martes, 25 de mayo de 2010
Memoria electoral
La víspera de elecciones es siempre un escenario propicio para la amplificación de los males y los peligros. Los nervios logran que la desconfianza se convierta en paranoia y que la simple alarma por la derrota lleve al Apocalipsis. A la hecatombe, para que se entienda. Luego de las elecciones del 11 de marzo el Ministro del Interior se atrevió a decir que no había garantías para las presidenciales. El hecho de que el Registrador no fuera de su cuerda era suficiente para que Valencia Cossio hablara como un opositor tajante. Pero el gobierno no es el único en sufrir el síndrome traumático preelectoral. La alharaca despertada alrededor del mago J.J. Rendón también muestra la desmesura de las reacciones. Las fuerzas del mal encarnadas por un propagandista, un nigromante de la liderística. Bien merece el sarcasmo que le dedicó el bloguero Alejandro Peláez a la figura del médium venezolano: “El lado oscuro esta aquí, las flores se marchitan. Que susto.”
Tal vez una memoria sobre el ambiente de nuestras últimas vigilias electorales sirva como medida preventiva para calmar la desconfianza en nuestra democracia, para ahuyentar las teorías conspirativas y dormir tranquilos el sábado próximo. En últimas es mejor hablar de política con un optimista, con un ingenuo si se quiere, que con enfermo por la emoción de las conjuras y las maquinaciones.
Hace exactamente 20 años, una semana antes de las elecciones presidenciales que le dieron el triunfo a César Gaviria, las páginas de los periódicos no tenían espacio para ocuparse de los candidatos. La crónica roja del narcotráfico no daba opción. El domingo 20 de mayo se cerró con un carrobomba en el norte de Bogotá. El lunes fue asesinado el Senador Federico Estrada V. “Hay un plan para dañar las elecciones”, decía Maza Márquez. Para confirmar semejante revelación el jueves en la tarde estallaron 20 kilos de dinamita en Colmundo Radio en Medellín. El miércoles la explosión fue evitada por los escoltas de las nietas de Virgilio Barco en cercanías al colegio Helvetia en Bogotá. En la noche del mismo jueves un carrobomba en el Hotel Intercontinental de Medellín mató a 3 policías y una niña de 10 años. En 15 días de mayo fueron asesinados 31 policías en la capital antioqueña por sicarios que atendían a los ofrecimientos en efectivo por parte de Pablo Escobar. El viernes el turno fue para la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar: el ataque a una patrulla del ejército en Santander dejó 9 militares muertos. El estribillo del candidato triunfador decía “Bienvenidos al futuro” y más de 5 millones de colombianos metieron una papeleta de más como símbolo de esperanza y renovación.
En el 94 la diferencia de 19 mil votos en la primera vuelta hizo que la campaña tuviera como protagonistas a los narcos en un papel más constructivo. En el 98 la guerrilla era una fuerza suficiente para decidir la elección y los paras estaban dedicados a la economía y la burocracia en las regiones. Las elecciones regionales de octubre del 97 el Ministro de Defensa Gilberto Echeverri daba parte de tranquilidad. Pero una página entera del diario El Tiempo enumeraba ataques e intimidación contra registradores y jurados en más de 70 municipios. En el 2002 las Farc ya eran pesadilla y lo que pudo ser el General Bedoya 4 años antes fue Uribe recibido con pólvora desde El Cartucho. Y en el 2006 vivimos elecciones con candidato único. Así que tranquilos: peor es posible.
martes, 18 de mayo de 2010
Las penas del jíbaro
Uno de los grandes problemas en la elaboración y evaluación de las políticas antidrogas es la gran brecha entre la prédica y la práctica de los gobiernos. El tema de las drogas impone casi siempre obligaciones demagógicas de puño cerrado que se estrellan contra evidencias exitosas de mano abierta. Paradójicamente los gobiernos pueden terminar ocultando sus triunfos para ofrecer el esfuerzo severo de sus fracasos.
Hace poco el ministro Valencia Cossio dijo que en el gobierno “están contentos” porque Obama coincide con los lineamientos del ejecutivo en el tema de las drogas. Uno podría decir que los discursos tienen una cautela política parecida pero utilizan la expresión “problema de salud pública” con motivaciones distintas y fines contrarios: el gobierno Obama intentará flexibilizar algunas encrucijadas criminales y el gobierno Uribe buscará asustar a los consumidores, internar a los adictos y encerrar a los jíbaros con la amenaza de un mismo tribunal.
Pero más allá de los discursos del gobierno central la política antidrogas en Estados Unidos tiene iniciativas propias surgidas desde las regiones y las ciudades. Un ejemplo comparativo puede demostrar las diferencias de enfoque. En Colombia el Departamento del Cauca ha venido sufriendo ataques por parte de las FARC que en la última semana dejaron 11 muertos y 15 heridos. Las grandes pérdidas del ejército y la policía en los últimos meses se han concentrado en el Cauca y el ataque más reciente a una estación de policía terminó con la muerte de un niño de cinco años. Para muchos observadores es claro que las FARC están defendiendo su negocio de la marihuana y las rutas de salida para abastecer el mercado local.
Mientras tanto el Estado de California, séptima economía del mundo, reino de Hollywood, meca de Silicon Valley, cuna de los vinos del Napa, se apresta a votar en noviembre un referendo para legalizar la posesión, el cultivo y el consumo de marihuana. Un grupo de promotores, médicos y millonarios activistas a favor del moño, lograron reunir 433.971 firmas para someter a aprobación popular la Cannabis Act. De aprobarse se establecería un límite legal para el porte de 28 gramos por persona y 2,3 metros cuadrados por “parcela verde”. Para los mayores de 21 años la bolsita de marihuana pasaría a ser un paquete de estanquillo. Los legisladores estatales que apoyan la propuesta han encontrado un argumento irrebatible: según los cálculos el comercio legal de la hierba dejaría 1300 millones de dólares al año en impuestos para un Estado con problemas fiscales. La cifra ha hecho pensar a más de uno de los antiguos bulldogs antidrogas. Michael Hennessey, Sheriff de San Francisco, es uno de los nuevos apoyos para legalizar el proveedor de 10 barillitos.
Pero hay diferencias más dicientes. Llevamos tres meses oyendo hablar de la lucha cerrada contra el jíbaro. Sin embargo, algunas ciudades gringas han encontrado fórmulas distintas para tratar la violencia que generan las plazas de vicio. La operación Alto al Fuego ofreció a los socios de algunas ollas la alternativa de no ser procesados si disminuían los ataques violentos a la competencia. Así se logró frenar algunas vendettas entre distribuidores. En otras ciudades la policía identificó a los jíbaros, usualmente muy jóvenes, e informó a los padres y profesores sobre el negocio de los pelaos y las posibilidades de cárcel. Luego de dos años se redujeron los arrestos y los delitos violentos bajaron un 25 %. En Colombia todavía creemos que se trata de fruncir el ceño y cambiar los números del Código Penal.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Ars judicial
Hubo un tiempo ya pasado en que los buenos funcionarios, gastaban muchos denarios en el estilo y la pluma; se pegaban una fuma, componían dos, tres versos y hacían vanos esfuerzos por pulir actas, minutas con el seso de la totuma. Los presidentes podían regalar un istmo apenas si a caso se les ocurrían algunas décimas buenas. Marroquín dio a Panamá, esa eterna zancudera, pero se acordó de La perrilla su apreciada escudera: “…perra de canes decana / y entre perras protoperra, / era tenida en su tierra / por perra antediluviana...; digo mal, / no era una perra sarnosa, / era una sarna perrosa / y en figura de animal.”
La poesía era pompa y aplomo para la hoja del burócrata, sin ella no había gracia, era en aquellos tiempos la señora meritocracia. Núñez sacrificaba un mundo por pulir un himno, no le gustaba una constitución sin ritmo y cantaba a su concubina con gusto digno de él mismo: “Yo no lo sé. Yo la amo con mi vida, / y al mirarla de amor estremecida, / me estremezco también. ¿No es esto amor? / Quisiera levantarle un paraíso / como aquel que por Eva, Adán deshizo; / tanto así, tanto, la idolatro yo.”
Los abogados tenían la sabrosa obligación de rimar en sus procesos: los penales engarzaban los sucesos con el hilo del puñal, para los laborales se hacían demandas dominicales con brillo del arrabal. Pasamos de poetas a copleros, sin copa para más ruina, y hoy estamos a punto de elegir la matemática cansina. Pero todavía hay funcionarios con alma para la rima, hace solo unos días un profesor de escuela mando su esquela con sordina: "Doctora Vilma Vergara / cordial saludo reciba / le redacto esta misiva / con mi décima bien clara. / Hoy mi musa le declara / algo de mi situación: / trabajo en la Institución / del gran Diógenes Arrieta / soy secretario y poeta, / para más información.” Dio el buen secretario con oído bien dispuesto y logró el tan ansiado cambio de puesto a puesto: “Si está la plaza dispuesta, / el traslado se concreta, / de la Diógenes Arrieta / pasarás a La Floresta. / Con esta se da respuesta, / de manera comedida / a la cuestión referida / mediante el presente oficio / y en razón del buen servicio, / justifico la medida.”
Recordé de la mano de estos sabios de escritorio, un proceso muy notorio en las actas de la villa. Por el envenenamiento de algo más que una perrilla se juzgó a un humilde carnicero de machete y gran peinilla: “Señor Juez Segundo Penal del Circuito. Vengo a cumplir con agrado / el cargo de defensor / de un inocente señor / que aparece procesado / por haber envenenado un mísero can hambriento; / y, con todo acatamiento, / comienzo a suplicar / que se digne revocar / el auto de enjuiciamiento. / Se acusa a mi defendido / de un suceso criminal / que en el derecho penal / nunca ha sido definido, / aunque, con celo atrevido, / el señor juez de Barbosa, / en forma poco piadosa, / afirma que tal evento / es puro envenenamiento / con circunstancia alevosa.”
Lástima que los Nule no descarguen en verso sus culpas, que se dediquen al disimule y por la 26 saquen disculpas. Duele que la comisión esa de televisión no suelte un cuarteto fino para el contrato leonino. Clamo para que Yidis cante en verso, para que Valencia Cossio responda en lenguaje terso y el señor Mario Uribe, con galanura, muestre su lado más perverso.
martes, 4 de mayo de 2010
Un jinete desdeñado
Hace apenas dos meses largos la Corte Constitucional enterró la posibilidad de que el presidente Uribe presentara su nombre como candidato presidencial por tercera vez consecutiva. Al otro día su Consejo Comunal en Cali tuvo un ambiente entre lloroso y abúlico. La mitad de las Rimax se quedaron vacías, el filtro de ingreso que ayer era imposible se limitó a pedir la cédula y muchos concejales se quedaron viendo el show en la casa. Un ojo en la televisión y otro en la siesta. Era apenas natural. Seis meses de gobierno no garantizan ni el techo de un coliseo de escuela ni las cunetas para una vía terciaria. Los políticos en las regiones reaccionan rápido a la falta de estímulos.
Pero se suponía que con los ciudadanos que esperan ejecutorias de más largo plazo, con “el pueblo uribista” que hablaba de reelección o catástrofe, el duelo sería más largo y más apasionado. Y la gente agradecida con su líder escucharía con atención sus últimas lecciones, sus juicios de despedida. Sin embargo el país ha resultado tan desprendido de su antigua obsesión como el más interesado concejal de Dagua o Roldanillo.
Qué lejanos parecen ahora los tiempos en los que Uribe era un titán. Cuando sus simples declaraciones a una emisora comunitaria en Usiacurí entraban a formar parte de lo que sus consejeros llamaron un “cuerpo de doctrina”, una especie de fondo filosófico del ejercicio burocrático. El presidente era el rey sol de la política nacional: eclipsaba candidatos, chamuscaba opositores y hacía girar todas las discusiones públicas alrededor de sus caprichos, sus osadías o sus sigilos.
Han pasado algo más 60 días y ahora el presidente parece tan pequeño, tan relegado, tan deprimido que ni siquiera las emisoras en Usiacurí se preocupan por sus declaraciones. Las escaleras de Palacio que se habían convertido en el púlpito nacional son ya un rincón cualquiera. Uribe clama contra Chávez y la respuesta ni siquiera alcanza a llegar hasta Caracas. El sátrapa venezolano ahora grita contra Santos. El gobierno radica un proyecto de ley para someter a los consumidores de estupefacientes a una especie de tribunal psiquiátrico y hasta los congresistas parecen desconfiados. El gobierno, preso de hiperactividad, grita y manotea, pero ya su figura principal es un muñeco de cine mudo. Ni siquiera en Montería le caminan a Uribe. Hace un mes estuvo firmando un convenio para una carretera justo debajo de un puente que inauguró en 2005. La gente de protocolo debió arrumar buena parte de las sillas sobrantes para que el acto no dejara un gusto amargo en la Semana Santa del Presidente. Ahora se entiende por qué el funcionario más importante del momento es el director de Sena.
Nadie podrá negar a estas alturas que la alternancia en el poder, la simple posibilidad de un cambio de gobierno, es una garantía necesaria para que la democracia no se convierta en un embrujo, para que la inercia no degenere las discusiones y la ambición personal no parezca por siempre el sacrificio de un hombre virtuoso. Es cierto que se sobreestimó a Uribe, pero al mismo tiempo se minimizó la virtud ciudadana del desapego, la feliz inestabilidad que traen las elecciones. Peligrosas ligerezas de la democracia para quienes intuyen la derrota, indispensables giros de la sociedad para quienes presienten el triunfo. Es normal que Uribe esté triste viéndose del tamaño de Uribito.