viernes, 30 de enero de 2009
Otro proselitismo es posible
El Foro Social Mundial, que delibera, canta y patalea por estos días en Belém, en la amazonía brasilera, tuvo desde su creación un lema ambicioso. Las infinitas reivindicaciones planetarias -por los arrecifes coralinos, la diversidad sexual, las culturas ancestrales, el trabajo digno, la igualdad de género, la libertad del Tibet, la condonación de la deuda externa, etc…- se acompañan de una vieja y prometedora consigna: “Otro mundo es posible”.
La promesa ha llevado hasta las selvas del Brasil a más de ciento veinte mil activistas, intelectuales, políticos, sindicalistas e indígenas de todo el mundo. Un campamento para la utopía, la fraternidad y la retórica. Un paraíso donde las minorías tienen la palabra como consuelo. El foro se ha vendido siempre como un contrapeso alegre y populoso a la reunión de lobos taimados en Davos, Suiza. Este año los asistentes tienen ímpetus renovados por la crisis financiera y las dificultades de las grandes economías capitalistas. Un aire de venganza flota sobre todas las declaraciones: “El capitalismo está obligado a guardar su sarcasmo y oír nuestras propuestas y reivindicaciones”.
Da pena decirlo pero la algarabía del Foro Social produce un desconcierto risueño. El consejo de Hugo Chávez de “salir de las trincheras de la crítica, mantener las banderas, fortalecer las ideas y lanzar una ofensiva ideológica, política, económica en todo el mundo” condujo a algunos extremos grotescos. El presidente Evo Morales dijo a la prensa antes de salir de Bolivia que plantearía “la construcción de un nuevo modelo alternativo al capitalismo.” Rafael Correa atacó con el puchero de siempre: “ojala los príncipes del capitalismo hagan un examen de conciencia y pidan perdón al mundo”, además puso al foro y a América Latina como el oráculo para las alternativas a la debacle capitalista. Fernando Lugo apeló al corazón de Vinicius de Moraes y Jorge Amado para pedir mejor trato de Brasil en el proyecto hidroeléctrico de Itaipú. Mientras tanto, Lula da Silva fue excluido de la tarima principal por ser considerado un sindicalista con tendencias neoliberales.
De modo que lo que pretende venderse como el escenario para un nuevo modelo de desarrollo no es más que el atril para el más trillado proselitismo de izquierda. Es imposible que quienes ni siquiera logran cambiar los estribillos puedan cambiar el mundo. Fue un milagro que no se hablara de Cuba como la vanguardia política y económica del continente. Pero a cambio Chávez y Correa cantaron a trío, acompañados por la hija del Che Guevara, un himno de primer semestre: Hasta siempre Comandante de Carlos Puebla. Un espectáculo que le habría dado pena ajena al mismísimo John Lenin que encarnaba Jaime Garzón.
El Foro que en los primeros años tuvo su ingrediente más importante en los movimientos sociales y que intentó alejarse de los partidos, ha sido tomado por sus alumnos más exitosos. Los candidatos que lo usaron hace unos años para ganar el poder hoy lo usan para quedarse. Parece que el Foro Social Mundial no es más que una semana para la borrachera de las reiteraciones y los sueños de grandeza. Pero bueno, es justo que los activistas que trabajan en cambios puntuales y en la pelea contra algún indicador grosero, puedan dedicar unos días a las canciones viejas y a dormir bajo la cháchara indignada de algunos intelectuales. Y está bien que los políticos canten sus mentiras.
martes, 27 de enero de 2009
Fanáticos y traidores
Luego de tres semanas de bombas sobra la Franja de Gaza solo queda una especie de certeza fatal de que la guerra es inevitable en las tierras de esa encrucijada histórica. Amos Oz, uno de los grandes escritores judíos de la actualidad, ha señalado con resignación el punto central de la disputa: “Vivimos sobre un suelo marcado por la tragedia en el sentido más antiguo y preciso del termino: un choque entre derecho y derecho, entre una reivindicación muy convincente, muy profunda, muy poderosa, y otra reivindicación muy diferente pero no menos convincente, no menos poderosa, no menos humana”. Una tierra donde el heroísmo guerrero se ha convertido en obligación y donde cada habitante tiene la certeza de representar la herencia de la verdadera religión y la verdadera fe.
Pero resulta que esa división, esa imposibilidad del sueño diplomático que habla de un Estado para Palestina y otro para Israel, es apenas un capitulo de la discordia, uno de los motivos para el pesimismo. Los periodistas han regresado a Gaza y hemos sabido que la bandera Palestina está más rota que nunca y simboliza un nuevo odio. Durante el ataque israelí militantes de Al Fatah y Hamás, las dos principales facciones políticas palestinas, se mataron y se traicionaron con esmero. Los unos señalaban los blancos para que Israel bombardeara y los otros ajusticiaban a los traidores en el paredón. Se habla de más de un centenar de muertos en medio de una lucha soterrada durante los días de bombardeos. Una guerra sucia que nos advierte que en Palestina ni siquiera está claro quién es el enemigo.
En medio de la guerra en Gaza no quedan muchas opciones. Como lo ha señalado el mismo Amos Oz la realidad en Oriente Medio puede ofrecer un único dilema, la difícil elección entre ser un traidor o un fanático. Él mismo se encontró la temida palabra sobre la fachada de su casa cuando tenía doce años: su amistad con un soldado británico, ocupante en su época de infancia, lo condenó a llevar esa marca durante un buen tiempo. “Traidor es quien cambia a ojos de aquellos que no pueden cambiar y no cambiarán, aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieren cambiarle a uno”. El niño judío había cambiado su opinión sobre los ingleses y en las tardes negociaba sus palabras en hebreo por algunas en inglés.
En 1993 Yasser Arafat reconoció la existencia del Estado de Israel en una carta oficial enviada al primer ministro Isaac Rabin. La OLP cambiaba el objetivo declarado desde su fundación 1964: la destrucción de Israel por medio de la lucha armada dejó de ser el único objetivo y la única solución. La palabra traición comenzó a flotar en todas las disputas palestinas y el camino para una guerra a librarse entre los escombros estaba listo. En medio de sus razones Al Fatah y Hamás han llegado a los mismos extremos de Israel. La diferencia ha sido de calibre. Atacaron campos de refugiados de la ONU, rompieron treguas, bombardearon sedes de gobierno, ayudaron a destruir la precaria infraestructura de sus ciudades.
Hace sesenta años israelíes y palestinos se negaban incluso a mencionar el nombre que le daba una existencia real a su contraparte. Los palestinos hablaban de la “entidad sionista”, “la criatura artificial”, “la intrusión”. Los judíos hablaban de los “lugareños”, “los habitantes árabes del país”. En los tiempos de los tratados de Oslo se decía que el 80 % de los palestinos y los judíos estaban de acuerdo con la solución de dos Estados compartiendo fronteras. Una realidad incomoda para todos pero inevitable. Un cambio decisivo que supuso casi cincuenta años de batallas de todo tipo. Ahora parece que se ha perdido terreno. Los ataques indiscriminados de Israel han logrado una lucha entre fanáticos y traidores que solo promete una profusión de víctimas en todos los bandos.
viernes, 23 de enero de 2009
Súper hombres
En 1959 Stan Lee, el padre de Spiderman, Hulk y Iron man entre otros, se aburrió de la desidia ambiente frente a las hazañas de sus personajes y decidió hacer un guión de cuatro páginas para la estrella del momento, el hombre que Sartre comparaba con San Juan de la Cruz y el mundo aclamaba como un santón de la nueva humanidad. El cómic lo dibujó Joe Sinnot y tenía como título “The man with the beard”. Las multitudes habaneras aclaman la viñeta de Fidel Castro mientras la historieta lo describe: “Éste es el hombre al que Cuba saluda como héroe y libertador”. “El grupo de barbudos que bajaron de las montañas hasta la capital para liberar al pueblo y fundar un nuevo país” parecía tener poderes sobre naturales. Habían logrado que el anticomunismo militante de los Súper Héroes gringos acogiera a un guerrillero que estaba a punto de escoger la hoz y el martillo como sus armas. Al final la historieta pregunta: “¡Él ha ganado la guerra, pero esto es solo la mitad de la batalla! ¿Puede Fidel Castro, el hombre de la barba, ganar lo más importante, la paz? Solo el futuro y la historia lo dirán”. Ahora ni el Omega tres puede salvar a Fidel y la revolución es una larga historieta con final de villanos. Pero dejemos tranquila a Cuba en manos de su nuevo salvador: el hombre de la boina roja.
John Fitzgerald Kennedy también tuvo su momento para codearse con los ídolos de chicos y grandes. Fue Súper Amigo de Superman en tres historietas. La primera en 1962 cuando presentó a Supergirl en la Casa Blanca. Mas tarde “La mayor heroína del mundo” ayudó a vencer a un monstruo interdimensional, gesto que Jacqueline y su esposo le agradecen con un ramo de flores entregado por la mano de los niños de un orfanato de Midvale. En una nueva entrega Kennedy sirve para esconder el gran secreto de Clark Kent. El presidente toma la identidad del reportero en una recepción sorpresa que le han organizado a Superman en el programa de TV “Nuestros héroes americanos” e impide que algunos suspicaces confirmen las sospechas de la doble identidad. Superman agradece con una frase en la que hasta los niños intuyen algo de ironía: “Sabía que mi identidad secreta no estaba en peligro, pues si no se puede confiar en el presidente de Estados Unidos, ¿en quién se puede confiar?”.
La última misión encomendada por Kennedy es más una campaña cívica que una hazaña para los grandes poderes del hijo de Kryptón. Superman debe idear un programa para mantener en buena forma física a los jóvenes americanos. Algo parecido a lo que intenta el engendro de Barney con los niños de hoy. Creo que el héroe rechaza ese ofrecimiento para manejar el INDER del Imperio.
Barack Obama es el más reciente de los Súper Hombres. Un político convertido en insignia mundial con el simple atributo de su voz y el contraste con la sombra de su antecesor. Obama también mereció su puesto al lado de una de las criaturas de Stan Lee. En la historieta publicada el 14 de enero, Spiderman salva a Obama durante su posesión cuando un archienemigo pretendía suplantarlo. El Hombre Araña le pregunta al nuevo presidente: “Si usted consigue estar en mi portada, ¿yo podría estar en el billete de un dólar?” Es el momento para una pregunta más parecida a la que Lee le hizo a Castro hace cincuenta años: “¿Podrá Barack estar a la altura de La Esperanza que ha generado? ¿Podrá hacer que esa palabra tan gastada valga más que el billete de un dólar?”. Vladimir Putin, otro de los archienemigos, ha respondido sin necesidad de máscara: “Las mayores decepciones, nacen de las grandes esperanzas”.
miércoles, 21 de enero de 2009
Restricción al porte de botellas
Los recientes episodios de violencia en Bogotá sumados a la percepción de inseguridad en zonas sensibles para la opinión, han provocado un clima favorable a lo que podría llamarse el síndrome del toque de queda: un nerviosismo colectivo que pide a gritos cerrar las puertas y apagar las luces de la ciudad por la vía del decreto salvador. El más notable arrebato de la enfermedad apareció el domingo pasado con la columna de Felipe Zuleta en este diario. Según Zuleta el alcalde debería imponer la ley zanahoria en todo Bogotá además de otras restricciones a la venta de alcohol. El columnista pone como argumento su experiencia cosmopolita en ciudades del primer mundo. Cita las prohibiciones ejemplares de algunas capitales ordenadas y severas Incluso nos cuenta, como atractivo turístico y ejemplo de civismo, que en Vancouver no se vende trago los domingos.
Al contrario de Zuleta, pienso que las ciudades que deben conducir sus costumbres y sus agendas de la mano constante de la prohibición y las restricciones de policía no pueden ser ejemplo de civilización y comportamiento. La neurosis del orden no implica siempre las virtudes del progreso. Recuerdo que en la época de mayor violencia en Medellín, a finales de los años ochenta, el gobierno municipal y los narcos estaban de acuerdo en una sola cosa: la ciudad debía estar dormida a las diez de la noche. Se trataba de un asunto de supervivencia y creo que toda una generación recuerda esos días como lo más parecido a una época en la que imperaba la ley del terror.
Imponer orden en algunas zonas no puede ser sinónimo de restringir horarios y posibilidades de disfrute para los ciudadanos. Ni siquiera para los ciudadanos corrompidos que buscamos alguna botella llena los domingos o tarde en la noche. La tranquila soledad de los espacios públicos no me parece un objetivo admirable.
Creo que todo el alboroto alrededor de las restricciones sobre los sitios de encuentro nocturno tiene más de mojigatería que de posibilidades reales para combatir la criminalidad. Me extraña por ejemplo que los medios hablen durante semanas de nuestras libertinas costumbres a la hora de vender licor y nadie mencione una reciente ley que abrió posibilidades a la más libre circulación de armas amparadas. En este punto creo que Medellín está mucho más enfocada en sus discusiones y sus medidas para atacar el crimen. Mientras Bogotá habla de cantinas y góndolas de licores en los supermercados, Medellín acaba de aprobar tres meses más de restricción al porte de armas. Medida que en el mes de diciembre supuso una reducción del 35% en el índice de homicidios. Según el secretario de gobierno de Medellín las armas amparadas aparecen con frecuencia en las escenas de los crímenes y cada vez es más normal la captura de personas con antecedentes que portan armas con salvoconducto. Mientras se criminaliza a los consumidores de licor en las esquinas, la ley de reducción de penas logró que el porte ilegal de armas se convirtiera en un delito inocuo. El 83% de los capturados por este delito en el 2008 en Medellín están libres.
Se agradece que el presidente Uribe haya apoyado la restricción al porte de armas hasta abril en la ciudad de Medellín. Pero parece que su percepción sobre los motivos de inseguridad sigue siendo muy parecida a la de Felipe Zuleta. Durante el Concejo de Seguridad en Medellín, mientras hablaba de su preocupación por un ataque con una granada a un taller de motos, su discurso se centró en una queja contra la permisividad que supone la dosis personal. El peligro de las obsesiones.
domingo, 18 de enero de 2009
Medallistas muy olímpicos
Una medalla entregada por un político es siempre un lazo al cuello o una premeditada caricia en la solapa o una moneda de intercambio entre numismáticos egocéntricos. Eso no implica que las ceremonias que preceden la entrega de las insignias sean una farsa y que la solemnidad de los contrayentes sea fingida. Cruces, placas, estrellas, collares, cintas y demás hacen parte de las manías y los modales de quienes habitan los ambientes palaciegos de la democracia. Sean municipales o presidenciales. Al ciudadano que mira la ceremonia desde la barrera siempre le será útil recordar la sencilla definición de Ambrose Bierce. “Medalla: Pequeño disco metálico que se otorga como premio a virtudes, logros o servicios más o menos auténticos”.
Las condecoraciones no son casi nunca el premio para un hombre tan desprevenido como virtuoso. En las ocasiones más conmovedoras son perseguidas con ardor deportivo. Hace unos años el ex-presidente José María Aznar contrató un grupo de lobbistas profesionales, la empresa Piper Rudnick, para que convencieran a los congresistas norteamericanos de postularlo a recibir la Medalla de Oro que se entrega en el Capitolio en Washington. De nada sirvió el adelanto de 700.000 dólares ni las 15 visitas oficiales a los Estados Unidos. Las 290 honorables firmas necesarias para completar el trámite nunca llegaron y el gobierno español terminó pagando 2 millones de dólares por una alhaja extraviada que en joyería habría costado solo 35.000. Y como comprar una condecoración es tanto como robarla, Aznar quedó hasta el bozo de medallas. Por eso mismo le rogó a su amigo George W. Bush que lo ignorara en su reciente fiesta de despedida con sorpresas. Para no mencionar la soga en casa del ahorcado.
Con José Luis Rodríguez Zapatero las prioridades han cambiado radicalmente. Su postura ha sido siempre la de un hombre más austero y preocupado por las labores humildes. Así que hace 2 años decidió condecorar a Julián Alonso, su peluquero en los tiempos de opositor desconocido, con la Medalla al Mérito del Trabajo, en su Categoría de Plata, “por su intensa trayectoria de 57 años en el oficio”. El homenajeado, que también atendió en su silla a Mariano Rajoy en sus años de escolar, respondió con una definición de placa para el líder del partido de oposición: “Era un niño muy tímido, con gafas muy grandes y muy discreto”. Para el oferente del pequeño botón las palabras fueron distintas: “Es un hombre muy culto y asequible”.
Es hora de ponernos en manos del campeón de las injurias y los galardones. Hugo Chávez tiene apenas dos maneras de expresarse: el insulto o la insignia. Y como hablamos de un onanista consumado el comienzo será con un decreto donde su confunden el generoso admirador y el virtuoso admirado: “Por disposición del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 15 y 47 de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional, previo el voto favorable del Consejo de la Orden y llenos como han sido los requisitos establecidos, se confiere la condecoración Orden Militar de la Defensa Nacional, en el grado de comendador, al teniente coronel (Ejército) Hugo Rafael Chávez Frías”.
Pero no se puede hablar de egoísmo. Chávez ha convertido el Gran Collar de la Orden del Libertador, máxima condecoración que entrega su país, en una llamativa rienda para sus amigos en el hemisferio. Lo han recibido Rafael Correa, Raúl Castro, Evo Morales, Tabaré Vásquez y Néstor Kirchner. En realidad todo hace parte de una recién fundada sociedad del mutuo elogio en la que los presidentes intercambian las medallas de los próceres nacionales como niños que se divierten jugando con su álbum y sus láminas repetidas.
Pero Chávez es el más excéntrico de los pequeños coleccionistas. También ha entregado su Gran Collar al Presidente ruso Dimitri Mevdeved, al Presidente de Bielorusia Alexander Lukashenko y al líder iraní Mahmud Ahmadineyad. A cambio ha recibido medallas labradas con sables y medialunas y rutilantes estrellas con aire soviético. Y nadie podrá decir que es una debilidad por los poderosos o un simple interés político y económico lo que impulsa al teniente coronel a regalar sus emblemas bolivarianos. Se trata de puro altruismo e hidalguía, como lo demuestra la Orden del Libertador en su Primera Clase impuesta a Denzil Douglas, Primer Ministro de la Federación Saint Kitts y Nevis, un par de puntos que los cartógrafos más esmerados han dejado en el Caribe. Un caramelo escaso para el álbum de pequeño bolivariano
Con el Presidente Álvaro Uribe las cosas son muy distintas. También le gusta condecorar presidentes, pero de compañías, ojala multinacionales. “La confianza inversionista”. Luis B. Juango Fitero, presidente de Bbva, y Jesús de Polanco, presidente del grupo Prisa, fueron condecorados hace poco con la orden al Mérito Nacional, en el grado de Gran Oficial, por su vocación y aporte al desarrollo del país. A Carlos Ardila Lulle le correspondió la misma orden pero en el grado Cruz de Plata. En el acto solemne el Presidente Uribe se refirió a la gran “familia Postobón”. Siempre creí que ese cariñoso rótulo para empleados y clientes era exclusivo de DMG.
Pero los países amigos también merecen reconocimiento. No todos los edecanes pueden trabajar para la empresa privada. Las más notables medallas entregadas por Uribe quedaron en manos Secretarios de Estado Norteamericanos. Robert Gates (Defensa), Condoleezza Rice (Estado) y Carlos Gutiérrez (Comercio) recibieron la Orden de San Carlos. Gates la recibió hace unos días en su oficina en Washington. En algún momento debió recordar que en 1991, cuando era director de la CIA, el hombre que tenía al frente con un alfiler en busca de su solapa era descrito en estos términos por documentos de inteligencia: “Álvaro Uribe Vélez. Político y senador dedicado a colaborar con el cartel de Medellín en instancias de alto nivel del gobierno”. Pero ya se ha dicho que la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música. Y ahora, Álvaro Uribe comparte altar con los grandes hombres de Norteamérica y los más influyentes personajes de finales del siglo XX. Las 60 palabras del viejo informe de inteligencia han sido tapadas con las 70 palabras del certificado que acompaña el galardón. Contrapeso entre extremos viciosos.
La Medalla de la Libertad que recibió Uribe a comienzos de semana tiene nombres del santoral, de la galería de la fama, de la revista Science, de los podios olímpicos, de las páginas de la historia universal. Hombres y mujeres que “han hecho contribuciones especialmente meritorias a la seguridad o los intereses nacionales de los Estados Unidos, a la paz mundial, o a la cultura u otras iniciativas públicas o privadas.” Hay beisbolistas suficientes para una novena del juego de estrellas; Sinatra podría cantar en la inauguración o B.B. King o Aretha Franklin o Plácido Domingo; la bendición la podrían dar Juan XXIII, Juan Pablo II o la Madre Teresa; las fotos estarían por cuenta de Ansel Adams; en el palco se sentarían tres Rockefeller, Gregory Peck, Charlton Heston, Muhammad Alí y Audrey Hepburn; para la seguridad hay héroes de Vietnam y la Guerra del Golfo.
Pero esos son algunos de los personajes frívolos por decir algo. La gente de los teatros, los estadios y las iglesias. Con el perdón de los guerreros. Y estamos hablando es de política. Entre los jefes de Estado extranjeros Uribe quedó al lado de Václav Havel, Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Nelson Mandela, Tony Blair, y Ellen Johnson Sirleaf, actual presidenta de Liberia. El único Latinoamericano que aparece en la lista, descartando a un preso político cubano, es el peruano Javier Pérez de Cuellar, Ex-Secretario de Naciones Unidas.
George W. Bush entregó un poco más de medallas que sus antecesores. Se quedaba pensando en la tardes de tedio en la Casa Blanca y brincaba un nombre, o se le ocurría algo mientras leía revistas. Su debilidad por el humor lo llevó a llamar a lista a Bill Cosby y Carol Burnet. Pero la verdadera mancilla a la ilustre galería de los medallistas por la libertad llegó con una dupla de sus subalternos implicados en la guerra de Irak. Paul Bremer III, administrador de la ocupación, y George Tenet, director de la CIA con acciones en Guantánamo. Recordé que la invasión al predio de Sadam se llamó Operación Libertad de Irak
Todo estaría mejor si los políticos regalaran botellas suculentas en vez de medallas con puntas de doble filo.
viernes, 16 de enero de 2009
Lección marroquí
En medio de la guerra global contra las drogas, y la asimetría entre los problemas que aquejan a los países productores y a los países consumidores, los primeros retados a duelo por las mafias y los segundos correteando usuarios en las esquinas y las discotecas, parece que Marruecos ha encontrado una vía intermedia de salvación y productividad: discreción y exquisita hipocresía.
Las montañas de Rif en el norte de Marruecos son desde hace décadas el principal proveedor de hachís de Europa. Los sembrados de quif, marihuana índica en el lenguaje de los ribereños africanos, se observan desde las carreteras y crecen sin más amenaza que las sequías. Esa marihuana se convierte en hachís con métodos primitivos que acuden a la adulteración para suplir la baja calidad. El extracto de las flores de las matas hembras, encargadas de proveer la materia alucinógena, es mezclado con leche condensada, clara de huevo, polvo de henna o un poco de estiércol de burro. Para que rinda. Los 10 millones de fumadores asiduos de Europa más unos 20 0 30 millones de fumadores ocasionales se surten en un gran porcentaje del hachís “enriquecido” en Marruecos. Se calcula que la cosecha ronda el millón de kilos al año y que más 250 mil campesinos marroquíes viven de la siembra, transformación y transporte hasta las costas de España. Todo eso mientras el gobierno marroquí exhibe una apatía y una tranquilidad digna del recién torcido.
Una situación histórica especial facilita el juego desprevenido del gobierno de Marruecos en la región norte. Se dice que Mohammed V -abuelo del actual rey de Marruecos- solo pudo lograr el dominio sobre los rifeños prometiendo que permitiría el cultivo del cáñamo, que era una tradición centenaria en la región. Para algunos bereberes de las montañas el consumo constituye incluso un sacramento. Además, el norte siempre fue hostil al reinado de Mohammed V y muy pronto se convirtió en un territorio “independiente” por desidia gubernamental y desconfianza mutua. Algo cercano a lo que sucede con nuestro sur. El consumo siguió siendo una costumbre entre los rifeños y los legionarios españoles llevaron el humo en la boca hasta sus costas cuando regresaron. Y les quedó gustando.
El Observatorio Geopolítico de Drogas, órgano burocrático de la Unión Europea, define la situación claridad: “Marruecos es el primer exportador del mundo, y el primer proveedor del mercado europeo. En el Rif, las superficies de cultivo se han ido doblando cada 10 años… todo esto acontece rodeado de la discreción, mediando una aparente indiferencia de los países amigos…” Nadie sabe muy bien cómo se distribuye la plata de la cosecha entre agricultores, autoridades policiales, mayoristas, encargados del transporte y contactos en Europa. La relativa legalidad del negocio ha logrado que el dominio de un cartel violento sea reemplazado por una diversidad de productores organizados bajo la estricta lupa del cobro de impuestos informales. Los campesinos se han salvado de la ruina y el país se ha visto libre de violencia extrema proveniente del narcotráfico.
Cada tanto Marruecos entrega una noticia para tranquilizar a los periódicos y las autoridades antidrogas de Europa. Dice haber desmantelado un cartel y reafirma su lucha contra el tráfico de hachís y su lealtad con los principios Europeos. Pero la lealtad, así sea de dudosa calidad, es sobre todo con los consumidores. A cambio de fumigaciones los presidentes de Europa pasan vacaciones en compañía de los monarcas marroquíes. Tal vez la civilización nos llegue del ejemplo africano.
martes, 13 de enero de 2009
Plomo Fundido
Las imágenes de los bombardeos sobre Gaza me hicieron recordar el título extraño y atrayente de un libro menor: Sobre la historia natural de la destrucción, una reflexión del escritor alemán W.G. Sebald acerca de la estrategia aliada de bombardeos sobre 131 ciudades y pueblos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
El horror de la guerra tiene casi siempre técnicas recurrentes y caras repetidas. Cambian los protagonistas, las dimensiones, las relaciones de fuerza y queda el mismo fuego sobre los techos. Lo que hoy se nos presenta como una atrocidad judía que pone a militantes de Hamas y civiles palestinos bajo la mira indiscriminada de los aviones, fue hace seis décadas la táctica aceptada contra el poder de los nazis. Como siempre no importaba la precisión sino la destrucción. El gobierno inglés apoyó la iniciativa en febrero de 1942 y todo quedó en manos de la Royal Air Force y sus audaces tripulaciones recién graduadas del bachillerato. Los papeles de la época no dejan lugar a dudas sobre el objetivo de los bombardeos: “…a fin de destruir la moral de la población civil enemiga y, en particular, de los trabajadores industriales”.
Algunas voces en la iglesia británica y en la Cámara de los Lores reprocharon la estrategia de los ataques dirigidos principalmente contra la población civil; según ellos era imposible una defensa de los bombardeos desde la moral o desde el derecho de la guerra. Pero Sir Arthur Harris, jefe del Bomber Command pensaba todo lo contrario, tenía la lógica implacable de quienes dirigen los ejércitos, la misma que según parece guía a los actuales comandantes judíos: “Creía en la destrucción por la destrucción, representaba el principio más íntimo de toda guerra, es decir, la aniquilación más completa posible del enemigo, con todas sus propiedades, su historia y su entorno natural”. Los corresponsales de la BBC a bordo de los aviones ingleses tenían una perspectiva bien distinta, entregaban a sus compatriotas las visiones alucinantes de un resplandor que prometía la victoria. Durante el primer reportaje en directo de un raid sobre Berlín el reportero describía una realidad bien lejana a la de los sótanos: “¡Es la ciudad!... va a ser algo sin sonido. El estruendo de nuestro avión lo ahoga todo. Vamos derecho hacia la más gigantesca exhibición de juegos artificiales silenciosa del mundo… No hay que hablar demasiado. Dios, un espectáculo realmente espléndido…”
Hablar de lo que pasó en tierra fue mucho más difícil. Según Sebald muy pocos testimonios se encargaron de describir el Apocalipsis que dejó 600 mil civiles muertos y siete millones y medio de personas sin hogar. Las frases hechas y el olvido fue la mayor elocuencia posible. Los alemanes viajaban en los pocos trenes que seguían habilitados y se negaban a mirar el paisaje de escombros a través de las ventanillas. Solo algunos escritores locales, años más tarde, fueron capaces de contar las escenas que habían dejado mudo al pueblo alemán. Las correrías que narran se parecen mucho a las que vemos en Gaza durante algunos segundos que nos regalan los noticieros. Tal vez el recuento de las guerras viejas, casi saldadas, nos entregue un poco más de realidad que las hazañas de los reporteros en las matazones de hoy: “Por la cercana autopista del Reich se mueve una interminable corriente de refugiados, frágiles ancianas que arrastran, sobre largos palos que llevan a la espalda, un fardo con sus últimas pertenencias. Pobres sin hogar con la ropa quemada y ojos en los que todavía se refleja el espanto del remolino de fuego, de las explosiones que lo despedazan todo, de quedar sepultado o de la vergonzosa asfixia en un sótano.” Para escribir esa historia natural de la destrucción Sebald se vale de los testimonios de reporteros y escritores que visitaron o vivieron las ciudades en ruinas. Uno de los textos más valiosos según su opinión, es una pequeña glosa con fotografías sobre los zapatos rotos de los alemanes después de la guerra: “Allí está visible, muy concreto, el proceso de degradación” de los derrotados. Todavía falta mucho para que alguien baje la mirada hasta los zapatos del pueblo Palestino.
martes, 6 de enero de 2009
Uribe en vacaciones
Luego de seis años largos de fatigas propias y ajenas el presidente Uribe ha desaparecido por unos días. No hemos sabido de concejos comunales ni de consejos espirituales o carnales dirigidos a sus compatriotas. Ha descansado el capataz y el párroco. Uribe nos ha dejado en santa paz durante seis días con sus noches. Un día para mitigar cada año de omnipresencia y obsesión nacional con su figura. Ni siquiera se le ha visto trotando con los soldados de la patria.
Lo último fue su mensaje de feliz año desde el Caimito, en Sucre. Una eterna parrafada en la que le dio la razón a quienes lo tildan de culebrero: “Recuerdo en mi infancia que los campesinos, cuando estaban al frente de una culebra peligrosa, cortaban, de un palito de guayaba o de un naranjito, una horqueta o un garabato invertido, o dos. Y entonces le ponían esa horqueta en la nuca a la culebra y en la cola, y la inmovilizaban. Uno les decía: ¡suéltela! No, no la puedo soltar, porque me muerde.” Sobra decir que Uribe se refería a la vieja fábula donde él hace de campesino recio y ducho contra el veneno de las FARC. El fabulista fue el último en irse de vacaciones.
Hace un año, cuando parecía que el milagro de una gripa lo iba a obligar a dedicarse a las bucólicas en su arcadia monteriana, apareció Emmanuel en un portal del ICBF y pasamos de la fiebre a las declaraciones febriles. Las vacaciones fueron más cortas y más ruidosas. Uribe estaba en todas las caricaturas en franca lid contra Herodes. Era tiempo para el fabulista bíblico.
La ausencia de Uribe en el comienzo del 2009 ha traído un reposo que habíamos olvidado. Los tiempos en los que el presidente no importa, no tiene nada que decirnos, no hay nada que temer. Todos los escenarios de la maquinación están cerrados. Solo le interesa a la esperanza de sosiego de sus subalternos. De pasada oí un chisme según el cual se había caído de una yegua. Un vaquero más o un vaquero menos. Qué va. Por momentos parece que Pachito Santos estuviera al frente. Solo queda rogar para que el acudiente de la patria no regrese con bríos renovados.
Pero no hay felicidad completa. Resulta que el fantasma de Álvaro Uribe se me apareció en dos lecturas de vacaciones, encontradas en el azar de los libros que cargan los demás. Porque el libro ajeno siempre jala más que el propio. La primera aparición fue en las letras de Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada en el 2006, en su libro llamado Chechenia, la deshonra rusa. El último capítulo se titula Por qué no me gusta Putin; y por momentos el perfil de Uribe y la fascinación colombiana por su tono y sus maneras se superponen sobre el ex-hombre fuerte de la KGB y la nostalgia de los rusos por un mandamás soviético. La lucha contra el terrorismo en Chechenia le permite a Putin ir desmantelando el Estado democrático que supuestamente reemplazó al régimen soviético. El patrioterismo ramplón busca convertir al Estado en un líder fuerte y una bandera.
El segundo hallazgo llegó con una novela del inglés Ian McEwan llamada Chesil Beach. Aquí la referencia es accidental y la alerta se debe sobre todo a los trastornos del lector luego de seis años de hiperactividad presidencial sumados a la amenaza de estar apenas en la mitad del camino. El protagonista, estudiante recién licenciado, se aferra a la teoría histórica del “gran hombre”. La lectura de las vidas de César, Nelson, Napoleón y Catalina la Grande lo llevan a una conclusión que pone en peligro su licenciatura: “Los individuos enérgicos forjan el destino nacional”. Su tutor intenta persuadirlo pero el alumno está embelesado con las magníficas personalidades. La teoría que lo convirtió en el discípulo despistado del curso tiene a Thomas Carlyle como padre putativo. Y una frase suya sirve para describir nuestros propios desvaríos: “La democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan”.