Hace un poco
menos de treinta años Luis Carlos Galán obtenía uno de sus más importantes
triunfos políticos. No fue solo una victoria personal, no se trató de una
mayoría en las urnas sino del logro de una transformación democrática al
interior del partido mayoritario en Colombia. La lucha le tomó cerca de cinco
años y concluyó con el acuerdo unánime, durante la convención liberal del 23 de
julio de 1989 en Bogotá, para elegir candidato del partido por medio de una
consulta popular abierta. En el camino había renunciado al Partido Liberal y creado
el Nuevo Liberalismo como una necesidad ante los mecanismos arcaicos y
clientelistas de elección que impedían la renovación y el protagonismo sin la
venia de los “caciques”. Menos de un mes después de esa victoria fue asesinado en
Soacha en medio de la competencia por la candidatura oficial del partido, que
virtualmente elegía al presidente de la república.
Durante un año y
medio el expresidente Turbay dirigió la puja entre los seis precandidatos y los
congresistas por concretar y afinar el mecanismo. Se criticaban los costos de campaña
y la división del partido, se anunciaban rebeliones de los caciques liberales y
al mismo tiempo se desestimaba el carácter democrático de la consulta
subrayando el clientelismo por venir, se señalaban los riesgos de la
participación de votantes ajenos al liberalismo. Al final Turbay zanjó la
discusión con una frase sencilla: “Quizá la consulta sea insoportable, pero su
ausencia sería aún peor”. Con la campaña empezando, de nuevo en el “viejo
liberalismo” pero con nuevas reglas, Galán celebraba su triunfo: “Nos
reintegramos al partido liberal en virtud de un acuerdo de igual a igual, un
acuerdo en torno de compromisos y criterios a través de los cuales, con los
demás liberales de Colombia, le vamos a dar una salida feliz a nuestra patria
después de estos años de crisis y tragedia. Compañeros: el viaje continúa, con
la misma brújula, el mismo destino y en una nave más grande”. Se confirmaba el
debilitamiento o al menos la posibilidad de vencer a los barones electorales,
intermediarios obligados frente a los votantes. Ahora Bernardo Guerra Serna,
José Name Terán, Víctor Renán Barco, Julio Cesar Guerra, César Pérez García no
podrían imponer su candidato por “aclamación” y Hernando Durán Dussán no sería
presidente por el simple dedazo.
El fin de semana
pasado se celebró el repudio a la consulta liberal por parte de los partidos,
los medios y los ciudadanos en general. Fue imposible hablar de democracia, de
participación, mencionar una o dos ideas, recordar a Galán, repudiar los
acuerdos a oscuras por parte de los políticos. Se habló de política con el
burdo cuaderno del contador en la mano. La gran inteligencia consistió en
dividir el costo de la consulta entre el número de votantes para señalar el
precio exorbitante. Lo hicieron desde herederos de Galán como Juan Lozano hasta
presentadores de variedades como Jota Mario Valencia. La consigna, casi unánime,
reunió una mezcla de apatía y prejuicios: decidan ustedes los políticos que
nosotros ya tendremos ocasión de quejarnos. Tal vez una más optimista: escojan
ustedes, pero escojan bien. La descalificación automática del mecanismo tendrá consecuencias
sobre las designaciones en el futuro. Cada vez queremos menos influencia de los
políticos y al mismo tiempo buscamos delegar las decisiones importantes a sus
pulsos y rencillas. Los partidos dignos de elogio, que se inscribieron para
hacer consulta y al final no concurrieron, resultaron ser el Centro Democrático
que elige siguiendo la lógica de un capo y unos temerosos precandidatos, lógica
ya fallida una vez; y el Partido Conservador que está a la espera de
ofrecimientos por su bandera y definirá con el carisellazo de sus congresistas.
No queremos ni partidos ni consultas. Solo patrones.
La prensa en general se dedicó a descalifícar la consulta por el costo y nadie trató de invitar, más bién a votar, para disminuír el costo por voto. Tanto que costó lograr el voto para que, ahora que lo tenemos, nos quedemos en la casa, criticando y criticando.
ResponderEliminarYo en principio estoy de acuerdo, Pascual. Es decir q la democracia vale y vale la pena pagarla, y en principio eso aplicaría para la consulta Liberal. Pero, por otro lado, siento q esta mirada obvia un contexto especial, el de ahora, donde la consulta liberal fue el resultado de una terquedad de dos candidatos que se enfrentaban en una contienda donde en el fondo no había una decisión demorática en juego. Ahora bien, quien es uno para decir si lo que está en juego es democrático...casi 800 mil votos, incluyendo el suyo a 50 lucas, parece q piensan lo contrario.
ResponderEliminarBueno, la consulta es parte de la democracia. Pero en este caso reinaba los egos en el interior del partido. Con más tristeza saber que el ganador del partido se aliara con otro candidato y así terminara una más este dinero perdido. La corrupción origina en querer el bien propio, como sucedió en esta consulta, aunque corrupta no fue, sus inicios son iguales.
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