En 1987 Luis
Herrera tenía los mismos 26 años que hoy tiene Nairo Quintana. Los dos
comparten el gesto grave y silencioso de los campesinos durante sus labores, y
las gestas iniciales sobre las cumbres de la Cordillera Oriental colombiana. Ahora
están unidos también por sus camisetas como campeones en España, amarilla la de
Lucho y roja la de Nairo para que no queden dudas sobre la reconquista. La
tarea más ardua para el campeón luego del Paseo de La Castellana es improvisar
un pequeño discurso patriótico, que inspire algo de llanto y acompañe la letra
gastada del himno. Con un intermedio de casi 30 años Lucho y Nairo coincidieron
en la mención de una realidad esquiva y una palabra omnipresente en casi todos
nuestros episodios dignos de un brindis. “Mi mayor deseo, en este momento en
que acabo de coronar como campeón de la Vuelta a España, es que en Colombia
haya paz, mucha paz, entendimiento entre todos los colombianos, que el deporte
y en especial una conquista como ésta sirva para unificarnos”, dijo Herrera con
una timidez de muñeco de pilas. Nairo, un más locuaz, soltó un eslogan que podría
servirle a los publicitas del ministerio de comercio exterior: “Que el mundo
entero sepa nuestro país es paz, deporte y amor”.
El año en que
Herrera ganó la Vuelta a España no comenzó propiamente un periodo de armonía y
sosiego, al contrario se incubaban muchos de los males que traerían, cuatro o
cinco años más tarde, el pico más alto de la matazón nacional. Colombia tenía
entonces una tasa de 49 homicidios por cada 100.000 habitantes, no era fácil
prever que llegaríamos hasta 87 homicidios por cada 100.000 habitantes en 1991.
Asomaba la ofensiva de las Farc, y la punta de lanza de los narcos y los paras.
Febrero comenzó con la extradición relámpago de Carlos Lehder luego de su
captura amanecido en una finca en Guarne. El presidente Barco amenazaba con
romper la inestable tregua con las Farc heredada del proceso de paz con Belisario.
La negociación había dejado dos ejércitos ansiosos de disparar que usaban la válvula
de escape de la guerra sucia. Las Farc, intentando fortalecerse militarmente, desdeñaban
el riesgo sobre sus militantes desarmados bajo la bandera de la UP, y el
ejército despreciaba la vida de quienes eran simples “guerrilleros de everfit”.
Jaime Pardo Leal sumaba más de 300.000 votos en las elecciones de mayo, un poco
más del 4% de la votación.
En junio el fin
de la tregua se hizo oficial. Una emboscada de las Farc a dos camiones
militares entre Puerto Rico y San Vicente del Caguán dejó 27 soldados muertos.
El mayor golpe a las Fuerzas Armadas por parte de las Farc hasta ese momento. El
ataque en la Quebrada Riecito fue el antecedente de Las Delicias y El Billar. Se
desató la cacería y en Octubre fue asesinado Pardo Leal, para quien llegó el
mismo destino de los cerca de 200 militantes de la UP que murieron ese año. Las
cifras oficiales hablan de 749 asesinatos por causa del conflicto entre
maestros, estudiantes, defensores de derechos humanos, sindicalistas; además de
568 guerrilleros y 501 militares.
Los narcos
mostraban sus intenciones baleando a Enrique Parejo González en Budapest, donde
llevaba 5 meses como embajador intentando no sufrir la suerte de Lara Bonilla.
Yair Klein hizo su primera visita al país para tantear el terreno y los maletines
de ganaderos, bananeros y narcos en el Magdalena Medio y Urabá. La portada del
New York Times Magazine tenía a Pablo Escobar y a Fabio Ochoa bajo el titular Cocaine
billionaires. En la contratapa estaba la publicidad del Café de Colombia bajo
el cual había ganado Lucho: Test taste, decía el aviso.
Nunca se sabe lo
que traen las carreteras en el ciclismo o en las trochas del Caquetá. Pero al
menos el panorama parece más alentador en este año. Aunque la camisa roja
traiga algunas advertencias.
Muy buen artículo. Ojalá no sea un presagio de un futuro basado en el pasado!
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