Durante veinte años la sociedad norteamericana conservó una férrea oposición
a la legalización de la marihuana. Según una encuesta de Gallup, que se ha
hecho cada año desde 1969, tres generaciones de gringos miraron con desconfianza o con
franca irritación la posibilidad de que la hierba se vendiera de manera libre.
Entre 1978 y 1998 la desaprobación se mantuvo prácticamente estable entre el
68% de los consultados, con largos periodos donde alcanzó incluso picos del 73%.
Nixon fue el autor de un señalamiento que caló y se renovó durante décadas.
Según Paul E. Gootenberg, especialista en la historia de tráfico de
drogas, “Nixon concentró su legendaria ira política en la marihuana”. Más tarde
Reagan encontraría argumentos científicos contra la legalización en un supuesto
experimento científico con monos trabados mediante una máscara que los atiborraba
de humo. Se concluía que los Macacus
Rhesus quedaban descerebrados después de meses de juiciosa intoxicación.
Muy rápidamente la opinión de los norteamericanos ha dado un vuelco
respecto a lo que algunos llaman con afecto un “noble barillo”. En solo siete años la legalización
ha pasado de un apoyo del 36 al 58% expresado en la más reciente encuesta. Ya
Clinton reconoció haberla probado sin aspirarla, solo mojar los labios, y hoy
en día más de una tercera parte de los gringos mayores de 18 años confiesa haber
dado algunos pitazos. En menos de una década se vencieron los prejuicios y las
historias de terror alrededor de la hierba. La legalización se convirtió en bandera
de filántropos, académicos, intelectuales y hombres de negocios. Los usos
medicinales abrieron una tronera con visos de orden y control sobre los moños
de la Cannabis. Lo que antes se vendía envuelto en un papel arrugado ahora se
entregaba en frascos etiquetados. Las formas ayudaron al fondo. El apoyo a la legalización
seguirá creciendo: entre los menores de 30 años la aprobación llega al 62%. Se
demostró que Washington y Colorado no son dos anomalías –recientemente aprobaron
en referendo la legalización de la marihuana– sino la consecuencia natural de
una tendencia nacional.
El presidente Obama, por su parte, prefirió hacer una jugada disimulada
como muchas de las suyas. En un comienzo se dijo que el gobierno federal
cargaría contra las decisiones en Washington y Colorado por ir en contravía de
leyes nacionales. Hablaba para los presidentes latinoamericanos. Estados Unidos
teme que nuestros países tomen el mismo camino que ellos ya están transitando.
No están preparados, debe ser la frase en voz baja. Sin embargo Eric Holder, el
fiscal general, decidió respetar la decisión de los dos estados y señalar solo
unos casos específicos en los que la venta de hierba podría llevar a procesos
penales.
Más allá del giro en la opinión nacional deben haber pesado algunas cifras.
Cada año se detienen en Estados Unidos 750.000 personas por delitos
relacionados con la marihuana. El 40% de las detenciones por narcotráfico en
ese país tienen que ver con una sustancia que se vende para uso medicinal en 18
estados. La cura de la prohibición ha resultado más mala que la enfermedad.
Entre nosotros la legalización es todavía un tema impopular. Pero nuestros
números también pueden servir para mover la aguja. El 20% de los presos colombianos
están en la cárcel por pequeños delitos de tráfico de drogas. Valdría la pena
pensarlo bien, sin humo en la cabeza.