viernes, 11 de noviembre de 2022

Relato sin conciliación

 


 

Entrar a los despachos de la Fiscalía tiene algo de tétrico y fascinante. Entrar como acusado por una opinión sobre un político tiene algo de patético y prometedor.

 En la puerta de ese abismo, una cuadra abajo del Parque Bolívar, hay una cadena y una vigilante con la pistola al cinto. Del otro lado hay joven tembloroso que busca el número de la demanda, de la fiscal, de la oficina, del día y la hora. Su hora. Un joven pálido al que la hermana o la novia, no sé, le entrega una carpeta llena de papeles como si le entregara el fiambre para una larga jornada.

 Siento que mi diligencia hace parte de un juego frívolo. Mientras unos apuestan la libertad yo voy por la suerte de 280 caracteres. El alcalde Quintero Calle decidió llevar los pleitos de Twitter a los despachos judiciales: debe tomarse muy en serio para esa pequeña osadía. O debe pensar que la fiscalía es un monstruo disponible para la intimidación.

 El edificio es deplorable. Una especie de motel donde las habitaciones son despachos y los pasillos vacíos lucen un amarillo enfermo. Un espacio siempre en vísperas de un desalojo. Llego al despacho de la fiscal y me encuentro a un joven abogado y su más joven acompañante. Él viste traje y lleva un bastón. La Fiscal me saluda con una amabilidad desconcertante, una calidez que no encaja con la situación. La acompaña también un bastón recostado a la pared. También cojean las gafas de la fiscal que tienen solo una pata y durante la audiencia caen dos veces debajo del escritorio. Todo lo dirige la asistente de la fiscal, la más diligente de la diligencia a la que asistimos.

 Quintero Calle y su apoderado acuden vía digital. Los abogados más jóvenes que están en el despacho acompañan la diligencia y los trámites menores. Son el público expectante y siento que son más mi defensa que mi contraparte. Sonríen, callan y quiero creer que otorgan. La Fiscal me cuenta de sus condiciones de salud para romper el hielo. Me gusta esa mujer por fuera de la solemnidad de la justicia, pienso en el espontáneo bien intencionado que quiere parar una pelea. La cámara del computador del despacho me apunta de frente y la fiscal queda por fuera de las imágenes digitales de la audiencia. “Ayy no, yo no salgo, yo también quiero ser famosa”, nos dice en medio de carcajadas. La invito a sentarse a mi lado para que compartamos estos minutos de pantalla y quedamos como estudiantes de primaria en el mismo pupitre.

 Ella comienza con un llamado a la conciliación: “este es un despacho de paz y amor. Tenemos que conciliar, no nos podemos volver Sodoma y Gomorra.” Antes me ha dicho que pertenece a tres iglesias. “Esto es solo una charla de reconciliación”, continúa, y le da la palabra a Quintero Calle para que proponga los términos de un acuerdo. El alcalde lee el trino de la discordia y dice que yo he afectado su honra, su familia y toda su administración al decir que él era corrupto, y pide que por la misma vía, con un tuit, yo deje claro que no ha cometido ningún delito y por ende no es corrupto. Habla con tranquilidad y se muestra acongojado por mi maledicencia. Dice que ha enfrentado la más dura oposición y me incluye en ese grupo, y agrega que tal vez escribí ese trino por una ligereza o por un ánimo pendenciero que no le ayuda a la ciudad. Tomo algunas notas y la fiscal me dice entre risas, “ay Pascual, no escriba tanto”. El despacho y los actores virtuales celebramos su gracia. La Fiscal podría estar en el equipo negociador de la paz total.

 De pronto, perdemos comunicación con el alcalde, su señal se queda paralizada y su conexión se cae. Quedamos solo los presenciales: ¿Qué pasó con el valle del software?, les pregunto aprovechando el bache. La fiscal nos pregunta a los presentes cómo estamos pasando, “aquí no se aburre nadie”, dice. “Solo falta que nos ofrezcan algo para tomar”, le respondo y entonces manda a la asistente a pedir prestados dos vasos desechables y nos ofrece aromática de frutos rojos. La más humilde y hacendosa de las anfitrionas. “Hasta los vasos se acabaron”, remata.

 En la mesa de la fiscal hay una mandarina. El único ser vivo en el despacho además de los cinco abogados y las seis cucarachas que saltan cuando la asistente levanta las carpetas sobre un archivador. La asistente intenta matarlas con uno de los bastones pero escapan a la pena de muerte.

 El alcalde regresa, termina su discurso dolorido y es mi turno. La Fiscal asintió durante buena parte de la intervención de Quintero Calle, mientras me miraba con cara de “no peleen por esa bobada”. Las razones para no conciliar son sencillas. No tienen que ver con radicalismos ni con odio personal. Lo primero es que yo no soy opositor político del alcalde, nunca he militado en un partido ni he aspirado ni aspiro a un cargo de elección ni he sido siquiera funcionario. Me parece increíble, además, que mencione mi ánimo belicoso, que lo diga un alcalde que ha dedicado tres años a cazar peleas con los más variados sectores, que ha tratado de mafiosos a contradictores y tiene el insulto como herramienta de trabajo. Se lo digo sin ánimo de camorra porque la fiscal nos obliga todos al mejor tono, a la cordialidad de la discordia. Le digo también que mi trino es solo una opinión sobre su gestión y que al llamarlo corrupto no lo culpo de un delito, sino de una serie de comportamientos que me llevan a concluir que esa palabra define buena parte de actuaciones como mandatario. Por sus simples mentiras, por no honrar su cargo para el bien público sino para la ambición personal, por decisiones que pueden no ser un delito pero sí un desfalco ético y un atentado administrativo. Por hacer que Medellín haya perdido la confianza en las seis o siete cosas que tenían prestigio ciudadano y entregaban réditos comunes.

 Posando de abogado leo un párrafo del último fallo de la Corte Constitucional sobre libertad de expresión –a propósito de una tutela interpuesta por el expresidente Álvaro Uribe a Daniel Mendoza el director de Matarife– que sería suficiente para saldar con dos líneas todo este turismo judicial al que convocó Quintero Calle: “Las opiniones equivocadas o parcializadas gozan de la misma protección constitucional que las acertadas o ecuánimes”. Y se lo deje claro al alcalde y a su apoderado, es posible que mi opinión sea equivocada y que tenga un sesgo que me lleve a ser injusto con su figura. Si así fuera, en el peor de los casos para mi credibilidad como periodista y para mi ejercicio ciudadano, mi libertad de expresión tendría en todo caso un amparo constitucional. No es un juez quien debe decidir si mi opinión me debe llevar a la cárcel, es el debate transparente, los argumentos, el encuentro entre poder y periodismo el que debe marcar tenencias ciudadanas.

 Para el final queda la razón más contundente: jamás dejaría un precedente según el cual un funcionario, uno que además fue elegido y debe olvidar el consenso, puede decirle a los ciudadanos cómo deben redactar sus críticas, sus opiniones, sus diatribas, sus caricaturas sobre el ejercicio del poder. La democracia consiste en la posibilidad de burlarnos, de ofender incluso, a quienes detentan el poder. Y así lo ha dicho también la Corte Constitucional: los funcionarios públicos tienen una obligación que es contrapartida de sus atribuciones, tienen el deber de soportar una mayor carga de críticas, señalamientos, arremetidas públicas. Deben construir un blindaje frente a la opinión y dar respuestas adecuadas. Quien tiene la oportunidad de ejercer un poder muchas veces desmesurado, tiene la obligación de aceptar el eco de sus desprestigios.

 La fiscal también asintió durante buena parte de mi parlamento en esta delicada comedia. Antes nos había contado que en ese mismo despacho coincidieron hace unos años Luis Pérez y Héctor Rincón en una diligencia por una denuncia similar. “Salieron felices”, me dice empujando una solución. La asistente suelta otro de los tiros de la tarde: “Nosotras somos generadoras de contenido”.

 El abogado de Quintero Calle intenta una nueva fórmula para un acuerdo. Me dice que no vale la pena entrar en un juego de palabras, en una competencia de lenguaje, y aprovecha para soltar un elogio sobre mis ejercicios de mecanografía. Policía bueno y policía malo. De verdad, admiro el ejercicio profesional del abogado de Quintero Calle y casi me hace olvidar que somos contraparte. Pero no puedo aceptar su oferta: “Nosotros estaríamos satisfechos si usted simplemente dice que usó el término corrupción de una manera genérica, pero que esa palabra no implica que el alcalde haya cometido un delito contra los ciudadanos o la administración pública”. Pero eso sería explicar lo obvio. Los trinos tienen apenas 280 caracteres como para exigirles una nota al pie. Le reitero mis argumentos, creo que tiene claro que mi decir sobre Quintero Calle no tiene entidad suficiente para avanzar como un juicio penal. Insisto en la diferencia entre información y opinión y en la amplia protección constitucional frente a la delicadeza de quienes ostentan el poder. La pésima percepción de los ciudadanos sobre un mandatario no es un delito, lo contrario haría que tuviéramos que esconder lo que pensamos sobre quienes manejan los presupuestos públicos. Los susurros sobre el poder no se usan en una democracia.

La fiscal parece compungida y convencida. Bueno, al menos eso quiero pensar en medio de los sudores del despacho.

 Quintero Calle olvida su tristeza y pasa al ataque. Yo no se refiere a a mí como pascual sino como el señor Pascual Gaviria, ahora frunce el ceño y habla más recio. Dice que yo lo odio por las referencias, denuncias públicas, que ha hecho sobre la gerencia de mi papá en EPM. La fiscal abre los ojos sorprendida, me pregunta que cómo así, que si yo soy famoso… De nuevo, entran risas. El alcalde dice que durante el periodo 2004–2007 se tomaron decisiones que llevaron a la empresa a perder miles de millones de pesos. “Todo está documentado”, concluye. La Fiscal siente que se calentó el parche y quiere cerrar la audiencia y aceptar que perdió su invicto de conciliaciones. Pero insisto en una respuesta a lo que acaba de decir Quintero Calle. “Señor alcalde lo primero es que yo no lo odio, esto no es un asunto personal, ahí es donde usted se equivoca. Y lo que usted dice sobre mi papá es absolutamente falso, es injusto y mendaz, si yo cayera en su juego podría entonces denunciarlo penalmente por esa acusación. Pero mejor lo invito al debate público, a sustentar sus señalamientos. Ahí es donde yo creo que se deben dar estas discusiones no ante la señora fiscal y en el curso de un proceso que amenaza la libertad de un ciudadano. Pero usted fue el que escogió este escenario, así que daré la discusión en todos los frentes, como acusado, como ciudadano y como periodista”.

 Ahora sí la audiencia ha terminado. La fiscal me ha tratado de “mi querido lindo” y “Pascualito”, ha elogiado mis intervenciones y ha dicho que tenía razón el abogado del alcalde que me trató de “artesano de la palabra”. Me preocupa tanta zalamería en medio de una acusación. Nos despedimos del alcalde y su defensor. Hemos pasado una hora y media entre risas, tensiones y sudores. Ya está cerca el fin de la jornada laboral de la fiscal y su asistente. En un pequeño cuarto en el despacho están guardadas las colchonetas que extienden en el suelo para la siesta después de almuerzo. Es justo dejarlas descansar, casi me duelo de no conciliar para restar una carpeta a las 2.200 que acumula el despacho de la fiscal. En el acta quedan apenas dos líneas. La pretensión de Quintero Calle de corregir esa palabra corrupción y mi negativa a un acuerdo. Eso lo resume todo.

 Al final, cuando ya estamos por fuera de los procedimientos judiciales, la fiscal me pregunta cuantos años tengo, le respondo bajo la gravedad de juramento y ella remata para las últimas carcajadas: “Vea, y no está ni mal”. Salgo confiado en esta audiencia que cojea y nos deja claro que Kafka también puede reír.

 

 

 

 

 

 

34 comentarios:

  1. Llevar a esa persona a sentir incomodidad, es de las cosas que han hecho cerrar esta semana con buena cara.

    ResponderEliminar
  2. Efectivamente que buen contador de historias eres Pascual. Su papá se sentiría orgulloso porque el era de esos seres con los q conversar era una deliciosa experiencia

    ResponderEliminar
  3. Que excelente relato Jajajaja y me parece chistoso que el señor Alcalde se parezca tanto a los que critica con tanto fervor, yo si decía que no solo el 7 con colas era lo único similar a anteriores alcaldes y sus grupos

    ResponderEliminar
  4. No lo leo con tanta frecuencia como quisiera, pero siempre me ha gustado cada escrito suyo. En este caso, le doy la razón, Quintero, usando su poder, atenta contra la libertad de expresión.

    ResponderEliminar
  5. El papá era tan buen contador de historias como él. Inteligentísimo.

    ResponderEliminar
  6. La descripción del edificio es genial, es literalmente terrible visitarlo.
    Sin duda la fiscal del caso es garantía para ambas partes y logró llevar tranquilidad a una audiencia compleja.

    ResponderEliminar
  7. Kafka es un güevón. Kundera una pelota. Arriba Pascual, arriba.

    ResponderEliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  9. Excelente Pascual total apoyo 💪🏻

    ResponderEliminar
  10. Que deliciosa lectura, qué disfrute

    ResponderEliminar
  11. Que agradable lectura, y solo pensar la incomodidad de quintero, reconforta aún más!

    ResponderEliminar
  12. Excelente escrito. Perverso “Alcalde”, ni un paso atrás Pascual, estoy seguro que no ha habido funcionario alguno que genere mayor desprecio por parte de los ciudadanos.

    ResponderEliminar
  13. Excelente relato, es un placer leerlo

    ResponderEliminar
  14. Que buena historia y que buen final! Gracias por hacer esto en nombre de tantos que no somos escuchados.

    ResponderEliminar
  15. Absolutamente genial!! 👏🏻👏🏻

    ResponderEliminar
  16. Me parece que lo del alcalde en su contra es personal, porque si no estuvieran muchos en el estrado por decirle Corrupto. Muy buen escrito. Lo leí hasta el final

    ResponderEliminar
  17. Pascual faltan los urras del CD,adelante

    ResponderEliminar
  18. Pascual el término de una audiencia siempre será el finiquito de una proeza, pues son tan sosas y a veces extravagantes que no contamos con la suficiente capacidad de aguante para soportar tan melosas intervenciones por parte de los inmersos en el curso de la acción judicial, por lo cual su escrito muestra maravillosamente este candoroso espacio que se sucedió con el púgil lingüístico Quintero, quien solo con base en estrategia mediática basada en improperios sin fundamento quiere menoscabar el tejido que ha traído la ciudad desde tiempo atrás y que bien o mal ha hecho de la misma y sus alrededores un espacio de análisis, evaluación, crecimiento y porque no envidia de muchos, lo felicito por tan sobria defensa de las libertades ante un demagogo sinvergüenza.

    ResponderEliminar
  19. Pascual nunca había disfrutado de una lectura tan entretenida. Pero quedé perdido con la historia de tu papá cuando estaba en epm

    ResponderEliminar
  20. Pascual, un abrazo. Me deja su escrito sin palabras

    ResponderEliminar
  21. Quintero hace parte de una toma hostil de Antioquia orquestada por diversas esferas de poder . El problema es que su torpeza politica e intelectual lo ha llevado a ponerse en evidencia .

    Me imagino a sus jefes desde las sombras llevándose las manos a la cara cada que Quintero sale con una de sus estupideces propias de un adolescente tardío. Escogieron un mal caballo de troya , para fortuna de los Antioqueños.

    ResponderEliminar
  22. Que buen e inteligente relato

    ResponderEliminar
  23. Excelente escrito!! Parce usted siempre con ese don de palabra !! Burlesco y todo pero siempre diciendo la verdad !!! Admiración total !! Dejo sin argumentos al encantador de bobos Junior !! Lo otro un libro que me recomiendes para leer ?

    ResponderEliminar
  24. Algo tan aburrido pascual lo hizo ver interesante

    ResponderEliminar
  25. simplemente es un pataleo de ahogado lo del "señor" alcalde, sigue adelante pascual, como diría el doctor pelaez

    ResponderEliminar
  26. Pascual, hay que decirle al Alcalde que lea y entienda lo que lee. Es decir, que aprenda leer, principio fundamental de todo estudiante.

    ResponderEliminar
  27. El poder es corrupto y en manos de éste alcalde peor. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  28. Rabodeaji..... la sacaste del estadio! que prosa..... como medellinense mi reconocimiento y gratitud por ayudar a poner al descubierto al mitomano alcalde q por desgracia con mi voto y el de muchos otros incautos hoy se tumba la plata de nuestros impuestos en contratos y publicidad basura

    ResponderEliminar
  29. Que divertido artículo! Quintero es lo peor, somos muchos los que nos arrepentimos de haber votado por él, es un dictador en potencia!!! Todo mi apoyo Pascual!

    ResponderEliminar
  30. Con todo respeto, se transgrede el principio de CONFIDENCIALIDAD, contenido en el artículo 76 de la Ley 23 de 1991, hoy vigente y que fuera nuevamente retomado en el articulo 4 de la Ley 2220 de 2022, como UN PRINCIPIO, dentro del estatuto de Conciliación.

    ResponderEliminar