Pongámosle un poco de teoría a todo esto, tres citas, dos imágenes, una
metáfora, para que no solo sea visto bajo la lupa de Andrómeda y el PC de
Sepúlveda, para darle una pequeña comba e intentar ver la máquina y no solo la
maquinaria, para leer de nuevo algo distinto a encuestas. Un librito brillante
del mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez ayuda a mirar la política a los ojos, a
olvidarnos de la indignación moral y tomar la libreta del juez durante el
combate de boxeo y con el mismo lápiz elegir, como siempre en la lucha por el
poder, entre el menor de los males. Sirve también para entender que aquí, como
en todas partes, es imposible La idiotez
de lo perfecto, por una sencilla y apabullante razón, porque en los partidos
y los pasillos oficiales ejercen Yeltsin y Clinton, Palin y Berlusconni, Roy y
José Obdulio, así que “la naturaleza humana es la maldición de la política”.
Ahora que estamos entre los bandos finalistas vale la pena recordar El concepto de lo político, apenas 33 páginas
de Carl Schmitt que sirven como cartilla áspera y dramática ante las
disyuntivas. “Llamamos política, pues, a la más radical de las oposiciones
entre los hombres, una oposición marcada por la sombra de la muerte”. De modo
que ya nos suena tibio eso de la “poralización” y la guerra de chismes entre
dos equipos de publicistas. Según la versión trágica de Schmitt solo aparece la
seriedad en la confrontación a muerte. Nuestra política que ha tenido mucho de
enemistades mortales, del proselitismo de quienes ejercen la posibilidad real
de matar, pero tiene también acuerdos inesperados, alianzas válidas a pesar de
lo inauditas. Para eso sirven las dos vueltas electorales, para que los
candidatos den la vuelta, y a nadie debe sorprender. Pero aquí criticamos a
quienes pactan y a quienes se plantan. Silva-Herzog responde al duelo a muerte
que propone Schmitt con una réplica de Giovanni Sartori, es cierto que existe
la “política caliente”, pero no se puede olvidar la “política tranquila”. A medida
que se acercan las elecciones la política se convierte en un juego de
antagonismos cada más primario, por estrategia de los candidatos y necesidad de
los electores: estamos en el momento de las alianzas y en un año será el tiempo
de las traiciones. Maquiavelo dibujó la imagen de los jugadores como centauros,
mitad bestia, mitad hombre.
Tal vez sin saberlo los candidatos
tengan raíces de los grandes pensadores de la política en sus discursos. En un
bando es posible reconocer a quienes pretenden que la sociedad se file como un
ejército, detestan lo excepcional, los asustan las anomalías y el más mínimo
desorden: “El poder político de una democracia estriba en saber eliminar o
alejar lo extraño y lo desigual, lo que amenaza la homogeneidad”, escribe
Schmitt. La identidad entre gobierno y sociedad tiene algunos rasgos parecidos
al “Estado de opinión”. Tampoco le gustaban al filósofo alemán las reglas
generales para los estados excepcionales, en política siempre habrá una “hecatombe”
que justifique cambiar el simple armazón de leyes o la constitución. Del otro
lado hay sobre todo algo de liberalismo fatuo, la vanidad del príncipe que todo
el día alardea del traje institucional y en cada declaración disfraza el
oportunismo de principio o idea fundamental.
Al final queda la necesidad de escoger un gobierno, con la cabeza gacha
del desconfiado sobre la mueca altiva del fanático. “El gobierno no conduce al paraíso
ni un chiste nos enseña la verdad del universo, pero el primero nos salva del
infierno de la guerra civil y el segundo nos salva de la estupidez del solemne”.