Cuando un gobierno habla de prudencia en la información, a los periodistas no les queda más que dar un paso atrás, para distanciarse, y saber que será necesario usar la audacia y la desconfianza como principios. La verdadera labor de los medios es la indiscreción, entendida como curiosidad, intrusión, imprudencia si se quiere. Los políticos siempre hablarán de estabilidad e intereses superiores para defender el silencio o señalar el momento adecuado para la verdad. De nuevo la negociación encarna una gran esperanza y Juan Manuel Santos ha salido a pedir a los medios un trato especial para un tema sensible. La lógica del Presidente podría resumirse en una sola frase: “Yo les digo cuando”.
Durante el proceso del Caguán algunas redacciones de prensa sufrieron fuertes tensiones entre quienes se consideraban amigos del proceso y quienes eran críticos declarados. Las Unidades de Paz de El Tiempo, El Espectador y El Colombiano sacaban la bandera blanca y mostraban análisis y supuestos avances en la mesa, mientras la gente de orden público cubría la guerra y hacía énfasis en los contrastes entre tinta y sangre. La principal fuente de los periodistas que cubrían los combates eran los militares descontentos con los desmanes de la zona de distensión. De modo que desde el mismo Estado venían las versiones contradictorias sobre las posibilidades del proceso: los militares entregaban las pruebas de la falta de voluntad de la guerrilla con cifras de muertos y los voceros oficiales leían los acuerdos firmados y añadían en voz baja alguna anécdota esperanzadora. Vale la pena recordar que cuatro meses antes de la ruptura del proceso del Caguán, Germán Vargas Lleras denunció en un debate en el Congreso la presencia de pistas clandestinas, secuestrados, campos de entrenamiento y cultivos de coca en la zona. En la Casa de Nariño siempre estuvo claro que las imágenes y la información venían directamente de fuentes militares.
De nuevo tendremos un escenario donde serán muchas más las noticias de la guerra que las de la paz. Esta vez la mesa estará más lejos y entregará menos “entretenimiento” mientras se negocia. Los militares tendrán de nuevo un papel clave en la información y las Farc podrán jugar con los tiempos de un Presidente en trance de reelección. En descifrar ese pulso entre ejército y guerrilla podría estar la clave para el equilibrio de los medios. Durante el gobierno Pastrana en varias ocasiones el ejército y la policía mintieron, o al menos fueron deliberadamente ligeros al atribuir atentados a las Farc y darle un énfasis macabro a algunas acciones guerrilleras para lograr la indignación de la opinión pública. El caso del collar bomba que causó la muerte de la señora Elvia Cortés en Simijaca fue tal vez el peor de todos. La policía se apresuró a culpar a las Farc y los medios compraron la versión. Se suspendieron las audiencias de ese día con delegados internacionales y los jefes guerrilleros sintieron que había una celada entre militares, gobierno y medios.
Semana y El Tiempo han dado a entender que atenderán la sugerencia del Presidente. No desconocerán los secretos pero tendrán la potestad de decidir si vale la pena correr el riesgo de contarlos a sus lectores. Ya no está Francisco Santos quien filtró el acuerdo firmado en Cuba y en buena hora nos dijo en qué andábamos. No puede ser que dejemos a las ficciones de José Obdulio Gaviria la responsabilidad de contar la versión no autorizada sobre la guerra y la negociación.