El
hisopo tocando el globo ocular fue el fuetazo inicial para emprender la marcha.
La prueba negativa era obligación para buscar la ruta hacia el cañón del río
Buritaca, un camino de montaña con reconocidos atributos espirituales. Salimos
sin arrebatos místicos ni complejos de hermanos menores, más pensando en las
flaquezas del cuerpo que en la templanza del alma. El primer paso fue el de
siempre en los viajes por las carreteras del norte de Colombia… Y por las del
sur y el centro: un policía extremando las exigencias legales hasta llegar a la
verdadera exigencia. Llegó a decir que nuestra obligación era ir en silencio en
la buseta. Al final, los dos baquianos lo dominaron con diez minutos de charla.
Íbamos
camino a Machete Pelao, punto de partida para la caminata. Las guías de turismo
lo han bautizado como El Mamey, para no ahondar en viejas heridas. En las
tiendas del pueblo las fundas de los machetes muestran dos corazones anudados.
En la “burbuja” hacia El Mamey nuestro guía comenzó con la historia reciente:
las hazañas de Hernán Giraldo, su ascendencia en la región, sus enclaves en el
valle más frondoso y en las montañas más bravas de la Sierra.
Luego
de una hora larga de caminada apareció la primera sorpresa, una ramada con dos neveras
con cerveza fría y la sonrisa de Remberto, un viejo empeñado a vender las polas
por debajo del precio que impone la zona: “Porque yo con lo mío hago lo que me
da la gana”, dijo con la sonrisa picada y la mirada caída. Las paradas en tiendas
con cerveza, Gatorade, gaseosa, jugo de naranja y patilla se repiten en todo el
camino. Paisas, indígenas y negros se turnan el mostrador, pura biodiversidad. Y
los billetes de cincuenta con la imagen de los Koguis ruedan al son de las
mulas que mueven el menaje para todos los peregrinos. Las mulas son el animal
sagrado de la zona, en la ruta vimos herraduras sobre los troncos y cabezas con
ofrendas de cerveza y sal sobre las trochas. Reconociendo mi poca cercanía con
Serankua, debo decir que los arrieros me revelaron más secretos que los Koguis.
Para mí fue difícil dejar de ver esa tribu diseminada como una secta donde las
opciones individuales no tienen cabida, donde roles y destinos tienen un margen
mínimo para el cambio.
Los
indígenas conservan una mirada desconfiada en el camino. Los niños, cando están
solos, se atreven a pedir un dulce con el monosílabo de una marca o una seña.
El recelo y el silencio son parte de su sabiduría, el misterio más que los
secretos ancestrales conforma su gran atractivo. En Santa Marta, el día
anterior a la salida, vimos a dos jóvenes indígenas tomando del mismo pozo
alucinante de un gran margarita. Los alardes parlanchines de un mamo acabarían
con años de reverencia y condescendida occidental. El mamo que nos presentaron
en el camino, en la tienda de Asprilla, nos reveló que sabía hacer un nudo con
un hilo en nuestra muñeca: la verdad esa “aseguranza” se veía triste frente a
la manilla Lost City que nos
acreditaba como caminantes oficiales.
Pero
las grandes enseñanzas las dejó el cuerpo, la fatiga, la reserva de las
fuerzas, el poder del sueño, la medicina de la conversación frente al dolor del
paso a paso. Recordé la frase de Spinoza que me dijo hace poco un amigo: “…nadie,
hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo…Nadie sabe de qué modo ni
con qué medios el alma mueve al cuerpo…” Según Spinoza el cuerpo puede hacer
muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma. De algún modo el
cansancio, el poder del cuerpo, venció al paisaje y a los relatos mágicos,
entregó las experiencias más dignas de recuerdo. El cuerpo como un barco que no
necesita timón, que lleva los pensamientos y arrastra las ideas.
A final de enero estaré recorriendo esos caminos
ResponderEliminarCaminar lejos de la cotidianidad, alejarse de todo para acercarse a uno mismo, dejar el bullicio de la ciudad para escuchar tus pensamientos.
ResponderEliminarSi puedes compartir el contacto para hacer la ruta te lo agradezco.
Saludos amigo, extraño la voz de alguien cercano a quien no conozco.
Mauro
Q bella crónica Pascual y q chevere sentirte feliz. Haces mucha falta en la luciérnaga, otro motivo de peso para irnos retirando pues las actuales directrices del programa ya no llenan mis espectativas.
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