Han ido llegando
por necesidad. Acompañados de rabia y desespero, atraídos por un pequeño imán
que promete un contacto, un escampadero temporal, una farmacia con todas las
letras. Brillan en una ciudad hospitalaria a su manera, recelosa muchas veces,
ensimismada casi siempre en su acento, sus gustos, sus miedos. Llegan buscando las
periferias, trepando a las laderas donde el tesoro de unos dólares encaletados
rinde un poco más en las tiendas. La primera noticia de esa pequeña migración
llegó por la llamada de una amiga periodista que conocí hace unos años en un
viaje y ahora intentaba traer a sus padres hasta el apartamento que compró con
su hermano en las lomas de Robledo. En pocos años Medellín había pasado de ser
destino turístico a destino a secas.
Pero la
verdadera magnitud de esa marcha la viví el sábado anterior en medio de una
caminada desprevenida por la ciudad. En el parque de El Poblado estaban unos
doscientos venezolanos, muchos con la camisa vinotinto de la selección y una
gran bandera en el suelo del escenario improvisado. Una protesta de lejos es
sobre todo una oportunidad para la solidaridad y el desahogo personal. Dos megáfonos
intermitentes y un cuatro formaban todo el aparataje de la manifestación que
servía sobre todo para llenar planillas y recuerdos. Para el canto a capela del
cumpleaños a Leopoldo López todos los presentes se pusieron de pie y los dos o
tres patos que estábamos “infiltrados” en la reunión nos paramos espantados. El
canto entusiasta del cumpleaños a un político genera de por sí una pequeña
incomodidad, cuando ese político está a miles de kilómetros de distancia genera
incredulidad y cuando ese político está en la cárcel por la sencilla decisión
de otro político ya se produce un desconsuelo definitivo. La escena resultaba lánguida
amenizada por los dados del parqués de los lugareños que oían sorprendidos.
Abandonamos el
parque y pasando la calle estaba La casa del pan de jamón, un local que lleva
cerca de un año y se ha convertido en la vitrina para que no todo sea arepa
venezolana en las referencias culinarias del vecino. La caminada siguió hasta
la tienda de un barrio de mecánicos y allí apareció una conversación
inesperada. Cuatro hombres que mostraban haber terminado su jornada laboral
hacía poco hablaban solo en números, parecía que cada uno tuviera una
calculadora para preparar su frase. Comparaban sueldos y precios antiguos,
alardeaban con mercados de otro tiempo, movían las tasas de cambio, contaban
sus pesos actuales y se reían condescendientes de los amigos y familiares
dejados atrás. Se tomaban sus cervezas con juicio y atendían a los cuentos de
quién parecía ser el jefe de la manada, el más curtido en las lides paisas. Nunca
hablaron de nada distinto a números y saldos añorados, odiados, presentes.
Ya en la noche,
en Carlos E. Restrepo, barrio que se mueve al ritmo de las universidades
cercanas, el carrito de arepas venezolanas sirvió para acompañar las cervezas
de la tarde. Tenía menos de seis meses compitiendo con los perros omnipresentes,
los sánduches con humos gourmet y los chuzos de estadio de La Iguaná. Todos los
encuentros del día fueron casuales, anunciados por el acento, las estrellas de
la bandera, los anuncios de las delicias culinarias. En todas las caras, en el
tono de la voz, en el semblante, se advierte algo de angustia y alivio, un aire
de incertidumbre que se cierne sobre los recién llegados que aún no saben si se
quedan o se vuelven.
No sé cómo hacer el siguiente comentario sin parecer una persona desalmada o xenófoba, por eso pido disculpas de antemano.
ResponderEliminarNo puedo decir que entienda en su totalidad lo complejo de la situación del país vecino, es sólo que me preocupa el trabajador colombiano en eśte preciso momento, pues se encuentra en una coyuntura en la cual debe competir, no con su destreza, no con su conocimiento y experiencia, sino contra una persona que se ofrece por una menor remuneración (mucho menor?). Personas cercanas a mí han perdido sus empleos; se vé en Bogotá, Bucaramanga, las ciudades costeras. Ahora bien, ésto parece repetirse en todos los niveles del empleo en el país. Sin ningún fundamento sólido con el qué respaldarlo, pero parece ser una tendencia que va en aumento, entonces, cuál es el efecto que puede presentarse en la sociedad colombiana, representada en los trabajadores, y tras los cuales se encuentra una familia que debe mantener?
Respeto al venezolano porque es un ser humano igual a mí, conozco de su realidad actual, de sus necesidades, trato de entender su sufrimiento, algo de por sí muy difícil, ya que es un sentimiento ajeno. Pido disculpas nuevamente.