En tiempos de Samper los militares ganaron un gran poder de negociación
frente a un gobierno tambaleante. Los oficiales retirados pedían la salida del
presidente y los uniformados activos sabían que para asustar al ejecutivo no
eran necesarios los sables. Bastaban las botas. Samper les entregó las zonas de
orden público a cambio de una baranda para sostenerse y soportó una pequeña
rebelión al intentar un despeje del municipio de La Uribe para una posible
negociación con las Farc. El general Harold Bedoya le pidió entregar esa orden
por escrito y acompañó su exigencia hablando del menoscabo a la disciplina, el
honor y la confianza en las jerarquías. Después vino el general Manuel José Bonnet
y la lealtad al presidente acompañó a las grandes debacles militares: Las
Delicias, El Billar, Patascoy, Miraflores. En medio de las negociaciones y la
tensión entre Samper y los militares, el poder civil perdió legitimidad y los
uniformados perdieron grandes batallas contra las Farc y los paramilitares.
A la llegada de Pastrana la realidad de la guerra, tasada en militares
secuestrados y amenaza de las Farc en las goteras de algunas capitales, hizo
que la negociación fuera inevitable. El ejército reconoció el mal momento y
en relativo silencio se sumó a la expectativa nacional por lo que pasaría en el
Caguán. Pero la tranquila obediencia duró poco y en 1999 llegó la notificación
para un gobierno que creía que era posible convencer a Manuel Marulanda con
medallitas bendecidas por el Papa. Cerca de 20 generales y 200 coroneles
amenazaron con renunciar si no había reglas claras en el despeje y protección
frente a los procesos penales contra más de 600 militares. El ministro Lloreda
se fue como un mártir civil que protegió a los soldados de un gobierno que le
contestaba más fácil a ‘Jojoy’ que al general Mora Rangel, y que estaba ocupado
en comprar los primeros pertrechos para la guerra que se venía.
Llegó Uribe y los militares se convirtieron en un símbolo de los
atropellos de la guerrilla y en el baluarte político de un gobierno con derecho
a matar. La opinión pública había pasado del embeleso de la paz al arrebato de la
guerra. Los soldados que en tiempos en el gobierno Samper apenas llegaban a los
125.000, ya filados para la mano fuerte sumaban cerca de 500.000. Una simbiosis
de estilo y objetivos hizo que por momentos no se viera mucha diferencia entre
los salones presidenciales y los cuarteles militares. Esa mutua confianza, esa
entrega incondicional nos llevó a la peor matanza de civiles de la que se tenga
memoria en el país. Los incentivos por sangre trajeron los ‘falsos positivos’ y
un loco como José Miguel Narváez pudo llegar a la subdirección del DAS.
Santos llegó a la presidencia desde el ministerio de defensa y pagó su parte
con la reforma al fuero militar. Una moneda necesaria para poder emprender sin
mucho ruido las negociaciones en La Habana. Pero ahora sabemos que los militares
se condenan pero no se castigan. Y que han logrado formar una especie de casta
rodeada por las historias de héroes y alejada de los controles penales y
disciplinarios. Una porción del Estado que se maneja en sigilo y hace pensar en
la combinación entre soles y carteles. Parece que la única forma de mirar los
cuarteles es detrás de la reja, empinados en posición de firmes.
Qué buen recuento Pascual, muy importante mirar atrás... y adelante qué? cómo se le quita tanto poder a una fuerza de medio millón de militares cuyo líder (que salió entre aplausos) instiga a crear un mafia contra la fiscalía??
ResponderEliminarUn error: *El ejército reconocieron el mal momento...
Otra que me gustó mucho sobre el tema fue esta columna muy cerebral Puro pensamiento
ResponderEliminarOtra que me gustó mucho sobre el tema fue esta columna muy cerebral Puro pensamiento
ResponderEliminarDaniel creo que no es fácil quitarle poder al ejército. Hace poco lo dijo el Ministro de Defensa el ejército duplica en hombres al resto del Estado. Bueno,se le olvidó contar a los maestros. Lo más importante es que de verdad el poder civil tenga el valor y la legitimidad de vigilar y tomar medidas sin riesgos reales. La fiscalía tiene un papel clave en esa responsabilidad. Y el nuevo riesgo es convertir esto en un asunto de bandos políticos, en la facción que protege a los militares y la facción que los ataca y los pone a merced del "castro-chavismo". Ese es el más peligroso papel del uribismo; porque una cosa es Harold Bedoya haciendo campaña e intentando capitalizar un inconformismo militar y otra cosa es uribe con el nivel de credibilidad que todavía tiene.
ResponderEliminarUna última cosa. Creo que para el post conflicto, por lo menos para los primeros 10 años, el ejército deberá conservar buena parte de su poder. Los riesgos del post conflictos serán tan grandes como los actuales.
Juan David Sí, increíble, muy pensada. Me imagino que el señor las dicta después de almuerzo, mientras se toma un tinto.
ResponderEliminarUna de las fuentes del artículo, importante para recuerdos de las "insubordinaciones" de siempre frente a los procesos de paz.
ResponderEliminarEl ejército colombiano durante el período samper: paradojas de un proceso tendencialmente crítico
La noticia del "levantamiento" contra Pastrana por sus desplantes a los milicos en el Caguán. 30 de mayo de 1999.
ResponderEliminarQUÉ QUEDÓ DE LA TEMPESTAD