miércoles, 29 de marzo de 2023

Dios y magia

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El director de la policía está en un mal trance. Ha contado como convoca a todas sus fuerzas, divinas y humanas, para luchar contra el mal, vencer a satán encarnado y romper conjuros y maleficios. El diablo es puerco. Lo aqueja una superstición enfermiza, un culto personal más allá de las doctrinas religiosas. Desconcierta un poco toda esa superchería del bien y el mal, la guía espiritual de lo que se llama “la lucha contra la violencia y la criminalidad”.

Pero me voy a poner del lado del director. No de sus amuletos y fetiches sino de su necesidad de abrazar ese mundo sobrenatural. Vivir con la muerte a la espalda exige algo más que los blindados y los chalecos antibalas, es necesario un poco de imaginación para alejarla, inventar una historia más poderosa que sus enemigos, tener poderes fuertes más allá de las balas. Lejos de las armas todo ese mundo resulta patético, pero en la guerra en todo se cree. Y los enemigos a muerte terminan luchando en el mismo terreno, pensando parecido, compartiendo sus lógicas y sus talismanes.

En 2005 el Estado mexicano le quitó el registro legal a la iglesia que pretendía presidir el culto a la Santa Muerte. Los narcos se habían adueñado de la estampita y era mejor dar la pelea en los registros de la Dirección General de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobierno. Contra las ayudas ultraterrenas las argucias legales. En Colombia se dice que Pablo solo entregaba la ubicación de las caletas a lugartenientes del más allá. Y es seguro que el Bloque de Búsqueda tenía su capellán de cabecera. En los ochenta, cuatro haitianos asesinados en Medellín fueron la comidilla del vudú que supuestamente cubría al Patrón.

Los grandes éxitos recientes de la policía y el ejército, la cacería de los últimos diez años contra el Clan del Golfo, tienen una buena dosis paranormal. Las garras de gavilán que perdió Gavilán cuando lo mataron en las ciénagas de Tumaradó en 2017. El operativo lo sacó corriendo y dejó su protección. Sus perseguidores concluyeron que después de doce intentos había caído por falta de garras.

Alias Inglaterra, también caído en 2017, estaba protegido por una bruja que repelía el plomo pero no la plata. Las declaraciones del momento dicen que los militares tenían que orinar sus armas antes del operativo para vencer el amparo del pillo. Al Negro Sarley, otro duro del Clan que perdió su socorro en 2013, lo ubicaron por los recados que cruzaba con su bruja de cabecera. Iban y venían rezos y quedaban los sahumerios por el camino. Lo mismo le pasó a Matamba hace poco, lo delató el rastro de la bruja nariñense que lo tenía rezao. No hay que creer en brujas, pero de que las hay las hay.

Pero la mejor es la de alias Pablito. Sus dos verdugos aseguran que un muñeco de ramas y pelos que llevaba su guardaespaldas contra el pecho hacía que las balas se desviaran. “Fallábamos a 20 metros”, dijo uno de ellos. Pero siempre quedan otros calibres: “El suboficial empezó a rezar y funcionó, porque ahí mismo abatieron a los objetivos”. El muñeco fue echado al agua para evitar que soltara sus energías, no se podía quemar, pero entró en el espíritu de uno de los militares que casi se pierde en cuerpo y alma. Un exorcismo sacó el demonio que había dejado el bandido al decirle sus últimas palabras: “Nunca me vas a olvidar”.

El miedo a la conocida muerte en medio de la guerra lleva a esa necesidad de lo desconocido. El plomo tiene poderes insospechados.

 

miércoles, 22 de marzo de 2023

El negociador

 




El presidente Petro sufre de una hiperactividad negociadora. Tiene una confianza ciega en sus habilidades de persuasión, en sus poderes sugestivos que pueden dominar a sus antagonistas, rendirlos a fuerza de gestos y palabras. El presidente considera que tiene algo de mago y se muestra fascinado con su voz y sus frases. Es claro que al menos el presidente se convenció a sí mismo.

Quiere negociar con el ELN, las disidencias de Gentil Duarte, el Clan del Golfo, las bandas criminales en las ciudades, los capos en las cárceles, los paras recién arrepentidos y la Segunda Marquetalia de Márquez. Pero nunca es suficiente y el presidente quiere aprovechar su súper poder. Ahora ha propuesto modificar el acuerdo firmado en 2016 entre el gobierno y las Farc. Petro siente que no fue suficiente, que faltaron los temas gruesos y no se incluyeron unas palabras claves para su gusto: “universidad”, “saber”, “industrialización”. Cuatro años de negociación y 370 páginas de encuentros son muy poco para sus dotes. “El acuerdo quedó incompleto”, dijo el presidente.

A Petro no le gusta acotar los temas para un diálogo, quiere discutirlo todo, armar una mesa fundacional que incluya lo divino y lo humano, hacer un amasijo para resolver los problemas de Colombia y del mundo si es posible. Lo peor es que el presidente cree que el acuerdo con las Farc tenía la posibilidad y la legitimidad para cambiar los principales aspectos de la constitución del 91. Según su punto de vista no se trataba de una negociación para desmovilizar a las Farc y acabar con la mezcla de armas y lucha por el poder, sino de una especie de Asamblea Constituyente. En últimas la idea de Petro es más una crítica a las Farc que al gobierno Santos. Parece reclamarles a Timochenko y compañía por no haber logrado cambios en el modelo económico. Ahora que el presidente-negociador dirige la mesa con el ELN vale preguntarse si está pensando usar ese escenario para hacer grandes reformas ¿Tendrá Petro la idea de usar a los Elenos como la herramienta para forzar grandes cambios constitucionales? Durante su única visita a La Habana para reunirse con los jefes de las Farc, en enero de 2016, Petro habló de la necesidad de convertir la negociación en una asamblea nacional constituyente.

En vista de que es imposible volver ocho años atrás y sentar a Timochenko y a Petro a renegociar, el presidente pretende coger las 370 páginas del acuerdo de paz y convocar a un “diálogo de la sociedad colombiana para mirar los temas que no se introdujeron”. Si no pudimos con un plebiscito cómo será ese “diálogo abierto y plural”.

En medio de esos infinitos frentes de negociación (eso por no mencionar los cambios mundiales que se pretenden lograr en lucha contra las drogas y crisis climática) el gobierno tiene más de treinta proyectos de ley para tramitar en la próxima legislatura en el Congreso. La aprobación de las grandes reformas no parece fácil y Petro deberá pactar modificaciones de fondo a las propuestas y acomodos de forma en la burocracia.

Ahora sabemos que el negociador no solo mira hacia el futuro, no solo quiere discutir el porvenir, también está preocupado por tranzar el pasado, quiere poner sus palabras y su firma sobre lo que ya fue acordado. Y quiere vencer con su palabra a los grupos armados, y persuadir a la sociedad toda para un gran acuerdo nacional liderado desde el balcón, y lograr una transformación mundial desde el atril de Naciones Unidas. Y mientras tanto, el escritorio del presidente está vacío.

 

miércoles, 15 de marzo de 2023

Paros pacifistas





El primer paro armado de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia fue hace un poco menos quince años. En octubre de 2008 aparecieron los bloqueos y la intimidación acompañados de una sencilla “acta de constitución” en la que disparaban a todos los objetivos loables: “…lucha contra la corrupción, el terrorismo, el secuestro, los crímenes de Estado, la politiquería, la violación a los derechos humanos…” También decían alentar la democracia participativa aunque sus maneras fueran algo singulares. Desde ese día han luchado por el estatus político y por su sigla (AGC) que busca borrar nombres vulgares como La Banda de Don Mario, Los Urabeños o el Clan del golfo.

Los paros armados se han convertido en un campanazo habitual. Se podría decir que desde enero de 2012, cuando las quemas y las amenazas respondieron a la muerte de Juan de Dios Usuga David, alias Giovanni, cada año hemos visto las escenas de un paro para alentar la “democracia participativa”. El de mayo pasado, luego de la extradición de alias Otoniel, tuvo efectos en once departamentos del país. En su momento, a unas semanas de la primera vuelta presidencial, el candidato Gustavo Petro hizo el diagnóstico de lo que estaba pasando: “El Clan del Golfo es el hijo del paramilitarismo que se creó en el Urabá con las Convivir de Uribe. El clan hizo una propuesta de desmovilización que no fueron capaz de aceptar porque sabían que de ahí sale la verdad de la alianza de la política y del poder con el crimen”. En trinos posteriores dejó clara su estrategia si llegaba a la presidencia: “las bandas pueden entrar a procesos de sometimiento colectivo a la justicia sobre la base de abrir amplias posibilidades productivas al agro, al campesino, a las juventudes urbanas”.

El gobierno acaba de recibir un golpe de realidad en medio del paro minero en el Bajo Cauca antioqueño. La quema de las grandes dragas de la minería ilegal es el principal motivo de las nuevas quemas y los repetidos bloqueos. Nadie duda del protagonismo de las AGC en la semana de “protestas”. En apenas tres meses el gobierno pasó de anunciar un cese al fuego con las AGC, fue la noticia para saludar el 2023, a descartar la negociación con el grupo armado más poderoso del país: “Lamentablemente, el Clan del Golfo no fue capaz de dar el paso hacia un sometimiento colectivo a la justicia que se estaba preparando jurídicamente. Parece privilegiar más sus negocios… No hay una posibilidad de negociación hasta que eso no se vuelva voluntad política en el corazón de las personas que están en la ilicitud”. Queda claro que en el mejor de los casos la paz será solo parcial.

La decisión demuestra que la estrategia de paz total se maneja con una ingenuidad y un voluntarismo pacifista que parece desconocer los antecedentes, los riesgos y las dificultades de acuerdo con un grupo con un innegable poder de fuego. El presidente Petro parece en esto tan cándido, o tan equivocado, o tan tramador, como el presidente Duque cuando luego de la captura de Otoniel en octubre de 2021 dijo que ese golpe, en la operación Osiris, marcaba el final del clan del golfo.

El gobierno Duque padecía una confianza desproporcionada en la estrategia militar frente a un grupo con un innegable arraigo social y económico en muchas regiones: en algunas zonas entregan subsidios que denominan puntos y tienen “acciones” en restaurantes, talleres, parqueaderos… Son jefes y patrones. Y el gobierno Petro padece de una confianza desmedida en los buenos oficios de la paz sobre un grupo que domina los movimientos, precios y logística de las dos economías criminales más importantes en Colombia, el narcotráfico y la minería ilegal. Las AGC piensan más en productividad que en guerra. Los peligros de la fe excesiva en el garrote o en la zanahoria.

 


miércoles, 8 de marzo de 2023

De invasiones y medallas

 




Volodymyr Zelenski está empeñado en sacar a los atletas rusos de todos los campos y las pistas de París 2024. Sus palabras son las del comandante en jefe en medio de la guerra, las de un hombre asediado, las de un líder que no puede renunciar a ningún arma en el combate: “La mera presencia de representantes del estado terrorista es una manifestación de violencia y anarquía… Dios no lo quiera, pero los principios olímpicos serían destruidos si los atletas rusos pudieran participar en cualquier competencia…”

Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, ha entrado en la misma línea de batalla, cree como Zelenski que los ciudadanos de un país deben perder algunos derechos universales (hacer parte del espíritu olímpico podría ser uno de ellos) cuando el gobierno que representa ese Estado y esa nacionalidad comete actos de barbarie, incluidos delitos de lesa humanidad: “Mientras Rusia siga con la guerra de Ucrania, deseo que no haya una delegación rusa en los Juegos de París 2024… Me parecería indecente, que un país desfilara como si nada, que vinieran a París mientras siguen cayendo bombas en Ucrania”. Hace un año, al inicio de la invasión, tenía una opinión distinta. En su momento dijo que ningún atleta debía ser descalificado solo por su pasaporte.

No es un asunto fácil de decidir. Se entiende el cambio de opinión de la alcaldesa y las distintas posiciones expresadas por algunos países. Estados Unidos apoya la participación de los rusos con la prohibición de los símbolos de su bandera y su himno durante competencias y premiaciones. Emmanuel Macron ha dicho que no se debe politizar el deporte y que los deportistas rusos tienen derecho a jugar. Polonia encabeza a los países que piden el veto a los rusos y detrás han salido los gobiernos de Letonia, Estonia, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. Hace un año los directores del abierto de Wimbledon sacaron a los tenistas rusos de la cancha de grama. La ATP abrió la discusión y consideró injusta y peligrosa la decisión unilateral de los ingleses: “La discriminación basada en la nacionalidad también constituye una violación de nuestro acuerdo con Wimbledon, que determina que el ingreso de jugadores esté basado simplemente en el Ranking ATP.”

Creo que los deportistas rusos deberían competir en París 2024 con un compromiso previo que les prohíba hacer propaganda al régimen de Putin. La obligación de vestirse bajo una bandera neutra y no poder cantar el himno es un “castigo suficiente”. Inclusive podría decirse que es una privación de la nacionalidad, de la pertenencia a un Estado, por las decisiones de un gobierno. Pero la bandera rusa en lo alto del podio sería humillante para las víctimas de la brutalidad de Putin. Más de doscientos deportistas y entrenadores ucranianos han muerto en combates o bombardeos desde el inicio de la invasión. En la discusión ha salido a relucir la larga “eliminación” de los deportistas surafricanos durante el Apartheid, desde 1964 hasta 1988. La gran diferencia es que el régimen racista solo incluía atletas blancos en su delegación. Sus disposiciones influían directamente en la elección de los deportistas y violaban la Carta Olímpica.

En el caso de Rusia la carta parece ser clara en el respaldo a los competidores rusos: “Los Juegos Olímpicos son competiciones entre atletas, en pruebas individuales o por equipos, y no entre países.” Si se comienza a castigar deportistas por el ranking de derechos humanos de los países, tendremos extrañas tablas de medallería y árbitros con grandes sesgos en la clasificación mundial de regímenes. La brutalidad de unos no debe condenar la velocidad de otros.

 

 

 

 

 

jueves, 2 de marzo de 2023

Un bareto parlamentario



La marihuana es más alucinante para quienes la miran con esa mezcla de terror y menosprecio que para quienes gozan de su humo denso y blanco. Según Herodoto, el cáñamo entregaba sus nieblas en una especie de sauna aromado por semillas quemadas sobre piedras ardientes, y producía un vapor que hacía que los escitas, primeros consumidores reseñados, “prorrumpieran en gritos de alegría”. De modo que en el principio fue el júbilo.

Y luego vinieron los grandes mitos, la fascinación, el miedo, la salvación, la sed de sangre… La promesa de esas brumas llegadas de oriente hace que los comedores de hachís en el París del siglo XIX se describieran en un mundo prestado de la literatura, leyéndolos no sabe uno si era la disposición al viaje, la afectación oriental o las verdaderas alucinaciones. Baudelaire, Rimbaud, Gautier y muchos otros hablaron de sus delicias, sus poderes y sus riesgos.  Consumían el hachís vestidos de frac, la “mermelada” era vertida en cuencos japoneses y dada como una poción en una cucharilla de oro. El doctor/brujo les hacía una pequeña advertencia a la hora de la toma: “Esto se os restará de vuestra parte en el paraíso”. Para Baudelaire el hachís producía “ignotos tesoros de bondad en el corazón”, y una felicidad embriagadora, “plena de locuras juveniles”, aunque advertía de una cierta “debilidad de la voluntad” y una introspección antisocial.

Pero una cosa son los diletantes franceses y otra los funcionarios gringos aterrados por las costumbres de los mexicanos y los negros. A comienzos del siglo XX ya se hablaba de la marihuana y su “fomento del crimen”. Los jueces de New Orleans acogieron estudios en ese sentido y por el camino del racismo llegamos a los delirios de los años sesenta dirigidos por H.J. Anslinger, primer comisionado de la Oficina Federal Antinarcóticos en Estados Unidos, quien promocionaba en la prensa amarilla las historias de sangre vertidas por los consumidores de marihuana. El ridículo llegó a tal punto que la defensa del soldado norteamericano acusado de la masacre de My Lai en Vietnam, alegó que días antes sus compañeros de camarote habían fumado marihuana sin él saberlo y eso había afectado su conducta. Esa traba a lo pajarito había llevado al teniente William Calley a matar cerca de cien civiles.

Hace cincuenta años las avionetas colombianas fumigaban la Sierra Nevada con Paraquat “donado” por los gringos para acabar con la bonanza marimbera. Ahora, más de la mitad de los adultos en Estados Unidos pueden comprar cannabis de manera legal y hasta la mayoría de los republicanos apoyan la legalización. Copiamos muchos delirios para justificar la prohibición. El código penal de 1986 disponía pena de prisión hasta de un año por el porte de menos de 20 gramos de marihuana y el internamiento de los adictos, certificados por medicina legal, en un establecimiento psiquiátrico hasta su recuperación.

Se van a cumplir treinta años de la sentencia que acabó con semejante despropósito pero la marihuana sigue siendo un coco para una gran mayoría de colombianos. Y los consumidores todavía son vistos como enfermos que necesitan la tutela del Estado o la exclusión de la sociedad. Algo así como, “fumen sus porquerías pero eso los obliga a vivir en un gueto o un sanatorio, no contagien a la sociedad, no pretendan disfrazar su debilidad mental y su vagancia en las tareas que nos corresponden a los sanos”.

El exceso de prohibición es perjudicial para la salud. Ha sido medicado durante muchos años para causar prejuicios, miedos, fobias. La protección legal y jurídica no ha sido cura suficiente. La “confesión” de un consumidor todavía causa estremecimientos de ira e indignación. Son más seguras las trabas que las taras… Y se pasan más rápido.