Los policías saben muy bien a quién
le salen. Entienden cuándo deben cubrirse para hacer sus vueltas y cuando
pueden dar cara y placa. Tienen un radar bien pulido para ejercer el abuso contra
los más débiles. Aplican la intimidación, el encubrimiento, la mentira
sistemática en sus bitácoras y declaraciones. Cuando se intenta una denuncia o
una queja aparece una inesperada faceta criminal. El proceso por el asesinato
de Diego Felipe Becerra mostró lo riesgoso que puede ser enfrentar a una banda
uniformada.
Para unas ocasiones el simple cinismo y para
otras el descaro a patadas y puños. Hace poco uno que usaba un embozo en un
procedimiento de rutina, me dijo que tenía gripa cuando le pregunté por qué
ejercía su labor con una especie de pañoleta de vaquero de película vieja. A
otros los vimos hace poco golpeando a jóvenes de la Comuna 13 que cometieron el
pecado de estar trabajando en la adecuación de un local a una hora que no les
pareció prudente. Ya no era necesario cubrirse, actuaban con absoluta “franqueza”.
Les dieron una paliza estando amarrados en el suelo. Al final, a la hora de
irse, entraron al local y se llevaron 400.000 pesos como propina por el
procedimiento.
Pero además del abuso está la
colaboración armónica con los poderes ilegales. En algunas ciudades buena parte
de los policías han terminado como una fuerza de protección de extorsionistas,
narcos al menudeo y hasta ladrones de carros y motos. Los policías patrullan
sus parches, gestionan sus pagos, merodean más de lo que vigilan. Una mirada
sencilla a las noticias de los últimos años que mencionan capturas de policías
en las principales ciudades deja una idea del problema. La intervención en el
Bronx en Bogotá dejó 16 policías capturados por servicios a la gran plaza. En
julio del año pasado un seguimiento a red de microtráfico en el barrio Las
Cruces dejó 14 policías capturados en la capital. No acompañaban a los civiles
en el tráfico, los doblaban en número y seguro ejercían algún mando. Para pasar
a otros delitos vale mencionar a Los Avatar, capturados en junio de este año,
dedicados al robo de fincas en Bogotá y Cundinamarca, película en la que aparecieron
5 policías como protagonistas. Hace una semana fueran detenidos 8 policías más
en la capital por hacer el paseo millonario a los capturados a cambio de no
llevarlos ante un juez. Su calabozo preferido eran los cajeros electrónicos.
Medellín también resulta una plaza
interesante. En diciembre del año pasado detuvieron a 7 policías por sus
relaciones con Eladio de Jesús Correa, llamado el “zar de la marihuana”. La
alianza era con La Terraza y solo les gustaba la cripy traída desde e Cauca. En
julio de este año el juicio llegó para 9 policías por sus relaciones con una
banda en el barrio Caicedo. En este caso se cuidaban las ollas y se ajustaban los
resultados con falsos decomisos. El mes pasado fueron 4 los capturados por sus alertas
a bandas en Robledo para evitar operativos. Todas esas capturas resultaron de
seguimientos de meses a estructuras que terminan por enseñar sus contactos con
uniformados. Aquí no se trata de requisas al entrar a la estación ni a los CAI.
Son hallazgos recientes en solo dos ciudades, pero los casos se multiplican en
muchas regiones.
Los policías han terminado siendo una
sombra tras los alcaldes. En muchas ciudades mandatario y comandante se miran
con desconfianza y todo termina en una transacción de inversión de la ciudad en
el cuerpo policial contra resultados muchas veces dudosos. Los policías
capturados dicen que ellos solo seguían un patrón conocido y ejercido por las
mayorías, unas mañas casi impuestas. Piensa uno que más valdría contenerlos que
alentarlos.
Bueno, no se puede descontar la corrupción en un cuerpo tan variado como el policial. El abuso de poder también cuenta. La policía siempre ha usado el poder que tiene para salirse con la suya.
ResponderEliminarSólo quien no los conoce los defiende. La columna los retrata y se queda corta
ResponderEliminarValiente radiografia
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