viejas de los militares. Parece que entre todos hubiera un secreto que se debe cuidar del oído curioso del recién llegado. Los uniformados por su parte sólo confían en los mensajes que les entrega el celular y en sus bitácoras escolares, llenas de horas exactas y nombres cambiados. Los cholos ni hablar, ni siquiera durante sus tardes de alcohol sueltan la lengua. Y los colonos mienten por deporte, alardean y señalan mientras van cobrando por sus servicios. Así que todo el mundo camina despacio, esquivando las supuestas espinas regadas aquí y allá.
En el medio de las desconfianzas se mueve Ovidio, un antiguo mesero de mafiosos convertido en operador turístico, una especie de megáfono ambulante que da vueltas por el pueblo gritando en todas las esquinas. Trae las flores para el matrimonio del juez, los dos solomitos que mandan de Medellín para engolosinar al coronel y un par de razones para los trabajadores de la empresa de energía. Habla por todos los silenciosos que viven en el pueblo y sus alrededores. En su boca nos llega la noticia que más tarde nos contarán desde todas las orillas: “Vamos rápido por la gasolina que está escasa. Usted sabe como está esto aquí, desde que aparezcan esas pacas flotando la gasolina se evapora”. Las pacas con cocaína se han convertido en el gran botín de la bahía, una pesca milagrosa que ha reemplazado la paciencia de la pesca de todos los días. La Armada voltea una lancha y los kilos flotan en busca de un alma caritativa que los devuelva a sus dueños a cambio de unos millones, no dan visos plateados como el atún pero están en los sueños de todo el que tiene una panga o un remo o un motor. Unos galones de gasolina son la boleta para entrar a la rifa mensual.
En todas las conversaciones sale a flote el espejismo de las pacas. Los negros se ríen de sus excursiones sin anzuelos, arman teorías inflacionarias alrededor de los cardúmenes de coca, describen los secaderos artesanales para dejar la mercancía como nueva, recuerdan las fiestas eternas de los recién enguacados. Los turistas vigilan las ballenas y los nativos les señalan hallazgos más provechosos.
En la playa, olvidados del sueño de todas las pescas, llega el momento para entretenerse con las rutinas de cangrejos de los soldados. Diez regulares han sido designados para rondar la casa de los turistas. Se aburren con sus tareas cercanas a la vigilancia privada. Su batería funciona en coordinación con la de su teléfono celular. Vienen, dejan cargando el aparatico de sus amores, sueltan las gracias, dan una ronda, vuelven a recoger el tesoro de sus mensajes, dejan las gracias. Todos dicen preferir su guerra de moscos y modorra a la versión más animada que se libra en la costa más al norte, cerca de Panamá. Cuando vencen su timidez de niños haciendo en mandado hablan de los kilos, el tema de todos, mencionan la tarifa vigente para sus posibles suertes de encallados. Nadie se asoma a su pequeño reality de playa baja. Los nativos los miran con indiferencia y los espantan como si fueran cigarras. “Yo no los reconozco, todos tienen la misma cara”, dice la negra desde la atalaya de su cocina.
Mientras los hongos crecen en el monte, rojos, exhibiendo las alarmas de su veneno, vemos el avión del embajador gringo despedirse con su trueno. Desde el aire le señalan las coordenadas de la DEA, más sofisticadas y más inútiles que el libro de visitas de los militares rasos.

viernes, 22 de agosto de 2008

Colectas públicas

La financiación de las campañas electorales es el primer acto de gobierno al que se enfrentan los candidatos, un ejercicio en el que los políticos juegan a equilibristas mientras derrochan la simpatía y la estrategia del dueño del casino. Las cuentas de campaña se arruman en la trastienda de los discursos y ensucian todo con sus números rojos y su papel carbón. Hojas y hojas de donantes se encargan de formar un catálogo de intenciones, un mapa a contraluz de los posibles rumbos del posible elegido. Los grandes contribuyentes saben que en política la mano estirada en el presente es sinónimo de mano tendida en el futuro.
En la carrera electoral norte americana Barack Obama marcó el primer paso en su aspiración y su necesidad de mostrarse como un político por fuera del ya trillado circuito de intereses. Primero se negó a utilizar los recursos públicos asignados a su campaña y luego vetó la generosidad de los grupos de lobistas y los comités de acción política. Calculadores entre los calculadores y campeones a la hora de exhibir cuentas de cobro. Obama quiere mostrar que ha cortado los hilos de los grandes titiriteros. La columna que agrupa a los ejecutivos de las grandes empresas muestra un candidato orgulloso de sus cuentas magras. Del bolsillo de los directores ejecutivos de las 100 empresas más grandes de los Estados Unidos ha salido 10 veces más dinero para la colecta de Jhon McCain que para la de Barack Obama. Dicen que los discursos de McCain guardan recompensas suculentas en ahorro de impuestos. Sólo las 8 empresas más grandes de EE.UU dejarán de pagar 1000 millones de dólares por año si el candidato de los republicanos cumple sus ofertas como posible regidor de la gran mesa de apuestas.
Pero será difícil que Barack Obama pueda mostrar la inocencia del asceta, también él debe ponerle límites a su independencia para no terminar en un pulcro segundo lugar. Las pequeñas donaciones conseguidas por Internet alcanzaron su pico en junio y ahora son menuda insuficiente. Se estancó su número en las encuestas y su cuenta de ahorros nutrida por entusiastas anónimos. Es hora de volver al cauce de los donantes con mejores rendimientos y peores intenciones. La publicidad de la convención demócrata muestra las encrucijadas ineludibles de la democracia que necesita un show al estilo Broadway. Todos los invitados recibirán un bolso con estos garabatos en el frente: AT&T. Los críticos de Obama dicen que eso tiene su precio. El senador de Illinois se opuso siempre a conceder inmunidad retroactiva a las empresas de comunicaciones por haber espiado a ciudadanos estadounidenses, ahora Obama ha cambiado de parecer y el papel picado para su consagración demócrata está listo. Las convenciones son una pequeña excepción en las reglas electorales en Estados Unidos y los dos candidatos han aprovechado y se han dejado aprovechar de sus patrocinadores. No es posible decirle no a un “comité anfitrión”.
Los militares gringos en el exterior han dado una de las sorpresas en materia de limosnas, atenciones, cortesías o pagos por ver. Luego de dos campañas donde los Republicanos conservaron la tendencia histórica y fueron los favoritos de los uniformados, Obama ha logrado un triunfo de pocos pesos pero muchos puntos. Las donaciones de los soldados en acción fuera de la USA marcan 6 a 1 a favor de Obama. Los soldados prefieren la promesa del fin de la guerra a la combatividad del héroe de guerra. Las donaciones son en últimas las encuestas de los más interesados.
La vergüenza de los norteamericanos después de Bush marca mi último dato de contabilidad. Saben que el mundo ha comenzado a considerarlos débiles mentales en materia electoral. Necesitan demostrar que son osados y están libres de las confusiones que dejó el 11S. Los “extranjeros” en Francia, Inglaterra y Alemania han donado 10 veces más por Obama que por McCain. Pero la última encuesta a nivel nacional dice que la plata no lo es todo. Y el pobre McCain va por delante.

martes, 19 de agosto de 2008

Policías utópicos





Usar la razón contra las razones de un policía es un ejercicio dialéctico de dudosa utilidad. La discusión termina casi siempre en el baño de un CAI en condiciones de franca inferioridad argumentativa. Se pierde el tiempo y la paciencia y se arriesgan las piezas dentales. Los prejuicios insalvables son necesarios para la aplicación de algunos códigos y sirven como estrellas en los hombros de los oficiales. Es lógico, entonces, que Uribe haya elegido al “mejor policía del mundo” como nuestro embajador en Viena, sede de la oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito. El General Serrano aseguraba la postura inquebrantable del cruzado, la certeza invencible que entregan el uniforme y los años de jugar al agente del bien. Y sin embargo parece que la corbata y la terquedad de los hechos han comenzado a confundir al embajador.
En una reciente entrevista con María Isabel Rueda, al ser preguntado por la legalización de las drogas, el General respondió con palabras inquietantes: “Creo que eso es una utopía. No lo veo posible. Aquí en Europa en los años que llevo en reuniones, en seminarios, nadie se atreve a poner el tema”. Mientras que para el presidente Álvaro Uribe la simple despenalización de la dosis mínima se ha convertido en una obsesión, un despropósito libertario, una negligencia burguesa, un peligro para la juventud y una contradicción evidente frente a nuestras batallas contra el narcotráfico; para su embajador en Viena le legalización es una utopía sin mucho eco, una idea para la que faltan defensores arriesgados. Uno se va al diccionario para entender las declaraciones de Serrano, porque los policías son amigos íntimos de la literalidad, y se encuentra con una definición de utopía que convierte al embajador en un frustrado activista por la legalización: “Nombre de un libro de Tomás Moro, que ha pasado a designar cualquier idea o plan muy halagüeño o muy bueno, pero irrealizable”.
Cada vez es más normal que en el tema de la lucha contra las drogas los políticos tengan posiciones más inflexibles y más lejanas de la realidad que los mismísimos policías. Hace unos años Inglaterra cambió la calificación de la marihuana en su escala de sustancias ilegales para impedir que los portadores de un calillo tuvieran que enfrentarse al aparato criminal. Un comité de expertos, del que hacen parte policías activos y retirados, recomendó la medida y el gobierno de Blair y la Cámara de los Comunes la aprobaron. Los policías pensaban más en la inutilidad de su función y la pérdida de tiempo en tareas burocráticas que en los derechos de los consumidores. Un jefe de policía atípico en el conflictivo barrio londinense de Brixton había mostrado el camino unos años antes. Decidió tratar a los marihuanos de esquina con una simple advertencia verbal y se dedicó a enfrentar los atracos y la violencia. Muy pronto logró mejorar los índices delictivos de la zona a su cargo. Sin embargo, el gobierno de Gordon Brown ha decidido que es hora de volver a situar a la marihuana en una escala que permita perseguir a sus portadores como delincuentes. No importa que la junta de expertos haya considerado la decisión como un paso atrás. La gritería contra la marihuana de algunos tabloides sensacionalistas llevó al gobierno laborista al pánico ante un posible linchamiento moral: los políticos le tienen pavor al miedo de los padres de familia. Los policías saben que de nuevo llegó la hora de perseguir a basquetbolistas volando y a patinadores livianos. Si se lo toman en serio pueden alcanzar el ridículo éxito de los gringos contra la marihuana: 750 mil detenidos en un año por el simple hecho de llevar unos gramos mientras su cosecha de cannabis se ha convertido en la más importante del país en términos económicos.
Los policías españoles han resultado un poco más utópicos que el general Serrano. Un reciente test antidrogas al que fueron sometidos los futuros patrulleros en la escuela de Ávila, en Madrid, resultó positivo para el 20% de los “encuestados”. Un bonito ejemplo de convivencia entre policías y ciudadanos bajo un mismo humo.

viernes, 15 de agosto de 2008

Satélite fuera de órbita





A comienzos del siglo XX Tiflis era un pintoresco remedo de las ciudades Europeas, un pequeño escaparate perdido en el Cáucaso, lleno de “cristales en las vitrinas, tranvías, café-conciertos, señoras y caballeros en traje europeo…una ciudad moderna y comerciante” con intensiones cosmopolitas. Según Knut Hamsun, que la incluyó en su itinerario por el país de los cuentos, sólo el barrio asiático la salvaba de sus rutinas burguesas. Un barrio adormecido en el que los sastres y los zapateros trabajaban con sus espadas al cinto, los perros hacían la siesta en lujosos tapetes persas y todos los pueblos de oriente mostraban sus mercancías: “georgianos, montañeses, tribus uralaltaicas, tártaros de toda clase, indoeuropeos, como persas, kurdos y armenios, gente procedente de Arabia o del norte de Turkestán, desde la Palestina hasta el Tibet”.
En esa misma Tiflis con visos orientales trabajó un zapatero que marcaría con su martillo la historia de Georgia. Visarión Dzhugashvili, el padre de Stalín, debió abandonar su taller en Gori para incorporarse a una fábrica de calzado en la capital georgiana. Durante la visita de Hamsun a Tiflis en 1903, Stalín ya había sido expulsado del seminario ortodoxo y dedicaba sus días al encono de sus odios en Siberia. Durante años Tiflis fue el centro de operaciones de Lavrenti Beria, meticuloso ejecutor de las purgas estalinistas, director del Comisariado del pueblo para asuntos internos, según los inofensivos organigramas soviéticos. No es extraño entonces que luego de la caída de la URSS Tiflis se haya convertido en el archivador negro del comunismo ruso. Cuando se abrieron las puertas de los sótanos oficiales los investigadores encontraron un registro detallado de todos los procedimientos. Donald Rayfield, biógrafo de Stalin y uno de los primeros en enfrentarse a las montañas de papeles apolillados, habló del hallazgo con fascinación y escalofríos: “Lo cierto es que esos documentos son impresionantes: listas minuciosas de los millones de personas que fueron fusiladas. Se ven las firmas de Molotov, del propio Stalín, una serie de fichas que confeccionaban con la fecha de nacimiento, foto y otros datos de las víctimas. Unas instrucciones precisas de lo que había que hacer antes de fusilarlas, acerca de la comprobación fehaciente de su identidad, del tiro en la nuca que había que darles…”
Conociendo los lazos de horror que unen a Rusia y Georgia parece increíble que el presidente Mijaíl Saakashvili se haya atrevido a retar a un ex-agente de la KGB. Parece que Saakashvili, que logró el poder a los 36 años y se doctoró en la universidad George Washington en Estados Unidos, viviera más en la Tiflis de principios del siglo XX que adoraba la lucha de los héroes montañeses por la independencia y al mismo tiempo pretendía ser una pequeña copia de los países europeos. El Cáucaso podrá jugar al idealismo de las revoluciones pacíficas y privatizar las empresas del Estado pero nunca podrá olvidar la órbita rusa. Saakashvili se reía de las intensiones separatistas diciendo que podían llamarse el imperio de Osetia del Sur si eso los tranquilizaba, pero que tenían que dejar de ser “moneda de cambio” en el juego de apuestas de Rusia. Muy pronto se demostró que las revoluciones pacíficas pueden nublar la vista y ser un camino hacia las aventuras alocadas. Muchos georgianos deben pensar hoy en día que era mejor un líder corrupto con los pies en la tierra, como Eduard Shevardnadze, que un abanderado con aires virtuosos y con la osadía del jugador que pone todas las fichas sobre el número de sus pronósticos.

martes, 12 de agosto de 2008

Reliquias y basurales





Arañar la tierra es siempre una apuesta riesgosa. La diferencia entre los tesoros que acaricia la brocha del arqueólogo y la basura que remueven las retroexcavadoras es sutil en la mayoría de los casos. Las ciudades se estremecen cada que los constructores hacen su trabajo de psiquiatras levantando capas de asfalto, abriendo huecos, guaqueando para levantar sus torres prometidas. Sólo Las Vegas respira tranquila, no tiene pasado que mostrar ni huesos que esconder, sólo polvo y alacranes debajo de su pomposa utilería.
Hace unas semanas Budapest descubrió un hermoso recuerdo británico en las bases de un edificio menor. Una bomba de 2000 kilos dormida desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, olvidada como un vulgar calentador de agua en el subsuelo de un restaurante en ruinas. Los bombardeos volvieron a los noticieros de televisión y algunos viejos recordaron con orgullo el pánico bajo los aviones. La ciudad volvió a mirar su cielo de humo luego del hallazgo de los obreros.
Los británicos también tuvieron hace poco noticias desenterradas, crónicas de ultratumba salidas de un famoso orfanato en la isla de Jersey. Sesenta y cinco dientes de leche enterrados en un sótano fueron suficientes para poner a temblar a la isla grande, a la dura madrastra de Jersey. Los masoquistas salieron a alquilar películas de terror olvidadas mientras los padres temerosos protegían a sus hijos de las sombras de los noticieros de la noche. Se dirá que son iguales los huesos nobles del cazador, negros al lado de sus puntas de piedra, y los huesos rotos de la víctima reciente, todavía calzando sus zapatos de oferta. Pero no, siempre será mejor la brutalidad del paleolítico que la del vecino. Por eso nadie tembló en Usme cuando aparecieron 1500 tumbas Muiscas sobre lo que iba a ser una colmena de viviendas populares. El asunto no era para alarmarse. Simplemente cambiará el nombre de letras doradas sobre la portería de la urbanización. Y vendrán los vendedores de plumas y cascabeles a gastar sus energías.
También son normales los arrebatos de nostalgia luego del estruendo de los martillos neumáticos. Porque hay ciudades lloronas por naturaleza. Hace unos años, en Medellín, se encontraron un par de pedazos de los rieles del tranvía. Lo que era un tesoro merecido para algún chatarrero fue tratado con la devoción justa para una reliquia. Faltó poco para una misa destinada a bendecir los restos. Los señores lloraban en las cantinas y las postales del tranvía eléctrico se agotaron. Las capas de asfalto tienen la virtud de convertir en venerable todo lo que cubren.
Los restos bajo nuestros desvelos de hoy son también una fuente inagotable para los supersticiosos. Debajo del nuevo estadio del Lille francés se encontró una ciudadela del siglo XVII. Ahora los hinchas van a fútbol con la convicción de los peregrinos y las tribunas invocan a los héroes de alguna guerra primitiva.
En España las cloacas romanas se han convertido en el terror de los constructores. No se puede arreglar un tubo porque aparece un sumidero romano. Se cubre con un vidrio, se ilumina y la gente camina mirando la majestad del antiguo desagüe. En otros tiempos las ruinas de mármol de los teatros romanos se utilizaban como canteras. Filas de picapedreros ante las columnas.
Como los pintores pobres las ciudades van cubriendo su tela con un embeleco sobre otro. Casi siempre cometiendo errores, como Van Gogh, tapando el retrato de una mujer enigmática con un desabrido Parche de hierba.

viernes, 8 de agosto de 2008

Histeria patria




El congreso colombiano tiene la particular condición de ser sórdido y ridículo al mismo tiempo. Algunos de sus miembros son capaces de defenderse de la sindicación de ser socios de votos, plata y puestos de las cuadrillas paramilitares en las regiones, mientras en sus ratos libres se dedican a redactar manuales de prefecto de disciplina para todo el país. Luego de debatir las pesadillas del brazo armado del congreso, se consagran a construir sueños cívicos y a redactar el código de las buenas maneras ciudadanas.
Oscar Josué Reyes, senador del partido Convergencia Ciudadana, es el último de los ponentes que se debate entre las aguas turbias y los vientos fervorosos del patriotismo. El hombre, que sacó cincuenta y cinco mil votos en Santander, acaba de radicar un proyecto de ley para que todos los colombianos, al oír las notas del himno nacional, adoptemos la postura marcial que acostumbra el presidente Álvaro Uribe cuando se oye el canto del regenerador. Cada que alguien menciona la palabra civismo es necesario temblar o sacar una espada burlona contra el cepo de los solemnes.
El patriotismo es un fervor cuasi religioso para el que cada ciudadano tiene la potestad de escoger su grado de devoción. Sólo los estados totalitarios intentan que sus naturales respondan según la uniformidad del cuartel. "Lo que queremos es que todos los colombianos se pongan firmes y lleven sus manos al pecho como lo hacen algunos jugadores de fútbol y como lo hace el Presidente, la idea es uniformarlos porque no se ve bonito eso". Pero el senador no se conforma con corregir la postura del país entero por medio de una ley, como si fuera un coreógrafo universal o un fotógrafo de pueblo, pretende además que adoptemos el semblante de patriota de postín del presidente Álvaro Uribe. Como si el jefe del ejecutivo fuera el Papa supremo de una especie de religión patriótica y los ciudadanos simples fieles obligados a seguir sus tics como quien sigue ademanes sublimes. Sabiendo que el senador Oscar Reyes comparte partido con el general Rito Alejo del Río, el asunto pierde gracia y toma visos macabros.
Alguien debería mostrarle al senador las fotos de los estadios alemanes durante el apogeo de Hitler: esas sublimes escenas de uniformidad, ese orden que sobrecoge. Hasta hace poco los alemanes no se atrevían siquiera a cantar el himno nacional, el remordimiento por los tiempos idos del nacionalismo criminal y el amor incondicional a la patria, les decía que era mejor el silencio, incluso la indiferencia, que la rigidez pavorosa del fervor patriótico.
Recuerdo que hace unos 25 años Alfredo Gutiérrez fue molido a planazos por oficiales de la PTJ venezolana y encalabozado durante tres días por atreverse a tocar con su acordeón las notas del himno “al bravo pueblo” de nuestros vecinos. Gutiérrez sólo intentaba un juego de hermandad colombo-venezolana pero a algunos solemnes les pareció un insulto. Del incidente sólo quedó la famosa canción Las tapas moradas, como testimonio de la defensa brutal de los símbolos patrios, de los desvaríos a los que puede llevar el civismo como imposición. Alfredo Gutiérrez todavía toca su acordeón nacional, con una bandera de Colombia que se arruga o se estira en el fuelle según el arrebato de sus canciones. Espero que el senador no lo denuncie por semejante desorden.
Es extraño que justo ahora, cuando Juanes y Shakira se han convertido en los más ilustres cantores de nuestro himno, el señor Oscar Reyes quiera exigirnos la solemnidad religiosa y ardor patriótico de subtenientes. Algo así como vestirse de frac para ir a un concierto carrilero.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Especie amenazada





He comenzado a ver las monjas con otros ojos. Los ojos cautivos del biólogo en busca de la especie amenazada. Me detengo cuando veo una pareja caminando a sobresaltos fuera de su hábitat. Imposible saber algo acerca de su alimentación o de sus gustos en las vitrinas, caminan lentas pero decididas a encontrar cuanto antes la fresca madriguera en la puerta lateral de alguna iglesia. Tienen algo de palomas pero no gastan su tiempo en revoloteos y desdeñan a los vendedores de crispetas. Aunque hablan entre arrullos como sus primas aladas.
En los primeros años escolares pude conocer de cerca algunos individuos de las subespecies teresiana y benedictina. Por mi corta experiencia diré que hay dos tipos de monjas: las que se comportan como madres universales y conservan la cualidad de la risa y las que asumen el papel de madrastras severas y pierden sus dientes para desarrollar una especie de pico amenazante.
España, donde están las más impresionantes pajareras, edificaciones que algunos llaman conventos y que brillan por sus silencio y su limpieza, ha comenzado a sufrir la extinción de sus religiosas. Abundan los conventos habitados por tres o cuatro monjas, palacios con una abeja reina y dos obreras que se arrinconan en un extremo del panal y rezan para alejar a los depredadores. En medio de la ciudad, la gran pajarera, el convento fabuloso, el panal abandonado es una especie de reliquia viviente. Con una boleta los turistas pueden incluso ver a las monjas en sus tareas, las últimas monjas en sus últimas tareas, porque su promedio de edad casi siempre supera los ochenta años. Muy pronto las monjas serán representadas por actrices para que los turistas puedan ver un mundo extinguido, como lo imaginó Proust en La muerte de las catedrales. En las ciudades es normal que los conventos se conviertan en hoteles y las monjas sean enviadas a morir en pajareras rurales un poco más pobladas. Para ellas ese traslado significa siempre un dolor: una necesidad biológica las llama a morir en el sitio escogido para su reclusión. Al igual que sucede con otras especies, América y África sirven como continentes proveedores de monjas para los complejos turísticos que han visto reducido su atractivo a un casco de ladrillo abandonado entre piedras y viento. Hace poco salió una buena embajada de especímenes guatemaltecos para regentar una hermosa pajarera de Agustinas en Levante. Las monjas también se encargarán de cuidar la desmemoria de algunos ancianos. Y la propia.
En España también es normal ver a las provincias y a los ayuntamientos peleando por el tesoro que ha dejado la clausura de algún convento. Hace 10 años los museos de Aragón y Cataluña se pelean las joyas del convento de Sijena. Tres años después de la muerte de la última monja se enteraron que el balancín y los adornos de la jaula no tenían dueño. Y vino la rapiña sobre el santo nido de las pobres monjas. En Italia el asunto ha sido más grave. Hace poco el Santo Padre, gavilán para los efectos, debió cerrar un convento en Bari porque las tres monjas que porfiaban entre sus muros habían entrado en discordias mayores. Seguro eran tres monjas de las de pico a cambio de sonrisa y dientes.
Para no ser olvidadas, 678 hermanas de Notre Dame que viven en conventos de Estados Unidos, han decidido participar en el más importante estudio sobre el Alzheimer. Las monjas, con hábitos, alimentación y rutinas muy similares, donarán sus cerebros al afán de los investigadores en aras de demostrar su buen corazón.
Cómo han cambiado los tiempos. Entre 1901 y 1903 vivió Juan Ramón Jiménez en un convento de monjas en Madrid. Dos años “de los más felices de mi vida”, dice el poeta y dedica algunos versos arrebatados a sus compañeras de celda: “Hermana Pilar, ¿tienes aún tan negros tus ojos? ¿Y tu boca tan fresca y tan roja? Y tus pechos... ¿cómo tienes los pechos? Ay, ¿te acuerdas cuando entrabas en las altas horas en mi cuarto, cuando me llamabas como una madre, cuando me reñías como a un niño?”. Lástima que estemos en los tiempos de la extinción y del bisturí de los neurólogos.

viernes, 1 de agosto de 2008

Calculada indignación





Colombia lleva veinticinco años repitiendo su lamento por el estigma del narcotráfico sobre el honor de su escudo y la espalda de sus embajadores, sus turistas y sus emigrantes. La indignación se renueva con el estreno de cada película con exportadores como protagonistas, con el gesto burlón en la nariz de una celebridad o con una canción donde la cocaína y Colombia comparten estrofa. Es normal entonces ver al Canciller colombiano argumentando contra la maldad de un coro contagioso.
Tarde que temprano la conciencia llorona de ser víctima se convierte en resentimiento y torpeza. Así que al estigma de narcotraficantes que nos llega desde afuera hemos comenzado a responder con el estigma de drogadictos para quienes nos visitan. Hace una semana el Canal Caracol presentó con los bombos del suspenso y los platillos del escándalo un informe especial titulado “La ruta del vicio ¿un plan turístico?”. El tono era de fingida sorpresa y de permanente condena moral. Todos los visitantes se convertían en sospechosos de aprovechar nuestras desgracias para encontrar unas vacaciones excitantes. En un extremo estaban los periodistas como guardianes del dolor nacional y en el otro los drogadictos extranjeros como una horda frívola e inconsciente. Un aire de xenofobia alimentaba las pretensiones del gran descubrimiento periodístico. “Hemos comprobado que muchos turistas vienen atraídos por los procesos de producción de cocaína y, como no, por el producto mismo”. Los locutores se dolían de las preferencias de los extranjeros por las cocinas de coca y su desdén por los trapiches o los beneficiaderos de café.
La gran primicia del Canal Caracol tiene treinta años largos de historia. Durante su viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta en los años setentas, el antropólogo británico Wade Davis describe con naturalidad a los turistas en busca de la gastronomía local: “Aquí vienen muchos tipos raros cuando caen en la cuenta de que pueden volar a Colombia por el precio de un par de gramos de coca en Estados Unidos.” El punto más alto del prejuicio contra los extranjeros alentado por la primicia de Caracol se presentó en 1995 con la muerte del italiano Giacomo Turra. La justicia militar colombiana habló de sobredosis mientras la demanda interpuesta ante la Corte Interamericana prefiere la hipótesis de una sobredosis de palo de los policías que lo atendieron. Además de insensibles los drogadictos extranjeros resultaron delicados.
Es lógico que el efectismo del especial de Caracol TV convenza a una tropa de gazmoños militantes y a un club de madres de familia atemorizadas. Y que algunos taxistas coléricos se sumen a esa bonita cruzada. Y tristemente, es lógico que Álvaro Uribe ejercite su populismo santurrón y frunza el ceño ante semejantes evidencias. A propósito del programa el presidente habló de sus preocupaciones como padre de familia y aprovechó para impulsar su quinto intentó de penalización a la dosis mínima. En ocasiones uno quisiera que Álvaro Uribe abdicara de su trono de padre inflexible -el preferido de sus papeles- y fingiera ser un presidente con niveles de raciocinio más complejos a los habituales en las juntas escolares. Es muy triste que el presidente haya escogido el más sensible de los problemas nacionales para el más barato de sus proselitismos. Mientras parece que por fin el congreso de Estados Unidos debatirá un asunto cercano a la despenalización, el “padre nuestro” anda diciendo que no penalizar a los consumidores de la dosis mínima es una “negligencia pequeño burguesa”. Y saber que es posible que falten seis años para zafarnos de su patria potestad. Será resignarnos en la compañía de un porro.