miércoles, 28 de septiembre de 2016

Viejos vicios










La nueva “epidemia” de drogas en Estados Unidos llega con la firma de los médicos y el resplandor de las farmacias. Las ollas oscuras del crack son una alucinación del pasado. Ahora, los muertos por sobredosis aparecen en sus camionetas recién tanqueadas o en sus casas de los barrios en las afueras de las ciudades en el noreste, el medio oeste, en los estados del sur. Ahora los políticos hablan de prevención y la sociedad ha pasado del repudio y el temor a la compasión. “Esta crisis quita vidas. Destruye familias. Destroza comunidades por todo el país”, dijo hace poco menos de un año el presidente Barack Obama al referirse a las muertes por sobredosis de opiáceos recetados y heroína. Los dolores crónicos, la ligereza de los médicos, la ambición de las farmacéuticas, la angustia existencial de los jóvenes, el tedio de los barrios podados y los centros comerciales han llevado a confundir el consumo de pepas con la ingesta de golosinas.
Cada año se pueden prescribir 260 millones de fórmulas médicas de opioides en los Estados Unidos. El 45% de los adictos a la heroína también consumen analgésicos opioides recetados por su médico de confianza. Según el Centro para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC), desde el año 2000 la tasa de muertes por sobredosis relacionadas con opioides se ha duplicado. Cada día mueren 78 norteamericanos por sobredosis de opiáceos, sean empacados en la caja de los analgésicos o administrados en la jeringa encubierta de la heroína. Igual el cerebro no hace las distinciones que hacen la DEA, los jueces o los moralistas de turno. Hombres blancos, no hispanos, entre 25 y 44 años son las víctimas más frecuentes.
Los últimos videos de padres drogados, inconscientes en sus carros, mientras los hijos intentan soltarse el cinturón en la silla de atrás, se han convertido en una escena nueva de la pesadilla de los adictos en Estados Unidos. Esas historias que hoy asombran a los políticos, los periódicos y las redes sociales tienen un precedente con semejanzas muy claras en la historia de Europa a comienzos del siglo XIX. El opio se había convertido en un arma eficaz para desafiar a la burguesía, alentar el espíritu, curar las frustraciones de las mujeres encerradas y tratar todo tipo de dolencias. Los médicos habían encontrado un comodín infalible, tal vez no curaran definitivamente a sus pacientes pero estos los seguían visitando con devoción. Berlioz, De Quincey y toda una generación de artistas y diletantes utilizaban el opio para sus introspecciones y sus paseos fantasmagóricos por la ciudad; pero también estaban los pacientes adictos, fuesen poetas, mujeres histéricas o niños. Samuel Taylor Coleridgde, por ejemplo, comenzó tratando su rodillas hinchadas y su digestión rebelde: “por medio de un malhadado curandero (…) y a resultas de esa perniciosa forma de ignorancia que es el conocimiento a medias de los médicos, fui inducido a consumir narcóticos, no en secreto sino abiertamente y con el entusiasmo de quien ha encontrado una gran panacea…” El láudano era tan corriente que se administraba en gotas, compresas y se recetaba a las esposas de los primeros ministros aun estando embarazadas. Y había al menos diez marcas de jarabes calmantes para los niños. Si la hija de Jeb Bush fue arrestada hace unos años por intentar comprar opioides con receta falsa, el rey Jorge IV del Reino Unido murió en 1830 medio loco por el efecto de sus 100 gotas de láudano cada tres horas y su sobremesa de brandy y oporto. “Es la era manifiesta de las nuevas invenciones, para matar a los cuerpos y salvar a las almas”, escribía Lord Byron.
Se habla de la plaga de los Millennials, y aunque parezca increíble estos pueden evocar a las damas victorianas de hace casi dos siglos y a los poetas románticos. Pero era otro mundo, no había selfies.





martes, 20 de septiembre de 2016

Ejército pueblerino






Durante décadas las Farc han sido un ejército agazapado tras la retórica impotable de sus jefes. Aparecían las barbas risueñas de Arenas, el silencio ofendido de Marulanda, la arrogancia henchida de Reyes, el embozo de las gafas de Cano, la elocuencia desesperante de Trinidad, el cinismo campechano de Jojoy, la desconfianza dura de Márquez o la forzada formalidad de Timochenko. Nos acostumbramos a despreciar los gestos de la plana mayor y a ignorar a los guerrilleros rasos, a los niños enfusilados, a los jóvenes que tapan todas sus frustraciones con el poder del AK, a los campesinos enlistados a la brava, a las mujeres en la rancha y el plomo. El Ep que sirve de apellido a las Farc debería traducir “Ejército Pueblerino”, una masa informe y misteriosa que los mismos jefes escondían por estrategia de guerra y por vergüenza de sus ejercicios de reclutamiento.
La X Conferencia de las Farc nos permite ver muchas de las caras de ese ejército joven que enterró a muchos de sus compañeros de armas. La guerra contra las Farc se convirtió en un absurdo carrusel de muertes o desmovilizaciones seguidas del goteo de nuevos reclutamientos. Las grandes victorias del ejército disminuyeron la capacidad de fuego y daño de las Farc pero no impidieron un ritmo continuo de nuevos combatientes bajo la misma enseña guerrillera. Desde 2003 hasta junio de este año se han desmovilizado de forma individual cerca de 20.000 guerrilleros de las Farc. Hubo años de hasta 2.500 desmovilizados individuales y sin embargo la guerrilla logró mantener una base que hoy se estima en 9.000 hombres y mujeres de fusil y 5.000 milicianos. En 13 años el grupo guerrillero más viejo del continente renovó casi por completo su tropa rasa. Y la “materia prima” de esa renovación salió en su mayoría de las comunidades campesinas de cerca cien municipios. No son raras las historias de familias con varios hijos en la guerrilla o con hijos en cada uno de los bandos en la trocha. La estrategia de desmovilizaciones individuales y bombardeos debilitó a las Farc, pero resulta inútil e inmoral para acabar con una guerrilla cada vez más vieja en sus consignas y sus líderes, y más joven en su soldadesca.
Hace 18 años estuve secuestrado durante un mes por “hombres” de las Farc en las montañas cercanas a los municipios de Angostura, Campamento y Anorí. La escuadra encargada de los dos “retenidos” era muy cercana a lo que uno podría encontrar en un salón de colegio rural de octavo o noveno grado. Tres pelaos, un campesino medio sordo que me prestó el radio al tercer día, un pillo de Medellín, con un tiro reciente en un pie, refugiado en la guerrilla y armado de un changón, y una comandante a quien mi compañero de encierro al aire libre llamaba con peligrosa socarronería “mamá Yuri”. La comandante era la “maestra” de ese salón disparatado y disparejo. ¿Cuántos de esos tres muchachos habrán logrado sobrevivir? ¿Murieron en ese monte para ser reemplazados por sus hermanos menores o sus primos? Sisi le decían al menor, era la mascota y sus marchas marciales con mis botas talla 42 eran la diversión de la tarde. Deyson era el cantante del grupo, la voz de los corridos guerrillos y los despechos carrileros a falta de los reales. Y Marino era el hombre serio de la niñada, mi rival de ajedrez y mi mayor interrogante tras una cara misteriosa que siempre imaginé digna de un boga curtido en los grandes ríos.
El fin de las Farc como grupo armado servirá para acabar el mecanismo de supuestos triunfos y continuos reclutamientos en comunidades cansadas de oír la expresión “zona roja”. Tras el fastidio del secretariado, vale pensar en la tropa rasa, en el estado menor. 

martes, 13 de septiembre de 2016

Otra etapa, la misma vuelta




En 1987 Luis Herrera tenía los mismos 26 años que hoy tiene Nairo Quintana. Los dos comparten el gesto grave y silencioso de los campesinos durante sus labores, y las gestas iniciales sobre las cumbres de la Cordillera Oriental colombiana. Ahora están unidos también por sus camisetas como campeones en España, amarilla la de Lucho y roja la de Nairo para que no queden dudas sobre la reconquista. La tarea más ardua para el campeón luego del Paseo de La Castellana es improvisar un pequeño discurso patriótico, que inspire algo de llanto y acompañe la letra gastada del himno. Con un intermedio de casi 30 años Lucho y Nairo coincidieron en la mención de una realidad esquiva y una palabra omnipresente en casi todos nuestros episodios dignos de un brindis. “Mi mayor deseo, en este momento en que acabo de coronar como campeón de la Vuelta a España, es que en Colombia haya paz, mucha paz, entendimiento entre todos los colombianos, que el deporte y en especial una conquista como ésta sirva para unificarnos”, dijo Herrera con una timidez de muñeco de pilas. Nairo, un más locuaz, soltó un eslogan que podría servirle a los publicitas del ministerio de comercio exterior: “Que el mundo entero sepa nuestro país es paz, deporte y amor”.
El año en que Herrera ganó la Vuelta a España no comenzó propiamente un periodo de armonía y sosiego, al contrario se incubaban muchos de los males que traerían, cuatro o cinco años más tarde, el pico más alto de la matazón nacional. Colombia tenía entonces una tasa de 49 homicidios por cada 100.000 habitantes, no era fácil prever que llegaríamos hasta 87 homicidios por cada 100.000 habitantes en 1991. Asomaba la ofensiva de las Farc, y la punta de lanza de los narcos y los paras. Febrero comenzó con la extradición relámpago de Carlos Lehder luego de su captura amanecido en una finca en Guarne. El presidente Barco amenazaba con romper la inestable tregua con las Farc heredada del proceso de paz con Belisario. La negociación había dejado dos ejércitos ansiosos de disparar que usaban la válvula de escape de la guerra sucia. Las Farc, intentando fortalecerse militarmente, desdeñaban el riesgo sobre sus militantes desarmados bajo la bandera de la UP, y el ejército despreciaba la vida de quienes eran simples “guerrilleros de everfit”. Jaime Pardo Leal sumaba más de 300.000 votos en las elecciones de mayo, un poco más del 4% de la votación.
En junio el fin de la tregua se hizo oficial. Una emboscada de las Farc a dos camiones militares entre Puerto Rico y San Vicente del Caguán dejó 27 soldados muertos. El mayor golpe a las Fuerzas Armadas por parte de las Farc hasta ese momento. El ataque en la Quebrada Riecito fue el antecedente de Las Delicias y El Billar. Se desató la cacería y en Octubre fue asesinado Pardo Leal, para quien llegó el mismo destino de los cerca de 200 militantes de la UP que murieron ese año. Las cifras oficiales hablan de 749 asesinatos por causa del conflicto entre maestros, estudiantes, defensores de derechos humanos, sindicalistas; además de 568 guerrilleros y 501 militares.
Los narcos mostraban sus intenciones baleando a Enrique Parejo González en Budapest, donde llevaba 5 meses como embajador intentando no sufrir la suerte de Lara Bonilla. Yair Klein hizo su primera visita al país para tantear el terreno y los maletines de ganaderos, bananeros y narcos en el Magdalena Medio y Urabá. La portada del New York Times Magazine tenía a Pablo Escobar y a Fabio Ochoa bajo el titular Cocaine billionaires. En la contratapa estaba la publicidad del Café de Colombia bajo el cual había ganado Lucho: Test taste, decía el aviso.
Nunca se sabe lo que traen las carreteras en el ciclismo o en las trochas del Caquetá. Pero al menos el panorama parece más alentador en este año. Aunque la camisa roja traiga algunas advertencias.


martes, 6 de septiembre de 2016

Golpe de realidad





Nos hemos concentrado en las 297 páginas. En las salvedades, en los posibles gazapos, en la menuda letra y la manida desconfianza, en el papel como trinchera de los leguleyos. El pequeño síndrome del viajero temeroso que siempre prefiere el mapa al paisaje. Como si el país para discutir sus problemas se dedicara a leer la Gaceta del Congreso. Los diagnósticos serían siempre equivocados, y ya no habría lectores ni país. Los acuerdos serán sin duda un marco para lo que viene, pero la realidad siempre desdeña las intenciones, los compromisos, las metas, las innumerables instancias creadas en la negociación. Mientras los alcaldes aprenden a deletrear las siglas de las nuevas instituciones se perderá tiempo valioso.
Para vencer la paranoia rabiosa de algunos y el optimismo exaltado de otros más valdría mirar antecedentes propios y ajenos, resultados de las instituciones y programas encargados de recibir a los combatientes, la fortaleza del ejército y la madurez de partidos y votantes, incluso la posibilidad de nuestros medios de entregar versiones que no sean complacientes con el gobierno ni con los tics nerviosos de la opinión pública. En últimas, el futuro no va depender de lo que se negoció en La Habana durante cinco años sino de un legado un poco más antiguo y más complejo.
En los últimos quince años se han desmovilizado cerca de sesenta mil combatientes ilegales en Colombia. Tal vez ningún país en el mundo tenga en este momento tanta experiencia en tratar con guerrilleros, paramilitares, narcos puros vestidos de camuflado y mercenarios que soltaron el fusil. Según los datos de la Agencia Nacional de Reintegración tres cuartas partes de los recién llegados han cumplido con los programas propuestos y han regresado a la civil. No será nada fácil, un poco menos de 3.000 han sido asesinados y 7.000 han vuelto a lidiar con el código penal.
También vale la pena mirar ejemplos de post conflicto con relativo éxito como los que han celebrado varios municipios del oriente de Antioquia. San Francisco, San Luis, Granada, San Carlos, entre otros, sufrieron el abandono hasta del setenta por ciento de su población durante la década del noventa. Durante diez años se ha trabajado en el retorno, con recursos de Medellín, Antioquia y el gobierno central. Hay suficientes experiencias propias para no pensar solo en abstracto cuando se habla de la vida después de la firma.
Los fracasos también están en el mapa del realismo. Lo que ha pasado en el Catatumbo en los últimos 5 años muestra una cantidad de compromisos con organizaciones sociales mientras crece los cultivos de coca y el caos armado. La atención del Estado a las organizaciones sociales se ha traducido en mayor poder para los violentos y no para los civiles. Buenas intenciones y resultados magros.
Afuera se pueden mirar los casos de Guatemala y El Salvador, con procesos de paz firmados en la misma década y resultados contrarios. Guatemala demostró que las negociaciones más largas y más detalladas pueden dejar las más grandes frustraciones. La gente no llegó a las urnas para respaldar las reformas acordadas y una guerrilla casi derrotada militarmente nunca ayudó a consolidar una mayor apertura democrática. La Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca nunca ha logrado más del 3% de los votos. No mejoró casi ningún indicador y hay un ex general atendiendo un juicio desde una cama. En El Salvador hoy es presidente un antiguo jefe guerrillero del FMLN, la democracia se abrió pero la violencia citadina, asociada a las Maras, reemplazó con creces a la violencia de la guerra insurgente. Y el primer presidente de izquierda afronta hoy un juicio por corrupción. Vale la pena levantar la vista de los papeles y mirar un poco un poco de realidad.