martes, 12 de enero de 2010
En la carretera
La inercia del acelerador, las delicias del aire acondicionado y la obsesión que genera la sencilla división entre reloj y odómetro, hacen que el turista-conductor solo piense en detenerse cuando se lo sugiere la tiranía de la vejiga. Para el hambre está el fiambre hecho en casa y para la sed el surtido de gaseosas y congelados que ofrece un ejército sudoroso en cada peaje.
Muchas veces me he prometido buscar al menos dos o tres historias que cruzan por el parabrisas y desaparecen para siempre. Por qué una bomba de gasolina se llama La Rusia en las ardientes sabanas del Magdalena Medio, cómo viven y cómo cazan los vendedores de osos perezosos en las orillas de Planeta Rica, cómo le dicen a la temporada de vacaciones las decenas de familias que montan cambuche al lado de la vía un poco más adelante de Yarumal y saludan a los carros agitando las manos en una coreografía tan improductiva como lamentable.
Hasta que una varada, un derrumbe o el milagro de la curiosidad logran detener el carro, subir las ventanillas, abrir la puerta y encontrar alguna respuesta en monosílabos a las preguntas que deja la carretera. Esta vez mi primera parada la provocó una fila de castilletes de barro y ladrillo en las afueras de Santa Marta. Los hornos de ladrillo artesanal parecen pequeñas fortalezas de los desiertos de Marruecos. Sus torres irregulares contra el cielo y sus pequeñas puertas sin puente levadizo que son las bocas de las chimeneas que lo harán arder. El ladrillero construye su castillo paso a paso, lo forra con una capa de barro y lo incendia sin ceremonias, con cascarilla de arroz y madera de segunda, para sacar su botín de 25 mil bloques cocidos. Al momento de arder, ojala en la noche, el pequeño castillo deja entrever el infierno de su interior: rojo de fuego y arcilla. Cuando el desastre calculado entrega sus últimos humos es tiempo de desbaratar la fortaleza. Se dejan apenas las ruinas de sus bases y se apilan los ladrillos con un orden que ahora es un simple arrume. En pocos días volverá a levantarse y volverá a caer. La suerte dirá si el turista-conductor coincide con el auge del fortín recién armado o debe ver solo sus ruinas. Antes de volver al carro luego de la visita guiada el ladrillero me soltó su nombre, digno del dueño de un castillo menos deleznable: Lucas Góngora.
Recoger algún lugareño también puede ser una interesante estrategia para conseguir más respuestas que las que nos dejan los letreros a lado y lado de la carretera. En una de las trochas de La Pintada, en Antioquia, decidí abrirle la puerta a un hombre que bajaba oculto bajo un bulto de guanábanas. Una especie de tortura teniendo en cuenta la piel de dragón que encubre la pulpa blanca de su cosecha. Su sembrado estaba lejos de su casa, en un pequeño lote cultivado en compañía, y su fardo apenas le daría 22.000 pesos en los puestos de mercado en Santa Bárbara. Fue lo único que logré sacarle al joven agricultor. Entregué el billete de 20.000 en el peaje con un agrio sabor en la boca, pensando que es apenas lógica la mudez que dejan las labores del campo.
Generalmente las bombas de gasolina no dejan mucho para recordar más allá de los olores del baño y alguna jaula de pericos. Sin embargo, una gasolinera desvencijada en las afueras de San Roque, Cesar, me entregó los ojos más admirables que pude encontrar en el periplo de fin de año. Era lógico que hubiera seis carros haciendo fila frente al único surtidor. Lo atendía una joven de 19 años con un sombrero ancho que le entregaba a su cara la única sombra del lugar. A cambio del usual perro mugroso de las bombas la acompañaba un gato que parecía su primo cercano. Fue la última tanqueada del camino.
Las carreteras siempre dejan muy buenas historias...
ResponderEliminarGracias por esta Pascual.
muy bacano.
ResponderEliminarHay algunos datos nuevos sobre el parque de ciudad del río y sus ronderos.
ResponderEliminarDefinitivamente ese cuento de Ciudad Abierta nos queda bien grande. Lo primero es que el parque lo cuida un celador con perro que paga Valores Simesa. A las nueve de la noche el hombre toca su silbato, es un decir, y el parque debe ser desalojado. Eso habla un poco del tipo de espacio público ejemplar que Medellín se atreve a construir para estos tiempos. El hombre, de buena voluntad según cuentan los asiduos visitantes, se ve obligado a pedirle a los patinetos que no rueden en las calles cercanas a los edificios porque molestan a los vecinos. Los mismos vecinos que tienen una autopista de seis carriles para bajos sus ventanas y sus castos oídos.
Según Valores Simesa ellos quieren entregarle a la alcaldía el manejo del parque que fue pensado como espacio público. Pero la alcaldía no quiere encargarse de lo que tal vez considera la zona verde de una urbanización cerrada. Es aceptable que se discuta quién poda las matas y limpia los baños, pero el municipio no puede sustraerse de la obligación de dar seguridad en un espacio abierto de la ciudad. Qué problema es poner a cinco bachilleres a caminar y darles una rondita cada tanto. A ver si ya saben manejar la patineta. Así estamos: pidiendo tombos.
Lo último es un intento por responder la pregunta de siempre: de dónde sale el rondero de civil que amenaza y dice estar cuidando el parque del humo de los viciosos.
Mi primera idea era que a ese espacio sin dueño le aparecía un emprendedor dispuesto a prestar sus servicios y más tarde pasaba a cobrar la cuota a los agradecidos beneficiarios (tipo Juan David).
Pero apareció una nueva posibilidad: algunos residentes recelosos, ya viven cien familias en ciudad del río, pueden haber decidido, por cuenta propia, cuidar el entorno de crecimiento de sus polluelos. Y confían más en la vigilancia que en la seguridad. Lo raro es que lo cuidan pero no lo usan, porque el parque sigue siendo muy solitario.
Inquietudes sobre un tema que creo vale la pena. Es un parque nuevo en una ciudad donde la gente dice clamar por espacios públicos pero parece incapaz de habitarlos.
Una noticia sobre bases gringas:
ResponderEliminarJapón posterga decisión sobre reubicación de base estadounidense
Japón continúa resistiendo la presión de Estados Unidos para reubicar una base militar estadounidense en la isla de Okinawa. El gobierno japonés dijo que quiere quitar la base de la isla de Okinawa, mientras que Estados Unidos quiere mantener una base en algún otro lugar de la isla. Decenas de miles de residentes de Okinawa participaron en las actuales protestas en contra de la base. El martes, la Secretaria de Estado Hillary Clinton no logró llegar a un acuerdo en una reunión con el Ministro de Asuntos Exteriores de Japón.
La Secretaria de Estado Clinton dijo: “Estoy segura de que al final resolveremos este asunto de forma que refleje lo mejor de nuestra alianza, la fortaleza de esa alianza durante los próximos 50 años, y se obtengan las garantías de seguridad que el pueblo japonés está buscando”.
El gobierno de Obama había ejercido presión para que se tomara una decisión de inmediato con respecto a esta base, pero ahora dice que respetará el pedido de Japón de esperar hasta mayo.
Pascual con respecto al uso de parques abiertos, yo vivo en Montreal y aqui hay parques que solo pueden ser utilizados hasta cierta hora de la noche. Eso si, aqui no hay nadie amenazandolo a uno con un "popo" para que no lo use pero me imagino que si la policia lo ve a uno le imponen una multa.
ResponderEliminarSergio, creo que el tema de una hora de cierre para un parque es aceptable. Cuando las condiciones para cuidarlo son difíciles, cuando hay viviendas alrededor que se puedan incomodar, etc...
ResponderEliminarEl problema es que eso no debe ser la imposición de un celador. Si el parque de Ciudad del Río tiene una hora de cierre la administración debería asumirlo y anunciarlo en en unos avisos, que la hora se conviertiera en algo oficial con un respaldo distinto al perro del celador.
Otra cosa es que las nueve de la noche parece una hora impuesta por una madre demasiado quisquillosa, más cuando no es un espacio cercano a tiendas o cantinas, no hay música, no hay un ambiente de fiesta. Si mucho los patinetos intentando superar el equilibrio del día anterios y algunas parejas buscando un rincón.
En los tiempos de antes era muy facil, se jugaba en cualquier parque o peladero, un desafio en las noches en plena calle las porteria eran las camisas, el celador de por la casa miraba el partido atento por si algun alegato de que el balon paso por encima del "Palo" o algo asi y ese mismo celador con bolillo servia de arbitro en caso que la alegadera fuera muy fuerte, en esos picados recuerdo que Chinasky siempre tenia que esperar a ver quien metia el primer gol para llevarselo, normalmente se jugaba a los 12, el partido terminaba y nadie se acordaba de Chinasky...que perdida para el futbol de barrio... lujos del deporte Amateur..
ResponderEliminarOí Juka, ¿vos jugabas bien?, yo apostaría a que eras un jugador voluntarioso y regañon, de esos que dicen "vamos a meterle guevas a esto pues", un jugador pragmatico.
ResponderEliminarYo era muy malo, una vez unos manes despues de analizar mi pique dijeron "este man corre en camara lenta".
Se le puede pedir desafio a algun otro blog.
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ResponderEliminarEl que sale come papa!!
ResponderEliminarSr alcalde con todo respeto: usted es un verdadero hijo de puta!!!!
¿Es qué Chinaski es puro Luis Pérez, le prometio algo y eso lo tiene sin un peso y una buena oportunidad para salir adelante con la OTRA CORRUPCION???????
ResponderEliminarApolitico joven, pero esta chanda de salazar si es de la peor calana!!
ResponderEliminarAfortunadamente exiten en Colombia Lucas Góngora, el lacónico guanabanero y otras muchas historias menos tristes y complicadas que esa del parque y nuestra trastocada seguridad nacional.
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