La impotencia siempre empuja el poder hacia la arbitrariedad. Es la salida más fácil. No es necesario pensar en soluciones ciertas y crea la ilusión de estar actuando de manera enérgica. Los gobernantes suelen intercambiar dos palabras para justificar el atropello: en vez de restringir escriben o dicen proteger. Y cuando dicen proteger es inevitable pensar en un riesgo y ese riesgo implica que hay alguien asedia la seguridad de todos. Por esa vía, el gendarme de turno logra identificar a los “culpables” de propagar el peligro.
Los cercos son tal vez la medida más primaria entre esos despotismos –alcaldadas es un buen sinónimo– surgidos de la ineptitud. El alcalde de Medellín se ha convertido en un experto cerrar, con vallas y policías, algunos espacios públicos de la ciudad. El regente Quintero tiene, además de su vena autoritaria, una personalidad paranoide que ayuda a reforzar sus ideas carcelarias. Poner puertas en espacios abiertos es el sueño de toda mentalidad policiva.
El centinela comenzó cuando llevaba apenas seis meses en el poder y la pandemia era una excusa para los excesos de control en el mundo entero. Medellín tuvo en ese momento, mediados de 2020, una medida que podría estar en las reseñas de los abusos memorables. Un pequeño barrio de la comuna 2, conocido como El Sinaí, fue cercado en la noche con la presencia de policías, militares de fusil y Esmad. Los 42 casos reportados en una población de 3.000 habitantes fueron motivo suficiente. A cambio del encierro les dejaban de lejitos bolsas con aceite, lentejas y fríjoles. La noche del cierre el helicóptero de la policía rondó el barrio como advertencia. “Los estamos protegiendo”, decían los funcionarios que cuidaban las puertas con sus trajes antifluidos. La burbuja de covidosos –así les gritaban los vecinos desde afuera– solo servía para las ínfulas de la careta plástica del alcalde. Los jóvenes que protestaban desde adentro con un micrófono y un parlante hicieron que se doblara el pie de fuerza. La desproporción es otra de las condiciones del poder aturdido. El embeleco duró algo menos de un mes.
El nuevo encierro ordenado por el alcalde se levantó en la Plaza Botero, un lugar donde conviven el turismo creciente y grandes problemas sociales y de seguridad. La administración intentó combatir los líos con un pequeño tráiler equipado con cámaras y un parlante de advertencia. El cacharro fue bautizado ‘Robocop’ por el carcelero mayor y por supuesto se convirtió en una venta ambulante de imágenes inútiles. Quintero decidió entonces “recuperar” el espacio con sus asedios. Ahora tiene dos puertas de ingreso selectivo: la policía elige quién entra y quién no dependiendo de su ojo clínico de prejuicios. Las putas por ejemplo no tienen acceso ni los jóvenes “sospechosos de siempre” ni los vendedores ambulantes sin buen registro ni los habitantes de calle. Ahora es una jaula para turistas, transeúntes presentables y vendedores con chaleco oficial. Quintero que abandonó por completo al Museo de Antioquia que velaba por la plaza con ideas y conocimiento de la zona, ahora cuida el espacio con dos filtros mientras habla de una ciudad de puertas abiertas.
Pero también debía cuidar su oficina. Entonces cerró la plazoleta del centro administrativo del municipio. Una asonada de los indígenas sin atención alguna en la ciudad despertó sus alertas y trajo unas nuevas vallas para “proteger” la ciudadanía. La desconfianza es otra de las virtudes de los gobiernos desconcertados. Quintero ha anunciado nuevos cerramientos, las barreras hacen parte de su juego con un lápiz rojo sobre un mapa. Lo peor de todo esto es que retirar los cercos nunca es fácil, las pequeñas opresiones muchas veces llegan para quedarse.
En la última encuesta de Medellín vamos el "señor Alcalde" recibe un porcentaje de aprobación del 59%. Me pregunto si acaso no merecemos lo que tenemos. Aparte de merecimientos o no, siento mucho dolor por mi ciudad, y sobretodo, rabia e impotencia ante esta flagrante impunidad.
ResponderEliminarIn the testing organisms that produce extracellular β-lactamases against penicillins and cephalosporins, the MIC may be significantly affected by the density of inoculum. The standard inoculum may result in MICs only slightly higher than those obtained with susceptible strains. β-Lactamase production can be more reliably detected in Neisseria gonorrhoeae, Haemophilus influenzae, and Moraxella catarrhalis by definitive tests such as nitrocefin-based techniques. Get more information Mictest
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