Hace cerca de
diez años un hombre cambió la manera de cobrar, prestar y pagar en el sur del
país con sus simples iniciales en avisos luminosos. DMG apareció en el sur como
una noticia de la normalidad económica y el progreso. No más cadenas de oro empeñadas,
llegaba el fin de vender el sueldo a los usureros mientras el patrón Estado o
privado pagaba, se cambiaban los modales toscos de los prestamistas enfierrados
por la sonrisa de una taquillera vestida como auxiliar de Flota Magdalena. Todo
terminó con el fugaz magnate en una celda en Estados Unidos y el estallido de
una pequeña burbuja en la tierra de las caletas y la plata en rama.
Luego del
acuerdo con las Farc los departamentos de Putumayo, Caquetá, Guaviare, el pacífico
nariñense y otras “lejanías” vivirán sin duda una mudanza económica. El
efectivo de la ilegalidad buscará cauces seguros, llegarán inversionistas antes
agazapados, vendrán nuevas oportunidades y nuevos ricos. Hace unos meses el
presidente Santos habló de 13.000 folios en la Fiscalía donde se mencionan
empresas con relaciones con las Farc. Camilo Chaparro y Eccehomo Cetina dicen en
su libro El Dorado de las Farc que
los hijos de los comandantes históricos, con formación y ambiciones distintas a
la revolución, serán claves en el manejo de los “ahorros” propios y colectivos.
El gobierno habla de la llegada de Estado y mercado a los municipios donde por
décadas se desarrolló el conflicto, y es muy factible que tanto el Estado como
el mercado lleguen ligados a la estructura de la guerrilla convertida en
partido político y organización social. La revolución en esa Colombia tantos
años invisible por la desidia y el veto de la violencia, llegará más de la mano
del capitalismo a la vista que de la utopía armada y las monsergas del PC3. En
últimas, la moto y el celular eran el gran anzuelo de los comunistas para los
jóvenes en el Cauca o el Caquetá.
Esta semana leí
una respuesta de Ibsen Martínez, escritor y comentarista venezolano que vive desde
hace unos años en Bogotá, a la pregunta de los posibles cambios en Colombia una
vez se consolidé el proceso de paz. Martínez describe una pequeña escena que en
Colombia no ha pasado por muchas imaginaciones muy mientras discutimos la
Justicia Especial para la Paz y el estado de los cambuches en las zonas veredales:
“…El hemisferio cínico de mi cerebro me dice que buena parte del secretariado y
de la cúpula política de esa guerrilla no está tan interesada en hacer política
electoral, parlamentaria, como en vincularse a la vida económica de la Colombia
que viene. (…) Estoy entre los que piensan que asistiremos muy pronto a una
revolución en Colombia cuando veamos algo que nunca antes se había visto, un
oligarca sentado al lado de un ex comandante guerrillero en la directiva de una
central hidroeléctrica en el Putumayo. Y, curiosamente, a ese ex guerrillero no
lo veremos lanzarse como candidato a senador. Las FARC, después de los
acuerdos, tienen un papel muy importante que jugar en ese mundo feudal que hoy
coexiste con una Colombia moderna y sofisticada.”
Más allá de las
consideraciones morales, los castigos penales y las obligaciones
transicionales, la integración social y económica de las Farc y sus bases serán
una de las claves del éxito de los acuerdos en cerca de 200 municipios
colombianos. No será una transición fácil, ojalá no sea un cruento cruce de
cuentas, y ojalá, como remata Ibsen Martínez, sea un factor de modernización
para esa Colombia aturdida y lejana.