Desde la década del ochenta las
Farc han aprendido que los calendarios electorales marcan los tiempos de la
guerra y la paz. Entiéndase de la guerra y la expectativa de la paz. Poco a
poco, sin necesidad de votar y reiterando su desprecio por la democracia
colombiana, el grupo guerrillero se ha convertido en una especie de fórmula
presidencial, bien sea por atracción y negociaciones o por repulsión y
declaratoria de guerra a muerte. Pasó en menor medida con el salto de las
picanas de Turbay a las palomas de Belisario, dramáticamente con la foto de
Marulanda y Pastrana, e inevitablemente en la indignación temerosa y
desesperada que llevó a la elección de Uribe. Ahora, una buena porción de la
reelección de Santos se juega en La Habana y Marcos Calarcá, negociador
parsimonioso, ha comenzado a adornar el escenario conocido: “No podemos
permitir que los afanes electorales del gobernante de turno primen sobre el
interés de todos los colombianos; poner plazos perentorios no solo no es realista,
es una actitud criminal”.
La paradoja de todo esto es que
según algunos indicadores sobre seguridad en 2012, Las Farc tendrían más
influencia en la política que en la guerra misma. Y aquí es necesario entender
guerra no como conflicto entre el Estado y guerrilla, sino como la violencia
producida por el crimen organizado. La Corporación Arco Iris calculó hace unos
días en cerca de 800 las muertes que se produjeron el año anterior en medio del
conflicto con las Farc. La Policía, por su parte, ha hablado de casi de 2500
asesinatos relacionados con las Bandas Criminales en 2012. Pero no son solo los
homicidios, cerca del 40% de las alertas tempranas de la Defensoría el año
pasado tuvieron como amenaza a las franquicias de Urabeños, Rastrojos, La
Oficina, La Empresa y demás. Hace 6 meses el Ministro de Defensa dijo que el
70% de las acciones guerrilleras se concentran en 37 municipios donde vive el
4.6% de la población. Han pasado dos días del rompimiento de la tregua
unilateral y las Farc muestran su poder contra estaciones de policía en Cauca,
Nariño y Norte de Santander, los rieles del tren carbonero en la Guajira, las
torres de energía en el Putumayo, los soldados en Ituango y el oleoducto
Transandino cerca a Orito.
Las cifras y los partes del
conflicto con las Farc nos muestran que de algún modo la guerra está en otra
parte. Mientas las bandas criminales libran las luchas regionales que desangran
municipios en el Valle del Cauca, incendian la Costa Pacífica, desplazan en el
Chocó y desatan las batallas barriales en Medellín; las Farc se dedican a
pelear contra un tubo, las torres de energía, lanzar pipetas contra estaciones
de policía y fortalecer sus alianzas con los traficantes en sus viejos refugios
cocaleros. La Fundación Ideas para la Paz ha dicho que en las zonas de cultivo
hay relativa tranquilidad por el acuerdo entre bandas y guerrilla mientras en
las ciudades se pelea por las “plazas”. Todo esto hace pensar en que una
desmovilización parcial de la guerrilla, como la que imagina mucha gente,
traería un refuerzo en hombres e integración para muchas de las bandas
criminales. Tendríamos, entonces, un nutrido
grupo de mercenarios con experiencia, ex paras y ex guerrillos, peleando por la
plata del narcotráfico, la minería ilegal y las extorsiones. Don Berna sería el
modelo de ese combatiente untado de política, tres bandos y coca.
De modo que las Farc pueden
decidir quién gana las elecciones, pero han perdido mucho a la hora de ofrecer
la paz. Una cosa es el cese de comunicados y otra nuestras posibilidades de
tranquilidad.
“Nos reservamos el derecho a capturar como prisioneros a los miembros de la fuerza pública ..."
ResponderEliminarSiguen secuestrando miserablemente, definitivamente hay que tener mucha paciencia para no patear el tablero en La Habana.