Nuevas
rutinas, más sencillas, más lánguidas, más íntimas. Nuevos miedos, más
profundos, más ciertos, más colectivos. No hace falta estar contagiado para que
el cuerpo cambie y la mente tome rumbos inesperados. Estar quietos nos obliga a
pensar de otra manera, a sufrir el tiempo que tanto hemos deseado y a rumiar
los males que tanto hemos ignorado. La frivolidad ahora parece un pecado
excesivo, y el humor pierde buena parte de su espacio, quedando un resquicio
para el cinismo más inteligente e igualitario: ahora la burla macabra, la mueca
que invoca la peste, nos corresponde a todos. Los pleitos de todos los días han
perdido su valor al mismo ritmo de las acciones. A diferencia de las tragedias
que trae la guerra, donde el poder, los palacios, los atriles y los escudos
patrios se engrandecen, con la condena de las plagas esos alardes se hacen más
nimios y menos eficaces. Los presidentes van a tientas tras los científicos que
andan tuertos tras las respuestas.
Tras
apenas 48 horas de quietud y unas semanas de lecturas sobre la pandemia me he descubierto
pensando con cuidado cada acción, viendo hasta en las decisiones más reflejas
las consecuencias más definitivas. Llevarse la mano a la boca o abrir la puerta
del baño son ahora movimientos para la reflexión, o al menos para un mínimo de
racionalidad. Sobre decisiones un poco más complejas pesa hoy un permanente imperativo
categórico. Un pequeño timbre que nos alerta sobre la necesidad de cuestionar
cada acción. El pensamiento de humanidad se hace más visible y es común buscar
que nuestras acciones sean un buen modelo para las reglas que queremos que todo
el mundo atienda en estos tiempos. Y también es normal que nos indignemos con
más temple frente a las actuaciones de quienes consideramos violan esas reglas
mínimas que nos protegen a todos.
Pero
en Colombia aún no hemos sido tocados por ninguna tragedia. Lo nuestro es
todavía un miedo a la muerte en abstracto, no el dolor frente a sus detalles.
Nuestro ánimo puede cambiar de forma drástica. Montaigne amigo de sus debilidades
y dado a experimentar con su carácter para evidenciar sus propios errores nos habla
de ese espíritu voluble: “Si me sonríe mi salud y la luz de un precioso día,
soy un hombre estupendo; si tengo un cayo que me duele en el dedo del pie, soy
hosco, desagradable e inaccesible.”
Las
necesidades particulares, los prejuicios, la muy distinta comprensión de lo que
está pasando hará muy complejo el encierro al que estamos abocados. Los grandes
aguaceros no arredran a todo el mundo por igual. Todavía hay quienes juran que
protegen a sus hijos al negarles una vacuna. Hay miles que arriesgan su vida o
su libertad por triviales ambiciones. Y entre nosotros son millones quienes no
pueden detenerse. Siguiendo con Montaigne es obligado pensar en las distintas
irracionalidades, en últimas, “la razón es un cántaro de doble asa, que se
puede agarrar por la derecha o por la izquierda.”
Para
los afortunados, quienes podemos sentarnos a leer, a pensar o trabajar desde la
casa, se viene el aburrimiento más que la desesperación, y tal vez aparezcan
algunas de las lecciones que adelanta Joseph Brodsky: “Eres finito –dice el
tiempo con la voz del aburrimiento–, y cualquier cosa que hagas desde mi punto
de vista es vana …El aburrimiento supone, en efecto, una irrupción del tiempo
en nuestro esquema de valores. Sitúa la vida en su justa perspectiva. Lo cual
da como resultado la precisión y la humildad.”.
No se
trata, entonces, solo de lavarse las manos. La incertidumbre, la quietud, la
fragilidad pueden ayudarnos a desarmar nuestro usual rompecabezas.
Pues Colombia ha tenido suerte.
ResponderEliminarCon la manera como la salud trabaja en el pais, es muy probable que si hay casos de COVID-19 el sistema se va a encontrar incapacitado para atender a todos los pacientes.
O sea, que si a la cuarentena!
Que es mejor pensar en la muerte como un hilo teorico que como una amenaza imperativa.
XOXO
Muy buen Artículo Pascual, la sacó del estadio.
ResponderEliminarGracias muy buena reflexión
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