miércoles, 27 de enero de 2021

Mecanismos de crispación

 




La revocatoria del mandato se ha convertido en un simple entrenamiento electoral, un simulacro de las votaciones en ciernes, un pulso algo histérico en redes y medios para el deleite de las barras bravas. Luego de un año de mandato de los alcaldes elegidos en octubre de 2019 son once las capitales donde se han inscrito movimientos para impulsar revocatorias. Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Manizales, Armenia, Ibagué, Cúcuta, Popayán y Quibdó disfrutan hoy de ese teatro del absurdo. De esas once capitales ocho intentaron el mismo juego durante las administraciones municipales que ejercieron entre 2016 y 2019. Todo han sido intentos vanos, no se ha pasado de la recolección de firmas y los pleitos en instancias judiciales o administrativas. Luego de los comités y las caravanas vienen los Derechos de petición, las acciones de tutela, los incidentes de desacato, las acciones de cumplimiento, las acciones populares y las denuncias penales. Así pasó en los dos últimos intentos en Bogotá. Florencia ha sido la única capital de departamento donde se ha votado una revocatoria, y solo se contaron el 36% de los votos necesarios para que la alcaldesa del momento saliera por esa puerta cerrada con doble llave.

Una elección a la mitad de un mandato de cuatro años solo trae las perversiones del poder y el ejercicio electoral. Los elegidos terminan alargando sus candidaturas en un proselitismo ahora ejercido con los poderes del presupuesto y la burocracia. De modo que al tiempo que ejercen la prepotencia de la chequera se declaran víctimas de terribles conspiraciones y revanchas. Esta semana, por ejemplo, el alcalde de Medellín llegó a la Registraduría agitando banderas, con funcionarios y contratistas a la saga, y alegando un complot de sus rivales recién vencidos y una “mano negra” (luego corrigió y dijo la “mano oscura”) que quiere detener un cambio histórico. Los mandatarios se convierten entonces, con voluntad reforzada, en fieles a una clientela particular, a un comité de defensores que intentan cautivar con el populismo más burdo. Imaginen cómo se repartirán los subsidios directos en tiempos de pandemia y revocatoria

Los promotores de la despedida, por su parte, se dedican a inflamar un poco el ambiente, a intentar cubrir con una bandera partidista cualquier descontento ciudadano. Y ahora las críticas fundadas a los alcaldes o alcaldesas quedan untadas de arrebatos ideológicos, de revanchismo y de los señalamientos más grotescos. Para volver al ejemplo de Medellín digamos que se mezclan las ridículas acusaciones de satanismo por un diablo alumbrando el diciembre con los las alarmas del clientelismo y la repartija partidista de Daniel, el dependiente de La Alpujarra. La farsa puede ser tal que mientras una parte del Centro Democrático grita sus extravagancias, la mayoría de su bancada en el concejo le aprueba las facultades extraordinarias a Daniel, el facultativo del Tricentenario.

Los políticos no pueden vivir sin el ejercicio electoral. La contienda es su oficio, deben mantenerse en forma, jugar todos los días para la tribuna. Ese es el fin primordial de la revocatoria del mandato: azuzar a una parte de la ciudadanía mediante un mecanismo que saben infructuoso, alentar una pelea algo fingida para mantener vigencia y apostar a futuro. Elegidos y revocadores le dan cuerda a esa rueda en la que la ciudadanía bota la corriente y ellos gastan los recursos, el tiempo y las prioridades. Se fortalecen los partidos y los extremos mientras se liman las instituciones y los presupuestos.

miércoles, 20 de enero de 2021

Pajaritos en el aire

 




 

Fueron cinco años intensos, de apoyos mutuos, de advertencias y nuevas reglas para esa relación incendiaria y fructífera. Gritaron juntos, señalaron, mintieron, incordiaron como una regla para hacerse fuertes. El templo, con su símbolo alado, solo prestaba los altares para ese predicador frenético, entregaba la piedra de los sacrificios a un sacerdote vociferante, no pretendía desmentir sus mensajes ni calificar sus condenas. Los templos no hablan, solo resuenan, explicaban desde sus torres. Pero la ruptura resultó inevitable, el sermón se hizo peligroso, un conato de incendio sobre la catedral mayor hizo necesario el destierro del orador derrotado. Trump está fuera de Twitter y su rebaño clama contra la persecución, ahora hay algo más de silencio, casi noventa millones de fieles buscan a su líder.

Trump fue desde el comienzo un alumno aventajado de Twitter. En 2012 ya entendía muy bien de qué se trataba el juguete. Su desconfianza por los medios tradicionales y su proverbial tacañería lo guiaban por el camino correcto: “Me encanta Twitter... es como tener tu propio periódico, pero sin las pérdidas”. Todavía le imprimían los trinos y escribía las respuestas con el fuego de un marcador sobre un tablero. Su primer trino escrito directamente en la pantalla dejó a sus asesores felices, naturalidad, incorrección en el lenguaje y el discurso, palabras repetidas como martillazos. Justin McConney, encargado de las comunicaciones del Grupo Trump en ese entonces, recuerda el 5 de febrero de 2013 como una epifanía: “El momento en que supe que Trump podía tuitear por él mismo fue comparable a la escena de Jurassic Park cuando el Dr. Grant se enteró de que los velociraptors podían abrir puertas y excavar”. Trump supo del poder de esa herramienta sencilla, no era un mecanismo muy sofisticado, solo tenía que ser un poco más burdo y más insultante de lo que era naturalmente. Construir una caricatura para hacerse más visible. Phillip Roth describió hace unos años los insumos para el trabajo que lo impulsó de buena forma hasta la presidencia en 2016: “Un vocabulario de 77 palabras que es mejor llamar imbecilidad”.

Pero la fuerza estaba ahí y los números de campaña lo demostraron. Durante la presidencial 2016 escribió 34.000 trinos contra apenas 9.800 de Hillary Clinton. Durante la campaña Trump consiguió más de nueve millones de seguidores contra algo menos de seis millones de su rival. Distraer, insultar, señalar eran las estrategias de Trump, algunos lo definían como un político en un juego de rol en medio de la campaña. Ya en la Casa Blanca el presidente se mostraba orgulloso: “Tuitear es como una máquina de escribir, cuando lo envías, inmediatamente aparece en el show. Dudo que estaría aquí si no fuera por las redes sociales”. Trump llegó a amenazar a Corea del Norte con un bombardeo vía Twitter y a culpar a un excongresista del asesinato de una de sus asesoras. Twitter dijo que no retiraba los tuits porque tenían un gran valor noticioso.

Durante la campaña reciente llegaron las primeras advertencias mutuas. Una etiqueta de Twitter decía que los mensajes de Trump eran potencialmente falsos y llegaron a borrar algunos. Trump respondió diciendo que la plataforma violaba la libertad de expresión y anunció una fuerte regulación e incluso su cierre. Trump perdió las elecciones y su cuenta de Twitter en apenas dos meses. La plataforma está ahora en la lupa de los políticos de todo el mundo y de toso espectro ideológico, ¿quiénes son para decidir sobre sus discursos?; y en la mira de los inversores, el día de la expulsión a Trump su valor en el mercado cayó 5.000 millones de dólares. Twitter y Trump se extrañan, se necesitan, se odian.

 

miércoles, 13 de enero de 2021

Primer peregrinaje

 







El hisopo tocando el globo ocular fue el fuetazo inicial para emprender la marcha. La prueba negativa era obligación para buscar la ruta hacia el cañón del río Buritaca, un camino de montaña con reconocidos atributos espirituales. Salimos sin arrebatos místicos ni complejos de hermanos menores, más pensando en las flaquezas del cuerpo que en la templanza del alma. El primer paso fue el de siempre en los viajes por las carreteras del norte de Colombia… Y por las del sur y el centro: un policía extremando las exigencias legales hasta llegar a la verdadera exigencia. Llegó a decir que nuestra obligación era ir en silencio en la buseta. Al final, los dos baquianos lo dominaron con diez minutos de charla.

Íbamos camino a Machete Pelao, punto de partida para la caminata. Las guías de turismo lo han bautizado como El Mamey, para no ahondar en viejas heridas. En las tiendas del pueblo las fundas de los machetes muestran dos corazones anudados. En la “burbuja” hacia El Mamey nuestro guía comenzó con la historia reciente: las hazañas de Hernán Giraldo, su ascendencia en la región, sus enclaves en el valle más frondoso y en las montañas más bravas de la Sierra.

Luego de una hora larga de caminada apareció la primera sorpresa, una ramada con dos neveras con cerveza fría y la sonrisa de Remberto, un viejo empeñado a vender las polas por debajo del precio que impone la zona: “Porque yo con lo mío hago lo que me da la gana”, dijo con la sonrisa picada y la mirada caída. Las paradas en tiendas con cerveza, Gatorade, gaseosa, jugo de naranja y patilla se repiten en todo el camino. Paisas, indígenas y negros se turnan el mostrador, pura biodiversidad. Y los billetes de cincuenta con la imagen de los Koguis ruedan al son de las mulas que mueven el menaje para todos los peregrinos. Las mulas son el animal sagrado de la zona, en la ruta vimos herraduras sobre los troncos y cabezas con ofrendas de cerveza y sal sobre las trochas. Reconociendo mi poca cercanía con Serankua, debo decir que los arrieros me revelaron más secretos que los Koguis. Para mí fue difícil dejar de ver esa tribu diseminada como una secta donde las opciones individuales no tienen cabida, donde roles y destinos tienen un margen mínimo para el cambio.

Los indígenas conservan una mirada desconfiada en el camino. Los niños, cando están solos, se atreven a pedir un dulce con el monosílabo de una marca o una seña. El recelo y el silencio son parte de su sabiduría, el misterio más que los secretos ancestrales conforma su gran atractivo. En Santa Marta, el día anterior a la salida, vimos a dos jóvenes indígenas tomando del mismo pozo alucinante de un gran margarita. Los alardes parlanchines de un mamo acabarían con años de reverencia y condescendida occidental. El mamo que nos presentaron en el camino, en la tienda de Asprilla, nos reveló que sabía hacer un nudo con un hilo en nuestra muñeca: la verdad esa “aseguranza” se veía triste frente a la manilla Lost City que nos acreditaba como caminantes oficiales.

Pero las grandes enseñanzas las dejó el cuerpo, la fatiga, la reserva de las fuerzas, el poder del sueño, la medicina de la conversación frente al dolor del paso a paso. Recordé la frase de Spinoza que me dijo hace poco un amigo: “…nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo…Nadie sabe de qué modo ni con qué medios el alma mueve al cuerpo…” Según Spinoza el cuerpo puede hacer muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma. De algún modo el cansancio, el poder del cuerpo, venció al paisaje y a los relatos mágicos, entregó las experiencias más dignas de recuerdo. El cuerpo como un barco que no necesita timón, que lleva los pensamientos y arrastra las ideas.  

 


 

 

 

 

Tiempo de fatalidad

 






 

El 2020 ha dejado todo tipo de imágenes inquietantes, de titubeos del poder ante un enemigo que desobedece e insiste. La certeza de los decretos y las decisiones políticas se ha cambiado por el intento de demostrar preocupación y cuidado. Los políticos han pasado de los regaños a los ruegos de una semana a otra, y han dictado su voluntad con un supuesto telón de ciencia y con el temor en cada palabra. En tiempos de ceguera muchos asumen cualquier medida como una necesidad vital, hay una gran obsecuencia, un afán inusitado por obedecer. Cuando los gobiernos enfrentan el reto menos susceptible a sus herramientas, cuando han demostrado ser menos efectivos e inteligentes, vemos una tendencia a poner en sus manos un poder desmesurado.

Entre esas imágenes inolvidables del 2020 están los soldados vestidos de blanco, con su traje antifluidos y su fusil, custodiando un barrio de 3.000 personas en la Comuna Santa Cruz en Medellín. Los carabineros y el ESMAD reforzaban el cerco que se impuso al barrio El Sinaí. Los soldados llegaron a apuntar contra mujeres que pretendían salir de sus casas y el perifoneo ordenaba incluso bajar de las “planchas” del segundo piso. Estaba prohibido tomar aire y brujear. Les prometieron 15 días de encierro a cambio de arroz, fríjoles, aceite, garbanzo y papa. “Los estamos protegiendo”, era la frase del momento y no ha dejado de sonar con alguna variante: “estamos salvando vidas”. Esa nueva misión nos traerá mucha diligencia y mucha tiranía. Desde mediados de abril llegaron las advertencias que se han ido diluyendo entre los picos y las muertes por goteo. Peter Singer, profesor de bioética en Princeton, lo dijo con riesgos y certezas: “Creo que la suposición, y ha sido una suposición en esta discusión, de que tenemos que hacer todo lo posible para reducir el número de muertes, no es realmente la suposición correcta (…) Ningún gobierno invierte cada dólar que gasta en salvar vidas. ¿Cómo evaluamos el costo general para todos en términos de pérdida de calidad de vida, pérdida de bienestar, así como el hecho de que se están perdiendo vidas?” Tal vez los gobiernos, como los motociclistas, tarden para obedecer de nuevo la luz roja de los semáforos.

También vimos a los mayores de 65 años pelear por su libertad como si fueran convictos, tratados como inimputables, carentes de capacidad para tomar decisiones sobre la más simple cotidianidad. Mientras tanto algunas parejas jóvenes y responsables paseaban a sus perros en los parques y despotricaban contra algunos viejos insensatos que se exponían en exceso. Y vimos la cara más temible de la policía que llegó a matar en su afán por “salvar vidas”. Las restricciones se hicieron cada vez más confusas y casi todo necesitaba el visto bueno de policías y vigilantes, el número de la cédula, la temperatura, la inscripción a la plataforma, cada requisito era una vuelta más a un mecanismo de control que muchas veces terminó en extorsión. El poder ilegal hizo lo mismo, la cara del Chapo en las cajas de ayudas en Guadalajara, las patrullas civiles en pueblos de la costa Colombiana y las bandas con nuevo pretexto para la “vigilancia” y el abuso.

En América Latina cada país ha dado los tumbos inevitables, señalando triunfos y tragedias en diferentes tiempos. Y hemos visto los ejemplos reseñados y luego corregidos por esta realidad excesiva. Y ahora, cada vez los países del vecindario tenemos cifras más cercanas. A pesar de las diferencias ideológicas, poblacionales, económicas y sociales pareciera que en los indicadores más gruesos terminaremos igualados. Todavía no es el tiempo de balances y lecciones, pero tal vez, a pesar del parloteo y las medidas, íbamos a terminar en los mismos lugares. Los tiempos de la fatalidad.

Viejos remedios

 


A comienzos de la pandemia el encierro y las nuevas rutinas llamaron a una repentina reflexión. La quietud impuso un gusto por la especulación y todos nos dedicamos a encontrar comportamientos y cambios excepcionales. Un tiempo diferente nos tenía que hacer diferentes. Para algunos se trataba del optimismo ante la cercanía del dolor y la amenaza, un humanismo empujado por la guadaña. Pero también el pesimismo tenía sus cartas, no habría más que rapiña, abusos de poder y oportunismo. Los humanos no serían más que pescadores en la desgracia, mutaciones del mismo virus egoísta que se impone en nuestra naturaleza. Todo adornado por destellos edificantes e historias de sacrificio para las lágrimas imprescindibles.

Uno de los libros más vendidos del año nos enseña en cambio un poco de resignación por nuestras reacciones predecibles sin importar los siglos y las fronteras. El Diario del año de la peste de Daniel Defoe puede leerse como un libro anticipatorio, como un catálogo de confirmación sobre las decisiones oficiales y privadas, acerca de los esfuerzos gubernamentales y los esguinces individuales. El libro busca reconstruir, con ánimos documental y licencias literarias, el tiempo de la peste bubónica en Londres en 1665. Y de verdad que sorprenden las similitudes con el contenido de las noticias que hemos tragado con esfuerzo y dedicación durante este año.

Al comienzo se describe la estampida de quienes tenían la opción de refugiarse fuera de las ciudades. Se habla de unas 200.000 personas que salieron antes de las talanqueras oficiales con retenes y las defensas a plomo de los campesinos en las afueras de algunos pueblos. Los encierros en las ciudades siempre encontraban una opción de salida, algunas cruentas como las que “hicieron saltar a un vigilante con pólvora” mientras los miembros de la familia salían por la ventana; otras más simples como los sobornos a “los miserables” que cuidaban las puertas o el pago a los vecinos para salir por los solares sin vigilancia. Encerrar a la gente “tampoco cumplió su finalidad en lo más mínimo, y solo sirvió para exasperar a las gentes y desesperarlas al extremo…”

Los médicos también eran marcados en medio de los reconocimientos: “… los investigadores, cirujanos, cuidadores y sepultureros no pueden transitar por las calles sin llevar abiertamente una vara o bastón rojo de tres pies de longitud en sus manos”. Esos héroes peligrosos también fueron acusados de matar a sus pacientes para sacar provecho personal, la mentira de las enfermeras asfixiando a los contagiadas. Las Fake news circularon sin que se hablara de infodemia: “Se hicieron algunos intentos para suprimir la impresión de los libros que aterrorizaban al pueblo y de amedrentar a sus propagadores…” Pero para muchos el miedo, falso o cierto, era un alimento necesario.

Las tabernas y cervecerías tenían que cerrar a las 9:00 P.M. y estaban prohibidos “bailes de osos, juegos, cantos de coplas y similares motivos de reunión del pueblo.” También la renta básica era una de las discusiones. Defoe dice que los pobres eran los más afectados y los más valientes frente al virus, “cumplían sus obligaciones poseídos de una especia de brutal coraje…”, pero no se tomaron medidas para auxiliarlos: “Los ciudadanos no tenían depósitos o almacenes públicos de granos o harina para sustentar a las familias más necesitadas”. Y los protocolos no varían demasiado, la gente llevaba menuda para no recibir devuelta, los carniceros y tenderos se bañaban en vinagre y la gente “llevaba frascos de esencias y perfumes en las manos”.

Diario del año de la peste es también la historia del 2020, vivimos bajo otra ciencia y otras cepas pero buena parte de la nueva anormalidad se resiste al cambio, una vieja historia de métodos, miedos e instintos.