martes, 24 de noviembre de 2009
Apretar la prensa
Poco a poco los gobiernos de izquierda en América Latina han ido ganando su pulso contra los medios de comunicación. La estrategia es desprestigiar a esos poderosos pulpos tira tintas, llevar la suspicacia del lector o el televidente hasta los extremos de la paranoia, magnificar los poderes de los “grandes conglomerados” y pararlos palmo a palmo frente a un gobierno vituperado. Chávez ha hablado mil veces del “veneno” que destilan los “medios apátridas” y ha ido algo más allá de las simples palabras. Sus milicias rondan a los “gacetilleros a sueldo de la burguesía”. Correa dijo hace poco con el tono mesurado del educador: “Apaguemos el televisor y tengamos la mente limpia. No es necesario leer periódicos”. Evo, algo más atrevido, propone la creación de un Consejo de Derechos Humanos del ALBA y pone las imprentas y las cámaras de televisión como una de las plagas a combatir: “son medios de comunicación de la derecha, dirigentes de las oligarquías, guerra de comunicación de gente de las logias, algunos medios sólo ven la plata, si les das plata suben la encuesta y te hacen ganar”.
Hasta ahora Colombia se ha librado con relativa tranquilidad del combate entre gobierno y medios. Uribe trinó su estribillo de costumbre contra Hollman Morris y Jorge Enrique Botero por el cubrimiento de la entrega de los militares en febrero de este año: “Cómplices del terrorismo”, los llamó. Incapaz de diferenciar entre el oportunismo más o menos barato y el delito. Pero se trataba más de un pleito privado que de una condena a los medios en general. Lo demás ha sido llamar frívolos a algunos directores y columnistas por su gustó por el Whisky y la cháchara.
Sin embargo, todo el alboroto que causó la salida de Claudia López de El Tiempo sumado al tragicómico espectáculo de los noticieros de los canales privados y su parrilla de capos en las noches, ha despertado en algunos sectores las ansias de un escarmiento para el “poder desmesurado de los medios”. En recientes foros sobre la libertad de opinión fue normal oír voces del auditorio y la mesa principal pidiendo herramientas para obligar a periódicos y canales de televisión a cumplir con sus obligaciones.
La reciente aprobación de la ley de Medios en Argentina, tal vez la más sutil de las andanadas del populismo contra la prensa en América, puede entregar lecciones sobre el peligro que supone un catálogo de orden y comportamiento para los “servicios audio visuales”. La ley surge supuestamente de una iniciativa ciudadana para democratizar la radio y la televisión y hacer más plural el ejercicio de la información. Pero termina resolviendo un pleito entre el gobierno de los Kirchner y el grupo Clarín. Y entregándole a un órgano oficial la posibilidad de repartir premios y castigos (renovación o revocatorias de licencias) a los dueños de las emisoras, los canales de televisión abierta y los “cableros”. Un filósofo argentino llamado Tomás Abraham resume bien los riesgos de la ingenuidad bien intencionada: “Hay algo que le toca en el talón de Aquiles a cierto progresismo, que tiene una idea del Estado como si fuera un ángel con un arpa.”
Pero el Estado cambia siempre el arpa por la regla del maestro despótico. Y los Kirchner ya han hecho el trabajo político para conformar la “autoridad de aplicación” de la ley. Señalarán qué medios ayudan a la “ampliación del pluralismo”, sostendrán las emisoras comunitarias con la pauta oficial, desintegrarán los grandes “monstruos mediáticos” para enfrentar engendros más dóciles. En asuntos de gobierno y prensa tal vez sea mejor aplicar la sentencia de Juan Luis Cebrián: “la mejor ley de prensa es la que no existe como tal.”
martes, 17 de noviembre de 2009
A quién botar
Una pila de libros viejos en una casa ajena es siempre una tentación irresistible. El ojo del dueño ha perdido la capacidad de advertir la posible gracia de los ejemplares condenados a la carretilla del reciclador. Pero la mano del curioso sacude el polvo y el desdén y puede encontrar algunas divertidas sorpresas.
Por esa vía cayó a mis manos un librito de Editorial Oveja Negra titulado “¿Por quién votar?”. Ciento cincuenta páginas que pretenden dar cuenta del trabajo de los congresistas colombianos entre 1982 y 1986. Un catálogo de faltas de asistencia, tareas cumplidas, intervenciones, proyectos presentados y ascendencia entre sus compañeros. Cinco periodistas encabezados por Daniel Samper Pizano y Gerardo Reyes hacen las veces de profesores que entregan la libreta de calificaciones.
No son muchos quienes luego de 23 años de vida política pueden seguir corriendo en busca de votos. Es necesario que hayan sido políticos precoces para conservar alientos luego de años de dieta parlamentaria y otros empachos. También se necesita, según el caso, mucho cinismo o una gran capacidad adivinatoria para saltar a tiempo de los barcos que se hunden cada cuatro años o cercas eléctricas para amarrar las clientelas de siempre o una humildad electoral para terminar con decoro jugando en las elecciones regionales, o sea la segunda división.
Entre las 10 “estrellas” de Senado y Cámara elegidas por los periodistas hay dos políticos asesinados: Luis Carlos Galán S. y Federico Estrada V. También hay dos protagonistas y antagonistas del proceso 8000: Orlando Vásquez V., como Procurador encartado entre las cuentas del Cartel de Cali, y Alfonso Valdivieso S., como Fiscal General de la causa. Valdivieso es uno de los sobrevivientes luego de todas sus vueltas. Pero su arribo al Senado se dio ya por la vía del repechaje: reemplaza a Rubén Darío Quintero envuelto en líos de parapolítica. Entre los estudiantes destacados en la Cámara figuran también Cesar Gaviria T., descrito como un parlamentario “juicioso y estructurado. De muy buen balance.” Y Horacio Serpa U. que tiene las siguientes anotaciones en su libreta: “Serio, estudioso, valeroso defensor de Derechos Humanos. Goza de gran prestigio entre sus colegas”.
Pero los personajes de mayor actualidad política están en las páginas dedicadas a los alumnos entre malos y mediocres. Fabio Valencia Cossio, en la Cámara, y Luis Guillermo Giraldo, en el Senado. El primero ya mostraba la habilidad para aprobar sus iniciativas: presentó dos proyectos y los dos se convirtieron en ley. Y aprendió para qué sirve la caminadera entre las curules. Su hoja de registro advierte que faltó al 20 % de las sesiones y la anotación final lo despacha con desdén: “Cumplió con las ponencias encargadas y participó concierta actividad en los debates. Es todo. Opaco.” Saber que ahora el congreso se mueve con sus convincentes intervenciones. Luis Guillermo Giraldo tiene notas más preocupantes. Alumno participativo pero algo extravagante en sus iniciativas: presento nueve proyectos y todos fueron negados. Sus advertencias disciplinarias ocupan más de la mitad de su libreta: “Aparece señalado por la procuraduría entre los responsables de irregularidades administrativas en Caldas. Tiene mala imagen por el ejercicio del poder regional en su departamento. Opaco”. Leyendo el informe sobre estos dos estudiantes convertidos en profesores marrulleros que trabajan para el rector, pienso en la necesidad de un nuevo catálogo con las hazañas de algunos políticos trajinados. Solo habría que cambiar un poco el título: A quién botar.
martes, 10 de noviembre de 2009
Ostalgie
Algunos de los antiguos productos que se ofrecían en los estantes deslucidos de la República Democrática Alemana, las camisas de poliéster, el café empacado en bolsas de papel, la Vita-Cola, han pasado del desprecio de los consumidores al pequeño altar para las reliquias. Luego del entusiasmo inicial por los esplendores de los productos que llegaban desde occidente como un prueba de otro mundo, algunos habitantes de los países del Este europeo fueron redescubriendo su gusto por la canasta familiar que los había acompañado desde siempre. En los últimos años Berlín ha visto el surgimiento de las llamadas tiendas Ostpaket que ofrecen imitaciones u originales de los productos que circulaban en la era comunista. Un juego de palabras con los Westpaket de los tiempos idos: remesas que los ciudadanos de Berlín Oeste podían enviar a sus familiares o amigos que habían quedado al otro lado del muro. Es decir, una caja mágica como las que viajan de Miami a Cuba cada diciembre.
Es posible relacionar la reciente encuesta realizada por el Pew Research Center en nueve países de la antigua cortina de hierro con la nostalgia de los consumidores de la Europa del Este empujando su carrito de mercado. En todos los países donde se hicieron las preguntas ha disminuido el entusiasmo inicial que había generado la llegada del capitalismo. Los alemanes del Este son los menos desencantados, apenas en un 4% se redujo el número de quienes aprueban el cambio al capitalismo con respecto a la misma pregunta formulada en 1991. En Bulgaria, Lituania, Hungría y Ucrania los decepcionados oscilan entre el 16 y el 34%. Los rusos por su parte se amoldan más al capitalismo que a la democracia. A la mayoría no les parece importante la libertad de expresión y para muchos el multipartidismo es una anécdota. No es raro entonces que los textos de las escuelas rusas definan a Stalin como un “ejecutivo eficaz” que llevó a la URSS a la victoria en la Segunda Guerra. Ni que una reciente encuesta haya ubicado al camarada como el tercer ruso más popular de la historia. Nadie podrá decir que Putin no está hecho a la medida de la Rusia capitalista, con más ambiciones de volver a ser un imperio que de ser una democracia.
Pero el resultado más sorpresivo aparece frente a la pregunta que intenta resolver si la gente considera que su situación hoy es peor a la que vivió bajo el régimen comunista. La mayoría de los habitantes de todos los países consultados, excepto los alemanes del Este, respondieron que se sentían en situación peor o igual. Siendo los húngaros los más arrepentidos y los polacos los más cercanos al equilibrio entre conformes y desengañados. Parece que al comienzo los ciudadanos del Este sintieron que habían vencido un régimen que los oprimía. Sin embargo, poco a poco se fueron situando en el bando de los vencidos, olvidaron las restricciones a la libertad y comenzaron a extrañar a la burocracia que les aseguraba y les ordenaba una aburrida estabilidad. Por eso una madre de Leipzig le dice a su hijo que la RDA no era tan mala: “Bastaba con no criticar al sistema y se podía tener una vida normal, como en el Oeste”.
La nostalgia del consumidor habituado a sus marcas y sabores, la ostalgie que se hizo famosa con Good Bye Lenin, puede explicar por qué muchos europeos del Este se consideran más pobres y añoran el comunismo al mismo tiempo que dicen ser más felices que en 1991. Las diferencias de salarios entre los ciudadanos del Este y el Oeste, la idea de que los políticos se llevaron la mejor tajada luego del cambio y las amenazas de la crisis capitalista acompañan bien esa nostalgia que mira con recelo las apoteosis de U2 bajo la Puerta de Brandemburgo.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Talleres Robledo
A lo largo de las carreteras que conducen a Medellín,
desde el norte y desde el sur se alinean grandes y
modernas fábricas que impresionan por sus dimensiones
y su aspecto limpio y presentable…
Hasta sus plantas industriales lucen atractivas.
David.W. Coombs 1951
Un horno eléctrico de 500 kilos reunió a su alrededor a los más importantes fieles del novedoso culto al hierro en los alrededores de la finca Las playas, en las curvas secas y los pantanos que regalaba el río. El fuego eterno de la siderúrgica, sus moldes y su pequeño taller de engranajes merecían el trazo de los mismos arquitectos encargados de los palacios y las iglesias. Y necesitaban los mismos arcos monumentales.
Desde lo alto, los edificios industriales parecen piezas de una misma máquina, ensambladas a lado y lado de las líneas que trazan los rieles y las autopistas, como si siguieran un pequeño plano de instrucciones sobre papel. El edificio de Talleres Robledo fue uno de los primeros perfiles de la máquina que se fue construyendo como orgullo industrial en el centro de la ciudad. Una pieza bien cortada con encargos variados: desde el mecanismo sutil de los volantes para los relojes de iglesia hasta los pisones de las minas y las ruedas ásperas de las trilladoras de café.
En octubre de 1939 el edificio de Talleres Robledo era ya una factoría con los resplandores rojizos del gran horno sobre las tejas de barro del techo. La siderúrgica de Medellín S.A. (SIMESA) había acogido al taller como sede de las primeras alquimias reveladas por un ingeniero alemán encargado de encender el horno eléctrico. Cuando no estaban ocupados con las grandes bolas de los molinos minerales o las ruedas del ferrocarril o los lingotes de hierro gris, los habitantes del taller se dedicaban a la fabricación de las piezas rotas de la propia máquina, una orfebrería indispensable de arandelas, tornillos y bielas sobre medida. El pabellón de Talleres Robledo era entonces la sede de los grandes hervores y de las habilidades más delicadas. Así que no importaba que su gran competidor exhibiera el nombre de Talleres Apolo.
Más tarde el edificio perdió el protagonismo que le entregaba su gran caldera y fue acondicionado como sede administrativa y carpa de dormitorios para algunos obreros. La casa de prostitución y los bares cercanos al taller no impidieron que sus obreros siguieran siendo los “afiladores” de las piezas gastadas de Simesa. No les hicieron perder el pulso. El mismo año en que el horno dejó el edificio del taller aparecieron las letras amarillas bajo el ojo único de su fachada. Letras que una forja especial ha logrado conservar durante 65 años. Al final un nuevo edificio acoge también los taladros de maquinado, la grúa, el torno Cincinati…, y Talleres Robledo se convierte en una simple bodega, “el edificio del viejo taller”.
Cuando caminamos por las calles negras de aceite de un barrio de talleres es normal que una pieza olvidada, todavía con su contramarca visible, nos llame la atención por su firmeza, por el brillo que deja ver un piñón roto, por la uniformidad como se han gastado sus surcos. Talleres Robledo es uno de esos extraños rodamientos que nos animamos a recoger del suelo, una carcasa que guarda en su memoria palas manuales, prensas hidráulicas, turbinas Pelton, masas para trapiches, campanas de iglesia, relojes de torre, puntillas, ruedas de ferrocarril…
Ha llegado el momento para las marcas más sutiles; para que el giro monótono del molino aluda a la veleta, a la aguja del reloj, al torno; ahora el punzón deberá marcar con una diferencia las piezas en serie y la fragua podrá dedicarse a sacar hilos inútiles, un nudo, un dibujo indescifrable. Las letras de Talleres Robledo son ahora una memoria y una alegoría al forjador como un profeta despreciado, un experto en artificios, un artista.
En el Distrito 798, en el noreste de Pekín, en medio de los edificios abandonados de la industria militar y electrónica que levantaron los alemanes a mediados del siglo XX, una pequeña librería de arte y el taller de un escultor fueron la piedra encargada de marcar el centro en el movido estanque del nuevo arte chino. Se instalaron en los edificios de hormigón, dejaron intactas en las paredes las consignas de Mao para los antiguos trabajadores, y fueron creando las ondas circulares que hoy señalan al barrio Dashanzi como uno de los referentes del arte contemporáneo. Talleres Robledo aspira a generar sus propias olas desde su sitio en la orilla del río Medellín, más tenues sin duda, pero ojala suficientes para rebosar el valle que nos sirve de estanque.
martes, 3 de noviembre de 2009
Dios nos libre
Es una verdadera calamidad que las costumbres religiosas sean un insumo tan importante en la hora y el día de todas las comuniones electorales. Los fieles se acostumbran a oír los dictados de sus pastores, a asentir, a concurrir en fila para recibir una bendición y entregar un diezmo. Entonces muy fácilmente los fervientes creyentes terminan como fervientes votantes.
Con la llegada del Procurador al centro de la política colombiana han comenzado a agitarse temas religiosos y morales que muy seguramente serán importantes en las campañas por venir. En Medellín el tema del aborto en la clínica de la mujer ya causó un primer remesón político. La Procuraduría fue protagonista de primer orden al hacer eco de las reservas de los grupos católicos y los editoriales de la prensa conservadora. Con inusitada diligencia el Ministerio Público, cada vez con más aires de ministerio eclesial, creo un grupo especial de control preventivo para poner sobre el proyecto una lupa que no solo ausculta sino que quema con su rayo de luz.
Pero el Procurador no es solo un funcionario animado por la defensa de algunas ideas más que por la protección de todos los ciudadanos, sino también un polemista radical. Sería difícil negar que sus palabras alientan la discriminación. Uno de sus libros, que ojala sea el único, sostiene que “considerar que el homosexualismo es una opción lícita resulta tan contra natura como pretender que el hombre puede optar entre ser racional o irracional”. Recordé a las niñas rechifladas y repudiadas por todo un colegio en Manizales por reconocer su homosexualidad. Imaginé al procurador dirigiendo la silbatina en compañía de la rectora.
Parece un contrasentido que las ideas del hombre “que representa los ciudadanos ante el Estado” sean incluso más recalcitrantes que las de los sacerdotes que representan al Dios católico en la tierra. Hace unos días las directivas de la Universidad Pontificia Bolivariana retiraron un aviso institucional en el que se equiparaba la homosexualidad con la drogadicción y se le daba connotaciones de anormalidad a quienes han elegido la opción de “hombre con hombre y mujer con mujer”. Las palabras del rector, no sé que tan sinceras, son un ejemplo para Alejandro Ordoñez: “De ninguna manera se ha querido ir contra la dignidad de las personas que libremente hacen opción por la homosexualidad o el lesbianismo. Si alguno interpretó la valla como lesiva de sus derechos, la Universidad ofrece disculpas.”
Europa lleva años discutiendo la presencia de los crucifijos en los salones de los colegios públicos. Para muchos la polémica es un capricho de los constitucionalistas y una revancha de los ateos. Un Cristo de madera es un símbolo tan familiar que se ve como un adorno inofensivo. Sin embargo, viendo la militancia de algunos agentes del Estado, su celo religioso y sus compromisos personales con una determinada fe, se entiende con claridad el peligro que puede representar el Cristo colgado encima del tablero. No en vano la Corte europea de Derechos Humanos acaba de decidir que los crucifijos en las aulas constituyen “una violación de la libertad religiosa de los alumnos”. Y yo agregaría que pueden animar a una discriminación por elecciones y comportamientos que van más allá del tema religioso.
Ahora que estamos en el umbral del Estado de opinión el tema religioso se convierte en una peligrosa vara para medir a las minorías. Llevar la política hacia esos escenarios de triunfo bendecido y censuras morales será una tentación invencible con el Procurador como punta de lanza. Y Uribe usará sin duda su elocuencia de cura en vereda.