Hace quince años comenzaron los primeros
contactos en San José de Ralito, corregimiento de Tierralta en Córdoba, para la
desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). El proceso duró
cerca de tres años y en 2006 se presentaron ante el gobierno y la sociedad 31.671
combatientes que entregaron algo más de 18.000 armas y decían estar dispuestos
a dejar la guerra. Hoy se dan versiones variadas sobre la magnitud y el significado
de la herencia criminal que dejó el proceso; incluso se discute la manera como
deben nombrarse quienes volvieron a las armas y la ilegalidad, para algunos una
nueva generación paramilitar, para una versión más oficial y aceptada Bandas
Criminales.
No cabe duda que el paramilitarismo como organización
contrainsurgente, ligada a amplios sectores del ejército y la policía, con gran
incidencia en la política regional y nacional, dejó de existir para convertirse
en un nuevo engendro. Se había firmado el fin de la gran organización criminal
con mandos claros en las regiones, un manual ideológico, líderes nacionales con
vocería en los medios y capacidad de presionar e influir en el gobierno
nacional. En 2011, cinco años después de la desmovilización, las cifras
oficiales hablaban de 1.229 reincidentes capturados, centenares dados de baja y
otros tantos activos. Hace un poco más de dos años la Agencia Nacional de
Reintegración entregó una cifra de 24% de reincidencia por parte de quienes se
presentaron a las listas de Justicia y Paz. La gran mayoría de los mandos
medios armaron estructuras acordes a su capacidad y fueron creciendo nombres
como ‘Los Paisas’, ‘Los Urabeños’, ‘Los Rastrojos’. En Urabá se consolidó un
liderazgo nacional y el Clan del Golfo se convirtió en una especie de
franquicia que agrupó a variadas e independientes bandas con modales y ropaje
paraco, pero con muy distinto alcance, discurso y relación frente al Estado,
que se convirtió en un enemigo más cierto como lo demuestra el final de
Giovany, El Indio, Gavilán, Inglaterra y decenas de cabecillas más, y frente a las
con las guerrillas que en algunos casos comenzaron a ser aliadas en empresas
criminales de narcotráfico y minería ilegal. Sin duda conservan control territorial
en algunas zonas e intimidan liderazgos incómodos en otras, pero su discurso cambió
y su interés principal son las rentas criminales. Incluso muchos de ellos han
terminado como segundos de los narcos mexicanos que vienen por su surtido.
Todo este recuento para intentar un paralelo con
lo que son hoy las disidencias de las Farc y la posible “refundación” de esa
guerrilla de la que habló la revista Semana. Al igual que las AUC las Farc
dejaron de existir, así algunos de sus mandos medios quieran conservar sus
viejos discursos y negocios, y así quieran posar de comandantes. El gobierno
habla de una reincidencia cercana al 10% mientras los más pesimistas señalan un
porcentaje que estaría muy cerca del 24% aceptado en el caso de los Paras. Las “Farcrim”
no serán nada muy distinto de lo que es el Clan del Golfo que hoy estrena ley
para buscar un sometimiento. Una federación de grupos independientes con un
degrado discurso ideológico que es simple fachada, con el centro de sus rentas y
aliados en las fronteras y con una base social reducida a la mano de obra de
gatiilleros, narcos y campaneros. Ni siquiera los cultivadores de coca serán cercanos
a sus estructuras. Rehuirán al ejército en vez de enfrentarlo y no harán
conferencias nacionales sino “juntas directivas” locales. No tendrán ni
argamasa ideológica ni coherencia histórica. Las Farc han desaparecido, lo
demás son portadas de ahogado.
Hola! Parece que hay un error de redacción en esta parte *y frente a las con las guerrillas*
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