Hacía tiempo no
se veían unas elecciones tan mansas, tan poco cargadas de odio, tal libres de
adoctrinamiento y otros impulsos. Los puestos de votación no tenían el aire de
desconfianza y recelo al que nos hemos acostumbrado. Fueron unas elecciones
extrañas, unánimes de algún modo. Los contradictores no eran quienes estaban
entre los que iban llegando a los puestos de votación o buscaban su mesa a
nuestro lado en los listados, sino quienes estaban en la casa y desestimaban la
democracia sin intermediarios, las decisiones sin grandes marcas ideológicas o
personales. Apenas dos meses largos después de la segunda vuelta presidencial,
los candidatos enfrentados con todas las letras estaban de acuerdo en un
tarjetón con siete preguntas.
Solo una pequeña
porción de egocéntricos y paranoicos vieron la consulta como un ataque
personal. Cualquier discusión lejana a sus pugnas, donde no sean protagonistas
de primer orden resulta inconveniente para ellos. Es posible además, que el
líder de esa secta pensara en su experimento fallido de participación ciudadana
hace quince años, y en las comparaciones que lo podían poner por debajo en
capacidad de movilización. Tiempos aquellos, donde la palabra patria estaba en
todos los discursos y se justificaba el gasto en papel, tinta y cubículos.
Parece increíble
que una elección casi anónima tuviera un nivel de participación solo un poco
más bajo, un millón y medio de votos menos, que la elección más belicosa y
agresiva de los últimos tiempos: el plebiscito sobre los acuerdos con las Farc,
una supuesta disyuntiva entre la entrega del país a un grupo armado que dejo
miles de víctimas en cincuenta años de conflicto y la promesa de una paz
“estable y duradera”. La votación del domingo demostró que casi una tercera
parte de los ciudadanos salen a votar sin necesidad del fuego ideológico, sin
el arrastre de una hecatombe a la vista, sin ardores ni cebos en contante y
sonante.
Esa
espontaneidad de los votantes, dada además frente a un cuestionario marcado por
la enseña anticorrupción, hace que sea muy complejo endosar los votos a
partidos o candidatos. La menor votación en la consulta coincide con los
departamentos de las costas donde el Sí y Petro sacaron mejores resultados.
Excepto algunas capitales como Cartagena, Barranquilla, Popayán y Pasto. Y el
centro del país donde el Uribismo ha sido ganador en los últimos años, mostró
apoyo fuerte en la consulta, incluso en las zonas rurales donde las votaciones
fueron bastante mayores a las logradas por Petro en segunda vuelta. En un departamento
marcadamente uribista como el Huila, la consulta logró el umbral con más del
34% de participación. En siete municipios del oriente Antioqueño, donde el
Uribismo es legión, la consulta pasó del 33% exigido para ser vinculante. Mientras
en Medellín sacó cien mil votos más que Fajardo, Petro y De La Calle sumados en
primera vuelta. La participación fue más una señal de cultura democrática, de
madurez política y criterio propio a la hora de votar, que un asunto de filiación
partidista u obediencia al caudillo. Aunque hubo algunas coincidencias notables
entre regiones donde fueron fuertes los verdes y donde se votó con ganas el
cuestionario.
Quedan varias preguntas
para lo que viene ¿Tienen las consultas riesgos cercanos al llamado “estado de
opinión”? ¿Puede convertirse en un instrumento para que las mayorías restrinjan
algunos derechos de las minorías? ¿Sirve el mecanismo para reformar la
Constitución como decían algunos críticos sucedía con las preguntas 1 y 7? Sin
duda hay riesgos apreciables que no deberían desconocer quienes hablan de bajar
el umbral o convertir el mecanismo en un juguete para cada desacuerdo.