El corregimiento
El Tomate en San Pedro de Urabá tiene una larga y macabra historia de
violencia. Un alarde de plomo que ha obligado a correr las cercas, a salir
corriendo a cientos de familias, a correr sangre y susurros en una tierra donde
el silencio es una mínima garantía. Hace un poco menos de treinta años, en
agosto de 1988, se dio el bautizo de fuego en El Tomate. El Castaño del momento
era Fidel y su grupo no tenía todavía las siglas contrainsurgentes ni los discursos
patrióticos, se llamaba simplemente Los Tangueros o Los Mochacabezas, cuando querían
ser un poco más explícitos. Esa primera masacre dejó 22 ranchos quemados y 16 personas
muertas. Los paras llegaron en un bus de servicio público que desviaron hasta
El Tomate y con granadas y fusiles dieron su “lección inaugural”. En su momento
se habló de una venganza por el ataque a una base militar en Tierralta por
parte de las Farc y el EPL una semana antes. Luego de la masacre el ejército simplemente
alzó hombros.
El Tomate es el
mismo corregimiento de San Pedro de Urabá donde hace una semana fueron
asesinados ocho policías que acompañaban una comisión de la Unidad Nacional de
Restitución de Tierras. Dos sentencias de diciembre pasado señalaron las
parcelas del caserío que deben volver a manos de sus dueños legítimos. Pero una
cosa es el papel y otra el cruento dominio que mantienen los herederos de los
paramilitares en la parcela. El Tomate ha servido como campo de entrenamiento y
planeación militar, como celda de torturas y escarmiento, como tierra blanda
para las fosas comunes e incluso, como territorio para las “acciones comunitarias”
de Funpazcor, la fachada social de Sor Teresa Gómez hermanastra de los Castaño
Gil.
Luego de la
desmovilización de las AUC en 2006 El Tomate sirvió como refugio de los paras
reincidentes y zona de reclutamiento para los nuevos bandidos. El poder ilegal
siguió intacto, solo que el mando estaba un poco más difuso y era necesario dar
nuevos combates para definir poderes, proteger tierras y amarrar lealtades. La
falta de un patrón hizo que aparecieran nuevos rótulos para los grupos
dispersos: Rastrojos, Águilas Negras, Urabeños, Paisas. Allí mismo, en El
Tomate, terminó la vida de Carlos Castaño hace 14 años, y una parte de la tierra
acabó en manos de Monoleche, uno de sus hombres de “confianza”. Tierra en el
pecho para unos y en el papel para otros.
Tres años
después de la desmovilización de las AUC se encontraron 17 cuerpos desmembrados
en la finca La 35 en el mismo corregimiento. Monoleche contó cómo procedía la “justicia
para”: “A las personas que las llevaban a La 35, era por informaciones que era
colaborador de la guerrilla o guerrillero y pues allá en La 35 el comandante
Doble 00 los interrogaba y si tenían las pruebas le daban de baja”. El reciente
ataque a la comisión de la policía demuestra que las Bacrim, el Clan del Golfo,
Los Urabeños, cómo quieran llamarlos, conservan un poder similar al que tuvieron
los paramilitares en la región. Un fortín muy parecido al que hay en algunos
municipios del Bajo Cauca antioqueño donde han pasado los hombres y han quedado
las “instituciones” paracas.
Luego de la
masacre de los policías el expresidente Uribe, hombre enfermo de la memoria e
incapaz de la autocrítica, dijo que todo era culpa del mal ejemplo que dio el
acuerdo con las Farc y la impunidad de la Justicia Especial para la Paz. Por
supuesto olvida las zonas donde ha retoñado la semilla paramilitar luego de su
proceso con las AUC. Porque donde él jura haber fumigado la violencia, solo
dejó caer algo de agua y abono para una nueva cosecha.
Pascual lo felicito, que crónica tan rigurosa la que ha escrito. Yo soy del Bajo Cauca antioqueño; me gustaría leer una así sobre mi pobre región que ha sido tan arrasada por los paramilitares!!
ResponderEliminarUn abrazo Pascual!!
JJ gracias por la lectura y el comentario. Tengo algunas ideas sobre esa región. Cuando quiera conversamos. Saludos. rabodeajip@hotmail.com
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