miércoles, 20 de octubre de 2021

Necohaití

 

 




Necoclí es un pequeño embudo para los miles de migrantes que viajan desde el sur del continente hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Un cruce que se hace angosto y peligroso como lo indica la misma geografía en el tapón del Darién. Panamá se ha convertido en el filtro de un éxodo que empuja a cientos de miles de personas a un viaje de al menos tres o cuatro meses por todo el continente. Su gobierno decidió que solo seiscientos migrantes pueden cruzar diariamente desde Colombia, y Necoclí es ahora el estanque de espera para ese flujo incesante de hombres, mujeres y niños que hacen la apuesta de su vida por una promesa que apenas imaginan. Hasta el mes de septiembre de 2021 Colombia registra 81.472 “detecciones” de migrantes en tránsito por el país. Casi el 70% son haitianos que vienen desde el sur, sobre todo desde Chile y Brasil donde la política y la economía los han ido expulsando. No es exagerado decir que es la más grande “excursión” que ha cruzado Colombia en su historia de puerto y tránsito. Hace cinco años fue el último gran éxodo, principalmente de cubanos, cuando 35.000 personas cruzaron hacia el Norte.

Necoclí es hoy un mercado para atender peregrinos. Más de la mitad de su playa en el casco urbano está ocupada con carpas de haitianos que esperan conseguir un tiquete con una de las dos empresas autorizadas para hacer el cruce hasta Acandí. Botas, creolina para espantar culebras, fogones portátiles, carpas, machetes y linternas se ofrecen en mercados improvisados. Champeta, vallenato y las conversaciones y discusiones en francés y creole aturden al pueblo que celebra la bonanza y, en muchos casos, el abuso a los viajantes: alquileres a siete dólares en una pieza para 10 personas, 20% de los giros que les llegan como remesa familiar por solo prestar una cuenta bancaria.

Las empresas que los llevan hasta Acandí facturan 3.200 millones de pesos mensuales. Se factura mientras los haitianos maldicen los precios, el tiempo de espera –hasta un mes y medio– y el desamparo bajo sus cobijas cuatro tigres. El Estado colombiano no ha entregado más que el agua que llega desde Turbo y una lista de migrantes que les entregan las empresas transportadoras. Los que no aguantan la espera buscan el cruce por debajo de cuerda que puede terminar en naufragio como pasó la semana anterior cerca a Capurganá: tres mujeres muertas y seis personas desaparecidas entre ellas tres menores.

En Acandí los reciben cientos de motos y coches de caballo para llevarlos a un campamento tres horas selva adentro. Los fumigan al bajarse de la lancha y comienza la negociación para el viaje. Son los privados, con anillos resplandecientes y motos nuevas, quienes se encargan de guiar la ruta, hospedarlos, alimentarlos. El Estado solo pone a dos policías en el muelle que sirven de constancia mientras comen mango. Miembros de los Consejos Comunitarios Afro se pelean el tránsito. Unos ponen manillas a los viajeros y hablan de turismo mientras los otros aprovechan su ruta más plana y su campamento. Hablan y negocian como repúblicas independientes.

Para quienes cruzan, Necoclí es solo una carpa en la playa y una taquilla para conseguir un tiquete. El tedio y el hambre les hacen pensar que la Fiesta del Bullerengue es una nueva estrategia para explotarlos. Tendrán que bailar y beber.

Son boyas que chocan contra una frontera. Un poema de Tomas Tranströmer descrine algo de ese ruido incesante: “O como alguien que golpease la pared, alguien que pertenece al otro mundo pero que permanece aquí, golpea, quiere regresar ¡Demasiado tarde! No tuvo tiempo de llegar abajo, no tuvo tiempo de llegar arriba, no tuvo tiempo de llegar a bordo…”

 



2 comentarios:

  1. Las personas que critican o demonizan la inmigración no tienen la más remota idea de lo que la gente pasa. De verdad.
    Necoclí. Siempre quise ir de vacaciones allí y nunca lo hice. Ahora me arrepiento porque ya nunca será lo mismo...

    XOXO

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  2. No he podido entender, como para ir al norte, los cubanos, los haitianos y algunos mas se van primero para el sur con el acompañamiento irresponsable de niños, y después se victimizan diciendo que el estado colombiano no ha hecho nada por ellos

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