Medellín
ha quedado en la mitad de un duelo en el que los combatientes han resultado ser
comediantes. Detrás del enfrentamiento están las reglas del derecho, es el
telón pomposo tras los adversarios que alardean y se hacen amagues y fintas. Una
farsa teatral donde dos vecinos se insultan mientras invocan derechos divinos y
exhiben sus méritos. Uno de ellos, a quien llamaré El despojado, señaló hace
poco desde el balcón de su palacio que sus rivales pertenecían a las huestes
del mal, y miró al horizonte mientras recibía el consejo leal de su soberana. Algunos
de sus vasallos, los más nerviosos y los más serviles, asistieron al acto para
la citación del duelo. Llevaban banderas recién pintadas, escudos inventados,
estribillos traídos de bazares y juegos deportivos. Todo el acto tuvo la
risible majestad que los padres y las madres le ponen a las declamaciones de
sus hijos.
La
parcial derrota de El despojado fue causada por un cinismo adolescente todavía
mal domesticado. Decidió usar su insolencia, tan apetecida por quienes acaban
de conocer el poder, acompañada de un humor de primerizo. Porque el despojado
tiene los poderes de unir en una misma frase el arte del ridículo y las hazañas
de la solemnidad. De modo que recibió una respuesta acorde a sus maneras y desde
el palacio capitalino suspendieron sus funciones y sus arrebatos. Entonces apareció
El usurpador, el segundo de los vecinos que les decía actúan en la farsa que
vive y sufre la ciudad floral. Su entrada triunfal fue digna del encomendero
que recién recibe sus credenciales para cuidar bienes y tierras ajenas. Juró de
manera solemne frente a la toga de una notaria y al entrar al palacio local
saludó con gracia a los dependientes de los alrededores, casi acariciaba a los
ciudadanos como un padre protector. En las reuniones informativas El usurpador frunció
el ceño y dio órdenes con el tono grotesco del condenado al que le han
concedido un último deseo, del cantante de feria en sus cinco minutos de fama. Los
arabescos de la firma en los primeros decretos fueron tan sobreactuados que
parecían más dibujos que simples letras.
Cuando
al cinismo se responde con cinismo el resultado suele ser patético. El
despojado es un especialista para buscar broncas, un comprapeleas que finge
valentía a diestra y siniestra, pero cuando alguien decide comprar alguno de
sus retos muestra una tendencia algo infantil a la victimización. Así que lleva
una semana en correría de llantos y coros, buscando manifestantes, llamando a
la rebeldía sin que el público responda a su indignación. Solo sus vasallos
lloran y marcan su cara en las camisas de batalla. La pelea es contra un pelele
engominado pero no se han logrado grandes victorias. Todo en este
enfrentamiento es menor. Hace poco uno de los lances fue por la posibilidad de
que se hiciera una reunión entre los súbditos de El despojado. El usurpador se
opuso al cónclave y fueron y vinieron memorandos y acusaciones. Se dice que hay
luchas por los parqueaderos y el ascensor.
Hay un
famoso cuadro de Goya sobre el que se han dado decenas de interpretaciones. Duelo a garrotazos es el título y
muestra a dos hombres enfrentados a garrote, ensangrentados, y hundidos en el
barro hasta las rodillas. Para ellos la pelea lo representa todo, ahí están
todas su fichas; para quienes miran desde afuera ya hay una derrota consumada.
Ambos perderán por partida doble, por la brutalidad de su enemigo y por el
barro implacable que entre más osados y fanfarrones, más los hunde.
Excelente columna Pascual! Este alcalde ya ha pasado todos los niveles de ridiculez y patetismo. Y ahora ayudado por las acciones tontas del gobierno y su procuradora de bolsillo...
ResponderEliminarEs la mejor descripción q he podido leer del quijotesco suceso,felicitaciones pascual
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