martes, 5 de julio de 2011
De la ciudad al campo
Unos meses antes de su huida al campo el antiguo ciudadano entrega un aviso en forma de desgreño: se adorna con una bufanda estrambótica, deja que su barba le de un aire de leñador, luce sus botas roñosas con un orgullo repentino. Ha decidido renunciar a los aires mal sanos y ahora sostiene el discurso de un apostata. Pero su nueva religión, bucólica y sosegada, no tiene todo el silencio que promociona. Cuando regresa a la ciudad en busca de una batería indispensable o un colchón de fábrica, nos regala siempre un sermón insoportable, una cantaleta sobre las virtudes curativas de la niebla y las costumbres ejemplares de las Caravanas. Mientras se toma una cerveza recostado a un muro, dichoso de estar debajo de un poste de luz, el nuevo campesino finge estar aterrado ante la ciudad que multiplica las encrucijadas y ensordece. Es fácil notar que disfruta como pocos haber escapado por una noche de la sencillez de su corral campestre.
Solo quienes han soportado el campo con todos sus ripios y su belleza, quienes se quedaron viviendo cerca del pueblo, bebiendo con el oficial que coge las goteras y el vecino que le intenta vender un marrano cada año y regalar dos perros cada seis meses, son capaces de contar su vida a cielo abierto sin los arrebatos poéticos de los primeros versos. Y hablan en prosa de la maldita monotonía que solo rompe uno de los tres viciosos de la zona que decidió romper un vidrio y encartarse con el viejo equipo de sonido.
La revista Nature dijo hace unos días que los habitantes de las ciudades corren un riesgo dos o tres veces mayor de enfermar de esquizofrenia que sus congéneres que viven en el campo. También habló de las fobias y las depresiones como plagas más fecundas en el ámbito de las aglomeraciones humanas: “existe una región de la corteza prefrontal del cerebro -relativamente joven en la evolución humana- que parece sufrir un efecto selectivo y muy marcado, sólo bajo situaciones de estrés, y sólo en quienes han nacido y crecido en la ciudad.”
Ese estudio me hizo recordar la opinión de Andy Warhol luego de sus visitas a lo que él llamaba la “América profunda”. Luego de unos días en el campo admirando a sus habitantes mientras araban sus postales, comenzaba una etapa más íntima, cuando los lugareños se atrevían a hablar: “Lo conocen a uno mejor y uno empieza a caerles bien, le cuentan, entonces, algunas ideas que no han logrado verbalizar en años, y entre más los oye uno más se da cuenta de que esa persona está realmente loca”.
Pero tal vez no valga la pena argumentar contra un estudio científico con las anécdotas de un maniático de las ciudades. Será mejor citar otro estudio reciente, realizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, según el cual los pájaros que logran adaptarse al ambiente de las ciudades y vivir en el entretecho de una terraza y picar los depósitos de una frutería de barrio, tienen el cerebro más grande en relación a su tamaño corporal que los que no se atreven a criar en los antros humanos. Los pájaros citadinos tienen un mayor nivel de innovación que les permite aventurarse contra el ruido, los buzones y los hidrantes.
Es lógico que logren aumentar el volumen y la variedad de sus cantos. Contrario a quienes regresan del campo cada mes para silbarnos su mismo repertorio, en tono moral, sobre las desgracias y las basuras que producen las calles comparadas con el perfume de boñiga de la huerta ecológica.
Ayer hablé con uno de mis amigos campiranos. Me dijo muy dolido: "no se me fue Héctor que era el que me ayudaba, era muy bueno: ladroncito pero trabajaba. Se fue dizque a vivir a La Vega...Y era buen conversador, home..."
ResponderEliminarjeje, lástima por el patrón de Héctor.
ResponderEliminarPues Pascual, yo, como convertido de haber sido criado en el campo y de llevar viviendo algo más de 12 años en ciudades, también cierto cierto fastidio por los que proclaman las superbondades del campo.
como todo vivir en el campo tiene sus pros y contras, si, como escribió alguien en EE, se tiene internet, una ciudad cercana donde comprar cosas a las que uno se acostumbra, como pelis piratas o cierta música, o tener un sitio oscuro donde tomar cerveza y escuchar rock, pues se hace soportable. Pero de resto el tedio lo puede a uno enloquecer, a no ser, eso si, que disfute del chisme de vereda donde uno se entera de lo que le pasa hasta a gente que uno no conoce, pueblo pequeño, infierno grande.
Definitivamente me siento más a gusto en las ciudades, con sus trancones y sus posibilidades de ver cinearte, y los que sean felices en sus nuevos sitios de dampo, pues que lo sean, pero que no se pongan como cristianos fastidiosos a trata de convertir a todo el mundo y a rajar de quien les descree.
Eureka, ese exactamente era el tema de la columna: la prédica de los citadinos recién convertidos a la religión del campo. En los comentarios de El Espectador el 80% me maldecía por ser un citadino, un vicioso del humo de las ciudades, del bueno y del malo. Hermano, y la verdad yo también añoro el campo, soy bucólico pero sin moralejas, es lo mejor que tiene la ciudad: se puede añorar el campo sin tener que ir.
ResponderEliminarEstoy en proceso de hacerme a un buen lugar en el campo cercano a Medellín, sin embargo no quiero dejar de lado la ciudad, me gusta por muchísimas razones, pero me tener la posibilidad de escapar de vez en cuando a otro lugar tranquilo es una tentación muy grande.
ResponderEliminarMiren, sobre dos asuntos que se relacionan: los amores de vereda y las bondades del campo, con un artículo que salió en UC sobre Arví.
ResponderEliminarYa ni ganas de ir a montar carpa un fin de semana quedan, luego de que la mano del turismo pasó y barrió con lo bello de Santa Elena. Se suma a los carteles de desaprobación que hablan por la gente del corregimiento, la frustración de ver el terreno que dejaron para los que no pagamos entrada al parque.
Ciertamente, las historias ya no se diferencian de los relatos de paseo a Comfama Girardota. Muy triste, pero estaba muy cerca Santa Elena, para que no le echaran ojos de codicia.
Ahí si la cagaron...
me hizo reir con esa de que se puede añorar el campo sin tener que ir.
ResponderEliminarMe acordé de la columna en que había citado a Warhol sobre el mismo tema del campo (pero esa vez era en cicla, no?), que los comentaristas del EE le decían que sí que muy rico el campo que una chimba, pero usted no quería hacer una oda al campo.
A veces pienso que hasta los que leen los periódicos tienen un grave déficit de comprensión de lectura.
Saludos
Aquí va el artículo sobre Arví en Universo Centro
ResponderEliminarArví: del esplendor a la repartija
Y aquí la vieja columna de la que habla Eureka. Con el mismo Warhol en comillas. Tremenda memoria la de Eureka.
Los encantos del campo
ja
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