Resulta revelador que la iglesia católica tome parte activa en los
debates sobre adopción de parejas homosexuales. Los sacerdotes, las monjas y
sus conserjes deberían acudir al pudor y dejar pasar el tema para no recordar
los horrores en esas escuelas del martirio que fueron muchos de sus edificios
santos. Los conventos fueron centros de tortura y exilio de niños abandonados e
indeseables en Europa, América y África. La iglesia parecía la única señora
responsable y pulcra que podía encargarse de los menores y con una simple
bendición se dejaban los niños en la puerta del cielo y el infierno.
La mejor de las descripciones de la vida infantil y monacal en nuestra
tierra la hizo Emma Reyes en sus 23 cartas a Germán Arciniegas. En esa Memoria por correspondencia publicada en
2012 queda muy claro el mundo detrás de las “tres chapas, dos grandes candados,
una cadena y dos gruesas trancas de madera que cerraban la primera puerta” del
convento. El destino de las niñas era decidido por los caprichos de la
superiora y su íntima, la Señorita Carmelita, que fungía como civil y vestía
hábito un hábito negro que hacía juego su humor: “…en línea general nos veía
como pobres y miserables hormigas. En todos sus gestos se veía el profundo
desprecio que le inspirábamos”. Pero gracias a dios y la virgen a la Señorita
Carmelita solo la veían los sábados y los domingos, el resto de la semana estaban
en manos de Sor Teresa, una especie de carcelera, regente de lavandería y
vigilante de filas. Luego de llorar oyendo el órgano, de ver un pedacito de cielo,
un descuido podía llevar a las niñas a lavar los doscientos inodoros del
convento como penitencia. Y como no solo de castigos y ensueños viven las
niñas, había que buscar la salvación: “…el precio que pagábamos por salvar
nuestras almas representaba para nosotras diez horas de trabajo por día”.
Desde hace años varias comisiones especiales trabajan en Europa en busca
de los secretos tras los muros de los conventos en el siglo XX. Los procesos
tienen la terminología de la negociación tras la guerra: víctimas,
compensaciones, perdón, implicados, supervivientes, fosas comunes, exilios obligatorios, trata de personas. En muchos casos los niños fueron carne de convento.
Hace unos días aparecieron las noticias de niños enviados desde los conventos
de Irlanda, donde ya eran abusados, hasta las soledades de Australia para que
poblaran un país con buenas perspectivas. Más de 10.000 niños fueron enviados a
Australia bajo el lema, “el niño, el mejor inmigrante”. Los niños partían sonrientes
creyendo que acabarían los males que sufrían junto a Hermanas de Nazaret en
Belfast. Pero esta es solo una anécdota si se le compara con el informe Ryan publicado
en 2009, un documento que intenta reconstruir los abusos a miles de niños en
instituciones religiosas en Irlanda entre 1922 y 1995. Un solo dato para intuir
las escenas de terror: En 1975 fue encontrada una fosa común con más de 800
cadáveres de niños enterrados sin siquiera un cajón en cercanías de un convento
de acogida para madres solteras en Tuam, Irlanda. Lo regentaban hermanas
católicas. También en Alemania se habla de 500.000 niños víctimas de la “pedagogía
negra” impartida en orfanatos regentados por la iglesia. Ya se han pagado
indemnizaciones y se han dado golpes de pecho.
Valdría la pena que la iglesia rezara en silencio cuando se habla del
posible maltrato a los menores en hogares que les parecen “desviados”.
La iglesia se disfraza con un retrato de Jesus para tapar todas y cada una de sus fechorias, tienen poder politico, y los politicos tienen a la iglesia como escudo.
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