Los caminos del imperio son inescrutables. Durante un poco menos de dos décadas
Estados Unidos ha sido el socio capitalista detrás del avance del ejército
colombiano frente a las farc. Los consejeros militares han pasado por la mesa
de tres gobiernos y los procesos por narcotráfico en los tribunales del norte
han servido como espantajo o escarmiento para guerrilleros y paracos. Pero los
gringos pueden ser tan pragmáticos como los chinos que no reparan en el color
de los gatos. Ni en la forma de neutralizar a los ratones. Ahora llega a Cuba un consejero civil con la
terea de acompañar al gobierno y al secretariado luego de dos años largos en La
Habana. La llegada de Bernard Aronson puede convertirse en un impulso
definitivo para la negociación. El apoyo de los socios recelosos es más
importante que el de los acompañantes incondicionales. Algo dice la bienvenida
amistosa de Iván Márquez al vocero del imperio.
Una revisión al papel de Aronson en la negociación en El Salvador a
comienzos de los noventa puede servir como precedente sobre su labor actual en mesas
y tiempos distintos. En 1991 Estados Unidos brindaba, en declaraciones públicas,
su apoyo al gobierno de Alfredo Cristiani y repudiaba al Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional. La entrega de las armas era una condición
inamovible para que el gobierno de Bush se acercara al proceso. “Pero a veces lo
aparente no es lo real”, según las palabras de Roberto Cañas, miembro del
equipo negociador del FMLN, al explicar cómo avanzó el proceso en México y
Nueva York.
En abril de 1991 Aronson viajó a El Salvador para convencer a Cristiani
de flexibilizar sus posiciones y mover a la élite económica y al partido Arena hacia
la aceptación de cambios en el sistema electoral, la conformación de una
comisión de la verdad y la protección de los Derechos Humanos. En el momento
más difícil del proceso, cuando se negociaban los cambios en las Fuerzas
Militares salvadoreñas y sonaban los cascabeles en los cuarteles, Estados
Unidos advirtió en voz baja que no admitiría golpes.
En diciembre de 1991 Aronson llegó sin previo aviso al hotel Manhattan
East donde se alojaba la plana mayor del FMNL. Cinco horas duró la conversación
con los guerrilleros y Aronson los instó a negociar con las “cartas abiertas” y
les dijo que Estados Unidos no veía “los acuerdos como un mal necesario, sino
que creían en las reformas que se habían negociado”. El gran enemigo exterior
surgía como garante. No es raro entonces que Jorge Schafik Handal, coordinador
de la comisión negociadora del FMLN, le diera un gran crédito al papel de Estados
Unidos durante el discurso de la firma definitiva del acuerdo en el castillo de
Chapultepec, en México: “El FMLN desea reconocer al gobierno de Estados Unidos
su cooperación para que la negociación alcanzara sus frutos, particularmente
desde la ronda de negociaciones en septiembre del año pasado en Nueva York”.
Los guerrilleros salvadoreños tienen la idea de que sin la ayuda de los
gringos habría sido imposible firmar un acuerdo. Por su parte las fuerzas
militares y Arena creen que la participación de los americanos fue más un formalismo
que un impulso cierto. Es posible que no quieran reconocer algunas palmaditas
que parecían empujones. En ese momento el escenario mundial estaba marcado por
el inminente fin de la guerra fría. Ahora estamos frente al deshielo en Cuba
¿será que el empujón de los gringos resulta más efectivo que la paciencia de
los noruegos?