miércoles, 31 de julio de 2024

La urna del dictador

 

Corrió solo y salió segundo!, los fanáticos del sí y de Pinochet olvidan que el 5 de octubre... 

Tensión en Nicaragua: a 30 años de la derrota electoral de Daniel Ortega,  el líder sandinista que prohíbe cualquier manifestación - Infobae

Pinochet no podía creerlo. Llevaban ocho años preparando una elección para sostenerse con algo más que el terror. La trama era patética. Los comandantes de las fuerzas armadas designarían a un candidato para que fuera a las urnas y la gente decidiera sobre su idoneidad para un periodo de ocho años. No había rival, era sólo un SÍ o un NO para el señalado. Pinochet no estaba en la lista, se suponía que era un acuerdo de transición y que el “candidato” sería un civil. Pero Pinochet se antojó. “Si soy el mejor y el más fuerte, ¿por qué no puedo ser el comandante en jefe?”, pensó. Sus subordinados, los supremos militares, lo escogieron como candidato un mes y medio antes del plebiscito. La confianza era su signo. Los aduladores serían su sino. Es inevitable que los dictadores se alejen de la realidad y se concentren en las huecas noticias del palacio o el cuartel. Por eso muchos terminan en manos de las pitonisas, buscando los provechos del más allá.

Al final el dictador fue derrotado. El periódico Fortín Diario soltó el titular que marcó el regreso a la democracia: “Corrió solo y llegó segundo”. El No a Pinochet le sacó once puntos de diferencia al SÍ. Pinochet creía mucho en el terror y en los aplausos. Los mitos, los libros escritos por los militares que lo acompañaron en las horas de la derrota, dicen que les enseñó un decreto para desconocer los resultados. Pero las espadas de sus compañeros de armas ya eran solo pisapapeles. Nadie lo acompañó en la idea y no le quedó más que el parlamento del protagonista de una tragedia: “Es una gran mentira, una gran mentira… ¡Aquí sólo hay traidores y mentirosos!”, dicen que dijo. Estuvo un año más en el poder, cómo estaba pactado, y salió para su casa a descansar. Pero la confianza traiciona más que los leales. Unos años antes había firmado la Convención de Naciones Unidas contra la tortura. Con esa firma fue a juicio once años después de la derrota. Las urnas pueden ser un gran riesgo para las armas.

En Nicaragua Daniel Ortega estaba tranquilo. La guerra y la política eran una sola afición. La presión internacional, un acuerdo con los países centroamericanos y observadores internacionales, ablandaron al régimen para ir a las urnas. Seguía tranquilo. La idea era lavarse la cara con los votos. De nuevo la confianza era la consigna. El ego que deja el poder absoluto oxida cualquier duda. Las encuestas, todas, le daban más de quince puntos de ventaja al sandinismo. Violeta Chamorro, su rival, era apenas una “dama de blanco” contra un “gallo ennavajado”. Las elecciones eran a cuchillo. El cierre de campaña fue vibrante, la revolución brillaba: “para qué elecciones”, tituló uno de los diarios del Sandinismo. El 25 de febrero de 1990 Violeta Chamorro, candidata de la Unión Nacional Opositora, le sacó quince puntos de ventaja a Ortega. Un servicio militar obligatorio para enfrentar a los Contras había dejado 35.000 jóvenes muertos y el Sandinismo ahora era un club de oficiales. Ortega fue a la casa de Chamorro en la madrugada. No se sabe si quería consuelo, pero lloró frente a su rival: “¡Ay muchachito! no te preocupés que vamos a salir adelante y todo se va a solucionar”, le dijo la “dama de blanco” al hombre de luto. Lo cuenta su hija Cristina Chamorro. Ortega cambió de opinión al día siguiente y prometió seguir gobernando desde abajo, con la navaja y el poder popular. Chamorro contó en televisión aquella noche del llanto de su rival y ese bolero fue suficiente para sacarlo del poder. Muchos coinciden en que su brutalidad de hoy es un trauma de aquella derrota.

No es fácil que las dictaduras dejen el poder por las buenas y por las malas votaciones. Tienen un pasado horrido y juran que tienen un futuro asegurado. El rechazo de ese pueblo al que tanto apelan es su gran pesadilla. Pero el fruto está maduro.

miércoles, 24 de julio de 2024

De senectute

 




La política no es propiamente el arte de envejecer. Es sobre todo el acto de aparentar. Durante la vejez la mentira se hace cada vez más difícil. Con los años el cuerpo y la mente llegan a una sinceridad que raya con el descaro. Tropiezos, confusiones, sueños inesperados, chistes inadecuados, raptos inexplicables de asombro, risas misteriosas, entumecimientos. No hay máscara posible contra la vejez y las escalas pueden ser un enemigo mortal durante unas elecciones. El botox y otros artilugios de utilería son solo maquillaje para payasos.

Tal vez la única ventaja del anciano en el poder es que nunca tendrá la condescendencia de sus enemigos. Y no estará obligado a batirse contra los falsos elogios y el barniz de sabiduría para sus achaques y sus terquedades. El poder los hará envejecer duros, tal vez paranoicos y enfermos del ego que produce sostenerse durante años en la cuerda floja de la política, pero nunca engañados en el trono falso de la sabiduría y la bondad.  

Joe Biden acaba de ser vencido por su memoria y sus rodillas. Y por el contraste con su contendor con una oreja sangrante que lo convirtió en un joven combatientes a sus 78 años. Biden no se fue por su propia voluntad, lo sacó la soledad, otro de los grandes fantasmas de la vejez. También sus partidarios debieron ser rudos frente a sus cada vez más tristes intentos de fortaleza. Imitarse a sí mismo unos años más joven es una tarea fatigosa.

A sus 81 años, los mismos que exhibe Biden, Fidel Castro dejó su cargo como presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe. Estaba seguro que tenía la sapiencia y la admiración de su pueblo. Pero solo lo protegía el temor reverencial. En su mensaje de renuncia dio a entender que había tardado en irse para no darle gusto a un adversario que hizo todo lo imaginable por deshacerse de él: “En nada me agradaba complacerlo.”, dice en una de sus líneas. Vivir y mandar como venganza a sus enemigos Dice además que no hablaba mucho de su salud para no ilusionar a su gente frente a las inevitables noticias del tiempo. No se creía inmortal, temía que sus ciudadanos se hicieran a esa idea. Los dictadores son siempre los ancianos más patéticos. Por eso Fidel dijo en su despedida que no quería aferrarse a un cargo.

Los manuales sobre la vejez como una era de silencio, gozo de las experiencias pasadas, cultivo de los placeres más sobrios y otras ideas sordas se ven flojos cuando los políticos intentan mantenerse en el poder. De senectute, el pequeño ensayo de Cicerón sobre la vejez, un texto de autoayuda escrito en el año 44 antes de Cristo, juega a la exaltación de la vejez con los argumentos conocidos desde los años de Matusalén. Las artes como escudo, la memoria como un músculo, la añoranza como una búsqueda posible, el cuerpo sabio que extingue los deseos más mundanos que apagan la luz interior, aunque él mismo se separó de sus esposa a los sesenta años para casarse con una joven pupila. Cicerón escribió su autoayuda a los 62 años, doce meses después su cabeza y su mano derecha fueron exhibidas por sus verdugos. No valieron sabidurías y quedó muy lejos de los 82 años de Catón el viejo, protagonista de su elogio a la vejez.

La política es casi un juego físico. Requiere de todos los sentidos para defenderse de la traición y de uno más para ejercerla. No deja espacio para la senilidad disfrazada de serenidad. A sus 90 años, Joaquín Balaguer, como presidente de República Dominicana, no podía leer los decretos que firmaba. Dijo que los hacía leer de sus visitantes ilustres para saber que sus funcionarios no lo engañaban. Solo le quedaba confiar en la palabra de los desconocidos. Estaba ciego, pero era realista.

 

 

 

miércoles, 17 de julio de 2024

Un hilo de sangre

 

Atentado contra Donald Trump deja dos muertos; el tirador y un seguidor

La violencia es la más efectiva de las armas para llevar a la certeza. Cuando la realidad deja dudas y la información confunde, el recurso extremo de la violencia puede llevar al convencimiento. Los disparos contra un político pueden ser el mejor método de persuasión, y convertir un discurso en un hecho inapelable. Trump, un mentiroso compulsivo, fue rozado por una bala y alumbrado por un reflector de verdad para sus historias. Ahora Trump solo tendrá que decir, “se los advertí… Esto es una infame persecución, hay una conjura ideológica y violenta contra el representante de unas mayorías patriotas, me culpan del lenguaje del odio, pero su lenguaje del odio, casi empuja a mi asesinato”.

Unos pocos de los asistentes a la manifestación política en Pensilvania se fueron contra la prensa después del atentado al expresidente. Insultaban a los periodistas y los culpaban de haber alentado el ataque. Pero no eran solo unos exaltados de la tribuna republicana en medio del terror de los disparos. Políticos claves cercanos a Trump han ido un poco más allá: “Joe Biden dio la orden”, dijo el congresista Mike Collins. Y J. D. Vance, la fórmula vicepresidencial de Trump, debutó con una frase concluyente: “Esto no ha sido un hecho aislado. La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario a quien hay que parar a toda costa. Esa retórica ha llevado al intento de asesinato de Trump”. Algunos congresistas han pedido a un fiscal en Pensilvania presentar cargos contra el presidente Biden por incitar al asesinato.

La verdad es que las elecciones norteamericanas, que siempre se asimilaron a un espectáculo televisivo, una especie de programa concurso multimillonario, un reality show extremo, parecen haber migrado a una película de acción entre dos posibles sobrevivientes o una de vaqueros con duelo entre los seguidores enfurecidos de dos octogenarios.

Desde el asalto al Capitolio en Washington, un instituto de la Universidad de Chicago hace una encuesta sobre violencia política en Estados Unidos. Los resultados de la más reciente, hecha en junio y que no se había divulgado antes del ataque, muestran el tamaño de los radicales y su apuesta. Un 10% de los adultos en Estados Unidos apoyan usar la fuerza para impedir el regreso de Trump al poder. Mientras un 7% apoya métodos violentos para que el expresidente vuelva a la Casa Blanca. Se podría pensar que es una fogosidad para el escenario de las redes sociales, pero al parecer hay gente dispuesta a disparar más allá de X. A propósito, Elon Mosk dijo que el ataque era una seña de incompetencia o complicidad del Servicio Secreto. Las teorías conspirativas son piezas plausibles para un público cada vez más amplio. Los rusos perdieron su trabajo en las elecciones gringas, ya podrán sentarse a mirar el lance. Dimitri Perkov, portavoz del Kremlin, dijo que el gobierno creo la “atmosfera” para el atentado. Y el presidente de la Duma, aseguró que Estados Unidos está al “borde de la guerra civil” por la idea de algunos de “destruir los valores tradicionales”.

El personaje excesivo, casi grotesco, que significa para muchos Donald Trump, recién condenado por sus mentiras sobre una relación con una estrella porno, ahora está ensangrentado con el puño en alto. Ha pasado a ser la estrella de un cómic, un súper héroe herido y desafiante. El “estilo paranoide” del que se habla hace 60 años en Estados Unidos, una combinación de exageraciones, suspicacias, fantasías, ha cobrado más fuerza que nunca, tiene hoy un mártir con un hilo de sangre en su cara y un anciano malvado que maneja los hilos y ha olvidado dónde está la madeja.

 

miércoles, 10 de julio de 2024

¿Todo bien en casa?

 

 El Salvador: 500 personas habrían muerto en prisión durante estado de  excepción


Video: el cinematográfico operativo de Nayib Bukele para mudar a 2.000  pandilleros a una nueva mega cárcel en El Salvador


Nayib Bukele es un maniaco de la simetría. Su régimen responde a una especie de neurosis del orden y la regularidad. Las ruedas de prensa con banderas filadas al fondo y soldados rígidos que las custodian, cuatro banderas, dos soldados, todo en un juego de espejos… o de sombras. Asusta un poco esa puesta en escena milimétrica, con el presidente en el centro, partiendo en dos esa realidad de escudos, espadas y banderas. Todo recuerda el estilo Kim Jong-un.

Las cárceles son el paradigma de esa alineación perturbadora. Cientos hombres rapados, vestidos de blanco, acuclillados o sentados abrazando sus rodillas. Iluminados día y noche. Las fotos oficiales donde se exhiben los capturados -el 2.5% de la población adulta del país está en la cárcel- hacen pensar en un perfomance de pesadilla o en las gráficas que describen la disposición de los esclavos en los barcos que los traían a América o en carnicerías humanas o en un juego macabro con muñecos idénticos que se multiplican. Nada parecido al amontonamiento deforme de las torturas en Guantánamo. Aquí se hace de manera oficial, con escuadra y punto de fuga. Bukele está seguro que la violencia estatal se puede esconder por medio de la exhibición y la armonía geométrica.

Hace unos meses el ministro de seguridad de El Salvador dijo con orgullo que habían arrestado a 79.184 personas durante los dos años y cuatro meses del estado de excepción. Las detenciones responden a pescas aleatorias, sospechas, castigos policiales, retaliaciones personales, señales particulares. Las cifras de excarcelados dan cuenta de esa política de primero encerrar, después torturar y luego preguntar. Hace un año el gobierno aceptó la cifra de 7.000 excarcelaciones. Al entregar los datos de esos daños colaterales el ministro dejó clara la idea del gobierno de confesar para ocultar la culpa: “Eso demuestra que el sistema de justicia está funcionando”. Las anécdotas comprueban ese funcionamiento. En abril pasado un futbolista de la selección nacional, Marcelo Díaz, escribió en su cuenta de X como último recurso: “En nombre de él, mío propio y toda nuestra familia le pedimos de corazón que enmiende este error y que mi padre pueda volver a casa, a su rutina, a su trabajo y con su familia”. Su papá había sido capturado veinte días atrás cuando entraba al estadio a ver un partido en el que actuaba el ‘Chiky’ Díaz. No sé por qué pensé en Mane Díaz. El gobierno guardó silencio y procedió con la liberación. Con la lógica y las maneras de los secuestradores.

Según organizaciones defensoras de derechos humanos, como Socorro Jurídico Humanitario, se han presentado 26.250 capturas de personas que no han cometido ningún delito. Una tercera parte de los detenidos durante la suspensión “temporal” de los derechos. Los muertos en las cárceles han sido 241, muertes violentas disfrazadas de naturales. Menores de 40 años que mueren misteriosamente por enfermedades súbitas. El seguimiento a los procesos de los fallecidos en las cárceles muestra que el 96% no tenía antecedentes ni causas penales en curso. Ni siquiera tatuajes alusivos a pandillas. Se llama ejecución extrajudiciale. A la vista, como le gusta al gobierno de Bukele. Transparencia.

En febrero comenzaron los juicios colectivos. La simetría pasó de las cárceles a los juzgados. Los acusados se agrupan en pantallas para afrontar los procesos de modo virtual. Todo bajo el mismo encuadre y los mismos delitos. Causas comunes que abarcan hasta a 1.700 detenidos, grupos armados por regiones de capturas o sospechas de formar una misma pandilla. Como si fueran selecciones deportivas. Todo es orden en El Salvador.