La experiencia luego de las desmovilizaciones colectivas en Urabá y el
Bajo Cauca obliga a plantar cara frente a la realidad que supone la entrega de
unos fusiles y el apretón de mano a los combatientes. Un epígrafe sencillo y pesimista
podría enmarcar esos dos procesos: una vez se firma la paz, viene la guerra.
Tras los acuerdos con el EPL en 1991 y las AUC en 2003 se multiplicaron los
bandos, se mezclaron amigos y enemigos, se confundieron políticos y
mercenarios, se dividieron utópicos y ambiciosos. Ahí suenan todavía los
hermanos Úsuga David como un ejemplo de quienes han hecho el periplo completo
en esa larga guerra.
En Urabá el EPL terminó siendo un semillero de la Casa Castaño. Las
rencillas de uniforme y la costumbre de matar al contradictor político hicieron
que una disidencia del EPL se dedicara a atacar a sus antiguos compañeros con
la ayuda de las Farc. Quienes persistían en la guerra, alegando incumplimientos
del gobierno, no consentían que unos “traidores” ganaran espacio político de la
mano del “régimen”. Comenzaron las matanzas y surgieron los Comandos Populares
como una especie de brazo armado de quienes ya hacían política de manera legal:
“Los Comandos Populares nacimos para defendernos del ataque de la guerrilla”,
dijo Jesús Albeiro Guisao Arias, alias ‘El Tigre’, en su declaración como reinsertado
-esta vez del Bloque Bananero de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá-
a un fiscal de Justicia y Paz.
Los Castaño, con su banda Los Tangueros, terminaron apoyando a los
Comandos Populares en su guerra contra las Farc y la disidencia comandada por
Francisco Caraballo. Apenas un 10% de renegados del EPL lograron prender una
guerra con nuevos bríos y nuevos actores. El viejo, El Tigre, H.H., Platón,
Mataperro y otros tantos terminaron disparando desde la misma orilla de
Monoleche y demás hombres de Los Tangueros. En 1995 ya estaba lista la fusión
entre los Comandos Populares y la gente de los castaño, y la guerra tenía otros
objetivos. Ya no se hablaba ni de esperanza ni de paz ni de libertad.
En 2005 y 2006 se desmovilizaron el Bloque Minero y los Frentes Nordeste,
Bajo Cauca y Magdalena Medio del Bloque Central Bolívar. Tarazá y Remedios
fueron los municipios escogidos para las ceremonias periodísticas de entrega de
armas. Esta vez el fracaso viene de las simples intenciones de dejar la guerra como
espectáculo y alarde de comandantes, al tiempo que se mantiene el dominio sobre
los negocios en armas. La coca y la minería ilegal fueron un anzuelo
irresistible para quienes conocían el mando armado, las cocinas de coca y los
lavaderos de oro. Hasta hace poco Cáceres, El Bagre, Tarazá y Zaragoza pelearon
en el ranking de municipios cocaleros en Colombia. Solo el negocio del oro más
tranquilo y más rentable produjo una disminución de las hectáreas sembradas a
partir de 2011. Además, un informe de Verdad Abierta muestra que entre 2008 y
2011 se dio el mayor auge de desplazamiento en la región. La guerra de los
mandos medios de los paras encarnados en Urabeños o Rastrojos mostró que la paz
puede ser solo un desequilibrio de la violencia establecida ¿Qué nos espera en
el Catatumbo, en Arauca, en Caquetá, en el Cauca? Humberto de la Calle era
ministro de gobierno cuando el EPL firmó su acuerdo. Es seguro que recuerda el
fiasco.