Al
comienzo fueron las drogas, una disculpa perfecta para las requisas y los
abusos a discreción. No hace falta el olfato de los perros entrenados, basta un
simple vistazo, el prejuicio como como señal, la intuición fundada en el
desprecio. Una cartilla de la policía sobre prevención e identificación del
“consumo de sustancias psicoactivas” tiene como factores de riesgo de las
adicciones la “baja o nula religiosidad” y la “enajenación y rebeldía”.
Llevamos
más de 25 años del fallo que despenalizó el porte y consumo de la dosis mínima,
pero la sentencia en la calle sigue siendo otra. Según un reciente estudio de
Dejusticia cada año se capturan en el país un promedio 80.000 personas por delitos
relacionados con drogas, un poco más de 220 capturas diarias. Menos del 25%
terminan en condenas, en su mayoría de jíbaros de esquina. El 80% son jóvenes y
más de la mitad no tienen siquiera educación secundaria. Ahora piense en el
número de procedimientos diarios en los que agentes de policía golpean,
extorsionan, maltratan o detienen de manera ilícita a quienes portan dosis
mínimas. Procedimientos abreviados, por decir algo. Hace unos meses el gobierno
exhibía orgulloso la incautación de 250.000 dosis de diferentes alucinógenos:
imposible no pensar cuánto garrote hay detrás de semejante éxito. El lugar
común dice que la prohibición quiere proteger a los jóvenes de las drogas, pero
en realidad los expone al riesgo del bolillo y el “escarmiento preventivo” en
un CAI.
Luego
vino el código de policía y sus nuevas herramientas para la convivencia
ciudadana. Fue el momento para la “protección” del espacio público y la
criminalización del consumo de alcohol. La cerveza en el parque como droga
blanda. La gente en la calle se volvió sospechosa: “nada bueno puede estar haciendo
a esas horas por ahí”, dice el fascismo casero. El código de policía castiga “deambular
en lugares públicos en estado de indefensión o bajo los efectos del consumo de
bebidas alcohólicas o sustancias psicoactivas”. Confieso que merezco comparendo
o “Traslado por Protección” día de por medio. Durante el primer de vigencia del
código los policías impusieron más 820.000 comparendos y medidas correctivas. Consumo
de alcohol en espacio público y porte de sustancias prohibidas suman un gran
porcentaje de las “reprimendas”.
La
pandemia llegó para reforzar el poder de facto de los uniformados. El gobierno
alentando cercos epidemiológicos con motorizados, los alcaldes dedicados a
alentar un micro fascismo para “salvar vidas” y un buen número de ciudadanos
con ánimos de condenar un acto sencillo, salir a la calle. Basta que aparezca
una ley pronta al castigo y millones se sumarán al tribunal. En Bogotá, un día
después del inicio de la cuarentena ya había personal médico golpeado cuando
iba al trabajo, una semana después una mujer abusada sexualmente por sacar su
perro y tres semanas después un joven de 23 años con dos disparos por defender
a su hermana embarazada que recibió descargas de una pistola eléctrica.
La
impunidad garantiza que el abuso sea la norma. Este año 10 policías han sido
destituidos, 38 suspendidos, 34 recibieron una multa y 9 una amonestación. Las
1.474 investigaciones internas por abuso policial son más papel para reciclaje
que otra cosa. En los últimos 15 años la Procuraduría sancionó a 36 policías. Y
cuando hay una condena, como en el caso del homicidio de Diego Felipe Becerra
hace 9 años, el culpable termina prófugo y se demuestra la participación de dos
generales, seis coroneles, cuatro tenientes, doce agentes y seis civiles para
montar una escena y encubrir el crimen. Así es imposible que no salte la
piedra.
Buen artículo Pascual... Una pregunta cuál es el artículo del periodista español que mencionó hoy en la Luciérnaga. Gracias
ResponderEliminarLa verdadera razón por la que el gobierno no quiere una reforma de la fuerza pública es porque la clase de reforma que más se necesita para que dicha fuerza deje de ser antipueblo es de tipo ideológico y consistiría en desconservadurizarla, porque ese conservadurismo hace que casi todos sus miembros consideren a quienes no sean derechistas como unos mamertos que no merecerían respeto. Y dicho conservadurismo también explica por qué en todos los videos en donde se vea de dónde es que realmente salen los vándalos encapuchados que aparecen en las protestas sociales se ve que su origen es de parte de la misma policía, y la verdadera intención que tienen es la de desacreditar dichas protestas ante la opinión pública además de servir de pretexto para que la policía y el Esmad ataquen a gases y golpizas únicamente a los que protesten pacíficamente (mientras que a los vándalos nunca los agreden ni siquiera cuando están en plenos actos de vandalismo).
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