Hace
exactamente un año el expresidente Álvaro Uribe anunció por medio de una
declaración sollozante que renunciaba a su curul en el Congreso. Según dijo, el
llamado a indagatoria por parte de la Corte Suprema lo hacía sentirse moralmente
impedido para actuar como senador y al mismo tiempo adelantar su defensa. Todo
quedó en una especie de finta para medir a la Corte frente al “estado de
opinión” y reiterar que era indispensable para el gobierno de su aprendiz. En
su momento varios medios reseñaron la llamada de urgencia de Duque a Uribe para
pedirle que ocupara la curul, que fuera su soporte en un Congreso que ya se
adivinaba hosco frente al gobierno. Era un pedido de auxilio del presidente
electo al “presidente eterno”.
Uribe
se posesionó y el gobierno parecía seguro de que no necesitaba a nadie más en
el Congreso. Tenía a un invencible de su lado, los ministros podrían dedicarse
a mascar documentos y rellenar cuadros: el político por excelencia sostendría a
la tecnocracia desdeñosa de los trucos parlamentarios. Pero Uribe no pudo llevar
del cabestro al gobierno durante la primera legislatura. Bastantes veces fracasó
impulsando las prioridades legislativas de Duque, y en algunos momentos decidió
alejarse del ejecutivo para evitar daños a su partido. Eso hizo que Marta Lucía
Ramírez dijera que “una cosa es el Centro Democrático y otra el gobierno”. Y
que desde el CD dijeran que el gobierno era un soplo de cuatro años mientras el
partido tenía “vocación de permanencia”.
La
actuación del expresidente comenzó con una sonada reunión con miembros de todos
los partidos, incluidos congresistas de las Farc e Iván Cepeda, para salvar las
salas de juzgamiento especial para militares y limitar la llegada de terceros a
la JEP. La foto sirvió como portada de todos los diarios pero al final el
proyecto se hundió. El gesto conciliador no dio sus frutos. Pero tampoco la
batalla a fondo le dejó nada al gobierno en su afán de reformar el acuerdo de
La Habana. Uribe se empeñó en las objeciones presidenciales a la ley
estatutaria de la JEP y el presidente decidió atender el guiño (no digamos la
orden) para evitar una ruptura. Se usaron marrullas, reuniones de “alto nivel”,
llamados a la opinión pública, alarmismo del fiscal general y fue derrota para
el gobierno y el CD. Al final Uribe llamó a un acuerdo partidista para salvar
al menos dos objeciones pero no fue atendido.
Antes,
con la reforma tributaria, Uribe decidió alejarse del gobierno cuando el
ministro Carrasquilla propuso el IVA a la canasta familiar. El jefe del Centro
Democrático descalificó la propuesta y a Duque no le quedó más que retirar el
articulito. Días después apareció la grabación de Uribe que sonó a advertencia:
“Necesitamos que Duque enderece, porque si no endereza nos va muy mal”. Uno de
los pocos logros del Centro Democrático en el Congreso fue el hundimiento del
proyecto anticorrupción, pero en esto, al parecer, no estuvo de acuerdo el
gobierno que dijo apoyar su aprobación hasta último momento.
La
reforma política y la reforma a la justicia, los objetivos más ambiciosos del
ejecutivo, hicieron parte del 30% de los proyectos gubernamentales hundidos en
el primer año. Al parecer la muñeca de Uribe ya no es la misma. El gobierno le
hace ojos a Vargas Lleras y propuestas provocativas al partido de la U. Sin Macías
el juego será aún más difícil. Sobre todo cuando el expresidente Uribe amenazó
hace unas semanas con vetar a Lidio García Turbay. El veto terminó con su
elección como presidente del Congreso. Ahora las grandes reformas parecen
imposibles, y Uribe terminó compartiendo fracaso con Nancy Patricia Gutiérrez.
Algunas veces pienso que necesito una hoja de Excel para poder seguir las peripecias de estos políticos en el país
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