martes, 14 de mayo de 2013

Relatos de pueblo









Es sencillo encontrar las historias sobre el dominio de los grupos armados en muchos pueblos colombianos. Está todavía fresquita, con nombres y apellidos, y la gente la suelta con sencillez, sin necesidad de ganzúa, solo unos minutos después de romper la barrera de tímida cordialidad entre el lugareño y el turista ocasional. Dos conversaciones recientes, en municipios de Sucre y Antioquia, me mostraron cómo el poder paraco no se limitaba al marco de la plaza sino que llegaba hasta las casas del pueblo. Un dominio omnipresente y brutal.
En los Montes de María, fuera en San Onofre, en Berrugas, en El Rincón, el poder de Alias Cadena, carnicero de profesión, duró más de un lustro. Fueron famosas sus jornadas de escarnio en la plaza de San Onofre. La gente recuerda con vergüenza propia, preguntándose cómo pudo pasar eso en su pueblo, los desfiles de hombres y mujeres desnudos, amarrados, señalados por consumir droga, por sus inclinaciones sexuales, por un supuesto robo, por un comentario contra los “patrones” después de que una botella de ron les hiciera rebelarse contra la humillación. Todo el mundo tenía que salir a la plaza cuando Cadena llamaba para sus lecciones o sus discursos. Mi contertulio me cuenta que una vez, en medio de un baño, pretendió hacerse el de las gafas frente a uno de los plantones del carnicero. Hasta el baño de su casa llegó uno de los hombres de Cadena con el fusil. “Es que no es si quiere, muévase, o es que se va a hacer esperar…”
En el suroeste de Antioquia, a solo setenta kilómetros de Medellín, en el corregimiento de Damasco, un pueblito encumbrado con vista a los farallones de La Pintada, los paras también tuvieron su reinado. Un tubo con combustible y una finca de los Castaño sirvieron como filón de negocio y campamento base. Los paras se dedicaron a ordeñar el tubo y a vender gasolina a mitad del precio en la región. Los colectivos de servicio público, algunos camiones de carga y particulares se acostumbraron a la estación de servicio de los “señores”. Llevaron también las extorsiones y el terror. No se trataba de una lucha contrainsurgente sino de imponer el orden criminal y caprichoso de los asesinos. Primero murieron los simples caminantes, los marginados de los pueblos que se acostumbran a hacer sus recorridos a píe, acompañados de un palo y una botella, ofreciendo un jornal o un mandado. Después, lo que eran desacuerdos sencillos en el pueblo, riñas que no pasaban del insulto en el billar, acabaron convertidos en asesinatos. El servicio de sicarios se hizo popular donde antes era una referencia lejana a los peligros de Medellín. Y las adolescentes del pueblo no tenían como negarse a los regalos y los galanteos de sus pretendientes armados. Mi compañero de misión me cuenta la historia de un hombre de ochenta años conminado en la sala de su casa a asistir a una reunión en la placa polideportiva para resolver la pérdida de unos bultos de cemento: “Yo no voy por allá, yo ya viví lo que tenía que vivir, si quiere máteme”. Al final entre la mujer y las hijas lo convencieron y lo llevaron resignado hasta el “convite”.
En ambas regiones ese poder ha desaparecido o ha perdido regencia. Los gobiernos locales se han distanciado de los armados y buscan soporte legal. Sin embargo las últimas noticias sobre lo que se ha llamado Plan de Consolidación no son del todo alentadoras. Hace un año se habló de la presencia de las Bacrim en 40 de los 54 municipios del Plan de Consolidación y de actividades de los paras en 231 municipios más. Que el cuento de la paz no deje olvidar que tenemos muchas guerras por librar. 

4 comentarios:

  1. Juan, gracias, qué pena, lo acabo de ver. Pasó de agache en el foro de El Espectador hasta por la noche. Y mi esperanza en el periódico cambió Berrugas por Verrugas (sic), pero dejó intacta esa horrible revelación.

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  2. Pascual: Esta semana salio a la venta el libro
    RUMSFELD'S RULES y una de las reglas dice:


    DON'T SPEAK ILL OF YOUR PREDECESSOR OR SUCCESSORS, YOU DIDN'T WALK IN THEIR SHOES.

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  3. Que flajelo eterno el que tenemos que aguantar, porque los que ayer se llamaban "paras" hoy son "bacrim" y mañana quién sabe. ¿Es cierto Pascual que al crear una ley para desmovilizar los "paras" y a éstos se les cambia el nombre, ya ésta ley no les aplicaría?

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