martes, 26 de noviembre de 2019

Redes de miedo





Al final el miedo fue uno de los protagonistas. Logró que la gente se atrinchera con armas tan peligrosas como ridículas, que los medios amplificaran ataques falsos e inminentes, que la policía corriera tras las hordas imaginarias alimentadas por Twitter y WhatsApp. Miles de llamadas a los números de emergencia en Cali y Bogotá confirmaron el pánico colectivo. Las pesadillas sociales pueden ser tan ciertas como las de los niños que se desatan como un eco en un cuarto oscuro.
Las redes sociales se han convertido en una realidad en el bolsillo para exacerbar la política y privilegiar a los radicales. Los algoritmos enfocan a los extremos como una forma de mantener la atención de los usuarios. Pero no es solo un tema ideológico o partidista, también pueden inventar realidades callejeras, prender alarmas, generar inercias en las porterías de las unidades residenciales: Nos estamos convirtiendo en seres mucho más emocionales y tribales en nuestras formas de identidad”, decía el año pasado Jamie Barlett, uno de los tantos analistas de esa inmensa tómbola de noticias y rumores dirigidos.
En Cali las autoridades hablaron de una “operación avispa” de desinformación que hacía correr a los policías de extremo a extremo tras las sombras que llegaban por redes. El testimonio de una ciudadana que cayó en la histeria colectiva del jueves describe la realidad una vez logró separarse un poco de la escena: “En la portería mi sorpresa fue enorme: hombres y mujeres estaban armados con cuchillos, bates, tubos y hasta espadas ninjas (…) Muchos blandían sus bates y tubos al aire, de un lado a otro, como si estuvieran descabezando un muñeco imaginario. Pero no había pruebas de que los vándalos existieran, solo había rumores e imágenes confusas de supuestas tomas y ataques”. El balance final fue claro: No se presentó ningún robo en viviendas y no hubo asalto a unidades cerradas. Esa verdad no impidió que Bogotá repitiera la ficción al día siguiente.
En la madrugada del sábado, alguien en Twitter (también por ahí pueden moverse lúcidas reflexiones) recordó un pasaje de La mala hora. En esa novela lluviosa en un pueblo costeño los pasquines en las paredes, los rumores que aparecen pegados en las puertas y desaparecen en la mañana, comienzan a generar recelos, animadversiones, amenazas. Son señalamientos de infidelidades, robos, viejas cobardías.
En la novela se discute si los pasquines son una estrategia organizada, si el autor es uno o son varios, si es hombre o mujer. “Nunca, desde que el mundo es mundo, se ha sabido quién pone los pasquines”, le responde el ayudante del juzgado al juez. Y las damas de la sociedad católica le piden acción al alcalde que desestima los pasquines llamándolos “papelitos”. Y el cura dice que es “terrorismo de orden moral”. Hasta que el alcalde decreta el toque de queda y organiza rondas civiles de vigilancia y ordena a la policía disparar a quienes estén en la calle luego de las ocho de la noche y no se detengan. Y comienza la cacería.
Cuando el alcalde les anuncia a dos jóvenes que deberán presentarse la noche como reservistas y recibir un fusil para hacer cumplir el toque de queda decretado por la proliferación de pasquines, el peluquero que los acompaña responde con tono de burla: “Más bien una escoba. Para cazar brujas, no hay mejor fusil que una escoba.”. Los mismos palos que alzaban los vecinos en las porterías en Cali y Bogotá.
Los mensajes en las redes son los nuevos pasquines, y no necesitan riesgos nocturnos ni engrudo, un botón es suficiente: “ENVIAR”.



miércoles, 20 de noviembre de 2019

Paronoia





El gobierno ha optado por la “alerta máxima” en las guarniciones militares y el alarmismo máximo de cara a la opinión pública. El paro del 21N ha mostrado a un ejecutivo temeroso, incapaz de proponer, siempre a la defensiva, acorralado por las encuestas y ninguneado por el Congreso. Mientras su propio partido recela la necesidad de un acomodo que sería, muy seguramente, la obligación de apartarse de muchas de las consignas de campaña. Partido que al mismo tiempo lo culpa en silencio de las recientes derrotas electorales. Para acabar de ajustar la iglesia apoya las movilizaciones que el gobierno trata con decretos que autorizan a alcaldes y gobernadores a decretar el toque de queda.
En marzo de 2016 se hablaba de la crispación política, el descontento social frente al aumento de la inflación, el posible aumento del IVA, la venta de Isagen y de un gobierno ensimismado con la paz y perdido frente a las realidades en la calle. Además, Santos tenía un 73% de imagen desfavorable y solo el 23% de los colombianos decían que las cosas iban por buen camino. Las centrales obreras, las dignidades agrarias, el movimiento estudiantil y los camioneros eran las cabezas visibles del paro. Una parte de la oposición política se sumó a los reclamos. En los medios se podían leer advertencias de este tipo: “hoy por hoy el movimiento social podría expresarse con fuerza arrolladora si no se dan las transformaciones serias que el país necesita.” Las noticias de época no registran la propagación del temor ni los preparativos policiales y militares ni la descalificación de quienes expresaban la voluntad de participar en la protesta.
El Centro Democrático respondía con una marcha convocada en abril para denunciar el “desgobierno de Santos”. Claudia Bustamante, una de las organizadoras, tenía muy claros los motivos de la marcha: “la gente va viendo que no le rinde la plata para el mercado, que al campesino no le da para pagar su crédito agrario, que el dólar está por las nubes y por eso no puede viajar a conocer a Mickey Mouse o mantener su estilo de vida. Eso ha generado preocupación”. Al final las dos protestas fueron concurridas y tranquilas.
Pero ahora el gobierno Duque se empeña en presentar la protesta como una batalla. El lunes hablaban de ochocientos kilos de dinamita encontrados en zona rural de Putumayo como posible “insumo” para la protesta. Una caleta un poco lejana. La semana pasada fueron los extranjeros deportados como supuestos cabecillas de vándalos profesionales. Hacen recordar a Piñera y sus primeras reacciones a la protesta en Chile: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie…”
La estrategia del gobierno ha hecho que mucha gente recuerde el paro nacional de 1977 que según cuentas dejó cerca de 20 muertos en un solo día en Bogotá. Según el dicho de la época el gobierno de López Michelsen había pasado de ser el “Mandato Claro” en tiempos de elecciones, al “Mandato Caro” por cuenta de la inflación. Las reivindicaciones eran sobre salarios, pensiones y jornada laboral. Se bajaron algunos subsidios y el Frente Nacional era visto por muchos como un anacronismo insoportable. El gobierno decidió enconcharse y señalar la huelga de subversiva. Las tachuelas y las piedras eran presentadas en la prensa como armas de gran peligro. Un mes antes del paro se expidió un decreto que castigaba con arresto a organizadores de manifestaciones. Igual que hoy, los señalamientos, la propagación del temor, la recriminación a la protesta y las medidas de fuerza pública hicieron crecer la presión y el entusiasmo respecto al paro. El miedo puede inflar la bomba.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Disidencias y coincidencias





En la madrugada del jueves 28 de agosto se conoció el video de Iván Márquez, Santrich y El Paisa anunciando una nueva etapa guerrillera. Fueron 32 minutos de la misma grandilocuencia en el discurso y una pose teatral que los hizo más patéticos que amenazantes. Dijeron que anunciaban al mundo su voluntad de lucha. Y el mundo respondió con algo de indiferencia. Pidieron cambuche al lado del ELN para encontrar alianzas. Y el ELN los mira con recelo luego de años de traiciones y enfrentamientos. La frontera con Venezuela les dio algo de refugio entre el caos delincuencial, pero los duros de la zona, con años de ventaja en el negocio, seguro los tratarán como un “estado menor” que debe respetar antigüedad.
El 29 de agosto a las 11:03 de la noche aviones de la Fuerza Aérea bombardearon una zona selvática en el municipio de San Vicente del Caguán en el Caquetá. Un día después el presidente anunció el éxito de una operación “estratégica, meticulosa e impecable” contra quienes “hacen parte de estructuras criminales que pretenden ahora desafiar a Colombia”. El bombardeo al parecer era más una operación política para demostrar, frente a la opinión pública, fuerza y contundencia contra Márquez y compañía. Ese cuento de la Nueva Marquetalia le daba al gobierno en apuros la oportunidad de revivir ese enemigo armado y dar un golpe de opinión.
Gildardo Cucho, el cabecilla que murió en el operativo, no era en realidad más que un mando medio de la banda de Gentil Duarte en el sur del país. Se podría comparar con un “capo” de bandas en una ciudad como Medellín. Se habla de 40 “hombres” a su cargo, hoy sabemos que buena parte de esa fuerza eran niños, niñas y adolescentes con menos de tres meses en las lides del fusil y la rancha. El gobierno no entregaba propiamente el parte de la muerte de Reyes o el Mono Jojoy. Las autoridades apenas se ponen de acuerdo en el nombre de Gerardo Cucho, y ese parte de guerra aplaudido en directo por el gabinete de Duque se olvidó muy pronto, como el gobierno ha olvidado que las “hazañas” de la seguridad democrática son cosa del pasado.
Hace un poco más de ocho años, en el inicio del gobierno Santos, se dio un anuncio similar al del 29 de agosto pasado. En ese momento el presidente celebró la muerte, en un bombardeo, de quince terroristas en Tacueyó, en el Cauca. Menos de una semana después el país se enteró de la muerte de cuatro menores de edad en el ataque. “A estos niños sin experiencia nos toca echarles tierra encima”, dijo uno de los hombres de la vereda El Triunfo en Toribío. Cerca de 250 menores salían de la guerra cada año antes del acuerdo con las Farc según cifras del ICBF.
En pleno conflicto con las Farc se hacía difícil esconder los detalles y las víctimas de un bombardeo del ejército. Los partes de guerra eran los anuncios más importantes del gobierno. Ahora, cuando fracasos legislativos y jurídicos, afugias fiscales, derrotas electorales y líos laborales ocupan buena parte del debate nacional, fue más fácil para el gobierno esconder la muerte de los menores. Pero llegó el sobre de manila y todo se supo. Es claro que los objetivos del ministerio de defensa encarnan amenazas distintas y deben buscar métodos distintos, que un anuncio de la Fuerza Aérea tiene menos alcances en la opinión, que los órganos de control y prensa miran con menos diligencia hacia los militares, y que el gobierno Duque corre todos los riesgos de quedarse con lo peor de esas ofensivas desmedidas y sin los triunfos mediáticos contra un enemigo ahora menor.