Una negra protuberante frente al capitolio de La Habana, forrada en un
vestido que es a su vez la bandera de Estados Unidos mientras espera un
colectivo. Una negra provocadora y risueña que apenas si levanta una ceja
cuando los transeúntes y los ciclistas le gritan arengas, burlas o
advertencias. La imagen la vi hace cerca de 15 años y aunque bien podía serlo, la
mujer no era una artista callejera en busca de una o dos “fulas” que dejaran
caer los turistas. Ahora los portaestandartes oficiales y las ventanas de los
apartamentos en La Habana lucen la bandera de los Estados Unidos, como los
niños de tercero de primaria lucen todos los días la pañoleta roja en homenaje
al Ché. Y los cubanos pueden gritar de asombro o alegría al ver un político
luego de la fatiga de todos los materiales que han impuesto los Castro y el
Partido Comunista.
Poco a poco Cuba comienza a encontrar en sus visitantes ilustres una
señal mínima de que el mundo se mueve y no está del todo sometida al eterno
reloj de arena del Gramna. El Papa Francisco, Obama, Putin, el mismo Chávez, como
una especie de ahijado, van dejando una estela de nuevas banderas y afiches.
Pero no es solo eso, ahora el 25% de los trabajadores cubanos tienen como
patrón su propia contabilidad o una empresa privada y ya no dependen de sus
reportes en el Comité de Defensa de la Revolución o de las viejas hazañas en Angola.
Obama sabe muy bien que los cambios llegarán cuando los cubanos miren menos el
control de los burócratas y pueden “resolver” por fuera de las planillas
oficiales. Una parte de Miami sostiene la retórica contra la hoz y el martillo
y todavía gusta el juego de los espías. Pero muchos de los cubanos-americanos
de segunda generación celebran la visita y logran ver la isla más allá del odio
a las barbas de Castro. Tal vez la derrota de Marco Rubio en Florida sea una
demostración más del momento para una nueva estrategia.
Pero en Colombia la guerra fría no acaba. Desde los extremos políticos
han saltado a defender el régimen cubano como un ejemplo de dignidad o a
criticar el acercamiento como una triste claudicación. El Centro Democrático
sueña con tener una orilla de mar desde donde gritar contra el “enemigo interno”
y ahora han graduado a Obama de caballo de troya del comunismo internacional. Comparten
los delirios y la estética de centro comercial con la derecha más venenosa de
Estados Unidos.
La izquierda, por su parte, ha salido a encomiar los indicadores sociales
de Cuba con la vieja cantaleta según la cual la buena atención a los niños
justifica negar los derechos y controlar todos los órdenes sociales de los
adultos. Para rematar el argumento presentan nuestros pecados de violencia como atenuante frente a
los cerca de 60 años de estado policivo en
Cuba: “los militares colombianos mataron a cientos de civiles, al menos los
cubanos los encarcelan y adoctrinan desde niños”, es más o menos su lógica
admirable. Vale la pena dejarles un solo
párrafo de Termina el desfile, la
novela de Reinaldo Arenas, uno solo para que acompañe el billete de tres
pesos con el Ché que trajeron de su viaje iniciático a La Habana: “Salir era
arriesgarse a que le pidieran identificación, y, a pesar de llevar encima todas
las calamidades del sistema: carné de identidad, carné de sindicado, carné
laboral, carné del servicio militar obligatorio, carné del CDR, a pesar, en
fin, de ir cual noble y mansa bestia, bien herrada, con todas las marcas que su
propietario obligatoriamente le estampaba, a pesar de todo, salir era correr el
riesgo de “caer”, de “lucir” mal ante los ojos del policía que podía señalarlo
(por convicción moral) como un personaje dudoso, no claro, no firme, no de
confianza…”
Somos admirables en escoger lo más sonoro entre lo peor, en pelear los
entuertos ya saldados y en revivir las momias más cínicas.
¿Uribe es como Fidel Castro?¿Anacrónicos?
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