martes, 29 de marzo de 2011

Literatura atómica





Un pequeño tratado, entre ingenuo y poético, escrito en 1933 por Jun´ichiro Tanizaki, uno de los creadores de la novela contemporánea en Japón, dedica sus páginas a mostrar el contraste entre el brillo que ha elegido occidente para sus espacios y sus objetos, y el velo de penumbra que ha privilegiado oriente. Era el tiempo en que el mejor restaurante de Tokio todavía usaba candelabros como única iluminación. Por momentos, la nostalgia de Tanizaki por la oscuridad que se ha ido perdiendo está inspirada por un nacionalismo primitivo: “Supongamos, por ejemplo, que hubiéramos desarrollado una física y una química completamente nuestras; las técnicas, las industrias basadas en dichas ciencias habrían seguido naturalmente caminos diferentes, las múltiples máquinas de uso cotidiano, los productos químicos, los productos industriales habrían sido más adecuados a nuestros espíritu nacional”.
Es imposible desarrollar una química o una física que siga las costumbres de un pueblo. Tal vez por eso Tanizaki se dedicó a la literatura. Su Japón apreciaba la pátina sobre los cubiertos, el lustre del mugre en los rincones, el papel en las ventanas a cambio del vidrio: “Efectos del tiempo, eso suena bien, pero en realidad es el brillo producido por la suciedad de las manos”. También los grandes aleros de los templos y las casas eran una forma de proporcionar oscuridad. Las ráfagas de lluvia obligaron a arropar las construcciones y a encontrar misterios en la sombra: “Si el tejado japonés es un quitasol, el occidental no es más que un tocado.”
Sobre ese Japón que veneraba Tanizaki cayó un resplandor inimaginable. Se ha intentado describir muchas veces el fuego de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Bob Caron, el artillero de cola del Enola Gay, fue el primero en ver la explosión: “Era como si el anillo que rodeara a un distante planeta se hubiera soltado y ascendiera hacia nosotros”. Una orden elocuente lo anima a seguir con sus impresiones: “Imagina que estas haciendo un programa de radio…” Y Caron describe: “Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Los incendios se extienden por todas partes como llamas de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…catorce, quince…es imposible. Son demasiados…”
Sostener al Japón que invoca la nostalgia de Tanizaki era imposible. Tanto como sostener un imperio derrotado. “Cosas de viejos, siempre chocheando”, como lo dice él mismo al final de El elogio de la sombra. Ahora el asunto no es de estética ni de conservar un rincón opaco y fresco del alma japonesa. La energía es un asunto de supervivencia, de preeminencia económica. Japón fue empujado hasta la energía nuclear, uno de sus más recientes y dolorosos tabúes nacionales, por obra y gracia de sus virtudes, por sus éxitos industriales y comerciales. Tal vez ese mito oscuro y terrible si debió sobrevivir, permanecido en un altar que tocara la mano de los japoneses para darle lustre y memoria. Si Austria, Noruega y otros países de Europa pudieron decir no a la energía atómica, Japón debió hacerlo, tenía dos razones inolvidables. Hace unos días lo dijo con claridad Kenzaburo Oé, un premio Nobel de literatura usando la física intuición: “Los japoneses, que conocieron el fuego atómico, no deben plantearse la energía nuclear en función de la productividad industrial, es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una receta para el crecimiento.”

miércoles, 23 de marzo de 2011

Vista a la cárcel





En la noche, desde la otra orilla del valle, la cárcel es apenas un resplandor que sugiere el reverbero propio de los estadios. Los reflectores aparecieron sin aviso, hace unos meses, sobre una montaña del occidente. Una nueva marca para el paisaje de la ciudad, un faro visible desde casi todas las esquinas. Muy pocos saben que ese brillo inesperado nos es más que un foso gigantesco.
Los domingos en la mañana, en las orillas de la cárcel, se forma un día de campo bastante particular. Al lado de la vieja carretera al mar, convertida en un cementerio de quintas de decadentes, un ciclovía que conduce a El Boquerón y una pista despejada para los choferes primerizos, se levantan los ventorrillos debajo de una hilera de eucaliptos. Las ollas con las empanadas, la modesta parrilla de los chuzos, las frutas, las bolsas de mecato. Una romería de mujeres se sienta en los bancos improvisados y en las piedras a la espera de la hora de visita. El ciclista que sube desprevenido se concentra en esa luminosa escena campestre: a espaldas de la cárcel el picnic parece envidiable, un sencillo convite al aire libre o el bazar de una escuela de monjas. Pero es solo una estación obligada antes de atravesar las puertas que custodia el INPEC.
La cárcel de El Pedregal marca un límite entre los últimos refugios urbanos en el corregimiento de San Cristóbal y las primeras huertas campesinas con vista a la ciudad. Se levanta sobre la montaña más verde y menos pendiente del valle. Hasta hace unos años Medellín miró con reverencia una colección de letras en otra de sus pendientes: COLTEJER, decía el aviso luminoso sobre un fondo negro hasta el que poco a poco llegaron los bombillos de los ranchos. Esas señales en la oscuridad de las montañas alientan siempre a la imaginación: el citadino se asoma a la ventana de su casa y la pequeña constelación a lo lejos le permite hacerse una idea de ese paisaje oscuro, ubicar las garitas y las ventanas estrechas de las celdas, reconstruir la carretera que bordea la cárcel.
A finales del año pasado seis presos se fugaron de El Pedregal. Durante el domingo de visitas lograron saltar las seis mallas de seguridad usando sus cobijas para protegerse de las serpentinas de acero que son el último obstáculo. A las cinco de la tarde ya estaban caminando por el bosque que rodea la cárcel y en la noche del lunes ya miraban desde la montaña del frente, en el La Sierra, su escondite, las luces que encandilan en los alrededores de San Cristóbal.
También La Ladera fue en su momento una de las garitas de la ciudad. Encumbrada en una colina cercana era una especie de advertencia permanente. Y el nombre de Bellavista, construida en otra montaña al occidente, en el municipio de Bello, no puede ser más que un cinismo para agraviar a los condenados. Como si fuera poco algunos vecinos decidieron llamar unidad residencial El Paraíso a sus viviendas cercanas.
Será posible desde las noches largas de El Pedregal identificar algún referente en la ciudad, buscarán los presos algo que identifique sus barrios en el centro resplandeciente, en la cuadrícula que se intuye en las lomas del frente, en la ladera iluminada que desemboca en el manchón que deja el Cerro El Volador. Para quienes miramos desde afuera, la geografía nocturna de la ciudad cambió desde que los reflectores de El Pedregal se prenden todos los días a las seis de la tarde. Y mirarlos se puede convertir en una especie de peregrinaje.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Assange y Arguedas






Mucho antes de las osadías de Julian Assange que nos han dado acceso al teléfono rojo, algunas veces roto, del gran confesionario del poder nacional que atiende el embajador norteamericano, Colombia tuvo su retrato en clave diplomática. No fueron filtraciones ni cables tachonados sino un libro entero escrito por un embajador Boliviano. No se rían. Alcides Arguedas, escritor e historiador, terminó en Bogotá luego de sus misiones en París y Londres. Un año pasó en la ciudad del Águila Negra y sus conversaciones de salón, de pasillo, de palacio y de café recibieron un título digno de las gabardinas y las ruanas que paseaban por la capital en 1929: “La danza de las sombras”.
Lo primero que asoma en las reflexiones de Arguedas es el carácter excepcional de Colombia. Para algunas cosas es visto como un país modelo y para otras como un país deforme. La capacidad de las clases bebedoras es una sorpresa que salta durante todo el libro: “Se bebe como en ninguna otra parte en el mundo, creo, y los mismos bogotanos que han viajado por el exterior recogiendo impresiones, observando costumbres, convienen en declarar que ni aún en Escocia se bebe tanto Whisky como en Bogotá…” Pero no solo el alcohol alerta al diplomático, el puterío ambulante también es característica digna de reseña: “Las prostitutas inscritas en el registro de la policía sanitaria pasan de 4000 en Bogotá… Alcohol y mujeres ¡Qué dos ebriedades tan terribles!”
Es lógico que las inminentes elecciones presidenciales sean el principal tema de conversación. El presidente Abadía Méndez sufre la punta del lápiz de Ricardo Rendón, “un vago ingenuo y sencillo como Verlaine”, su retrato es el de un Gulliver dormido al que no logran despertar ni las cosquillas ni las flechas de los ciudadanos diminutos. Está en la maldición del último año de gobierno, cuando “en la mesa del banquete todos los sitios están ocupados”. Y carga sobre su cabeza un mancha corriente: “El doctor Abadía Méndez, como ningún otro mandatario de Colombia -dicen las gentes-, ha favorecido a los suyos y distribuido los mejores empleos entre su familia…”
Los discursos son todavía el más grande espectáculo político y social. Gaitán, con “voz insinuante, gesto sobrio y algo de teatralismo”, fustiga al gobierno por la matanza de las bananeras. El embajador se retira de la tribuna parlamentaria para no agraviar al gobierno. Más tarde en el periódico El Tiempo los oradores liberales repiten el discurso mientras los redactores toman nota: “¿No le parece trágico esto, señor ministro? Figúrese a Hamlet dictando su monólogo: ser…punto. No ser…puntos suspensivos… ¡Horrible y trágico!”
Pero lo más trágico es la conclusión sencilla del autor de Los caudillos bárbaros: “En Colombia pueden y valen más las mitras y los bonetes que las bayonetas y los sables”. En plenas elecciones se habla más de los malos oficios del Nuncio Apostólico que ha terminado dividiendo al partido conservador entre el poeta Valencia y el general Vásquez Cobo, que sobre las pestes nacionales que según el embajador son la desigualdad y el fraude electoral.
Olaya Herrera resulta elegido y Arguedas se admira de cómo el país desdeña los mandatos despóticos que abundan en el continente. Se ha demostrado que no tenía razón un eminente conservador según el cual “en Colombia no cae un régimen con papelitos…” Y sin embargo los presagios para lo que viene no son nada buenos, habla una Casandra conservadora de alta estirpe: “Si suben los liberales al gobierno, han de perseguirnos a los católicos, nos han de arrebatar nuestros bienes y hemos de tener que hacer una revolución para mantener la integridad de nuestras conciencias y el patrimonio de nuestros hijos…” Arguedas murió sin que comenzara a cumplirse la sentencia de la bruja conservadora.


martes, 8 de marzo de 2011

Comisión pornográfica





Desde hace un año los presos colombianos tienen derecho a guardar tesoros pornográficos debajo de sus colchones. No solo de la visita conyugal vive el hombre. Las mujeres tienen menos oferta sobre el papel pero entre el glamour de los futbolistas extranjeros, Cristiano Ronaldo, y la desmesura de los criollos, Faustino Asprilla, algo de inspiración se puede encontrar. Y queda el consuelo de Gregorio Pernía. Se han pervertido hasta las cárceles, el último reducto de la moral cristiana y las buenas costumbres.
En las calles todo está peor. A la salida de la iglesia la Veracruz, la más venerable de Medellín, se venden como arroz películas pornográficas con talento nacional: Paisitas Vol. 1, 2, 3, 4, 5, 6… y así hasta el infinito y más allá. Por todas partes acechan las vitrinas de las tiendas para adultos, con maniquís mal vestidos de enfermeras o colegialas. Con razón un taxista me preguntaba hace poco que si esos almacenes eran las boutiques de “las vagamundas”. Y eso no es nada, la mochila de un estudiante de séptimo grado sería un tesoro para cualquier patio en Bella Vista. Cada vez los fetiches escolares tienen más carne. Eso por no hablar del sexo oral y rimado que marca el reguetón. No me alargo sobre Las muñecas de la mafia o el gremio de Sin tetas no hay paraíso porque ya han tenido trabajo suficiente. Y si queremos esculcar las perversiones mayores hay que decir que en diciembre pasado la página Web del Congreso colapsó por el físico hambre de sus trabajadores: más de 5000 visitas a portales de contenido erótico y 3000 a páginas de búsqueda de pareja. Dilian Francisca dejó eso en el ambiente cuando dijo que se ponía los “panties” al revés. Si nos vamos a la realidad tal vez valga la pena reportar el dato de un reciente estudio hecho en la ciudad de Cali: en algunos sectores el 100% de las encuestadas dijo haber comenzado su vida sexual antes de los 15 años.
Lo importante es que siempre habrá instituciones para salvar al mundo de la depravación creciente. Entre nosotros un capitulo de esa loable tarea lo cumple la Comisión Nacional de Televisión. Un ente sin mácula si omitimos el contenido de sus contratos. La CNTV intenta imponer desde hace 3 años una multa de 112 millones de pesos al Canal Universitario de Antioquia por un programa llamado Cosas por decir. Debo reconocer que yo era presentador de semejante impudicia: una entrevista con dos personajes trajinados en el negocio del entretenimiento para adultos. El uno tenía una guía de almacenes, bares y moteles bien lubricados en Medellín. Y la otra era una productora de películas porno. Sobra decir que la señora no tenía pelos en la lengua. Hablamos sobre el trabajo de ambos y sobre algunas rarezas locales como el club de la masturbación. Una contradicción en los términos. Al final del programa, sobre los créditos, rodaron 8 segundos de un striptease que mostró una espalda e insinuó un frente. Así lo describe el proceso: “Mientras la actriz de la izquierda tiene su torso completamente desnudo y baila sensualmente, la otra actriz sujeta con sus manos…Etc, etc”. ¡Un funcionario con talento para la literatura erótica!
Admiro a los oficinistas de la Comisión por su capacidad de vivir todo el tiempo bajo la lógica del depravado que todos llevamos dentro. Una manera de estar alerta frente a la perversión. Para hacerse una idea de los exigentes raseros y las importantes batallas que libran les dejo un dato de una de sus investigaciones. El auto fantástico es el tercer programa más violento de nuestra televisión. Es cierto, es mucho el daño que Kitt le ha hecho a nuestra juventud, es hora de descontinuarlo. Merece el mismo tratamiento que la CNTV.



martes, 1 de marzo de 2011

Mala espalda




Es una suerte que el caso más sonado de los últimos tiempos por los delitos de injuria y calumnia haya tenido al ex presidente Ernesto Samper como protagonista y ofendido. Luego de cuatro años sentado en la silla mayor y cercado por todo tipo de procesos, delaciones, condenas, renuncias, cheques, traiciones y sátiras sobre un hecho cumplido para la opinión y negado por su juez natural, era el más débil de los acusadores en defensa de su honra y buen nombre. De algún modo el juicio popular de la opinión lo había condenado desde hacía unos años y era bien difícil decir que una periodista no podía reiterar los cargos. Es cierto que la tarea de los periodistas no es repetir prejuicios públicos sino intentar corregirlos, pero en este caso la opinión mayoritaria estaba muy cerca de la opinión informada y tenía hechos judiciales en donde apoyarse.
Con todo y eso la fiscalía dio curso a la denuncia y buscó una condena, el ministerio público apoyó la causa en uno de los delitos y es seguro que muchos hombres públicos siguieron el caso con un silencio esperanzado muy parecido al afán de venganza y protección. Los artículos del código penal que tipifican la injuria y la calumnia son siempre un peligro latente. El clima político los puede hacer inocuos o filosos. Una repentina manía en los despachos menores puede lograr el sueño de los políticos y la pesadilla de los periodistas: noticias y opiniones escritas bajo la supervisión de un secretario de juzgado.
Brasil acaba de cruzar por unas elecciones llenas de periodistas ante los jueces, de censura y control previo a las publicaciones, de sentencias con prohibiciones para hablar de algunos candidatos, de policías recogiendo ediciones completas, y un presidente popular gritando contra los medios y llamándolos golpistas. Fue el campeón de la censura de artículos colgados en Google durante el año pasado. Sus jueces obligaron a bajar 398 notas, casi todas durante los meses de campaña, muy cerca del doble de las que se borraron en la Libia de Gadafi que ocupó un merecido segundo puesto.
Los brasileros no tienen una normatividad especialmente férrea sobre el derecho al buen nombre ni una ley de prensa con restricciones muy distintas a las del común de los países democráticos en América. Incluso la ley de prensa dictada en 1967 durante la dictadura militar, fue declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo un año largo antes de las elecciones. Pero los políticos encontraron una rendija atractiva y los jueces de menor rango comenzaron a aplicarla de manera más o menos literal. Y por qué no, más o menos interesada.
Dos artículos de una extensa ley electoral prohíben los montajes y las sátiras que ridiculicen a los candidatos durante las elecciones, y las opiniones favorables o contrarias a candidatos o partido. La idea original era impedir la propaganda disfrazada de información u opinión. Pero todo terminó en un clima de censura impredecible: un solo ejemplo, un juez le prohibió al periódico Impacto Campo Grande mencionar a André Puccinelli, candidato ganador de la gobernación de Mato Grosso do Sul en 2010, bajo la amenaza de una multa de 29.000 dólares por cada ejemplar con el nombre del ejemplar Puccinelli. La ley es de 1997 pero solo hasta el 2010 se descubrió y se creó el ambiente para abusar de dos perlas en la maraña electoral. Entre los políticos compungidos y los revanchistas no hay diferencia. Para ellos cualquier rendija es trinchera. Que cuiden su espalda para cuidar su nombre.