Al hombre solo lo conocí
de oídas, a los memoriosos diez años, durante el ocio de las mañanas de
vacaciones o en las tardes de colegio para distraer la preocupación de las
tareas no hechas. Fue el personaje del primer libro al que le presté atención:
un casete azul marcado con dos palabras rayadas con lapicero, “El Flecha”.
Cuando la cinta se reventó ya me sabía el cuento de memoria y había logrado
imitar la cadencia del “boxeador de profesión y bacán de fracaso”. Todo sucedía
en la voz de ese personaje a la vez guapachoso y decadente. Un bar mortecino
-El tuqui tuqui-, un sábado en la noche, cuatro adoradores de la botella y la
llegada de un escritor -El viejo Deivinson-, eran suficientes para soltar una
retahíla que es a la vez biografía de un don nadie, memoria risueña de
pobrezas, alardes costeños, nostalgia sin llantos y colección de proverbios de
la tierra caliente. David Sánchez Juliao inventó entre nosotros la “literatura
casete”, no el dictado de un libro sino una especie de radio teatro dónde
el personaje es entrañable por su vida y por su voz.
Ayer apareció la reseña
de la muerte de Gustavo Díaz Naar en los periódicos costeños. Fue regente de El
tuqui tuqui y de El mismo tigre mono, dos bares de Lorica con unos nombres que
abren el apetito por la botella. Díaz Naar inspiró a El Flecha, vistió sus
mismos mochos y soltó algunos de sus cuentos. Fue el molde para que Sánchez
Juliao armara a su rebuscador de risas y penurias. Aprendió de boxeo en
Chambacú, en Cartagena, cuando estudiaba en el colegio de los “pupis”, y si no
hubiera sido por la muerte de su padre quizá se habría topado con García
Márquez -en ese entonces habitante del Hotel Suiza- en los salones de la
Universidad de Cartagena. Pero le tocó devolverse para Lorica, patria de locos
según dicen quienes han vivido su canícula, para fungir como bachiller con
algunos poemas aprendidos y la cuerda larga y arrevesada de quienes deben
ganarse la vida echando cuentos. En una crónica de El Universal escrita por
Deibys Palomino encuentro el comienzo de uno de sus discursos para levantarse
“un milagro de Dios”, que en su jerga traducía mil barras: “Mi brother te tengo
unos poemas bien ‘mariguanescos’ para que me pongas atención y te bajes del
bus. Cógela ‘vesua’ mi ‘napa’ porque voy con todo, no te la tires de ‘vovi’
conmigo porque te va mal, tú sabes que soy nacido en este río de aguas mestizas
y no “moco tocuen” así que quédate ‘toquie’”.
Su figura me hace pensar
en Raúl Gómez Jattin, un vagabundo más concentrado y más dedicado al cuaderno
de notas que al simple verso callejero. Pero si Díaz Naar se hubiera quedado en
Cartagena es posible que también hubiera terminado tomando “ñeque” en la banca
de algún parque en Getsemaní. Por la pinta me recordó a lo que en Antioquia se
llamaba un camaján, de esos de cuchillo de cacha recién pulida, camisa de
colores y zapato blanco, los mismos que desafiaban a los dados o al tropel al
que se les apareciera. Rebuscadores con estilo. Jairo, el protagonista de
Aire de tango, con su “andar marica” y su vuelo para el billar, la cerveza fría
y la marihuana puede ser el de mostrar en Medellín.
Pero Gustavo Díaz Naar no
era de tropeles, ni de cuchillos, ni de versos propios más allá de sus frases
al ‘vesre’ y su tumbao. Un sencillo hombre de escalera de palacio municipal y
mercado de pueblo. No todos los días se muere el personaje de las primeras
lecturas.
Gracias por éste escrito sr Gaviria, y si, se nos murió el personaje de las primeras lecturas, el que pensaba que ahora si viviría más por haber dejado el Malvoro Salvaje, se fue sin despedirse mi tío, mi compadre, el lider de Puertorro, el hermano de la vieja Ruth. Seguimos llorando su partida. Q.E.P.D Gurú del alma.
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