El gobierno ha
optado por la “alerta máxima” en las guarniciones militares y el alarmismo
máximo de cara a la opinión pública. El paro del 21N ha mostrado a un ejecutivo
temeroso, incapaz de proponer, siempre a la defensiva, acorralado por las
encuestas y ninguneado por el Congreso. Mientras su propio partido recela la necesidad
de un acomodo que sería, muy seguramente, la obligación de apartarse de muchas
de las consignas de campaña. Partido que al mismo tiempo lo culpa en silencio de
las recientes derrotas electorales. Para acabar de ajustar la iglesia apoya las
movilizaciones que el gobierno trata con decretos que autorizan a alcaldes y
gobernadores a decretar el toque de queda.
En marzo de 2016
se hablaba de la crispación política, el descontento social frente al aumento
de la inflación, el posible aumento del IVA, la venta de Isagen y de un
gobierno ensimismado con la paz y perdido frente a las realidades en la calle. Además,
Santos tenía un 73% de imagen desfavorable y solo el 23% de los colombianos decían
que las cosas iban por buen camino. Las centrales obreras, las dignidades
agrarias, el movimiento estudiantil y los camioneros eran las cabezas visibles
del paro. Una parte de la oposición política se sumó a los reclamos. En los
medios se podían leer advertencias de este tipo: “hoy por hoy el movimiento
social podría expresarse con fuerza arrolladora si no se dan las transformaciones
serias que el país necesita.” Las noticias de época no registran la propagación
del temor ni los preparativos policiales y militares ni la descalificación de
quienes expresaban la voluntad de participar en la protesta.
El Centro
Democrático respondía con una marcha convocada en abril para denunciar el “desgobierno
de Santos”. Claudia Bustamante, una de las organizadoras, tenía muy claros los
motivos de la marcha: “la gente va viendo que no le rinde la plata para el
mercado, que al campesino no le da para pagar su crédito agrario, que el dólar
está por las nubes y por eso no puede viajar a conocer a Mickey Mouse o
mantener su estilo de vida. Eso ha generado preocupación”. Al final las dos
protestas fueron concurridas y tranquilas.
Pero ahora el
gobierno Duque se empeña en presentar la protesta como una batalla. El lunes
hablaban de ochocientos kilos de dinamita encontrados en zona rural de Putumayo
como posible “insumo” para la protesta. Una caleta un poco lejana. La semana
pasada fueron los extranjeros deportados como supuestos cabecillas de vándalos profesionales.
Hacen recordar a Piñera y sus primeras reacciones a la protesta en Chile: “Estamos
en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni
a nadie…”
La estrategia
del gobierno ha hecho que mucha gente recuerde el paro nacional de 1977 que
según cuentas dejó cerca de 20 muertos en un solo día en Bogotá. Según el dicho
de la época el gobierno de López Michelsen había pasado de ser el “Mandato
Claro” en tiempos de elecciones, al “Mandato Caro” por cuenta de la inflación.
Las reivindicaciones eran sobre salarios, pensiones y jornada laboral. Se
bajaron algunos subsidios y el Frente Nacional era visto por muchos como un
anacronismo insoportable. El gobierno decidió enconcharse y señalar la huelga
de subversiva. Las tachuelas y las piedras eran presentadas en la prensa como
armas de gran peligro. Un mes antes del paro se expidió un decreto que
castigaba con arresto a organizadores de manifestaciones. Igual que hoy, los
señalamientos, la propagación del temor, la recriminación a la protesta y las
medidas de fuerza pública hicieron crecer la presión y el entusiasmo respecto
al paro. El miedo puede inflar la bomba.
Bien Pascual, esa es una parte de la Historia...la de los medios sin mermelada para alabar y cobijar
ResponderEliminarExcelente artículo..
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
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