Mijaíl Gorbachov murió una semana antes de que aparecieran las peores noticias para Rusia luego de doscientos días de operación no tan especial en Ucrania. Un ave de mal agüero, Gorbachov siempre como preludio a los desastres de la Rusia imperial, del malogrado poder soviético. Un aguafiestas, una mancha en la frente altiva de Rusia. Y de algún modo un traidor. Dimitri Peskov, portavoz del Kremlin, habló de la dulce y equivocada visión que tenía Gorbachov frente a la amenaza de Occidente: “Esas expectativas románticas no se materializaron. La naturaleza sedienta de sangre de nuestros oponentes ha salido a la luz y es bueno que nos hayamos dado cuenta a tiempo”. Putin no lo señaló directamente pero sí lo asoció a la caída de la U.R.S.S., “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.
De algún modo, la invasión a Ucrania emprendida por Putin es un intento por corregir los desastres que Gorbachov inició sin las “precauciones” que imponía la paranoia soviética. Una muy buena parte de la sociedad rusa de hoy desprecia al padre de la Perestroika y rinde homenajes espontáneos al creador del Gulag. En una entrevista reciente, la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich, se dolía de la ingenuidad de los partidarios de la democracia cuando la Unión Soviética se despedazó: “Me sorprendí viajando por Bielorrusia descubriendo lo importante que sigue siendo Stalin para la población. Hoy en día no es Putin, sino el propio pueblo el que inaugura monumentos y museos dedicados a Stalin. Esto no viene desde arriba, esto es una iniciativa del pueblo (…) Éramos ingenuos en los años noventa cuando gritábamos ‘libertad, libertad’.”
El ejército ruso ha comenzado a retroceder en el Este de Ucrania y la sorpresa viene acompañada de muchas preguntas para el júbilo de Occidente y los ucranianos. La misma Svetlana Alexiévich advertía al comienzo de la invasión sobre los riesgos del fracaso de Putin: “Putin no es de los que aceptan una rendición. Antes que capitular, aprieta el botón nuclear.” Ir por una reivindicación de grandeza y volver con un botín de electrodomésticos, joyas menores y “dinero rancio” tomado de los bolsillos de los civiles muertos no es una hazaña para mostrar en Moscú. Es la diferencia entre las ínfulas de la propaganda y las pequeñas codicias de los soldados que buscan otras recompensas. En todo caso, Putin tendría que saltar una buena fila de hombres para tomar una decisión semejante.
El actual líder ruso bien puede estar viviendo algo similar a lo que nos cuenta Martin Amis vivió Stalin en el primer momento del ataque de Hitler. En su libro Koba el Temible, Amis describe la sorpresa y el desespero del líder soviético en 1941. Stalin había recibido 84 advertencias sobre el inminente ataque de los alemanes, pero sus errores de cálculo lo dejaron paralizado. La noche antes del inicio de los bombardeos dijo tener un terrible “sabor a ajenjo en la boca”. Se refugió durante una semana en las afueras de Moscú y solo aparecía en los Consejos de Defensa para soltar algunos insultos. Su frase más famosa en ese momento lo dice todo: “Todo lo que creó Lenin lo hemos perdido”.
Amis describe a Stalin con algunas palabras que podrían calzarle muy bien a Putin: “Estaba enzarzado en una batalla contra la realidad”, “como el rey Lear, creía que el trueno se amansaría cuando él lo desease”, sufría una “hipnosis autoinducida”. La Unión Soviética terminó venciendo a los alemanes y Stalin se levantó del vacío que vivió durante meses. La realidad volvió a obedecerle. Ahora Putin está en un punto similar, solo que no hay aliados y no le quedan más que las banderas, las ansias imperiales y los jóvenes reclutas y el temible botón nuclear.
Una joya de análisis.
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