martes, 22 de febrero de 2011
Pecados de risa
Poco a poco la indignación moral ha ido convirtiéndose en un valor indiscutible, una especie de obligación dramática y severa para afrontar las miserias humanas. El libreto de comportamientos es cada vez más restringido y el listado de los temas sacros cada vez más amplio. La religión, el racismo, la guerra, la prostitución, la pobreza, la ecología, las inclinaciones sexuales, los embarazos adolescentes y otros nudos difíciles sirven como alerta contra los frívolos y los desalmados. La risa es entonces una especie de herejía, una crueldad egoísta, un gozo infame. Para muchos hay temas que solo resisten la compañía del drama o el silencio.
España acaba de ser el escenario de una perfecta caricatura para ilustrar el imperio de los indignados y los bien pensantes. Un cineasta, músico y escritor conocido como Nacho Vigalondo se tomó unos vinos el viernes en la noche, se aburría con sus compañeros de mesa y entonces decidió usar un pequeño parlante muy en boga: escribió un tweet para celebrar su estadio lleno de seguidores: “Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!”. Su idea era jugar al pastor falaz que recluta su rebaño para después entregarle un evangelio ridículo. No pretendía negar el holocausto judío sino burlarse de quienes lo hacen. De inmediato brincó una jauría de ceñudos a gritarle contra su broma perversa y su falta de sentimientos, era un cobarde y un pesado. Vigalondo se tomo un vino más y siguió con el juego: “Si twitteas una broma a costa del Holocausto perderás un porrón de followers sin sentido del humor. Lo recomiendo como Solución Final.”
Vinieron más insultos y más chistes. Veinticuatro horas más tarde Vigalondo había perdido su blog en El País y sus comerciales de televisión, promocionando el mismo diario, habían sido retirados por respeto al público. La dirección cerraba el pleito marcando líneas de conducta definitivas: “Para EL PAÍS, bromas como las expresadas por Vigalondo están más allá del límite tolerable, como lo están las bromas racistas o xenófobas y ciertos chistes sobre pederastia, violencia de género y otras lacras que han causado y causan un enorme sufrimiento. El dolor marca la frontera.” Vigalondo es culpable, se ha reído en un velorio, no importa que solo fuera para burlarse de quienes malquerían al muerto.
Lo peor es que ni siquiera los comentarios de twitter, un espacio creado para los epígrafes burlones y desechables, se salvan de la hoguera de los justos y los minuciosos. El comentario suelto entendido como declaración de principios. En poco tiempo veremos que es mejor guardar nuestras opiniones más negras para los cuchicheos o la urna de los malos pensamientos. Pero esto no es nuevo. Hasta los insultos en los campos de fútbol de Europa deben acogerse a cierta corrección política. Los partidos se suspenden si alguien le lanza un banano a Dida, arquero brasilero que cuidó los tres palos del Milán, pero siguen sin problema si lo que cae a la cancha es una piedra inofensiva.
Queda un consuelo. El aire de superioridad de los cuidadosos y los compasivos será pagado con una joroba de humores que quizá solo sea posible descargar en sueños. Ojala por lo menos logren reírse solos, frente al espejo, para que vean esa mueca deliciosa y recuerden a Kundera: “La risa pertenece pues, originalmente, al diablo. Hay en ella algo de malicia (las cosas resultan diferentes de lo que pretendían ser), pero también algo de alivio bienhechor (las cosas son más ligeras de lo que parecen, nos permiten vivir más libremente, dejan de oprimirnos con su austera severidad).”
martes, 15 de febrero de 2011
Juicios negativos
Juan Manuel Santos sin ser elocuente de viva voz es un excelente contestador de preguntas. Le favorecen las entrevistas en medios escritos: concilia, evade, suelta una sorpresa para la ocasión, se esconde detrás de la ecuanimidad del profesor de teoría del estado. En su reciente entrevista con El País de España respondió con tranquila suficiencia una pregunta sobre su imparcialidad como jefe de Estado frente a los juicios por las ejecuciones extrajudiciales, teniendo en cuenta que hace apenas unos años, como ministro de defensa, fue superior jerárquico de los acusados. Santos habló de su papel como para acabar con los incentivos de sangre y dijo lo que tenía que decir: “Ya no hay denuncias de falsos positivos. El caso ahora es que la gente que fue responsable, pague. Hay más de 200 condenas en el sistema judicial y lo que estamos haciendo es darle todo el apoyo a las autoridades y al poder judicial para que pueda juzgar, porque al propio ejército también le conviene que los culpables paguen…”
Las buenas respuestas son las que necesitan un mejor contraste con la realidad. Tienen la ventaja de hacer posible la exigencia de hechos que confirmen las palabras propias. Y lo cierto es que hoy en día la hecatombe de los falsos positivos corre riesgos de convertirse en un vergonzoso arrume de expedientes, con pruebas groseras de la culpabilidad de agentes del Estado para completar la afrenta. La Corporación Jurídica Libertad se ha encargado de la representación de los familiares de algunas de las víctimas en casos de ejecuciones extrajudiciales en Antioquia. La mayoría de los 80 casos en los que han acompañado a familiares de las víctimas estaban archivados en los sótanos de la justicia penal militar. Los jueces uniformados no habían encontrado irregularidades en los presuntos combates. Tocó entonces empujar a la fiscalía para que con base en sentencias de la Corte Constitucional y en evidencias irrefutables planteara un conflicto de competencia. Y más tarde intentar que Consejo Superior de la Judicatura resolviera entregarle los casos a la justicia ordinaria. Porque la Justicia Penal militar ha demostrado ser extraordinaria para absolver a sus hombres. El solo hecho de comenzar un juicio ordinario que supusiera imparcialidad se convirtió en una hazaña de años coronada con una tutela.
Pero ahí no está lo realmente difícil. Lograr un fallo no es ya una hazaña sino un milagro. De los 80 procesos que ha acompañado la Corporación Jurídica Libertad solo 3 han llegado a una sentencia definitiva. Han sido condenas para más señas. Los 7 fiscales que llevan los procesos en Antioquia, Córdoba y Chocó tienen en promedio 70 expedientes de ejecuciones extrajudiciales cada uno. Una labor imposible así haya mística y voluntad. Esa larga fila ha provocado que cientos de casos del nuevo sistema oral estén en el limbo de las indagaciones mientras los testigos se pierden o se olvidan, y los militares acusados se dedican a gozar de las libertades provisionales en vías de ser definitivas. No parece entonces que el gobierno le esté dando todo el apoyo a las autoridades judiciales para llegar a las condenas de los culpables.
Lo más grave del asunto es que según parece los fiscales se están aburriendo con la sobre carga y han comenzado a remitir los procesos a la justicia penal militar. Entre 2008 y 2010 la fiscalía regresó a los jueces militares 995 expedientes de falsos positivos. Luego del ruido en los medios los casos parecen volver por vía soterrada a los jueces venales militares.
martes, 8 de febrero de 2011
Extremo virtuoso
Todas las ciudades van fabricando pasiones injustas o extravagantes contra algunos de sus símbolos. Cuando el fetiche ya hace parte de las colecciones del vendedor de baratijas la suerte está echada. La ciudad, sus habitantes quiero decir, ya pondrán algo más que razón sobre el edificio, la plaza, la escultura o el aparato de sus apegos. Medellín y Bogotá han tomado caminos diferentes con respecto a dos de sus emblemas: El Metro y Transmilenio. En la capital los acordeones rojos pasaron de ser una maravilla de ingenio a una pesadilla de estreches e incomodidad. La ruta del éxito lo llevó a la insuficiencia y lo convirtió en el trompo de poner frente a todos los inconformismos. Transmilenio es hoy la vitrina de romper por la derrota del equipo de los amores o la falta de pago de los patrones.
En Medellín el Metro ha terminado por representar el otro extremo. El martilleo de los altoparlantes y el silencio de los trenes conformaron una especie de religión que se ve muy bien desde el atrio pero no deja de tener sus excesos. Las plataformas y las escaleras de las estaciones dan la impresión de estar siempre recién trapeadas. Relucientes y oliendo a Cresopinol como las iglesias de pueblo. Al pasar los torniquetes la gente baja el tono de la conversación y camina con una nueva compostura. Pisa con maña, saluda con una venia amable, evita el ceño fruncido del pasajero de bus. Al principio se creyó que era simple montañerada y que con el tiempo las estaciones perderían ese aire de convento de monjas en Yarumal. Pero la buena conducta se conservó y entonces decidieron llamarla Cultura Metro.
El peligro es que tanta decencia, tanto comedimiento y tanta educación se convierta en una pequeña tiranía. Cada vez son más frecuentes las quejas de algunos usuarios por discriminación y abusos por parte de la vigilancia del Metro de Medellín. Primero apareció la queja de los homosexuales por los regaños de los policías cuando dos hombres o dos mujeres esperan el tren cogidos de la mano. Una conducta digna del Metro de Teherán.
Ahora han comenzado a impedir la entrada de algunos mal vestidos y ojerosos. Hace unos días una amiga fue obligada a salir de la plataforma bajo el cargo de que estaba borracha. Ella, que se había tomado tres rones y estaba sentada esperando su vagón, les dijo a los policías que tranquilos, que no pensaba manejar el tren. No valió y fue condenada a la buseta. Pero eso no es todo, también supe de un universitario al que se le negó la entrada al tren de las cinco de la mañana por su cara de trasnocho. Había amanecido haciendo un trabajo y a la guardia del Metro no le gustó su facha mortecina. Y quienes dejan pasar más de un tren en la plataforma son obligados a bajar a los torniquetes bajo sospecha de suicidio. Al paso que vamos solo se logrará atravesar las puertas del Metro recién confesado y con un toque de agua de rosas.
Es imposible negar las bondades que trae el respeto de los ciudadanos a los espacios de uso común y las obras públicas, pero convertirlos en santuarios que operan bajo un código de modales que imponen según su gusto los policías bachilleres parece un extremo virtuoso.
martes, 1 de febrero de 2011
Paradojas norteafricanas
Hace apenas dos meses los presidentes de los países africanos que forman el casquete más cercano a Europa, Marruecos, Argelia y Túnez, lucían orgullosos debajo de su brazo el Informe sobre Desarrollo Humano que prepara Naciones Unidas cada año desde 1990. Los especialistas en medir avances y retrocesos sociales hablaron del milagro norteafricano y los guardianes de las costas en España celebraron la disminución del asalto de los inmigrantes en sus lanchas de remo. Marruecos, Argelia y Túnez hicieron parte del grupo de 10 países que más avanzaron en sus indicadores de desarrollo en las últimas cuatro décadas.
Las mejoras en salud, educación e ingresos per cápita les permitieron compartir los puestos de honor con la China capitalista y otros alumnos aventajados en Asia.
Para que los logros tuvieran aún mayores méritos los países del norte de África demostraron seguir rutas propias. No se limitaron a obedecer las recomendaciones del de los tecnócratas internacionales sino que en ocasiones desafiaron sus recetas y ganaron su apuesta. Sus mejoras en esperanza de vida, alfabetización y acceso a la educación dejaron por debajo a más de 125 países evaluados. Pero uno de los capítulos del Informe señaló un pequeño lunar: “Una cuestión especialmente importante es el progreso relativamente bajo de estos países en términos de democratización. Al contrario que otros países que han experimentado grandes mejoras en desarrollo humano durante este periodo, como Nepal, Corea del Sur e Indonesia, no se ha observado la consiguiente liberalización de las instituciones políticas en los países norteafricanos.”
En las calles, vendiendo frutas en una carretilla, es difícil entender las gráficas y los números que demuestran mejorías colectivas y esfuerzos acertados. Los relevos en el poder que exige la democracia son siempre una válvula necesaria contra la frustración social. La cara de un déspota que se repite durante años, los uniformes de la policía encargados de defender el palacio y buscar rentas al menudeo, las castas familiares y la “nomeklatura” que se superpone durante años, logran que la verdad de los indicadores no merezca más que un graffiti.
De otro lado, los ejemplos en el norte de África parecen demostrar que los avances en educación obligan a ceder control político y a otorgar libertades individuales. De algún modo los regimenes de Túnez y compañía prepararon el terreno para las revueltas populares que están viviendo, lideradas por jóvenes para los que no fue suficiente el simple cartón de bachillerato o el título de una carrera universitaria. Paradojas que trae la autocracia. Para lograr sus éxitos sociales Túnez le entregó poder a las mujeres aumentando la edad mínima para casarse, prohibiendo la poligamia, accediendo a la importación de métodos anticonceptivos, legalizando el aborto y otorgando el derecho al voto. Hoy en día el país tiene, en proporción, más mujeres universitarias que Hong Kong o México. Parece imposible que esas jóvenes y sus amigos se contentaran con hacer venias al presidente Ben Alí durante una década más.
La otra paradoja es que todo este movimiento libertario puede terminar en manos de los radicales islámicos. Tienen la mejor organización, una devoción probada y el ejemplo claro de la revolución de Irán en 1979, en principio laica y plural, y que terminó dirigida por fanáticos. En Egipto ya empezaron a quemar bares y discotecas y en Marruecos ya prendieron las sinagogas. Sería triste llegar al régimen de los ayatolás por la vía del entusiasmo democrático.