miércoles, 25 de mayo de 2022

Delirios de embalaje

 






El mes previo a la primera vuelta es siempre un juego desesperado. El momento para los arrebatos del estratega, para usar los últimos dardos nada tranquilizantes, las teorías conspirativas y los anuncios de la llegada de la pólvora que entre nosotros es siempre una posibilidad. El final de la campaña es un reto de adrenalina para mantener en tensión a los votantes ya decididos y llamar la atención de los indecisos, tirarles un anzuelo brillante, una consigna, una mentira, un insulto efectivo a un rival, una propuesta indecente. El liderazgo de Petro en las encuestas ha entregado un ingrediente nuevo en un país donde la izquierda no ha gobernado (aunque algunos historiadores dicen que la Revolución en marcha de López Pumarejo fue efectivamente un gobierno de izquierda), y donde llevamos dos décadas lidiando con el fantasma de la Venezuela chavista y otras histerias anticomunistas.

Una visita a la cárcel fue el primer campanazo del último mes. Un sello de entrada a La Picota complicó la campaña de Petro que solito, con sus ánimos entre demagógicos y pedagógicos, se iba echando la soga al cuello. Luego de poner en juego eso del “perdón social” le tocó alejar a su hermano de la campaña, esconderlo tras la picadura de un alacrán y soltar explicaciones magistrales que incluyeron a Jacques Derrida para evitar un jaque. El Petro que mostraba credenciales cuasi presidenciales en sus visitas a jefes de gobierno, se vio como estudiante tembloroso. Pero pasaron los días y el turismo carcelario se volvió anécdota.

Entonces era necesario un contrataque. Y apareció Calzones, un empresario con pasado dudoso y tarjeta VIP en el Centro Democrático, como posible cerebro de un plan para matarlo que ejecutaría la banda La Cordilllera. La policía desmintió y el candidato retomó sus giras unos días después. Pareció más una manera de señalar un patrocinador nada presentable de la campaña de Fico. Luego la procuradora le sumó unos grados a la calentura con la suspensión de Daniel Quintero. Allí se combinó el cinismo del alcalde y con el innegable sesgo de Margarita Cabello. Petro casi lo celebró: “De pronto nos pone a ganar en primera”, dijo refiriéndose a la decisión que recordaba, además, una medida idéntica contra Petro siendo alcalde de Bogotá. Golpe de Estado fue el grito conjunto. Lo último ha sido la alerta delirante sobre un posible aplazamiento de las elecciones. Una manera tremendista de resaltar los abusos del gobierno Duque como garante de la imparcialidad electoral. Porque desde la Casa de Nariño han empujado candidatos, “extorsionado” congresistas, atemorizado funcionarios y ofrecido lo poco que queda en palacio.

Fico no podía dejar eso así y también denunció amenazas de las Águilas Negras. Unos días después llegó el Watergate criollo con el hallazgo de un micrófono en su sede de campaña. De micrófonos saben sus copartidarios. Para reforzar alarmas se sumaron algunos empresarios y sus cartas con llamados a la sensatez (votar por Fico) que iban desde el consejo hasta el constreñimiento. Mientras tanto Uribe gritaba fraude, fraude, fraude… Pero el expresidente está afónico hace como dos años.

Lo paradójico es que toda esa crispación, esos riesgos ciertos o inventados, no lograron mover a los favoritos en las encuestas. La diferencia entre los dos se mantuvo casi idéntica. Y Rodolfo Hernández, quien no dijo nada distinto a las tres frases que lleva repitiendo seis meses, fue quien dio un salto en la intención de voto. Se perdió mucha pólvora entre los punteros, y en la periferia, lejos de las grandes capitales, el ingeniero dio el salto mientras redes y prensa hablaban de otros cuentos. Los favoritos jugaron un póker cruento y el ingeniero se metió en la pelea jugando solitario.

 

 

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Duelo a garrotazos

 




Medellín ha quedado en la mitad de un duelo en el que los combatientes han resultado ser comediantes. Detrás del enfrentamiento están las reglas del derecho, es el telón pomposo tras los adversarios que alardean y se hacen amagues y fintas. Una farsa teatral donde dos vecinos se insultan mientras invocan derechos divinos y exhiben sus méritos. Uno de ellos, a quien llamaré El despojado, señaló hace poco desde el balcón de su palacio que sus rivales pertenecían a las huestes del mal, y miró al horizonte mientras recibía el consejo leal de su soberana. Algunos de sus vasallos, los más nerviosos y los más serviles, asistieron al acto para la citación del duelo. Llevaban banderas recién pintadas, escudos inventados, estribillos traídos de bazares y juegos deportivos. Todo el acto tuvo la risible majestad que los padres y las madres le ponen a las declamaciones de sus hijos.

La parcial derrota de El despojado fue causada por un cinismo adolescente todavía mal domesticado. Decidió usar su insolencia, tan apetecida por quienes acaban de conocer el poder, acompañada de un humor de primerizo. Porque el despojado tiene los poderes de unir en una misma frase el arte del ridículo y las hazañas de la solemnidad. De modo que recibió una respuesta acorde a sus maneras y desde el palacio capitalino suspendieron sus funciones y sus arrebatos. Entonces apareció El usurpador, el segundo de los vecinos que les decía actúan en la farsa que vive y sufre la ciudad floral. Su entrada triunfal fue digna del encomendero que recién recibe sus credenciales para cuidar bienes y tierras ajenas. Juró de manera solemne frente a la toga de una notaria y al entrar al palacio local saludó con gracia a los dependientes de los alrededores, casi acariciaba a los ciudadanos como un padre protector. En las reuniones informativas El usurpador frunció el ceño y dio órdenes con el tono grotesco del condenado al que le han concedido un último deseo, del cantante de feria en sus cinco minutos de fama. Los arabescos de la firma en los primeros decretos fueron tan sobreactuados que parecían más dibujos que simples letras.

Cuando al cinismo se responde con cinismo el resultado suele ser patético. El despojado es un especialista para buscar broncas, un comprapeleas que finge valentía a diestra y siniestra, pero cuando alguien decide comprar alguno de sus retos muestra una tendencia algo infantil a la victimización. Así que lleva una semana en correría de llantos y coros, buscando manifestantes, llamando a la rebeldía sin que el público responda a su indignación. Solo sus vasallos lloran y marcan su cara en las camisas de batalla. La pelea es contra un pelele engominado pero no se han logrado grandes victorias. Todo en este enfrentamiento es menor. Hace poco uno de los lances fue por la posibilidad de que se hiciera una reunión entre los súbditos de El despojado. El usurpador se opuso al cónclave y fueron y vinieron memorandos y acusaciones. Se dice que hay luchas por los parqueaderos y el ascensor.

Hay un famoso cuadro de Goya sobre el que se han dado decenas de interpretaciones. Duelo a garrotazos es el título y muestra a dos hombres enfrentados a garrote, ensangrentados, y hundidos en el barro hasta las rodillas. Para ellos la pelea lo representa todo, ahí están todas su fichas; para quienes miran desde afuera ya hay una derrota consumada. Ambos perderán por partida doble, por la brutalidad de su enemigo y por el barro implacable que entre más osados y fanfarrones, más los hunde.

 


miércoles, 11 de mayo de 2022

Paros nada raros

 




En veinte años han cambiado los dueños del miedo, el poder y la calle en cientos de municipios del país. Los patrones han caído y se han renovado, los gobiernos han dado sus partes de victoria pero la gente sabe de sus deberes de obediencia y lealtad a quienes están todos los días en las esquinas y en el monte, a quienes los amenazan o los acogen según sus intereses y sus arrebatos.

Cuando apenas empezaba la negociación con los paramilitares Luis Carlos Restrepo lo decía con el realismo que imponía Ralito: “…los grupos de autodefensa en Colombia hace mucho rato tienen una agenda propia, una negociación propia, tienen, así no nos guste, una base social propia, que se levanta compitiendo con la legitimidad del Estado”.

A finales de 2002 Medellín vivía una guerra entre ‘Doblecero’, hombre de los Castaño, y ‘Don Berna’, patrón de las bandas criminales de la Terraza para abajo. Cuando el tropel estaba difícil de resolver una decisión drástica se puso sobre la mesa: Carlos Castaño debía mediar para arreglar el desorden. Al parecer el acuerdo con el gobierno central para iniciar la negociación incluía la condición de resolver la guerra en Medellín. Un su libro Guerras recicladas, María Teresa Ronderos cita las memorias de las reuniones entre los comandantes pares y el comisionado de paz: “Si no es posible un acuerdo, se debe entregar este territorio al Estado”. Los dueños de la ciudad se comprometían a hacer las paces o devolver a Medellín. Era muy claro quiénes mandaban. No se puede olvidar que años después, en mayo de 2005, la orden de captura contra Don Berna por incumplir lo pactado con el gobierno provocó un paro de transporte que paralizó a diez los municipios del Área Metropolitana de Medellín.

Pero los Paras seguían ofreciendo. Mancuso habló de entregar los territorios desde Sincelejo hasta Tierralta. Y el Comisionado Restrepo decía estar listo para recuperar lo perdido: “El gobierno está en capacidad de recibir los territorios como una forma de recuperar legitimidad”. Por su parte, Carlos Castaño le explicaba a su hermano Vicente cómo serían las cosas: “Las Fuerzas Armadas del Estado entrarán paulatinamente a tomar el control de las regiones que les entregarán las AUC, y donde el gobierno asumirá igualmente su presencia administrativa en lo social.” No se trataba de un cese al fuego frente a los militares, ese fuego no existía, era cuestión de “entregar” a la gente, de dejar de disponer de sus vidas, sus tierras y su voluntad.

Pero la desmovilización de las AUC dejó facciones varias, dejó por fuera desde el comienzo a grandes capos y a otros insatisfechos después de las extradiciones. Y muy rápido Los Urabeños dejaron facción para convertirse en un nuevo mando con poder unificador, base social y diversificación de negocios. Don Mario siguió las instrucciones de Vicente Castaño hasta abril de 2009 cuando fue capturado y Juan de Dios Úsuga, alias Giovanni, asumió el mando. Según la Corporación Nuevo Arco Iris en 2012 Los Urabeños ya tenían dos mil hombres y operaban en 361 municipios del país. Giovanni fue dado de baja el 1 de enero de 2012 en Acandí y las AGC (ya tenían nuevo remoquete) impusieron toque de queda en decenas de municipios de Córdoba y el Urabá antioqueño. Diez años después la extradición de su hermano deja de nuevo muertos, miedo y una notificación al Estado y la sociedad.

El poder para nunca desapareció en cientos de municipios y en barrios de algunas capitales. Solo que ahora es más silencioso, se ejerce con menos brutalidad y solo queda en evidencia frente a todo el país cuando desde el gobierno se anuncia una victoria. En Colombia los grandes triunfos en seguridad hacen evidentes las largas derrotas del Estado.

 

 

 

 


miércoles, 4 de mayo de 2022

Lector de encuestas

 



Las encuestas son consideradas una farsa por quienes aparecen como perdedores y un simulacro perfecto por quienes leen porcentajes estimulantes. Cuando los números significan una amenaza el lector de sondeos se dirige a las confianzas del jugador arruinado: acude a buscar los parentescos y las supuestas preferencias políticas de quienes hicieron las preguntas, desprecia el tamaño de la muestra y se duele de no haber sido consultado, descalifica a quienes respondieron porque viven muy lejos o se levantan muy tarde. Pero la desconfianza del jugador está a la misma altura de la ansiedad y no puede esperar a un nuevo lance en la ruleta. Desprecia el crupier y al mismo tiempo necesita que ponga a rodar un nuevo el destino. Tal vez ese maldito timador se compadezca de su mala racha o sea vencido por su tenacidad, piensa.

Los candidatos mal parados en los tanteos van un poco más lejos que sus partidarios. Lo de ellos es una especie de telepatía, conocen las intenciones de los electores porque tienen conexiones privilegiadas, sus terminaciones nerviosas detectan la presencia del partidario agazapado y el timo de quien dice votará por sus rivales. Repiten aquello del “abuso de la estadística” y dicen que la democracia no se resuelve con los oficios de un call center: “Una cosa son los gritos de los aficionados y otra cosa son los goles”, sueltan y besan la camiseta. El pálpito es más fuerte que el cálculo. Para el final dejan la más desesperada contradicción: ya la gente no cree en las encuestas, la verdadera encuesta es en el cubículo, escriben en sus tableros de campaña. Pero al día siguiente no les queda más que la renuncia definitiva: están manipulando a los ciudadanos a punta de encuestas, deberían prohibirlas.

En los hipódromos, el cuadernillo de la jornada que supuestamente guía a los apostadores deja todas las dudas en el partidor. Según sus consejos al menos la mitad de los binomios tienen cualidades suficientes para cruzar primeros por el poste de llegada. El uno viene descansado, el otro trae dos triunfos recientes en línea, aquel está acostumbrado a las sorpresas en los últimos cien metros y al tordo le gusta ganar de largo en las tardes grises. Los damnificados en los rastreos suelen leer las encuestas como si fueran esos cuadernillos con finales insospechados y consoladores. Siempre hay un escándalo o un debate que no alcanzó a ser registrado, una tendencia que está siendo escondida o una genialidad estratégica que está a tres días de inclinar la balanza. Y repiten que la encuesta es apenas un fotograma de la película de campaña. Porque las frases “inteligentes” sobre las encuestas son una necesaria consolación, un chispazo contra el fondo negro de la realidad.

En las recientes elecciones en Perú y Chile los encuestadores tuvieron aciertos incontrovertibles. Pusieron a Pedro Castillo y a Keiko Fujimori en un empate técnico con mínima ventaja para quién hoy ejerce como presidente. Y le entregaron una holgada victoria a Gabriel Boric en segunda vuelta luego de su derrota en la primera. Cuando los resultados oficiales coinciden con los pronósticos las encuestas se convierten en papelería de campaña. Como los buenos árbitros pasan desapercibidas. En Colombia las encuestas han comenzado a mostrar los necesarios descreimientos y las forzosas certezas. Todo en medio de la desconfianza generalizada frente a la Registraduría. Un binomio muestra una ventaja sostenida mientras el segundo parece estancado en la persecución y uno más está más cerca de la recaída que de la remontada. Y para los aficionados las encuestas son el tiquete del ganador, la fusta perfecta para la persecución o la prueba de una vieja pantomima.