martes, 28 de diciembre de 2010
Recorderis
Entre nosotros será siempre una exageración hablar de terremotos políticos. Es mejor llamar caprichos, coincidencias, oportunismos, fatalidades, remordimientos o arrebatos de cordura a los sucesos que rodean a nuestros modestos palacios presidenciales. Me refiero a América Latina y sus presidentes duros y leves al mismo tiempo, a su opinión pública un poco más enamoradiza y más vengativa de lo normal, a sus partidos artríticos, a sus movimientos esperanzadores vistos desde arriba y peligrosos vistos desde abajo. Pero el año que termina tiene sin duda una marca especial. Seguro estará como principio o fin en los periodos que proponen los especialistas. El 2010 ha dejado algunos puntos finales, otros suspensivos, muchos signos de interrogación y no pocos de admiración, que pueden ser provocados por el miedo, la repugnancia, el dolor o… la admiración. Esta columna, como es obligación por las resacas de fin de año, intentará una pequeña lista de sucesos políticos.
Terminaron su mandato los tres presidentes más populares de Suramérica. Todos en medio de actitudes distintas. El de Colombia solo se dio cuenta de lo inconveniente de cambiar la Constitución para alargar su periodo luego de cuatro meses de abandonar la casa prestada: “Puede ser que la historia diga que esa fue una de mis equivocaciones”, dijo el ex presidente Uribe para sorpresa de todos, incluido Luis Guillermo Giraldo. Salió obligado por la Corte Constitucional y no por su convicción democrática. Será un año inolvidable para Álvaro Uribe: perdió el poder y el juicio, me refiero a la cordura no a ningún pleito judicial. En Chile Michelle Bachelet dejó su cargo con un 81% de popularidad y en medio de acusaciones de la oposición de usar la maquinaria estatal para entregar la presidencia a Eduardo Frei. La primera derrota desde 1988 de los partidos de la concertación honra a la presidenta chilena. Dijo e hizo lo que era inevitable en política pero no abusó de su posición para evitar el triunfo de Piñera. Y Chile mostró una extraña madurez democrática que para muchos puede ser sencilla inconsistencia. Una lección para los inventores del estado de opinión, quienes desprecian la alternancia apoyados en las encuestas. El pobre Piñera debutó en el vaivén de la política con dos episodios extravagantes: un accidente de minería como trampolín y la elección del técnico de fútbol de la selección nacional como problema de fondo.
Lula también se fue luego de ocho años de aplausos e indicadores favorables. Dejó a Brasil en una órbita distinta e hizo algo más que Bachelet para que ganara su pupila. Los brasileros no querían que se fuera pero Lula dejó todo en manos de la superstición: “Espiritistas intentan que el alma de Lula se incorpore al cuerpo de Dilma”. Según parece el cuerpo de la señora Rousseff ya está ocupado por un alma. Algo parecido a lo que pasó por aquí con el señor Santos.
Pero no fue solo eso. Chávez perdió el dominio absoluto de la Asamblea Nacional. En las recientes elecciones legislativas la oposición igualó los votos de su partido y demostró que la marea electoral está de su lado y no del de los rojos, rojitos: votaron el triple de ciudadanos que en las anteriores de congreso en la que solo se presentaron candidatos oficialistas. Pero Chávez ya le dio un manotazo al asunto con la ayuda de cuatro aguaceros. Ecuador demostró que sigue siendo tan frágil que hasta la policía antimotines puede tumbar al presidente con un motín. Correa se dio cuenta que la arrogancia y las arengas no funcionan jugando de local. En el sur Argentina perdió su presidente y por fin se vio obligada a elegir a Cristina, mientras las temperaturas de 36 grados incendian a Buenos Aires con pedreas y campamentos de los sin techo en parques y bienes privados. Y a Fernando Lugo se le diagnosticó un cáncer que seguro disminuirá sus fuerzas para gobernar y su apetito sexual. Raúl Castro por su parte dijo que si Cuba no cambia se hunde, una muestra admirable de autocrítica. Y Evo le disputó el puesto con sus declaraciones a Alicia Machado, y Alan García demostró que sin importar el tamaño se puede pasar desapercibido. Cuando Dios hizo el edén pensó en América.
martes, 21 de diciembre de 2010
Cadáver exquisito
En El guardián del muerto, un cuento negro y burlón escrito por Ambrose Bierce, unos médicos jugadores deciden apostar sobre la posibilidad de que un hombre resista toda una noche en la sola compañía de un cadáver. Le entregan una vela y lo encierran en un cuarto con barrotes para que vele un falso muerto. Cuando el cuerpo empieza a moverse, para burlar al guardia y a la muerte, el aterrado custodio no puede más que matarlo de verdad, para invocar la ayuda de las larvas definitivas. Hacía unos minutos el conejillo y guardián había pensado, alumbrando el cuerpo rígido, que nadie puede discutir “el derecho de los muertos de descansar en paz, exentos de cualquier violencia”; pero cuando el supuesto cadáver movió su pecho no pudo más que asfixiarlo.
Son los peligros de hacer una apuesta sobre la camilla de un cadáver. Ahora mismo el gobierno y la justicia colombiana libran su juego con el cuerpo refrigerado de Víctor Julio Suárez Rojas. Ayer durante una audiencia una juez de control de garantías le dijo al hermano medio de Jojoy, un campesino silencioso que empuña un bastón, que le entregarían el cuerpo pero con la condición de que sea enterrado en Bogotá y no en el municipio de Cabrera, como quiere su familia. La juez y el gobierno alegan que de ser enterrado en el pueblo se corre el riesgo de un ataque de las Farc, para recuperar la calavera y las dos tibias y erigirlas como blasón de guerra.
Cuando murió Luis Edgar Devia el gobierno también jugó sus cartas. Siguiendo la vieja lógica según la cual el vencedor es el dueño de los despojos mortales del vencido, escondió a Reyes detrás de la firma de su ex-mujer y logró que su último paradero fuera un misterio. Uno entiende que Bolivia haya ocultado los huesos de El Che durante 30 años. La superstición del momento hacía temer que un cadáver pudiera esparcir los alborotos comunistas. El Che era un ídolo y la venganza suponía que era mejor un santuario apócrifo. Ahora está en las banderas de todos los equipos de fútbol del continente. Pero quién además de su familia y algunos guerrilleros querrán venerar las tumbas de Reyes y Jojoy. Qué devoción tiene alguien en Colombia por los esqueletos de dos guerrilleros corrompidos y arrogantes. El Estado no debe temer al fantasma de Jojoy, si puede resguardar el cuartel de policía en Cabrera, si puede responder por su alcaldía pues debe hacer lo mismo con su cementerio ¿La seguridad del pueblo depende de la presencia de los huesos de Jojoy? En Medellín la tumba de Pablo Escobar es el santuario menor de algunos supersticiosos, algunos viciosos y algunos despistados. Cada quien invoca según sus tristes necesidades y angustias. Igual los muertos son duros de oído.
Una sentencia de la Corte Constitucional dictada en 1994 parece darle la razón a la familia de Jojoy. Según la Corte existe una “cuasi-posesión” de los familiares sobre el cuerpo del difunto, un derecho que implica “la custodia, la conservación del cadáver y el sitio de su inhumación”. De la sentencia parece derivarse que solo una amenaza sanitaria avalada por el ministerio de salud podría justificar órdenes para la disposición de cadáveres por encima de la voluntad de los familiares.
Es inevitable que se exhiba el cuerpo de los delincuentes abatidos, un ritual macabro que se han ido ganando con años de violencia y escondites. Pero pasar de la exhibición pública al ocultamiento a los familiares parece un precio desmedido. Recuerden que tenemos un ave carroñera en el escudo.
sábado, 18 de diciembre de 2010
En la boca del globo
Poco a poco algunos maniáticos de la seguridad, almas aprensivas dedicadas a cultivar el tedio e instalar bocinas de alarmas, nos han ido vendiendo la idea de que tirar un globo es un crimen. Odian esa manía de los faroles de papel de ser leves briznas al viento y al azar, no resisten que no tengan timón ni rienda ni itinerario y que puedan elegir para su aterrizaje, por simple curiosidad, la bendita claraboya de una bodega. Pero los globos siguen siendo las más entrañables estrellas de fin de año, y la gente sigue acariciando su papel luminoso y tibio antes de soltarlos entre aplausos y gritos. Frente a un decreto de 1920 que prohibía elevarlos reclamó Luis Tejada entre humos de pipa y añoranzas: "esplendor extraño de luces vivas, de colores radiantes, de fogatas encendidas en el patio, de papel de seda iluminado, de faroles rojos, de grato olor de alcohol y bencina, de algarabía de muchachos acumulados que ven subir sobre las tejas la bomba de papel, hinchada, lenta y policroma".
Brasil es uno los países donde elevar globos es una ciencia, un arte, un vicio, una tradición y un crimen. Los portugueses les dejaron la afición que se extendió según la desmesura de un país acostumbrado a decir: o mais grande do mundo. Tres años de cárcel puede llevarse un globero con buena mecha en Brasil. Con buena bucha, para decirlo en el lenguaje de los iniciados. Es por eso que un cuento de Rubem Fonseca, El globo fantasma, comienza así: “Un globo gigantesco, el más grande del mundo, dijo el informante.
¿Dónde?, pregunté.
Todo lo que sé es que ya compraron diez toneladas de papel de seda.”
El detective está encargado de impedir los lanzamientos en el mes de junio, en las fiestas dedicadas a San Juan y San Pedro, los santos coheteros. Pero la prohibición ha logrado sofisticar las aficiones globeras. Algunos lanzadores de ocasión se han ido contentando con seguir os baloes ajenos y señalarlos con nostalgia. Pero en cambio ha surgido una pequeña legión de especialistas que defienden su costumbre con celo religioso, con la paciencia de las tejedoras y el alboroto de los juerguistas decembrinos, con los números del científico autodidacta y las ambiciones del inventor. Sus grupos se llaman turmas y están dedicados a elevar globos inimaginables para que los demás mortales miremos hacia arriba con la boca abierta.
Lisandro Mesa es el jefe de la turma más importante que lanza sus globos desde este valle. Digo jefe por ponerlo un escalón por encima de sus compañeros pero podría decir profesor, pionero o líder. En Brasil llaman dentista al globero que dirige la operación de lanzamiento metido en la boca del globo, lidiando con la bucha y sus secretos de parafina, dirigiéndolo todo con una antorcha desde la candileja que Fernando Vallejo llama el corazón del globo. Digamos entonces que Lisandro Mesa es el dentista del movimiento de globeros que ha crecido en los últimos cinco años en Medellín y sobre todo en sus alrededores.
Hablo con él para ir al lanzamiento de una estrella de más de 2000 pliegos en un potrero de Envigado. En la página oficial de la Turma Tradición prohibida he leído cosas como estas: “Recibe el nombre de sólido de revolución, el sólido generado al girar alrededor del eje X, la región limitada por la gráfica de y = f (x), el eje X y la gráficas de "x = a" y "x =b". El eje X es un eje de simetría de dicho sólido y una sección recta perpendicular al eje X es un circulo.” Pero Lisandro usa también algunos lenguajes más cercanos a lo que siempre hemos asociado con el tumulto alrededor de un globo. Cuando lo llamo para cuadrar el encuentro su celular me suelta esta melodía: “Mostráme tu apachurrao que lo quiero conocer, para cuando yo me case por ahí darle a mi mujer, dele por ai, por ai es mejor; dele por ai, por ai es mejor…”
Llegamos al potrero rayando las siete de la mañana de un domingo. El ambiente y la concurrencia, unas 500 personas, confirman esa combinación de científicos teguas y amanecidos de diciembre. La guasca tronando en algunos carros, las garrafas de aguardiente embarradas en el potrero, dos sopletes alimentados por pipetas que inflarán el monstruo y una conversación sobre la tensión que soportan algunos vértices de la estrella. El globo está extendido sobre un plástico y los grillos, las arañas, las mariposas se mueven sobre los pliegos verdes, morados, blancos, amarillos. “Dele por ai, por ai es mejor”.
Los creadores de la gran estrella de Belén de cinco puntas son en realidad de Envigado. Jóvenes que han hablado de su creación desde febrero y que seguro han arrinconado a su familia durante meses para armar su experimento geométrico. Y echarlo a volar.
El globo comienza a levantarse, muy lentamente va alzando sus pliegos elevado por el buen consejo de los dos sopletes. Cinco personas se encargan de la candileja, veinte auxiliares sostienen las puntas y un revoloteo de cinco cinteros va haciendo los remiendos de última hora. La bucha es una especie de hornilla de aluminio con seis rollos de papel cocina cubiertos de parafina. Cuando el monstruo ha logrado estabilidad se le instala su corazón de fuego con un pequeño artificio de tornillos. Todo es gritería alrededor, una especie de operación urgente llevada a cabo por jóvenes amanecidos los unos, extasiados los otros, preocupados todos. “Relajaos, relajaos, relajaos”, es el grito de batalla durante los veinte minutos que dura el protocolo de lanzamiento. Siguiendo el lenguaje doble de estos aeromodelistas con inclinaciones al anís, también se le podría llamar el despelote de la tirada.
Se ha prendido la bucha, se ha gritado lo inimaginable, se han sacado los sopletes y el “suelten, suelten” le da la despedida al monstruo entre gritos, abrazos y voladores. Todos los fieles de esa ceremonia de domingo estamos de cara al cielo bendiciendo a la estrella. Pero antes de que se pueda levantar de nuevo el cáliz de las garrafas, cuando van apenas veinte segundos de vuelo, la bucha se recuesta sobre un costado del globo que se quema en silencio y deja caer su armazón ardiendo como un baldado de agua fría. Una exclamación común lo acompaña el estruendo. Dos de los artífices de la estrella fugaz quedan llorando su amargura sobre un plástico en medio del potrero. “Dele por ai, por ai es mejor”.
No quise quedar marcado por la mala estrella del lanzamiento en Envigado. Así que el domingo siguiente, también en la mañana para aprovechar el cielo sereno de vientos, me fui a ver el primer concurso de globos en el municipio de Caldas. Último refugio donde los globeros no son vistos como una plaga indolente. Hace un año un evento similar en Envigado terminó con mil personas enfrentadas a la policía, el ESMAD y el ejército. Fuerzas de choque contra el más deleznable de los materiales.
Las camisetas de los integrantes de las distintas turmas demuestran como la ilegalidad los ha empujado al activismo y al panfleto de papel globo: “Arte clandestina”, “Globero hasta la muerte”, “Yo amo a mi globero”, “Diga sí a los globos”. Cuando llegó están inflando el tercer ejemplar de la mañana. Es un globo de molde, construido según la ecuación que se leyó más arriba, dibujado por su creador. Muy distinto a los clásicos globos de corte recto: la caja, el cojín, el trompo. Estos globos que se deben inventar cada vez parecen bombones alargados o empuñaduras de bastón o gotas delicadas. “Son la perfección hecha papel”, me dice Lisandro Mesa que hoy hace las veces de juez y me ofrece una copa…de guaro.
Ya están inflando el bombón blanco con el gato Silvestre y el coyote dibujados con papel sobre papel. Una algarabía más ordenada rodea la boca del globo y las cuerdas que cuelgan de la candileja. Llevará un lastre de balso, una especie de viga de unos 8 metros que sostiene un dibujo adicional como una sábana ondeante. Ya la bucha está ardiendo y el globo se eleva contenido por los guías que lo sostienen con cuerdas amarradas a su candileja. A medida que sube, ya sin ataduras, va descubriendo otra versión del coyote en gran formato. El círculo de gallinazos celebra en lo alto y el tumulto de muchachos carga y sacude al artífice en tierra. Había quemado tres de tres de sus grandes creaciones. Le quitan la sal a palmadas y el se ríe con el gesto de los goleadores. Aprovecho y me sacudo mi cuota de sal por el fracaso del domingo anterior.
Los globos corrientes, cajitas y cojines clásicos, salen desapercibidos desde las orillas de la cancha que sirve de plataforma de lanzamiento. Serán uno más en las planillas de los apuntadores que patrullan los techos de las empresas del sur destinados a la estadística y la advertencia. Para ellos todos los globos son iguales. El pasado 8 de diciembre contaron 300 globos recorriendo el cielo cercano con su flama amenazante. Los globeros hablan de los avistadores con una sonrisa comprensiva, y hasta los llaman para averiguar por las últimas cifras. O para avisarles la próxima tanda.
Esa mañana salieron más de 20 globos de buen tamaño: isocaedros que parecen erizos de 20 púas, taxis, un bombón con Homero Simpson multiplicado por cuatro, extrañas tuercas, cruces enigmáticas, flechas, un cajón con una boca inmensa en la que se metieron más de 30 personas para verlo partir desde sus entrañas: bocudo, lo llaman en Brasil, y para mí fue el campeón de la jornada, por su vuelo larguísimo, casi tan largo como el de su constructor. Las hermosas coronas de los Molina, la familia globera que oficiaba de local, encallaron todas en tierra. Sus espinas fueron para fabricantes y asistentes.
El campeón según el jurado calificador fue el bombón de Homero. Construido con la maña del orfebre por Juan Diego Bolívar, otro de los socios fundadores de esta logia. El armazón para sostener la bucha parecía un banco antiguo con sus corroscos en las patas. En la parte baja de la circunferencia había dos hileras de orificios delicados para que el aire caliente se renueve. Subió risueño con la mueca insolente de Homero y una canastilla de pólvora que parecía una jaula de canarios. El último estallido dejó caer una lluvia de aleluyas para el júbilo de la concurrencia. Subió derecho, casi sin desviarse, y unas horas después estaba doblado en poder de una feliz pareja de motonetos. Juan Diego se asomó a mirar su hijo ya tiznado y ajeno: “Ese ya es de ellos”, dijo pensando en lo que sigue para el 25.
Los globeros de este valle son pupilos aventajados de los brasileros. Aprendieron su jerga, miran sus páginas, comparten sus diseños y sus maneras de pegar. Y hablan con la suficiencia de los iniciados. “Nosotros no somos iguales al borracho que tira su globo de media noche con una toalla higiénica y petróleo”, me dice Lisandro. Lo miro risueño, con la alegría de oír sus palabras coincidir con las Diogo Cao, el detective globero del cuento de Rubem Fonseca: “Diogo sabe todo sobre el globo. Me dijo que los incendios son causados por los globos pequeños. Los globos grandes son hechos por especialistas y se apagan cuando aún están en el cielo”. Volviendo de Caldas, por la autopista, todavía hay 4 globos reluciendo contra un sol que es un brasero. Que digan lo que quieran. Pero no hay placer igual al de perseguir globos…con la mirada.
martes, 14 de diciembre de 2010
Lecciones de Villatina
El 27 de septiembre de 1987, en la tarde de un domingo soleado en Medellín, una ladera del Cerro Pan de Azúcar rodó sobre cien casas en el barrio Villatina y dejó más de 500 muertos y 2400 damnificados. El barrio nunca había sido señalado como zona de riesgo aunque sus habitantes sabían de la existencia de pequeños deslizamientos y grietas cerca del sector donde se desprendieron los 30.000 metros cúbicos de tierra. Según los registros de Empresas Públicas hasta el 2007 ese septiembre había sido el octavo mes más lluvioso en Medellín desde 1908. Era un día de fútbol y desde la tribuna occidental se podía ver el rasgón de tierra roja que apareció en la montaña. Una medida de catástrofes urbanas creada por la Universidad de Lovaina considera a Villatina como uno de los 10 desastres más grandes ocurridos en ciudades.
Villatina albergaba milicias del M-19 y tenía altos índices de violencia. Muchos sobrevivientes siguen sosteniendo que la causa del deslizamiento fue la explosión de una caleta de los guerrilleros. Para ellos la violencia se superpone a las causas naturales. La montaña comenzó a poblarse en los 40 con las migraciones campesinas que fueron "invitadas" a vivir bajo ese pico que muchos consideraban un volcán. Problemas de violencia y disturbios acompañaron los días siguientes a la tragedia. Y claro, la respectiva avalancha emocional de solidaridad. La lectura de un estudio realizado por tres profesores de la Universidad Nacional al cumplirse 20 años de la mortandad, puede servir para identificar errores para lo que viene en La Gabriela y evaluar si luego de 23 años nuestras instituciones han avanzado en algo.
El concepto de zona de riesgo apenas se había inaugurado hacía dos años con un decreto municipal. Las filtraciones de una acequia ordenada por Corvide, entidad pública encargada de desarrollo social, se señalan como determinantes en lo ocurrido en Villatina. El Estado no solo no logró prevenir sino que puso su gotica para el desastre. Entidades oficiales y privadas se encargaron de la reubicación. La memoria de los habitantes habla, con algún sesgo contra lo que huella a políticos, de mayor satisfacción por quienes fueron atendidos por ONGs. Los campamentos provisionales estuvieron un año en pie y las soluciones de vivienda más lentas llegaron después de cuatro años. Eran las correspondientes a las soluciones ofrecidas por el sector público. Como en todas nuestras filas, así haya que acreditar lágrimas y muertos, hubo colados.
Pero no todo fue en vano. Según Jorge Orlando Melo, quien trabajó en los noventa en la Consejería Presidencial para Medellín, la ciudad logró aprender lecciones luego del cimbronazo de Villatina. Entre 1993 y 1999 se desarrolló un plan de mejoramiento de viviendas subnormales que puede explicar cómo ha sorteado con relativo éxito el invierno bíblico. Un análisis detallado de algunas zonas de riesgo permitió estabilizar sectores mediante reforestación, canalizaciones, taludes y muros de contención. De esta forma el municipio pudo llegar con recursos de mejoramiento de vivienda a zonas que antes estaban vedadas para la ayuda oficial. La normalización de los barrios ha continuado en los últimos años con las inversiones en espacio público y vías, al igual que con el programa Viviendas con corazón que tomó las enseñanzas de la década anterior.
Pero las laderas necesitan el ojo permanente, ese trabajo de vigilancia que no se nota, que no es de mostrar. Hoy en día viven en el camposanto de Villatina, declarado zona de riesgo no recuperable, más de 2000 personas. La mitad no sabe que debajo de sus casas están los fundadores del barrio.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
La favela 13
Los reporteros gráficos que persiguen batallas con un chaleco de agencia de prensa tuvieron hace unos días un trabajo inmejorable. Un ejército de fusiles, tanques, helicópteros contra un bando de desarrapados con el mismo poder de fuego, motos de asalto, túneles secretos y la seguridad de estar defendiendo un territorio independiente. Todo acompañado del color local que entrega un barrio popular en Río de Janeiro, una de las favelas que los periodistas han definido como una corona de espinas sobre la cidade maravillosa. Una guerra pintoresca entre callejones a solo 15 minutos de Ipanema, qué más se puede pedir.
Es increíble el parecido de esas imágenes con las escenas conocidas de la operación Orión o la operación Mariscal en la comuna 13 de Medellín. El escenario es exactamente igual, laderas que exhiben una geografía desordenada y desafiante de ventanas, cerros coronados por la cruz inmensa de un teleférico; el casting es calcado, las señoras desencajadas al pie de las puertas de lata de sus casas en las favelas del Complexo Alemao bien podrían estar en Juan XXIII o en El Pesebre; y la trama no tiene grandes diferencias: mafias locales que se han tomado los barrios a punta de fierro y advertencias y han adquirido la fuerza para retar o sobornar al Estado. Los resultados de la batalla también son muy parecidos, unos kilos de cocaína decomisados, el hallazgo de fusiles en los armarios cojos, algunos muertos y un control provisional con visita del presidente.
Las operaciones que toda Río siguió por televisión y que hoy generan aplausos en la gran mayoría de sus habitantes, tanto en los encumbrados barrios bajos como en los deprimidos barrios altos, están inspiradas en una visita del gobernador Sergio Cabral a Medellín en el 2008. La fórmula habla de fuerte presencia policial y una reforma urbana que cambie hábitos y genere derechos. Los corresponsales extranjeros hablan de una operación inédita en las ciudades brasileras, lo mismo que se dijo luego del asalto a la comuna 13 en Medellín. Aquí hubo toque de queda y un retén militar en la puerta de la comuna durante algunos meses. El gobernador de Río habla de 2000 policías (Unidad de Policía Pacificadora) durante siete meses en el Complexo Alemao. También las advertencias de las voces críticas en Río se escucharon en Medellín en octubre de 2002: “las cosas van a cambiar solo si la favela deja de ser un territorio puramente militarizado… No hay salud, debe haber una mejora radical de la educación y de la red de asistencia social”.
Nos hemos acostumbrado a hacer diagnósticos específicos para Medellín, a explicar sus desangres con algunas teorías históricas o sociológicas que la enmarcan como una anomalía. Parece que esa singularidad se ha extinguido, somos parte de una patología corriente. Ahora vemos que muchas ciudades del continente sufren males idénticos. Tal vez las mejores explicaciones, sin demasiadas vueltas, las haya dado hace unos meses un capo de barrio capturado en Sao Pablo: “Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Ya somos una nueva "especie", ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Es eso. Es otra lengua.” Hemos pasado, en favelas, comunas, villas miseria, del incipiente No futuro de Rodrigo D., al futuro imperfecto de Sebastián, Valenciano o Marcola.