martes, 18 de diciembre de 2018

Programación paranormal







A comienzos de los años sesenta la televisión pública se convirtió en un medio de enseñanza para comunidades donde el profesor era una figura de ficción. Más de 270 programas sobre ciencias naturales, música, dibujo y trabajos manuales hicieron parte del menú del único canal disponible durante los primeros tres años de programación. La televisión hablaba con un tono paternal que hoy parecería algo ridículo. Hasta hace poco una canción infantil mandaba a acostar a los televidentes más jóvenes. Señal Colombia habla de un archivo en su colección de “televisión educativa y cultural” que va desde 1964 hasta 1998. “Caminito alegre” y “Buscando amigos” se citan como los primeros programas para los que sentarse frente a la pantalla era una especie de tarea escolar.
Desde hace unas semanas, a propósito de la ley impulsada por el Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, se viene hablando del peligroso control gubernamental sobre la televisión pública. De la saña, el mal gusto y la imposición que algunos funcionarios podrían ejercer sobre los contenidos de los canales del público. Si antes una ministra de comunicaciones podía “programar” Millonarios Vs Unión Magdalena para tapar una de las grandes tragedias nacionales, convirtiendo los crímenes de Estado en razones de estadio; ahora tres funcionarios que muy seguramente representarían a un gobierno podrían decidir sanciones, “adular” a los privados con algunos premios y guiar la programación de los canales públicos según intereses de supervivencia electoral.
La amenaza no es menor. Pero la realidad de algunos canales regionales tampoco permite la tranquilidad. Mejor dicho, los tiempos aciagos ya están en la parrilla. Dejo un ejemplo paranormal. Desde hace unos años Teleantioquia transmite en las mañanas un espacio llamado Javis predice, dedicado a leer el tarot y entregar otras artes adivinatorias. Su presentador se llama Francisco Javier Villada y el canal lo presenta como un “motivador, maestro de luz y mentalista especializado en rituales, numerología, predicciones, tarot, consejos mágicos y educación sobre los signos”. Semejante repertorio recuerda a quienes entregan publicidad sobre brujos y milagros, al tiempo que deslizan la posibilidad del paga diario, en el centro de nuestras ciudades. Una hermosa relación entre los mayores embustes y los mayores riesgos que se promocionan al aire libre.
De modo que nuestra televisión pública que comenzó con intenciones educativas hoy dedica parte de sus espacios a promocionar la superstición, ser socia en el engaño a los ciudadanos más vulnerables y dar un impulso a la ignorancia. No estaría mal leer una entrada del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce cada que termine la programación. “Adivinación: arte de sacar a la luz lo oculto. Hay tantas clases de adivinación como variedades fructíferas del imbécil florido y del tonto precoz”.
Bien sabemos que el Estado no siempre es confiable en la repartición de bienes materiales, que muchas veces esconde raciones y prodiga bienes según lógicas arrevesadas y perversas; pero que también se dedique a proporcionar engaños y se lucre de las miserias de los ciudadanos le pone sobre la cabeza el turbante del embaucador. Y recuerda las palabras de Spinoza sobre las necesidades de superstición de los más débiles: “cuando las cosas les van mal, no saben a dónde dirigirse y piden suplicantes un consejo a todo el mundo, sin que haya ninguno tan inútil, tan absurdo o tan frívolo, que no estén dispuestos a seguirlo”, y para eso prenden la televisión y buscan los dominios ocultos de Teleantioquia.







martes, 11 de diciembre de 2018

Seguridad y control






El helicóptero de la policía apunta su rayo luminoso contra un enclave popular en el Barrio El Poblado en Medellín. El Chispero se llama esa pequeña aglomeración de casas sin revoque y sin portería. Más de cuarenta globos suben dispersos desde sus calles acompañados por la música Rodolfo Aicardi. El helicóptero intenta cegar el lanzamiento colectivo, apunta su luz contra una esquina y los globos comienzan a subir desde otra, dos cuadras abajo. La escena tiene algo de disparatada y elocuente. El ansia de control, la desproporción y la ineptitud quedan en evidencia.
Un grupo de treinta personas se reúnen en la esquina de un parque para prender velas en un ritual manso que en Colombia trae nostalgias parecidas para todos. La cerveza es un ingrediente tan necesario como la candela y los faroles para proteger los pabilos encendidos. Pero los brindis al aire libre están prohibidos. Las patrullas rondan y miran con desconfianza lo que en otra parte sería una simple charla alumbrada. El parque que era antes un exquisito teatro para la charla colectiva es ahora el patio de un CAI y la trastienda de una flota de taxis. La manera de proteger el espacio público es ahuyentando al público con una libreta de comparendos y unas esposas. Ahora solo hay espacio para la arbitrariedad. Mientras tanto los antiguos comensales se han dispersado pos las aceras y las esquinas de los alrededores, escondiendo sus vasos desechables como si fueran veneno. Los policías recorren sus feudos con la cara agria en busca de las amargas. No logran controlar tantos focos de infección. Las ratas se han apoderado del jardín que circunda el parque.
Las escenas me hicieron recordar un texto de Christopher Hitchens sobre sus luchas llenas de impotencia y ridículo contra la administración Bloomberg en la primera década de este siglo en Nueva York. Hitchens describe sus múltiples ejercicios de violación de la ley frente a los “bovinos funcionarios que apenas han aprendido a memorizar mantras tan exigentes como ‘tolerancia cero’ y ‘sin excepciones’”. Para jugar contra algunas disposiciones que buscan impedir comportamientos que no molestan a nadie ni implican daños, vale siempre un instinto natural contra la coacción y el absurdo. Hasta la lógica policial sabe que muchas de la prohibiciones aplicables sin inútiles. Solo que tienen para ellos una utilidad personal ligada a una fácil recompensa económica. En la Nueva York de Bloomberg se llamaban “evaluación de actuaciones” y traían una recompensa para los policías con más tiempo libre y mayor disposición a memorizar el reglamento. Entre nosotros se trata de simple soborno al ciudadano que realiza acciones inocuas. El policía saca la comparendera, divide la multa por dos y enseña la gran rebaja que ofrece al infractor. De modo que lo que era un trasteo informal, un jugueteo que empaña los vidrios de un carro, un niño jugando un videojuego para “mayores” un garaje, un extintor sin el letrero que arriba diga EXTINTOR se convierte en una transacción que implica un delito.
Hitchens menciona multas por alimentar palomas, sentarse en un cajón de madera en la calle, poner el morral en un asiento del metro sin importar que el vagón esté vacío. Y anota que son los policías vagos quienes prosperan en ese juego estúpido que pretende tratar al ciudadano como un niño torpe. Lo importante es que todo el mundo “ha pasado un rato aburrido y sano y está cobijado en su casa antes de las dos de la mañana”. Mientras tanto los funcionarios de oficina dicen luchar contra los delincuentes y proveer la disciplina necesaria. Atrás, un “reloj” digital va marcando el número de comparendos impuestos minuto a  minuto, hasta lograr al tedio infinito.



martes, 4 de diciembre de 2018

La cárcel por casa






Es la hora de los carceleros. Abundan los guardias y se regodean los inspectores. Los funcionarios van con el código penal bajo el brazo, lo consideran un libro maravilloso e insuficiente, quieren añadirle nuevos capítulos, trazar una línea más amplia para los tribunales y las celdas. Todo se basa en la necesidad de poner un rasero un poco más alto para los comportamientos permitidos. Es un llamado a la severidad.

El presidente ha propuesto prisión perpetua para algunos delitos. Necesita encontrar un tema para coincidir con un clamor ciudadano: “¿Quieren ustedes, ciudadanos de bien, encerrar por siempre a violadores y asesinos de niños?”. Ha encargado a los conservadores de tramitar esa tranquilizadora posibilidad. Todos reconocerán ese justo afán de justicia.
Pero también es necesario que los policías se encarguen de algunas desvergüenzas. Para quienes deambulan borrachos o se atreven a practicar sus “vicios mayores” al aire libre están los Centros de Traslado por Protección. Son peligrosos, pueden atacar o contagiar a otros ciudadanos, pueden hacerse daño a sí mismos. Los policías serán los encargados de decidir si es necesario una simple multa o un encierro preventivo. El descaro no puede quedar impune.
Y se pregonan las cifras de los detenidos como quien alardea de sus riquezas: “En los primeros 100 días de gobierno hemos capturado más de 50.000 delincuentes”, dijo el presidente Duque con la convicción de un gerente orgulloso. No hay duda de que las calles están más limpias.
Antes el ministro de defensa, un antiguo luchador contra el robo hormiga en los supermercados, había planteado la necesidad de regular la protesta social. El ministro pretendía una protesta que represente a todos los ciudadanos. ¿Una protesta unánime? ¿Y entonces contra quién diablos se protestaría? Luego se entendió la advertencia: El ministro vinculó a las mafias con las marchas y mencionó la palabra terrorismo al lado de las paredes rayadas. Ahora hay un proyecto de ley, de origen parlamentario, que busca crear un delito con penas entre 4 y 8 años para quienes cometan actos vandálicos durante las protestas. Taparse la cara durante las protestas será agravante. Ya existen delitos que castigan el daño en bien ajeno, las lesiones personales, el porte de explosivos, pero el código penal necesita una página más, una nueva advertencia, un castigo expedito más allá de la paliza policial.
También para los vagos habrá castigo, o al menos para quienes den amparo a su pereza. Hace unas semanas la laboriosa ministra de trabajo habló de un cartel de falsas incapacidades que afecta la productividad del país, y advirtió que se lucharía contra esa flojera con ayuda del ministerio de salud y la fiscalía. Que se tengan los alcahuetas y los resacosos en días de labor.
Y ahora la vicepresidente ha hecho un llamado enérgico contra quienes nos arrastran a la anarquía. Pidió a la fiscalía acciones urgentes contra quienes quieren “acabar con los activos de todos los colombianos”. El superintendente financiero denunció a los insidiosos que desde su cuenta de twitter invitan a sacar sus ahorros de algunos bancos. Colombia no tiene un solo condenado por pánico económico. ¡Pero es hora de empezar! Que lleven su plata a donde les dé la gana pero en silencio. Las protestas son pérfidas en la calle y en las redes.
El gobernador de Antioquia, amigo de algunos pillos mayores, ha entendidos de qué se trata y ha propuesto cárceles privadas y cobro por celda a los condenados. Solo retomó una vieja propuesta del expresidente de Fenalco. Que vivan en arriendo esos miserables.