La inversión en los
números de participación electoral refleja el fin de la confianza ciudadana en
la vía democrática, la poda en la oferta de opciones políticas y la efectividad
de un régimen para reinventarse y ponerle freno a la efervescencia social. En
las elecciones presidenciales de 2012 que terminaron por elegir a Mohamed Morsi
(duró apenas un año largo en el poder) votó el 62% del electorado, en las
parlamentarias de octubre pasado solo el 26% de los egipcios habilitados
arrimaron a las urnas. No participaron los Hermanos Musulmanes, ahora partido
ilegal asociado al terrorismo, y los partidos de izquierda declararon un boicot.
A pesar de las multas prometidas a los abstencionistas salieron a votar lo que
aquí llamaríamos la clientela de las maquinarias: funcionarios públicos que
reclamaron su día libre y conservaron su puesto, miembros de los partidos y electores
agradecidos por los 15 o 20 euros que en promedio que se pagaba por voto, según
investigadores extranjeros.
Nadie puede decir que la
gente no lo intentó, que no hubo coraje y sangre, pero muchas veces las
revoluciones no son de quienes las hacen sino de quienes imponen una noción de
orden tras los levantamientos. La mitad de la población de Egipto tiene menos
de 25 años y en buena medida muchos de esos jóvenes fueron los responsables de la
caída de dos presidentes en cinco años: Mubarak, el último gran dictador, y
Morsi, el primer presidente elegido democráticamente. Y entregaron los suyo en
medio de las consignas simples. Se calcula que 1000 ciudadanos murieron, cerca
de 5000 resultaron heridos y 1000 fueron desaparecidos durante los primeros
días de las manifestaciones en enero de 2011. Pero una cosa era compartir las
consignas y otra las decisiones de un gobierno inspirado en la Sharia. Las
manifestaciones multitudinarias contra Morsi y la soberbia de los Hermanos
Musulmanes en el poder terminaron con la arremetida del ejército sobre los
partidarios del presidente. La Plaza Tahrir contra las plazas de Rabaa al
Adawiya y al Nahda. Según Amnistía Internacional entre junio de 2013 y enero de
2014 se sumaron otros 1400 muertos por razones políticas y cerca de 40.000
detenidos. Hoy pasan por la cárcel los artistas que pisan la línea de los
decretos presidenciales y el dueño del principal diario privado. La hermana de
uno de los primeros mártires de la revuelta de 2011 lo confirma mientras
intenta no caer en la resignación: “Estamos mucho peor que antes de la
revolución, pero tenemos la obligación de la esperanza.”