En el Cauca hay muy pocas victorias militares que celebrar. Desde hace
años se intenta deshacer a tiros el nudo de desconfianza social y conflictos
rurales en la región. Allí se han encontrado la brutalidad armada disfrazada de
utopía, la promesa de los narcos, la resistencia obstinada y solitaria de los
indígenas y el Estado temeroso que atisba desde la mirilla. Y ha habido esquirlas
para todos, casi por igual, siguiendo los principios democráticos de la guerra.
De modo que los indígenas cargan a los militares para sacarlos de un cerro
coronado de antenas, los militares señalan a los indígenas de ser milicianos,
los milicianos convencen a sus ex compañeros de escuela de cargar un fusil, los
guerrilleros estallan un mercado campesino para sacar a los policías y los
policías disparan contra los campesinos en moto en un retén. Mientras tanto los
narcos ofrecen, pagan, disparan, cobran. Una amalgama sobre las montañas que es
muy difícil de entender desde los aviones y los helicópteros militares.
Hace cuatro años, luego de media hora de bombardeos sobre la vereda
Gargantillas, en el resguardo de Tacueyó, en Toribío, el ejército entregó el
parte de victoria contra el Sexto frente de las Farc y su “centro de
operaciones especiales”. Corría marzo de 2011 y el presidente Santos felicitaba
a sus hombres por la vía de los trinos luego de los truenos desde los aviones: “otro
gran golpe a las Farc. En Cauca cayeron 15 terroristas en una operación
conjunta de nuestra Fuerzas Armadas”. “Felicitaciones a las Fuerzas
Armadas por otro golpe a las Farc en el tercer aniversario de muerte de
‘Tirofijo’. Seguridad democrática sigue adelante”. Nos hemos acostumbrado a la
escueta tarea de contar cuerpos. Pero los encargados de velarlos y llorarlos
entregaron una triste versión sobre esa resonante victoria. Entre los muertos
había cuatro menores de edad, los otros eran adolescentes y todos estrenaban
fusil y trinchera a órdenes de ‘Pacho Chino’. No llevaban más de una semana de
campamento. “A estos niños sin experiencia nos toca echarles tierra encima”,
dijo uno de los hombres de la vereda El Triunfo luego del bombardeo. Por su
parte Fanny Ortiz, por entonces rectora del colegio Quintín Lame en Tacueyó,
recordó que entre los muertos había dos estudiantes suyos. "Ese es uno de
los flagelos contra los que luchamos: evitar que la guerrilla se lleve a
nuestros niños".
Cuatro meses después las Farc pusieron un carro bomba frente al puesto de
policía de Toribío, en pleno día de mercado. Su “bombardeo” dejó cuatro muertos
y cerca de cuatrocientas casas afectadas. Ese día solo se pudo celebrar el
triunfo de la selección Colombia que el presidente Santos vio entre los
soldados y policías y las ruinas del pueblo.
Hace unos años el ministro de defensa señaló que el 70% de las acciones
de las Farc están concentradas en cerca de 40 municipios donde vive apenas el
4% de la población nacional. El Cauca es sin duda el centro de buena parte de
ese conflicto. La geografía, los cultivos de coca y marihuana, el aislamiento,
la historia de una guerra larga los condenó a ser la almendra de los estallidos.
Antes de clamar por los bombardeos, cantar victorias y maldecir ceses al fuego
deberíamos al menos darle una mirada al Cauca, dirigir el oído hacia las
palabras de quienes oyen los disparos y reconocen el zumbido de los aviones y
los tatucos. Tal vez para ellos el único triunfo sea la pequeña reseña del ICBF
que da cuenta de 250 niños que salieron de las filas de las Farc el año pasado.
Llamar lista o cerrar filas.
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ResponderEliminarLa única guerra que ayudaría realmente a salvar el país sería contra la pobreza y la ignorancia.
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