Es sencillo encontrar las historias sobre el dominio de los grupos
armados en muchos pueblos colombianos. Está todavía fresquita, con nombres y
apellidos, y la gente la suelta con sencillez, sin necesidad de ganzúa, solo
unos minutos después de romper la barrera de tímida cordialidad entre el
lugareño y el turista ocasional. Dos conversaciones recientes, en municipios de
Sucre y Antioquia, me mostraron cómo el poder paraco no se limitaba al marco de
la plaza sino que llegaba hasta las casas del pueblo. Un dominio omnipresente y
brutal.
En los Montes de María, fuera en San Onofre, en Berrugas, en El Rincón,
el poder de Alias Cadena, carnicero de profesión, duró más de un lustro. Fueron
famosas sus jornadas de escarnio en la plaza de San Onofre. La gente recuerda
con vergüenza propia, preguntándose cómo pudo pasar eso en su pueblo, los
desfiles de hombres y mujeres desnudos, amarrados, señalados por consumir
droga, por sus inclinaciones sexuales, por un supuesto robo, por un comentario
contra los “patrones” después de que una botella de ron les hiciera rebelarse
contra la humillación. Todo el mundo tenía que salir a la plaza cuando Cadena
llamaba para sus lecciones o sus discursos. Mi contertulio me cuenta que una
vez, en medio de un baño, pretendió hacerse el de las gafas frente a uno de los
plantones del carnicero. Hasta el baño de su casa llegó uno de los hombres de
Cadena con el fusil. “Es que no es si quiere, muévase, o es que se va a hacer
esperar…”
En el suroeste de Antioquia, a solo setenta kilómetros de Medellín, en el
corregimiento de Damasco, un pueblito encumbrado con vista a los farallones de
La Pintada, los paras también tuvieron su reinado. Un tubo con combustible y
una finca de los Castaño sirvieron como filón de negocio y campamento base. Los
paras se dedicaron a ordeñar el tubo y a vender gasolina a mitad del precio en
la región. Los colectivos de servicio público, algunos camiones de carga y
particulares se acostumbraron a la estación de servicio de los “señores”. Llevaron
también las extorsiones y el terror. No se trataba de una lucha
contrainsurgente sino de imponer el orden criminal y caprichoso de los
asesinos. Primero murieron los simples caminantes, los marginados de los
pueblos que se acostumbran a hacer sus recorridos a píe, acompañados de un palo
y una botella, ofreciendo un jornal o un mandado. Después, lo que eran
desacuerdos sencillos en el pueblo, riñas que no pasaban del insulto en el
billar, acabaron convertidos en asesinatos. El servicio de sicarios se hizo
popular donde antes era una referencia lejana a los peligros de Medellín. Y las
adolescentes del pueblo no tenían como negarse a los regalos y los galanteos de
sus pretendientes armados. Mi compañero de misión me cuenta la historia de un
hombre de ochenta años conminado en la sala de su casa a asistir a una reunión
en la placa polideportiva para resolver la pérdida de unos bultos de cemento:
“Yo no voy por allá, yo ya viví lo que tenía que vivir, si quiere máteme”. Al
final entre la mujer y las hijas lo convencieron y lo llevaron resignado hasta
el “convite”.
En ambas regiones ese poder ha desaparecido o ha perdido regencia. Los
gobiernos locales se han distanciado de los armados y buscan soporte legal. Sin
embargo las últimas noticias sobre lo que se ha llamado Plan de Consolidación
no son del todo alentadoras. Hace un año se habló de la presencia de las Bacrim
en 40 de los 54 municipios del Plan de Consolidación y de actividades de los
paras en 231 municipios más. Que el cuento de la paz no deje olvidar que
tenemos muchas guerras por librar.
*Rebelarse
ResponderEliminarJuan, gracias, qué pena, lo acabo de ver. Pasó de agache en el foro de El Espectador hasta por la noche. Y mi esperanza en el periódico cambió Berrugas por Verrugas (sic), pero dejó intacta esa horrible revelación.
ResponderEliminarPascual: Esta semana salio a la venta el libro
ResponderEliminarRUMSFELD'S RULES y una de las reglas dice:
DON'T SPEAK ILL OF YOUR PREDECESSOR OR SUCCESSORS, YOU DIDN'T WALK IN THEIR SHOES.
Que flajelo eterno el que tenemos que aguantar, porque los que ayer se llamaban "paras" hoy son "bacrim" y mañana quién sabe. ¿Es cierto Pascual que al crear una ley para desmovilizar los "paras" y a éstos se les cambia el nombre, ya ésta ley no les aplicaría?
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