miércoles, 3 de mayo de 2023

Cambiar de empleo




El presidente se estaba aburriendo en el trabajo. El palacio inmenso y frío que lo tiene tosiendo, las reuniones de gabinete que interrumpen sus discursos ante el mundo, los derrumbes y las quiebras de las aerolíneas que no dejan avanzar el turismo que enterrará el petróleo por siempre, las guerrillas de tercera generación que quieren seguir traqueteando y el ELN, que se dice socio, pero disocia su paz total… y el Banco de la República que hace su real voluntad, y la CREG que no deja sumar a mano las facturas de servicios públicos, y tantas plazas libres, desoladas, sería su palabra. El presidente no quería más trabajo de oficina.

Su escritorio estaba relativamente organizado. Una mayoría inestable en el Congreso, atenta a la magnitud de los cambios y al menú burocrático. Nada que el presidente desconociera, nada que no se pudiera lograr con el muñequeo de siempre. Si en la tributaria se pudo, ¿por qué no en otras prioridades? Una oposición sin figuras visibles, algunas fichas susurrando y otras rabiando, pero nada muy amenazante. No se puede olvidar que su contrincante en las elecciones no es siquiera un adulto responsable. Y tenía también, bajo el vidrio del escritorio, los apoyos internacionales, la foto de la revista Time, la postal de sus risas con Biden que apoyó su propuesta ambiental de deuda a cambio de acciones ambientales y su papel de mediador con Venezuela, y las fotos oficiales de los veinte cancilleres filados, dispuestos a esperar a su anfitrión, y las palmadas en la espalda de la OCDE frente a la reforma pensional y la laboral. Petro podía poner los pies sobre el escritorio mientras soltaba algunas arengas en Twitter, porque alguna emoción hay que prestarle a esa oficina con sus cuadros muertos y sus cortinas empolvadas.

Era el momento de sacudirse un poco: nadie se hace elegir presidente para jugar al oficinista. De modo que el elegido decidió jugarse el todo por el todo con una reforma que no parecía estar en sus prioridades ni en las mayores demandas ciudadanas. Apostó las fichas de su relativa comodidad por la reforma más compleja y menos acompañada por su coalición ¿Para encontrar un pretexto?

Entonces, al presidente le brillaron los ojos, llenó las plazas en su mente, tiró el tablero de su gabinete, no quería complacientes con las élites ni con las calificadoras de riesgos, ni con las murallas del enemigo interno, no quería logos de partidos ni pactos más allá del histórico para un presidente que está seguro que hará historia. El primero de mayo, al terminar la posesión de los nuevos ministros, antes de señalar a ese “congreso aislado” desde el balcón, les dio una animosa bienvenida: “Hemos estado con muchos de ustedes en una lucha política que no termina, sino que se puso buena”. Como diría la página de autoayuda, donde todos ven una crisis el presidente ve una oportunidad.

El balcón es más entretenido que el escritorio, el avión deja mayores satisfacciones que la reunión de bancada; las plazas son más gratas que la maldita cantaleta de las cifras. El presidente quería una crisis para tomar el control de su destino en el poder, para cumplir su “función en la historia de Colombia”, para avanzar “hacia el campo de batalla”.

Es una apuesta arriesgada, pero previsible. Al presidente le gustan los tinglados, sueña con las páginas de la historia con mayúsculas, cree que las leyes son la única posibilidad de las transformaciones. El presidente quería cambiar de trabajo y lo logró. La pregunta es si su nuevo empleo lo dejará en la calle mientras sus reformas se quedan en el cajón.

 

 

 

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