Es la hora de los carceleros. Abundan
los guardias y se regodean los inspectores. Los funcionarios van con el código
penal bajo el brazo, lo consideran un libro maravilloso e insuficiente, quieren
añadirle nuevos capítulos, trazar una línea más amplia para los tribunales y
las celdas. Todo se basa en la necesidad de poner un rasero un poco más alto
para los comportamientos permitidos. Es un llamado a la severidad.
El presidente ha propuesto prisión
perpetua para algunos delitos. Necesita encontrar un tema para coincidir con un
clamor ciudadano: “¿Quieren ustedes, ciudadanos de bien, encerrar por siempre a
violadores y asesinos de niños?”. Ha encargado a los conservadores de tramitar
esa tranquilizadora posibilidad. Todos reconocerán ese justo afán de justicia.
Pero también es necesario que los
policías se encarguen de algunas desvergüenzas. Para quienes deambulan borrachos
o se atreven a practicar sus “vicios mayores” al aire libre están los Centros
de Traslado por Protección. Son peligrosos, pueden atacar o contagiar a otros
ciudadanos, pueden hacerse daño a sí mismos. Los policías serán los encargados
de decidir si es necesario una simple multa o un encierro preventivo. El
descaro no puede quedar impune.
Y se pregonan las cifras de los
detenidos como quien alardea de sus riquezas: “En los primeros 100 días de
gobierno hemos capturado más de 50.000 delincuentes”, dijo el presidente Duque
con la convicción de un gerente orgulloso. No hay duda de que las calles están
más limpias.
Antes el ministro de defensa, un
antiguo luchador contra el robo hormiga en los supermercados, había planteado
la necesidad de regular la protesta social. El ministro pretendía una protesta
que represente a todos los ciudadanos. ¿Una protesta unánime? ¿Y entonces
contra quién diablos se protestaría? Luego se entendió la advertencia: El
ministro vinculó a las mafias con las marchas y mencionó la palabra terrorismo
al lado de las paredes rayadas. Ahora hay un proyecto de ley, de origen
parlamentario, que busca crear un delito con penas entre 4 y 8 años para
quienes cometan actos vandálicos durante las protestas. Taparse la cara durante
las protestas será agravante. Ya existen delitos que castigan el daño en bien
ajeno, las lesiones personales, el porte de explosivos, pero el código penal
necesita una página más, una nueva advertencia, un castigo expedito más allá de
la paliza policial.
También para los vagos habrá castigo,
o al menos para quienes den amparo a su pereza. Hace unas semanas la laboriosa
ministra de trabajo habló de un cartel de falsas incapacidades que afecta la
productividad del país, y advirtió que se lucharía contra esa flojera con ayuda
del ministerio de salud y la fiscalía. Que se tengan los alcahuetas y los
resacosos en días de labor.
Y ahora la vicepresidente ha hecho un
llamado enérgico contra quienes nos arrastran a la anarquía. Pidió a la
fiscalía acciones urgentes contra quienes quieren “acabar con los activos de
todos los colombianos”. El superintendente financiero denunció a los insidiosos
que desde su cuenta de twitter invitan a sacar sus ahorros de algunos bancos.
Colombia no tiene un solo condenado por pánico económico. ¡Pero es hora de
empezar! Que lleven su plata a donde les dé la gana pero en silencio. Las
protestas son pérfidas en la calle y en las redes.
El gobernador de Antioquia, amigo de
algunos pillos mayores, ha entendidos de qué se trata y ha propuesto cárceles
privadas y cobro por celda a los condenados. Solo retomó una vieja propuesta
del expresidente de Fenalco. Que vivan en arriendo esos miserables.
Ah! El negocio redondo de las carceles privadas. Es todo lo que quieren, bajo el pretexto de proteger la ciudadania.
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